En el centenario de Velázquez Bosco

En el centenario de Velázquez Bosco

viernes, 26 mayo 2023 0 Por Herrera Casado

En escasas fechas se cumplirá el centenario de la muerte de uno de los mejores arquitectos que ha tenido España en toda su historia, y que aún siendo castellano, y de Burgos, dejó en Guadalajara una huella indeleble. Por ejemplo, el Panteón de la Duquesa de Sevillano lleva su firma, entre otras muchas cosas de nuestra tierra.

Es singular la figura de Ricardo Velázquez Bosco, porque su dinámica y polifacética actividad asentó desde el estudio (se hizo especialista en arquitectura árabe andalusí) y se concretó en la construcción, de elementos principales y llamativos en Madrid, Guadalajara, Pamplona, etc.

Unas pinceladas sobre Velázquez Bosco

Entre los promotores del patrimonio artístico de Guadalajara, debemos siempre referenciar la figura de Ricardo Velázquez Bosco como un genio de la arquitectura que, desde su postura del “eclecticismo enfático”, como se ha calificado a su obra, y que no es otra cosa que un historicismo cuajado de referencias y guiños a la esencia de la arquitectura hispánica de todos los tiempos, en sus obras pueden leerse pasajes de la historia, y aún de la poesía, o la pintura, que árabes y cristianos, judíos y mudéjares han dejado sobre el suelo patrio.

La figura de Velázquez como uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XIX y aun de todos los tiempos, ha sido contrastada por numerosos tratadistas del arte hispano. De toda su obra, es la Fundación “San Diego de Alcalá” (hoy de Religiosas Adoratrices) y el anejo Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo sin duda la más monumental y grandiosa, la más estudiada y medida.

Nació este profesional y artista en Burgos, en 1843, demostrando desde muy joven gran afición a la arqueología, a la historia, a los monumentos. Ayudante con arquitectos y catedráticos, a los 32 años de edad, ya viviendo en Madrid, decidió cursar la carrera de Arquitectura, acabándola en 1879, consiguiendo en 1881 por oposición la cátedra de «Dibujo de Conjuntos e Historia de la Arquitectura». 

Enseguida recibió una serie de encargos, sobre los que trabajó en cuerpo y alma, obteniendo maravillosos, deslumbrantes resultados. Entre 1883 y 1888 construyó la Escuela de Minas de Madrid, hizo la restauración de la Mezquita de Córdoba, el palacio de Velázquez en el Retiro madrileño, y el Palacio de Cristal en el mismo lugar. Más adelante construiría el Ministerio de Fomento, en Atocha, y luego el Colegio de Sordomudos en el paseo de la Castellana. Fue considerado progresivamente como un autor sumamente novedoso, atrevido, imaginativo, plenamente identificado con el pujante momento socio‑económico de la Restauración borbónica. Cada año más famoso, recibió encargos de todas partes, pudiendo atender tan sólo al Estado y a gentes de tanto poder económico como la Condesa de la Vega del Pozo, que le trajo a Guadalajara donde desarrolló una labor constructiva de las que hacen época.

Velázquez Bosco fue el constructor del conjunto de las Adoratrices en Guadalajara, incluido el Panteón de la Duquesa, y la iglesia de Santa María Micaela.

Aquí reformó, por encargo de esta señora, su palacio residencial en el centro de la ciudad (actual Colegio de Maristas) y su oratorio de San Sebastián. Luego comenzó a planificar y dirigir las obras de la Fundación piadosa o Asilo de Pobres, y del Panteón donde doña María Diega Desmaissières quería enterrar a su padre, y finalmente le sirvió a ella de mausoleo. Este conjunto, construido entre 1877 y 1916, es sin duda la obra capital del arquitecto Velázquez. Además levantó, poco después, todo el conjunto rural del poblado de Miraflores, con su caserón central, su palomar, su capilla, y sus casas de residencia y almacenes. Un gracioso conjunto, hoy semiabandonado.

Velázquez Bosco en Guadalajara

Buena parte de la prestancia arquitectónica de Guadalajara es debida al trazo inteligente y la visión artística de Ricardo Velázquez Bosco, un arquitecto que puso en nuestra ciudad la mejor expresión de su genialidad. Aquí se ocupó Velázquez de algunas restauraciones: en concreto la de la capilla de Luis de Lucena, a instancias del primer ministro Conde de Romanones, quien en 1914 se preocupó de este edificio declarándole Monumento Nacional y rescatándole de una inminente ruina. También hizo, en 1902, y por encargo del Ministro de Fomento Conde de Romanones, la restauración del antiguo palacio de don Antonio de Mendoza y Convento de la Piedad, para ser acondicionado como Instituto de Enseñanza Media. En él amplió con una nave que hoy corre a todo lo largo de la calle del cronista Juan Catalina las dependencias destinadas a Instituto, modificando la fachada del antiguo palacio quitándola el frontón triangular e insertando en su lugar un balcón sin gracia. Puso en la planta baja del patio un gran zócalo de azulejería sevillana, lo mismo que en la escalera principal. Se ocupó además, a principios del siglo XX, de mejorar y adecentar la fachada y entorno del palacio del Infantado, colocando una gran verja de hierro delante del mismo, y rehaciendo los edificios que por poniente y norte le bordean.

Uno de sus mayores estudiosos ha sido el profesor Baldellou Santolaria, que se encargó de dirigir la exposición/catálogo que hace unos años se le dedicó en Madrid, cuando el 150 aniversario de su nacimiento, y que también dirigió un grupo de jóvenes arquitectos que hace años elaboraron unas acuarelas (planos, alzados y secciones) del panteón y fundación, que por parte del Colegio de Arquitectos de Guadalajara fueron editadas y hoy se encuentran distribuidas por múltiples lugares de la ciudad. Él enfatizó, especialmente, las características sublimes y mágicas de la disposición de los edificios en este conjunto guadalajareño, insistiendo en el sentido sagrado de la construcción y de su orientación, que hasta ahora aparecía realmente paradójica, expresando su creencia de que todo en ese conjunto está puesto con un sentido simbólico, tanto la falta de axialidad uniforme, con visiones en escorzo y perspectivas variadas de los diversos elementos, como el hecho de orientar al norte la puerta del templo (el de la tía de la fundadora, hoy parroquia de Santa María Micaela, de la que acompaño fotografía interior) y por supuesto los cambios de orientación de comitiva fúnebre y altares de la iglesia y la cripta (que también pueden entenderse mirando el plano que elaboré en su día y que adjunto).

Murió en 1923. Su huella genial quedó entre nosotros, y hoy puede Guadalajara enorgullecerse de contar con la obra mejor de este mago de la arquitectura finisecular. El Ayuntamiento que presidió Antonio Román le dedicó una calle hace unos años, con todo merecimiento.