Leyendo ermitas, de todos los tamaños

Leyendo ermitas, de todos los tamaños

viernes, 12 mayo 2023 0 Por Herrera Casado

Cuando hablamos de patrimonio, no se puede olvidar esos edificios que, en esencia simples, aunque concitando siempre querencias y evocaciones, pueblan el paisaje de la provincia en las afueras de los pueblos, en medio de los calvijares o las hondas hoces de sus ríos fríos. Son las ermitas, de las que cabe aquí decir algunas líneas a propósito de las mejores, de las más conocidas, o de aquellas tan minúsculas que casi han desaparecido.

Las ermitas extraordinarias

Comenzaría esta relación con la de Santa Coloma, junto a Albendiego. Una joya del arte románico, de la que decía Gaya Nuño que “hay que recorrer cientos de kilómetros, atravesando Europa, para encontrar un edificio y un lugar semejante”. Se ha escrito mucho sobre ella, sobre el significado esotérico y templario de las filigranas de sus ventanales. Y se ha ponderado el lugar en que se halla, junto al río del Manadero, entre arboledas, con la solemnidad de su nave única y sus tres ábsides cuajados de capiteles que representan vegetales, en un silencio que procede de la entraña del Medievo.
Seguiría con la dedicada a la Virgen de la Esperanza en Gualda. Antiguamente estuvo en la ribera del Tajo, entre arboledas, pero al construirse la presa de Entrepeñas y tener la certeza de su futura inundación, la Confederación de Aguas del Tajo la desmontó entera, y la volvió a construir en un altozano. Se sabe que su arquitecto constructor fue Pedro de Villa Monchalián, y presenta un solemne aparataje arquitectónico barroco, con fachada grandiosa, e interior muy relevante y luminoso. En el entorno se le construyó un palacete al obispo de turno, hoy abandonado y vandalizado, y desde su entorno se contemplan vistas espléndidas del embalse de Entrepeñas sobre el Tajo, y de los bosques de pino que la rodean.
La ermita dedicada a Nuestra Señora del Peral de la Dulzura, en término de Budia fue lugar que centraba un pueblo, y por eso aún dentro de ella se conservan restos de arquitectura románica. Pero la construcción actual, barroca del XVII, es de grandiosos contornos. En su interior se almacenaron ricos donativos, altares de plata y esculturas del Siglo de Oro, todo llevado a la parroquia. Allí se concentra el pueblo entero, el 8 de septiembre, en solemne romería, y allí se encuentra, en días de silencio, la paz que le falta al mundo, toda concentrada.
Espectacular, más que otra cosa, y digna de admiración, es la ermita dedicada al Santo Alto Rey, en término de Bustares. Tiene su aquel esta ermita, porque está erigida en lo más alto de la montaña, de agudos perfiles, que con ese mismo nombre separa los valles del Bornova y el Sorbe. A una altura de 1.858 metros, cubierta de nieve durante el invierno, el altar del Cristo se alza sobre la más aguda y elevada roca de la montaña. Evidencia de santuario dedicado a Cristo, y en altura.
Y ya es Milmarcos, en la frontera aragonesa del Señorío de Molina, la población que luce espléndida ermita, dedicada en este caso a Jesús Nazareno. Obra barroca, de arquitectura solemne, interior pintado y con una efigie de Jesucristo en sufrimiento morado, fue mandada construir en 1747 por don Pascual Herreros. Es de planta rectangular, con nave única de varios tramos y portada sencilla orientada a levante. El presbiterio es circular, rematado en una gran bóveda semiesférica cuajada de adornos barrocos, mascarones, pinturas y acaba el exorno de sus muros con diversos altares, todos barrocos, entre los que destaca el central, con la figura de Cristo Nazareno.
De extraordinarias ermitas quedan aún varios ejemplos, que solo puedo nombrar, pero que todas juntas merecerían un libro nuevo, algo que las singularice, las describa y las dé vida perenne. Así recuerdo la dedicada a la Santa Cara de Dios, en Sacedón, que es templo barroco completo, con su nave, su cúpula central de media naranja, sus avalorios rococós insertos en los muros, y en especial el retablo en el que se recoge la memoria de un extraordinario milagro, como fue la aparición de la Cara de Dios sobre un muro tras una puñalada.
El santuario de Nuestra Señora la Virgen de la Salud de Barbatona es otro de esos lugares que deben figurar entre los templos señeros con categoría de ermita. Lugar de aparición, de culto luego, de romerías y peregrinaciones siempre, y de depósito de recuerdos agradecidos, de exvotos y claves de la devoción acendrada.
O ya por acabar, y no acabar nunca, la ermita dedicada a San Sebastián en el alto de Mondéjar, que es hoy además museo de grupos de la Pasión en cartón piedra, a los que llaman “judíos” sin tener de ellos más que la antigüedad y el pasmo. O el Cristo de Jadraque, que tuvo siempre veneración y atento cuidado de sus vecinos, talla barroca en templo solemne. Acabando este recuerdo urgente en El Casar, con su Calvario puesto al extremo de la meseta, dando vista al ancho valle del Jarama, y ofreciendo una inédita imagen de ermita abierta, sin techumbre en origen, con tan solo sus muros de arcadas abiertas dando visión al calvario tallado en piedra de su interior devoto.

Las ermitas desaparecidas

De algunas ermitas queda solo la memoria, algún grabado o vieja foto, recuerdos de mayores, sueños… podría recordar aquí a la ermita de la Virgen del Amparo, en Guadalajara capital, que estuvo en el alto de la cuesta que hoy es calle que la evoca, de las más céntricas. Estuvo en un descampado frente a lo que fue luego Prisión Provincial. Capitaneaba un barrio y era obligada parada de caminantes que salían hacia la Alcarria.
Hubo otra ermita en Tendilla a la que llamaron de Santa Ana, que recogió la devoción de la comarca, y de la que solo queda la talla de su santa titular, ahora en un Museo de Valencia. En esa ermita, que estaba en un altozano sobre la villa, el primer conde don Íñigo López de Mendoza decidió construir un hospitalillo, y más tarde donársela a los jerónimos de Lupiana, que de inmediato decidieron, tras derruirla, construir un monasterio de su orden en el mismo lugar y sobre sus ruinas.
En Sigüenza ya desapareció la ermita de la Guardera, que se alzaba en un alto sobre el valle que media entre la ciudad y la aldea de Pelegrina, en el camino de los obispos. Se alzaba esta ermita, de la que nada queda, junto a los restos de una antigua población o villa romana, de la que se han hallado algunos objetos, como la Minerva de La Barenosa que hoy es pieza de asombro en el Museo Arqueológico Nacional.
En Illana pude aún ver, y fotografiar entera, la ermita de San Juan, que perteneció a los caballeros calatravos, más concretamente a la encomienda de Vállaga, y en la que las gentes del término acudían en romerías. Hace pocos años se derribó entera, para aclarar caminos. Y en lo alto de Bujalcayado, otra zona que fue salinera y está en el eje de la depresión y el vaciamiento poblacional de la España del Silencio, estuvo la ermita [que algunos llamaron santuario] de San Bartolomé, que tenía restos románicos, algunas tallas viejas, una fuente sanadora en su interior, y mucha devoción en los alrededores. Se cayó, se la comió la vegetación, desapareció, en suma. Como tantas y tantas…