Otra visión del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita
Hoy mismo comienza su andadura el I Encuentro Medieval “Arcipreste de Hita” que va a celebrarse como primera actividad de la Cátedra que con ese nombre se ha creado recientemente. Diputación y Universidad de Alcalá la han dado vida. Escribí esto para participar en dicho Encuentro, pero por circunstancias no ha podido entrar y aquí lo publico porque pienso que puede aportar algo, aunque sea ínfimo, al mejor conocimiento de este libro y de nuestro autor Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita.
Una edición singular del Libro de Buen Amor: la de Marte en sus “Pliegos de Cordel”
Han sido numerosos los estudiosos que han tomado a su cargo la lectura, y el análisis posterior, del Libro de Buen Amor (LBA) escrito por Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, en el siglo XIV. El mejor análisis de conjunto de esta tarea de estudio y edición del LBA es la que hizo en 2013 el profesor Steven D. Kirby, de la Universidad de Michigan, quien clasificó en dos “medios siglos” los estudios progresivos sobre la obra. Y así concreta que entre 1913 y 1963 son fundamentalmente tres los estudiosos que analizan y editan con notas el libro de Juan Ruiz (Julio Cejador, Alfonso Reyes y María Rosa Lida), mientras que a partir de la segunda fecha, es el filólogo italiano Giorgio Chiarinni quien hace una edición meticulosa insistiendo en la teoría de un único autor, frente a la bipolaridad que hasta entonces se le había achacado, y añadiendo una serie de valores que hicieron contundente su trabajo: una buena introducción crítica, una tabla analítica de las rimas empleadas por el Arcipreste, un amplio glosario, y una bibliografía bastante completa de estudios sobre el Arcipreste.
Inaugurando este segundo “medio siglo”, aparecen tras el italiano los profesores Manuel Criado de Val y Eric W. Naylor, con una revisión exhaustiva de todos los manuscritos medievales conocidos, y su edición (Aguilar) de 1976, abriendo con ella las puertas a un debate y estudios amplísimos por toda Europa y América sobre el personaje de Hita y su obra, llegando a generar en 1973 el I Congreso Internacional sobre el Arcipreste de Hita, que tuvo en sus sedes de Madrid y Guadalajara una amplia repercusión, y sirvió de avenida principal para canalizar todo lo que desde entonces se ha estudiado sobre el tema.
El tercero de esos iniciadores fue Joan Corominas, quien aventuró en 1967 unas personalísimas interpretaciones sobre los supuestos dos autores paralelos, y sus legendarios conocimientos lingüísticos que pulsaron los estudios sobre LBA. De Corominas decía Diego Catalán que “la riqueza léxica del Buen amor y la complejidad sintáctica de sus versos invitan, claro está, a interpretaciones divergentes; pero el sistemático comentario verso a verso, realizado por Corominas, representa un paso adelante muy marcado en el esclarecimiento de los problemas pendientes”.
Ante el aluvión de ediciones que seguirían a estas, entre las más madrugadoras está la que aquí analizo, de Editorial Marte, de 1968, con el estudio de Nicasio Salvador y los dibujos de Óscar Estruga. Curiosamente, esta versión se le escapó totalmente a Kirby, y por eso creo que tiene algún interés que se recuerde ahora este trabajo.
Una de las mejores ediciones que se han hecho es la de Ediciones Marte, de Barcelona, en 1968. Hay tras esta editorial una historia que merece ser reseñada. Dirigida desde 1960, cuando se fundó, por el escritor Tomás Salvador González (1921-1984), en ella colaboró y actuó de copropietaria Carmen Farrés Sirvent (1930-1976) (que publicaba novelas con el seudónimo de Carmen Mieza). La editorial pujó desde el principio, en el bollante universo editorial barcelonés de postguerra, por las ediciones de clásicos, la bibliofilia, las exquisitas presentaciones, con estudios y con ilustraciones de relieve. Una de sus mejores empresas fue la de montar una Colección bajo el título de “Pliegos de Cordel”, en la que aparecieron obras como “La Celestina” de Rojas, ilustrada por Ezquerro, “Carmen” de Merimée, ilustrada por Serafín, o “La vida del Buscón llamado don Pablos” de Quevedo, ilustrado por Goñi. La idea de Ediciones Marte era poner en el mercado una amplia serie de clásicos en ediciones cortas (nunca más de 3.000 ejemplares, siempre numerados, que eran escasos para la época en Barcelona) con estudios e ilustraciones. Y uno de ellos fue este “Libro de Buen Amor” del Arcipreste de Hita, que apareció en 1968, en dos tomos recogidos en una caja, con ilustraciones de Óscar Estruga, y un estudio preliminar y notas a cargo del filólogo Nicasio Salvador Miguel (1905-1972), hermano del propietario, Tomás Salvador.
La vida azarosa de este intelectual merece una breve reseña. Nacido en Villada (Palencia), su familia se trasladó a Cataluña, y allí le pilló la Guerra Civil, formando en la “Quinta del Biberón” sin haber visto ni de lejos el frente. Al terminar, le llevaron a un campo de concentración, y sin otro oficio ni beneficio, en los años del hambre, se alistó en la División Azul, volviendo con un beneficio en la Policía Secreta franquista. Pero empezó a escribir, y llegó a ser Premio Nacional de Literatura en 1953, con su “Cuerda de presos”, que le editó Caralt, y llevó al cine Lazaga. En 1960, Lara le dio el Premio Planeta de ese año por “El atentado”. Un tipo listo, y trabajador, que con muchos libros escritos, se hizo un hueco en la Cataluña de postguerra. Y fundó la Editorial Marte (quizás en memoria del dios de la Guerra, que le protegió siempre) y ayudó a todos los que empezaban. A todos. De tal modo que cuando murió se dijo de Tomás Salvador que todos los que andaban en la cultura escrita, de algún modo, algún favor le debían.
Entre sus exquisitas producciones editoriales, esta colección de “Pliegos de Cordel” asombró en su día, y ha quedado en el subconsciente colectivo como una de las empresas españolas de mayor tino y elegancia. Tener hoy un ejemplar del “Libro de Buen Amor” de Ediciones Marte se considera un lujo. Por varias razones: una es el estudio breve y exquisito que le precede, firmado por Nicasio Salvador, el hermano del editor, y que en años sucesivos alcanzó nombradía como maestro y buen conocedor de la cultura medieval española. La segunda, las ilustraciones de que es portador. A Óscar Estruga i Andreu (nacido en Vilanova i la Geltrú, 1933) se le considera un clásico en vida, autor de numerosas obras de arte, tanto en pintura como en escultura. En esta ocasión, el encargo de Salvador le dio la ocasión de lucirse a modo, consiguiendo una colección de dibujos y acuarelas que más adelante comentaré.
La tercera, se refiere a la forma de editar y presentar la obra, en dos tomos (para hacerla más manejable. Ambos tomos se incluyen en una caja de cartón. Cada uno de los tomos mide 20 x 27 cms., está impreso en papel “size gres” de Papelera de Gaya, de 150 grs. la resma y en tono ahuesado, presentándose intonso pero con picaduras en el corte para darle un aire de rusticidad. La composición mecánica es de Manuel Pareja y la encuadernación en rústica de Ramón Misse.
El estudio de Nicasio Salvador
El trabajo sobre el Arcipreste que presenta Nicasio Salvador en este libro lo titula “Prólogo necesario a una adaptación a nuestro tiempo”. Lo firma en 7 de enero de 1968 y lo dedica a sus padres y hermana. En él ofrece un vistazo a la situación política y social de Europa en la primera mitad del siglo XIV, cuando entre otras cosas se inicia el traslado de la sede pontificia a Aviñón, y se establece un dominio claro de la nación francesa. La intensa crisis de la Iglesia Católica con sus miembros en combate mutuo, la relajación de costumbres, y el hecho de que muchos de sus ministros ni siquiera sabían leer, no existía uniformidad en el vestido y las costumbres, y todo era un pandemónium difícil de controlar. Aviñón era la sede “del Infierno” según un par de destacados italianos (Dante y Petrarca) afirmaban entonces.
En España, Gonzalo de Berceo denuncia la situación de muchos clérigos. La literatura del momento, que es el testimonio que nos ha llegado del sentir y el pensar de entonces, refleja ese sentimiento de escándalo y asombro, de disputas y simonías: el “Libro de Alexandre” lo denuncia, como también lo hace el “Libro de los Estados” de don Juan Manuel. El Canciller Ayala explica en su “Rimado de Palacio” que había clérigos que no se sabían ni las palabras de la consagración. Y Arnau de Vilanova en su “De Adventu Antichristi” pronostica una descomposición (llega a dar fecha para la llegada del Anticristo) en la Iglesia. Y en esas surge el Libro de Buen Amor.
Para Nicasio Salvador, que hace en esta edición un meticuloso y novedoso análisis del libro, en este se aprecian dos redacciones sucesivas: la de 1330 (abreviada) y la definitiva de 1343. En ellas, de todo se ha dudado, y en todo se ven contradicciones ¿era el autor un clérigo? ¿o un boyardo sin más? Tenía saberes clericales, cultos, de derecho e históricos. Conocía mundo o, al menos, lo referenciaba. Pero en definitiva expresa una contradicción continua, reflejando el sentido de la época. Para el autor de la introducción al LBA, el autor lucha “entre un vitalismo y un ascetismo”, sermoneando, rezando: se santigua y a continuación se lanza por los caminos del pecado. Da la sensación de que es, en realidad, un juglar, un hombre que conoce todos los lugares y a todas las gentes.
Esa variedad se manifiesta en todo: en el contenido, en el tratamiento, y en la variedad de estrofas. Cree en la Astrología, pero tiene una ilimitada confianza en Dios. En este sentido de la confluencia de contradicciones, Américo Castro atinaba al decir que “es revuelto y confuso [el LBA] en una orgía de sensaciones que detonan junto a un derroche de moralidades abstractas. Pero la crítica eclesiástica es continua, es contundente. Es casi la línea magistral sobre la que todo lo demás se apoya.
Otro de los elementos que Nicasio Salvador destaca en su estudio prologal del Libro del Arcipreste es “el triple compartimiento de castas: cristianos, árabes, judíos” y precisa que Don Arcipreste debió vivir en un ambiente fuertemente mozárabe, que era el que se respiraba en el reino de Toledo. E insiste en que junto a La Celestina y El Quijote, el LBA forma “la trinidad indiscutible de nuestras letras”.
Refiriéndose al tema más concreto de la edición, Salvador dice haberla hecho con sumo cuidado y atención filológica, teniendo presente lo dicho poco antes por Ducamin, Criado de Val / Naylor, y Corominas. A continuación, y bien distribuidos por claros epígrafes, pone el libro entero, con notas que solamente tratan de ilustrar palabras extranjeras o poco habituales. En el primer tomo caben los 891 primeros versos del libro. En el segundo, los que siguen hasta completar los 1728 que tiene todo el Libro.
Los dibujos de Oscar Estruga
Los dibujos de Oscar Estruga son impresionantes. El libro cuenta, en sus dos tomos, con 71 acuarelas (una a doble página, varias a página entera, y muchas otras sueltas) y 19 dibujos con estilógrafo. Todo ellos de una valentía suma, mezclando personajes del libro en situaciones chocantes. El estilo es limpio y contundente, proponiendo en cada dibujo la imagen del Arcipreste, como clérigo grueso y sonriente, más los de sus personajes, don Melón, doña Endrina, Don Carnal, doña Cuaresma, Venus, don Amor… hay estudiantes y clérigos, faunos y pastores, obispos y guerreros. Pero destaca doña Trotaconventos, la alcahueta que es antecedente de La Celestina, y elemento clave del libro. Mejor que analizarlos literariamente, o describirlos fragmentariamente, es ver algunos ejemplos de su trabajo en los gráficos con que acompaño este escrito. Esta serie tan amplia de dibujos que realiza Oscar Estruga para esta edición, es un complemento valiosísimo, esencial, de la misma. Y lo que la convierte en una de las mejores ediciones del Libro del Arcipreste de Hita jamás realizada.