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mayo, 2023:

En el centenario de Velázquez Bosco

iglesia de santa maria micaela

En escasas fechas se cumplirá el centenario de la muerte de uno de los mejores arquitectos que ha tenido España en toda su historia, y que aún siendo castellano, y de Burgos, dejó en Guadalajara una huella indeleble. Por ejemplo, el Panteón de la Duquesa de Sevillano lleva su firma, entre otras muchas cosas de nuestra tierra.

Es singular la figura de Ricardo Velázquez Bosco, porque su dinámica y polifacética actividad asentó desde el estudio (se hizo especialista en arquitectura árabe andalusí) y se concretó en la construcción, de elementos principales y llamativos en Madrid, Guadalajara, Pamplona, etc.

Unas pinceladas sobre Velázquez Bosco

Entre los promotores del patrimonio artístico de Guadalajara, debemos siempre referenciar la figura de Ricardo Velázquez Bosco como un genio de la arquitectura que, desde su postura del “eclecticismo enfático”, como se ha calificado a su obra, y que no es otra cosa que un historicismo cuajado de referencias y guiños a la esencia de la arquitectura hispánica de todos los tiempos, en sus obras pueden leerse pasajes de la historia, y aún de la poesía, o la pintura, que árabes y cristianos, judíos y mudéjares han dejado sobre el suelo patrio.

La figura de Velázquez como uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XIX y aun de todos los tiempos, ha sido contrastada por numerosos tratadistas del arte hispano. De toda su obra, es la Fundación “San Diego de Alcalá” (hoy de Religiosas Adoratrices) y el anejo Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo sin duda la más monumental y grandiosa, la más estudiada y medida.

Nació este profesional y artista en Burgos, en 1843, demostrando desde muy joven gran afición a la arqueología, a la historia, a los monumentos. Ayudante con arquitectos y catedráticos, a los 32 años de edad, ya viviendo en Madrid, decidió cursar la carrera de Arquitectura, acabándola en 1879, consiguiendo en 1881 por oposición la cátedra de «Dibujo de Conjuntos e Historia de la Arquitectura». 

Enseguida recibió una serie de encargos, sobre los que trabajó en cuerpo y alma, obteniendo maravillosos, deslumbrantes resultados. Entre 1883 y 1888 construyó la Escuela de Minas de Madrid, hizo la restauración de la Mezquita de Córdoba, el palacio de Velázquez en el Retiro madrileño, y el Palacio de Cristal en el mismo lugar. Más adelante construiría el Ministerio de Fomento, en Atocha, y luego el Colegio de Sordomudos en el paseo de la Castellana. Fue considerado progresivamente como un autor sumamente novedoso, atrevido, imaginativo, plenamente identificado con el pujante momento socio‑económico de la Restauración borbónica. Cada año más famoso, recibió encargos de todas partes, pudiendo atender tan sólo al Estado y a gentes de tanto poder económico como la Condesa de la Vega del Pozo, que le trajo a Guadalajara donde desarrolló una labor constructiva de las que hacen época.

Velázquez Bosco fue el constructor del conjunto de las Adoratrices en Guadalajara, incluido el Panteón de la Duquesa, y la iglesia de Santa María Micaela.

Aquí reformó, por encargo de esta señora, su palacio residencial en el centro de la ciudad (actual Colegio de Maristas) y su oratorio de San Sebastián. Luego comenzó a planificar y dirigir las obras de la Fundación piadosa o Asilo de Pobres, y del Panteón donde doña María Diega Desmaissières quería enterrar a su padre, y finalmente le sirvió a ella de mausoleo. Este conjunto, construido entre 1877 y 1916, es sin duda la obra capital del arquitecto Velázquez. Además levantó, poco después, todo el conjunto rural del poblado de Miraflores, con su caserón central, su palomar, su capilla, y sus casas de residencia y almacenes. Un gracioso conjunto, hoy semiabandonado.

Velázquez Bosco en Guadalajara

Buena parte de la prestancia arquitectónica de Guadalajara es debida al trazo inteligente y la visión artística de Ricardo Velázquez Bosco, un arquitecto que puso en nuestra ciudad la mejor expresión de su genialidad. Aquí se ocupó Velázquez de algunas restauraciones: en concreto la de la capilla de Luis de Lucena, a instancias del primer ministro Conde de Romanones, quien en 1914 se preocupó de este edificio declarándole Monumento Nacional y rescatándole de una inminente ruina. También hizo, en 1902, y por encargo del Ministro de Fomento Conde de Romanones, la restauración del antiguo palacio de don Antonio de Mendoza y Convento de la Piedad, para ser acondicionado como Instituto de Enseñanza Media. En él amplió con una nave que hoy corre a todo lo largo de la calle del cronista Juan Catalina las dependencias destinadas a Instituto, modificando la fachada del antiguo palacio quitándola el frontón triangular e insertando en su lugar un balcón sin gracia. Puso en la planta baja del patio un gran zócalo de azulejería sevillana, lo mismo que en la escalera principal. Se ocupó además, a principios del siglo XX, de mejorar y adecentar la fachada y entorno del palacio del Infantado, colocando una gran verja de hierro delante del mismo, y rehaciendo los edificios que por poniente y norte le bordean.

Uno de sus mayores estudiosos ha sido el profesor Baldellou Santolaria, que se encargó de dirigir la exposición/catálogo que hace unos años se le dedicó en Madrid, cuando el 150 aniversario de su nacimiento, y que también dirigió un grupo de jóvenes arquitectos que hace años elaboraron unas acuarelas (planos, alzados y secciones) del panteón y fundación, que por parte del Colegio de Arquitectos de Guadalajara fueron editadas y hoy se encuentran distribuidas por múltiples lugares de la ciudad. Él enfatizó, especialmente, las características sublimes y mágicas de la disposición de los edificios en este conjunto guadalajareño, insistiendo en el sentido sagrado de la construcción y de su orientación, que hasta ahora aparecía realmente paradójica, expresando su creencia de que todo en ese conjunto está puesto con un sentido simbólico, tanto la falta de axialidad uniforme, con visiones en escorzo y perspectivas variadas de los diversos elementos, como el hecho de orientar al norte la puerta del templo (el de la tía de la fundadora, hoy parroquia de Santa María Micaela, de la que acompaño fotografía interior) y por supuesto los cambios de orientación de comitiva fúnebre y altares de la iglesia y la cripta (que también pueden entenderse mirando el plano que elaboré en su día y que adjunto).

Murió en 1923. Su huella genial quedó entre nosotros, y hoy puede Guadalajara enorgullecerse de contar con la obra mejor de este mago de la arquitectura finisecular. El Ayuntamiento que presidió Antonio Román le dedicó una calle hace unos años, con todo merecimiento.

Lecturas de Patrimonio: las plazas de Cervera Vera

luis cervera vera

Aquí recuerdo la figura de un arquitecto que estuvo profundamente enamorado de Guadalajara, y dejó en sus estudios, escritos y dibujos, reflejada la belleza de los pueblos y los monumentos de nuestra provincia. Evoco sus “plazas mayores” y pido para él un homenaje muy póstumo pero merecido.

Uno de los libros, sobre Guadalajara, que más me han impactado, es el que produjo don Luis Cervera Vera, en los años ochenta del pasado siglo, con una metódica de trabajo que solo un trabajador neto como él podía imponerse. Todas aquellas plazas de pueblos que tenían un cierto interés (urbanístico, monumental, histórico o ambiental) llamaron su atención, y a ellas dedicó tardes enteras, midiendo, dibujando, haciendo apuntes, grabando en su memoria detalles, y frases, con escudos, y personajes. 

Cervera Vera se pateó de arriba abajo la provincia entera. Iba él solo, y nunca salió nadie a recibirlo, a cumplimentar con un café su visita, a recordarle siquiera. No llevaba, –como ahora hace cualquier político, por ínfimo cargo que ostente– fotógrafo adscrito ni “media manager” a sueldo. Se las apañaba con un gran libro de notas, sus lapiceros, y, si acaso, con un vieja cámara de fotografías que le servían de apoyo a lo que la máquina principal, su cabeza, guardaba y valoraba.

Luis Cervera pasó por esta tierra en silencio y sonriendo, como él sabía hacerlo. Un ser optimista, que buscaba lo positivo de cualquier acto, y el mejor ángulo para retratar cualquier espacio de pueblo que a otros nos parecería sin sustancia. Porque le conocí, y traté ampliamente con él, sé de qué hablo. Reunió muchos dibujos, y los guardaba en un enorme carpetón, que salieron al final de su escondrijo gracias a que otros dos arquitectos amigos suyos, admiradores como todos cuantos le conocían, se empeñaron en juntar en forma de libro, con poco texto (pues no lo necesita) pero con mucha enjundia. Tomás Nieto y Miguel Ángel Embid se empeñaron en poner en marcha esta idea, y consiguieron que el Colegio de Arquitectos, con el apoyo de Caja Guadalajara, sacaran este libro adelante. Aunque luego fue poca la gente que lo miró y apreció. Pero esta es la tónica general de esta tierra, en la que los grandes (muy pocos) producen sus obras y el resto de la gente (la inmensa mayoría) se entretengan en cabalgar el viento.

Sobre las plazas guadalajareñas

Cuando uno abre estos dos kilos de libro, y va pasando sus páginas, se da cuenta de la belleza que cada capítulo ofrece. En ellos se alberga un pequeño plano de la plaza en cuestión, una visión conjunta (en lo posible) y el retrato de alguno de sus monumentos más señalados (una iglesia, una casa consistorial, una fuente…) También pone Cervera a veces detalles mínimos (una carátula, un escudo, una inscripción) que laten en silencio escondidos bajo las sombras. 

En todo es magnífico este libro, que fue editado por el Colegio de Arquitectos de Guadalajara, con el apoyo financiero de la Caja de Ahorros de Guadalajara en aquellos tiempos en que las cajas de ahorro tenían un fondo de Obra social que apoyaba la cultura local. En todo excepto en la forma en que ordena los capítulos, las plazas, los pueblos…. No hay orden alguno en ello, y además no tiene índice topográfico final, que es algo esencial en un libro que ofrece información de pueblos y lugares… Pero aparte de ese detalle, que solo es imputable al editor del volumen, en todo lo demás es fantástico, por decirlo con un epíteto moderno y comprensible. Aunque realmente sea todo lo contrario, porque nada de fantasioso tiene la meticulosa descripción gráfica que Cervera hace de los edificios, los árboles, las gentes y los entornos de las plazas guadalajareñas. Incluso sus planos son meticulosas y detallistas, a pesar de haber sido hechos como “al paso”, de un vistazo en un viaje momentáneo.

Sobre Luis Cervera Vera

El arquitecto Luis Cervera Vera fue uno de los grandes profesionales de nuestro país en el siglo XX. Nacido y fallecido en Madrid (1914-1998) ocupó su siglo con una actividad incansable. Además de arquitecto fue licenciado en Ciencias Exactas. Entre otros muchos nombramientos, cabe destacar el de Académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y miembro de la Hispanic Society of América, de Nueva York. Fue arquitecto conservador del Ministerio de Hacienda, y ocupó su vida en mil trabajos de restauración, proyectos, dirección de obras, etc. Pero lo que más le gustaba era el estudio de los monumentos y el urbanismo de los viejos pueblos. Como decía Fernández Alba en su necrológica, fue “señalado bibliófilo que estuvo siempre rodeado de una singular y valiosa biblioteca”. Vivió entre libros y monumentos. Y sacó a luz, entre libros y artículos, 300 títulos que le proclaman como uno de los grandes estudiosos de la arquitectura patria. De entre ellos, y por lo que yo recuerdo por tenerlos en mi biblioteca, destacan los dedicados al Colegio Mayor de la Santa Cruz de Valladolid, la Villa de Lerma, Alcalá de Henares, Aguilar de la Frontera, Aranda de Duero, etc.

Hijo Predilecto de la Villa Ducal de Lerma fue el nombramiento que ese lugar castellano le otorgó en agradecimiento a sus trabajos. Sin embargo, en Guadalajara, a la que dedicó miles de horas, entusiasmos y saberes, nada se hizo por él, salvo nombrarle en varias ocasiones jurado de los premios Provincia de Guadalajara, cuando la Diputación era dirigida por Francisco Tomey, quien hizo valorar entre nosotros su gran obra.

Que consistió en un libro monográfico sobre Pelegrina y su castillo, otro sobre la Villa de Tendilla y sus monumentos, y especialmente este que hoy comento de las “Plazas Mayores en las comarcas guadalajareñas” que fue la manifestación gráfica (planos, alzados y dibujos) de su cariño hacia esta tierra nuestra que conocía de maravilla. Aquí reivindico algún tipo de homenaje/recuerdo de don Luis Cervera Vera, porque muy pocos profesionales han dado y han hecho tanto por conocer mejor nuestra provincia como él lo hizo.

La bodega de Villaflores

En el libro que acaba de publicar Diputación Provincial de Guadalajara, con el texto ganador del Premio de Investigación Etnográfica “José Ramón López de los Mozos” de 2021, y que firma el arquitecto y académico Tomás Nieto Taberné, encuentro una perla que no me esperaba. Lo reconozco: no conocía este dato, a pesar de saber de Villaflores desde primera infancia, porque ese poblado agrario que fundó la Condesa de la Vega del Pozo, y que mandó construir al arquitecto de primera fila Ricardo Velázquez Bosco, hace poco más de 100 años, fue siempre un referente de la felicidad: aspecto, ubicación, destino, paisaje… todo ello, por mor de los cambios de propiedad, y en última instancia por el imperdonable abandono al que su actual propietario, –el Ayuntamiento de Guadalajara–, le ha sometido, está por los suelos, hundido, vandalizado, perdido ya para siempre. 

Pero de todo lo que allí ví durante años, de lo que luego he ido sabiendo, y lamentando sus pérdidas, aún me quedaba por aprender que uno de las humildes edificaciones acompañantes era la Bodega del conjunto, un lugar doble, con un edificio de única planta, accesible desde el exterior, con dos espacios, en uno de los cuales estaba todo el conjunto de instrumentaciones para la elaboración del vino (vertedero, pilo y prensas) y en el otro un amplio cocedero donde había 26 grandes tinajas (de 2,50 mts. de altura cada una, y 1,40 de diámetro, accesible desde una plataforma de madera elevada que permitía su tratamiento individual. Tras unas escalerillas en descenso, y bajo tierra, el largo túnel dividido en forma de Y, ancho, con tinajas a los lados en sus respectivos senos, cubierto de bóvedas de arista sobre pilastras, y otras bóvedas de cuatro de naranja, todo ello (como dice Nieto) “de una excepcional ejecución”. Tan excepcional, que la obra fue firmada por Ricardo Velázquez Bosco, el arquitecto que también firmó el Ministerio de Agricultura, el Pabellón de Cristal del Retiro, o el Panteón de la duquesa de Sevillano. Algo único, maravilloso, que podríamos hoy disfrutar y mostrar con orgullo. Pero no : el abandono y el consentimiento del vandalismo ha hecho que hoy todo eso esté arrasado. Hasta los cimientos. Una verdadera vergüenza, para cuantos somos de Guadalajara, y especialmente para quienes han asumido la responsabilidad de cuidar, y siempre mejorar, la ciudad.

Plano de la bodega de Villaflores (edificio de entrada, y galerías subterráneas)
Dibujo original del arquitecto Tomás Nieto Taberné

Leyendo ermitas, de todos los tamaños

ermita de duron

Cuando hablamos de patrimonio, no se puede olvidar esos edificios que, en esencia simples, aunque concitando siempre querencias y evocaciones, pueblan el paisaje de la provincia en las afueras de los pueblos, en medio de los calvijares o las hondas hoces de sus ríos fríos. Son las ermitas, de las que cabe aquí decir algunas líneas a propósito de las mejores, de las más conocidas, o de aquellas tan minúsculas que casi han desaparecido.

Las ermitas extraordinarias

Comenzaría esta relación con la de Santa Coloma, junto a Albendiego. Una joya del arte románico, de la que decía Gaya Nuño que “hay que recorrer cientos de kilómetros, atravesando Europa, para encontrar un edificio y un lugar semejante”. Se ha escrito mucho sobre ella, sobre el significado esotérico y templario de las filigranas de sus ventanales. Y se ha ponderado el lugar en que se halla, junto al río del Manadero, entre arboledas, con la solemnidad de su nave única y sus tres ábsides cuajados de capiteles que representan vegetales, en un silencio que procede de la entraña del Medievo.
Seguiría con la dedicada a la Virgen de la Esperanza en Gualda. Antiguamente estuvo en la ribera del Tajo, entre arboledas, pero al construirse la presa de Entrepeñas y tener la certeza de su futura inundación, la Confederación de Aguas del Tajo la desmontó entera, y la volvió a construir en un altozano. Se sabe que su arquitecto constructor fue Pedro de Villa Monchalián, y presenta un solemne aparataje arquitectónico barroco, con fachada grandiosa, e interior muy relevante y luminoso. En el entorno se le construyó un palacete al obispo de turno, hoy abandonado y vandalizado, y desde su entorno se contemplan vistas espléndidas del embalse de Entrepeñas sobre el Tajo, y de los bosques de pino que la rodean.
La ermita dedicada a Nuestra Señora del Peral de la Dulzura, en término de Budia fue lugar que centraba un pueblo, y por eso aún dentro de ella se conservan restos de arquitectura románica. Pero la construcción actual, barroca del XVII, es de grandiosos contornos. En su interior se almacenaron ricos donativos, altares de plata y esculturas del Siglo de Oro, todo llevado a la parroquia. Allí se concentra el pueblo entero, el 8 de septiembre, en solemne romería, y allí se encuentra, en días de silencio, la paz que le falta al mundo, toda concentrada.
Espectacular, más que otra cosa, y digna de admiración, es la ermita dedicada al Santo Alto Rey, en término de Bustares. Tiene su aquel esta ermita, porque está erigida en lo más alto de la montaña, de agudos perfiles, que con ese mismo nombre separa los valles del Bornova y el Sorbe. A una altura de 1.858 metros, cubierta de nieve durante el invierno, el altar del Cristo se alza sobre la más aguda y elevada roca de la montaña. Evidencia de santuario dedicado a Cristo, y en altura.
Y ya es Milmarcos, en la frontera aragonesa del Señorío de Molina, la población que luce espléndida ermita, dedicada en este caso a Jesús Nazareno. Obra barroca, de arquitectura solemne, interior pintado y con una efigie de Jesucristo en sufrimiento morado, fue mandada construir en 1747 por don Pascual Herreros. Es de planta rectangular, con nave única de varios tramos y portada sencilla orientada a levante. El presbiterio es circular, rematado en una gran bóveda semiesférica cuajada de adornos barrocos, mascarones, pinturas y acaba el exorno de sus muros con diversos altares, todos barrocos, entre los que destaca el central, con la figura de Cristo Nazareno.
De extraordinarias ermitas quedan aún varios ejemplos, que solo puedo nombrar, pero que todas juntas merecerían un libro nuevo, algo que las singularice, las describa y las dé vida perenne. Así recuerdo la dedicada a la Santa Cara de Dios, en Sacedón, que es templo barroco completo, con su nave, su cúpula central de media naranja, sus avalorios rococós insertos en los muros, y en especial el retablo en el que se recoge la memoria de un extraordinario milagro, como fue la aparición de la Cara de Dios sobre un muro tras una puñalada.
El santuario de Nuestra Señora la Virgen de la Salud de Barbatona es otro de esos lugares que deben figurar entre los templos señeros con categoría de ermita. Lugar de aparición, de culto luego, de romerías y peregrinaciones siempre, y de depósito de recuerdos agradecidos, de exvotos y claves de la devoción acendrada.
O ya por acabar, y no acabar nunca, la ermita dedicada a San Sebastián en el alto de Mondéjar, que es hoy además museo de grupos de la Pasión en cartón piedra, a los que llaman “judíos” sin tener de ellos más que la antigüedad y el pasmo. O el Cristo de Jadraque, que tuvo siempre veneración y atento cuidado de sus vecinos, talla barroca en templo solemne. Acabando este recuerdo urgente en El Casar, con su Calvario puesto al extremo de la meseta, dando vista al ancho valle del Jarama, y ofreciendo una inédita imagen de ermita abierta, sin techumbre en origen, con tan solo sus muros de arcadas abiertas dando visión al calvario tallado en piedra de su interior devoto.

Las ermitas desaparecidas

De algunas ermitas queda solo la memoria, algún grabado o vieja foto, recuerdos de mayores, sueños… podría recordar aquí a la ermita de la Virgen del Amparo, en Guadalajara capital, que estuvo en el alto de la cuesta que hoy es calle que la evoca, de las más céntricas. Estuvo en un descampado frente a lo que fue luego Prisión Provincial. Capitaneaba un barrio y era obligada parada de caminantes que salían hacia la Alcarria.
Hubo otra ermita en Tendilla a la que llamaron de Santa Ana, que recogió la devoción de la comarca, y de la que solo queda la talla de su santa titular, ahora en un Museo de Valencia. En esa ermita, que estaba en un altozano sobre la villa, el primer conde don Íñigo López de Mendoza decidió construir un hospitalillo, y más tarde donársela a los jerónimos de Lupiana, que de inmediato decidieron, tras derruirla, construir un monasterio de su orden en el mismo lugar y sobre sus ruinas.
En Sigüenza ya desapareció la ermita de la Guardera, que se alzaba en un alto sobre el valle que media entre la ciudad y la aldea de Pelegrina, en el camino de los obispos. Se alzaba esta ermita, de la que nada queda, junto a los restos de una antigua población o villa romana, de la que se han hallado algunos objetos, como la Minerva de La Barenosa que hoy es pieza de asombro en el Museo Arqueológico Nacional.
En Illana pude aún ver, y fotografiar entera, la ermita de San Juan, que perteneció a los caballeros calatravos, más concretamente a la encomienda de Vállaga, y en la que las gentes del término acudían en romerías. Hace pocos años se derribó entera, para aclarar caminos. Y en lo alto de Bujalcayado, otra zona que fue salinera y está en el eje de la depresión y el vaciamiento poblacional de la España del Silencio, estuvo la ermita [que algunos llamaron santuario] de San Bartolomé, que tenía restos románicos, algunas tallas viejas, una fuente sanadora en su interior, y mucha devoción en los alrededores. Se cayó, se la comió la vegetación, desapareció, en suma. Como tantas y tantas…

Fiesta de los libros en la Concordia

Feria del Libro de Guadalajara 2023

De nuevo ha llegado la Feria del Libro, o va a llegar, porque el Ayuntamiento nos la anuncia entre el jueves 11 y el domingo 14 de mayo, y en la Concordia, como ya es habitual, y con el aplauso de todos.

Se vuelven curiosos los árboles del paseo de la Concordia cuando ven que en su salón central empiezan a montarse las casetas de la Feria del Libro. Se preguntan qué nuevas hojas saldrán, a pesar de la escasez de lluvias. Aunque para en el entorno de San Isidro, mediado el mes que ahora empieza, los cielos suelen ser generosos y las lluvias no faltarán. El mes de mayo, de siempre, ha sido el más lluvioso del año, en nuestra tierra.

Guadalajara, puerta del libro

Aunque en Guadalajara se imprimieron libros desde poco después que Gutenberg ideara sus sistema, la constancia fidedigna, y concreta de haber sido impreso un libro en nuestra ciudad es de 1564, cuando el propio duque del Infantado, el cuarto de la lista, don Iñigo López de Mendoza, mandó venir de Alcalá a dos famosos impresores, técnicos reputados en sus días como perfectos conocedores de los tórculos, para que en las salas bajas de su palacio montaran el sistema necesario de prensas, tipos y papelería con que poder dar vida a su creación literaria, la única hoy por hoy conocida: el “Memorial de Cosas Notables”, un polimorfo sucederse de anécdotas clásicas, paralelas vidas y decires de sabios antiguos. Pedro de Robles y Francisco de Cormellas dedicaron su esfuerzo y su paciencia a dar vida a este que podemos decir es el primer libro impreso en nuestra ciudad, allá por las mediadas calendas del siglo XVI. ¿Y el último? Ni me atrevo a escribir su título, porque estoy seguro que cuando estas líneas aparezcan en “Nueva Alcarria” ya habrá otro más nuevo entre las manos de los lectores alcarreños. A tal velocidad se escribe hoy, se publica y se comenta lo que sale, que no pasa una semana sin que contemos los lectores alcarreños con alguna publicación novedosa que trate de Guadalajara, que esté firmada por algún autor alcarreño, se haya hecho una presentación en la Sala Tragaluz o en la Sala de Actos Múltiples de Diputación…

Basta pararse un momento, y echar las cuentas de lo que se publica en Guadalajara, comparando número de libros aquí surgidos con población total de la provincia, para darse cuenta que estamos a la cabeza de todas las demarcaciones españolas. Con tiradas reducidas, no mucho menores que en otras partes, pero con abundancia de temas, con variedad alentadora de propuestas: surgen los libros de historia (porque Guadalajara la tiene tanta, tan interesante y densa); de arte, recogiendo siluetas de su patrimonio abundante; de poesía, en efusión generosa de sus poetas y poetisas, que tan bien se afanan en entregarnos sus ideas y sus palabras bien medidas; de teatro incluso, con la recogida de textos de autores antiguos y de ganadores modernos en los concursos municipales. Cualquier alcarreño que se lo proponga tiene decenas de ofertas en las que encontrar la huella de su tierra, de sus antecesores, o de sus contemporáneos amigos, en libros de variado pelaje y vestimenta. Todo es proponerse encontrarlos, y recibir el favor de su compañía.

Un libro de Bernal sobre Valverde

En estos días de celebración libresca viene a aparecer un libro que quiere ser homenaje a un fotógrafo de la tierra, y una explosión de ofrecimientos de color sobre algo que la provincia tiene como metido en su corazón. Me refiero al “Libro Fotográfico de Valverde de los Arroyos” que con la obra casi al completo del fotógrafo Santiago Bernal Gutiérrez, se presentó ayer por la tarde en Diputación, con la presencia de los hijos del autor, recopiladores de la obra ingente de Bernal, quien en sus últimos deseos alentó el de poder hacer realidad esta obra, recopilación gráfica de Valverde.

Ha quedado perfecto el libro, grande, llamativo, y con doscientas fotografías que compendian la visión del autor en torno a los diversos horizontes que ofrece la villa serrana. Tras unas palabras del presidente de la Diputación, a cuyo mecenazgo cultural se debe la obra, don José Luis Vega, y del alcalde del municipio, José Luis Bermejo, aparece un memorable prólogo escrito por Jesús Orea, y unos textos amplios, documentados, sabios, del cronista oficial de Valverde de los Arroyos, el doctor José María Alonso Gordo, quien va desgranando con precisión, elegancia y hondos conocimientos, todos los aspectos que hacen relevante a esta localidad serrana.

El libro va dividido en cinco grandes capítulos, que abarcan temas específicos, aunque el más amplio es, sin duda, el relativo a la Fiesta de la Octava del Corpus, sus ritos, danzantes y aspectos gráficos. Los otros temas son El lugar, las gentes, la naturaleza, y la tradición. Un Epílogo escrito por el hijo del protagonista, Maro Bernal Cacho, da cabida a curiosos escritos del fotógrafo, y los testimonios del homenaje que Valverde siempre le tributó, porque todos allí saben que buena parte de su fama y prestigio como uno de los pueblos más bonitos de España se lo deben al artista que inmortalizó sus horizontes. 

Este libro, del que habrá ejemplares en la Feria del Libro, se presentará más adelante, la víspera de la Fiesta de la Octava del Corpus (sábado 17 de junio) en Valverde. Y aunque ese día será el de la constitución de los Ayuntamientos tras las elecciones próximas, cientos de gentes irán a la alta villa, a entregarse a las emociones e paisajes y ritos tan antiguos.

Lecturas de Patrimonio

Saco estos días también, a pasear y a intentar que se quede en las bibliotecas de algunos, un libro en el que he puesto mucho trabajo durante mucho tiempo. Es un acúmulo de trabajos previamente publicados, y algunos otros nuevos. Se titula “Lecturas de Patrimonio (Provincia de Guadalajara)” y quizás a algunos de mis lectores les suene el título de los que en estas mismas páginas han ido asomando en meses y años pasados. 
He pretendido con él hacer un poco la antología de mi obra relativa al estudio y la defensa del patrimonio de nuestra tierra, y sé que la editorial Aache que lo ha promovido ha puesto lo mejor de sus capacidades técnicas para sacar un libro consistente y al parecer hermoso. Quizás sea el último libro que escribo. En todo caso, sí es el último que he publicado.

La historia de don Mariano Moreno

También se cuela entre las novedades, lo último que ha escrito Ángel Taravillo, esta vez relativo a un familiar suyo, sacerdote por más señas, pero con una biografía abultada y nutrida, emocionante además. Como todas las biografías que atravesaron la Guerra Civil española, o fueron atravesadas por ella. Esta biografía novelada que el autor alcarreño titula “Mariano, el buen pastor”, estará también en los stands de la Feria del Libro, y su autor firmando podrá ser visto en distintas ocasiones. Las que sus lectores, que son numerosos, podrán charlar con él, y arrancarle algún otro secreto más de la vida de ese personaje al que algunos aún recuerdan dinámico y optimista, trabajador y mítico, salido de un antiguo mundo del que solo quedan sombras, y mal definidas.

Más de escudos

En la ronda de presentaciones de esta Feria, en la que se no va a parar ni un minuto en dar a conocer obras, autores y propuestas, me colaré con un libro que he sacado hace muy poco, y que quiero enseñar y explicar a mis lectores. De viva voz, con imágenes en directo, con firma de ejemplares, y con esa modesta confraternidad que se establece entre el autor y su [más o menos] docena de lectores. Que ahora son más ellas que ellos. Así saldrá a respirar sus páginas mi penúltima obra “Escudos y blasones de la provincia de Guadalajara”, con cientos de ejemplos sistematizados de las insignias talladas o pintadas que por nuestra tierra quedan parlantes de un tiempo remoto, el de las armerías, las piedras labradas y los cuarteles de plata y oro.