Lecturas de patrimonio: los escudos de pueblos
Es la heráldica municipal, el conjunto de emblemas que identifican y representan a los pueblos, una de las más señaladas ramas -y hoy vivas- de esa ciencia tan antigua como es la heráldica.
Existen actualmente en nuestra provincia más de 150 escudos que representan a los municipios de nuestra tierra oficialmente. Algunos, como los de Sigüenza, Cifuentes, Guadalajara o Mondéjar, tienen muchos siglos de antigüedad, avalada por imágenes pretéritas o descripciones documentales. Y la mayoría han ido naciendo, y aún creciendo, considerados por todos, en nuestros días.
Esa heráldica municipal, que se debe y se quiere hacer conforme a los cánones tradicionales, es una fuente de explicaciones y simbolismos, que en la mayoría de los pueblos que ya la tienen, son conocidas de todos sus habitantes. Desde los clásicos como Jadraque o Cogolludo, donde se lucen las armas de sus antiguos señores (Mendozas y Medinacelis) hasta los más modernos como el de Azuqueca, donde se alzan la torre de su fábrica con las espigas de trigo de sus campos, hay una variedad enorme que conviene conocer, porque es motivo de curiosidad y entretenimiento.
Una cuarta parte, larga, de los municipios de Guadalajara, tiene emblemas que tallados en piedra o dibujados sobre las cerámicas esquineras de sus calles pregonan los colores y símbolos de su historia en forma de escudos heráldicos. Más de 150 localidades de nuestra provincia cuenta hoy ya con su escudo aprobado y en uso. Otras muchas están esperando hacerlo, inventarlo y reconocerlo, pero en cualquier caso el empuje de la historia, en forma de emblemas y armas blasonadas, viene con fuerza. Se aposenta en la plaza mayor de cada uno de nuestros pueblos. Quiero aquí repasar alguno de esos escudos que resumen en forma de jeroglífico una historia y un patrimonio singulares.
Es de muchos sabido el proceso histórico de formación de los escudos institucionales españoles. Cómo partiendo de los simples leones y castillos, sumados de las armas aragonesas y sicilianas se van creando los emblemas de los monarcas españoles. Y lo mismo ocurre con los escudos de las provincias, personalizadas en sus Diputaciones. Existen libros que explican todo esto, especialmente el de la “Heráldica Municipal de Guadalajara”, que a la limón escribimos el profesor Ortiz García y yo mismo, en 2001. En él se da un vistazo, rápido y claro, a los fundamentos de la heráldica, dejándonos luego contemplar, uno a uno, y en su brillantez de colores y formas, los escudos de los municipios, de los que se dan en ese libro “pelos y señales” con el origen del pueblo, la lógica de sus armas, el variado uso que de las mismas puede hacerse, etc.
Claro es que el mejor libro, en mi opinión, para estudiar los escudos de los pueblos es el visitar estos en directo, mirar las fachadas de sus Ayuntamientos, los frontispicios de sus fuentes, las bienhechuras de las esquineras lápidas que marcan los nombres de sus calles y plazas: en definitiva, conocer la provincia y sus cientos de pueblos, es al final la mejor forma de entender sus símbolos emblemáticos.
Si uno se para a mirar escudos como el de Almoguera, en el que aparece el castillo que realmente tuvo sobre el roquedal que acoge a la villa, las cabezas de tres moros a los que el ejército de “homes buenos” de la villa combatió en peleas medievales allá por la Andalucía, y la escolta de esas grandes banderas ornadas con frases arábigas que dan saludo y honor a Dios, se dará cuenta de cuánta historia cabe en el corto trámite de la extensión de un escudo. Pasa igual con el de Peñalver, gran cruz de la Orden de San Juan que recuerda quienes fueron durante siglos sus señores; o el de Molina de Aragón, que resume batallas, nombres originarios, bodas y heroísmos puestos juntos.
Otros escudos de municipios lo que hacen es mostrar la belleza de sus elementos patrimoniales, haciendo a veces de parlantes emblemas, como le ocurre al de El Pozo de Guadalajara, que enseña picota y pozo en sus mejores colores, o el de Yunquera Henares, y aun el de Cabanillas del Campo, que ponen en su escudo la presencia galana de la torre parroquial, grito en piedra sobre el contorno.
Desde las leyendas señeras y hondas como la de la Reconquista de la ciudad por Minaya Alvar Fáñez, que es el motivo del escudo de Guadalajara capital, todo él coloreado, complicado y promiscuo de ejércitos, capitanes, estrellas y amurallamientos, hasta la simplicidad de un Heras de Ayuso, en el que se ha querido representar al patrón de la villa, San Juan, subido en una barca y atravesando el Henares como en angélico paseo.
Muchos de estos escudos han ido pasando, una vez aprobados por la Junta de Comunidades, y considerados oficiales, a lugares de preeminencia, y así ha ocurrido con el escudo de Fontanar, que tallado por Del Sol aparece en relieve sobre la fachada del Ayuntamiento, luciendo su recuerdo al nombre (la fuente de Fontanar), a la historia común (el castillo de Castilla) y a la historia propia (la cruz de la Cartuja por tener entre sus casas un edificio que fue sede de los cartujos del Paular en siglos pretéritos.
Escudos tradicionales y llenos de empaque, como los de Sigüenza (definitivamente queda descrito y dibujado en este libro que comento), los de Brihuega, Cifuentes, Mondéjar, Horche y tantos otros que tienen su tradición y definida silueta anclada en la certeza multisecular de los archivos, los sellos rodados, las leyendas incluso… Y escudos modernos, recién hechos, pero con lógica y sabiduría, como ese de Azuqueca que ofrece limpia su chimenea y su pareja de espigas, o el de El Recuenco, que hace alusión a la industria del vidrio entre las montañas de su desorbitado paisaje.
De las breves explicaciones dadas más arriba, puede colegir el lector que existen dos tipos fundamentales de escudos heráldicos municipales: los escudos “históricos” con su origen cierto en muy remotos siglos, y los “modernos”, que han sido elaborados por sus vecinos, eruditos, o especialistas en el arte del blasón, finalmente aprobados por la Real Academia de la Historia y sancionados por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
A través de algo tan sencillo, brillante y entretenido como la heráldica municipal, puede uno entrar en el camino del análisis, del conocimiento y de la defensa del Patrimonio Cultural de Guadalajara. Claro que para que ese camino sea expedito, con buen firme y destino seguro, hace falta todavía que todos entiendan lo que los escudos significan, y que la heráldica no es algo propio del pasado, periclitado en sus objetivos, sino una expresión más, perenne, del deseo y la necesidad de las gentes de sentirse identificados con la tierra en la que viven. Un sentimiento, un impulso, que nunca podrá tacharse de antiguo, de reaccionario, sino de –simplemente– fisiológico.