Moshé ben Sem Tob también es patrimonio de Guadalajara
Una de las características sociológicas de la ciudad de Guadalajara durante toda la Edad Media, fue la convivencia fraternal entre las “tres culturas”, la cristiana, la judía, y la mahometana, dando pruebas de una madurez social que no se ha conseguido recuperar ni en tiempos más modernos.
En las estatuas/bustos que en el mandato de Bris Gallego el Ayuntamiento colocó en el paseo de las Cruces, queda muy bien reflejada esa confraternidad, pues la primera de las imágenes está dedicada a Izrak ibn Muntil, fundador de la primera Wad-al-Hayara musulmana, Y la siguientes es para Minaya Álvar Fáñez, pariente del Cid, y neto representante de la cultura cristiana dominante en la época. La tercera va dedicada a un rabino famoso, filósofo y alentador de la cultura y el pensamiento hebraico, nacido en nuestra ciudad, y aquí residente largos años: es Mosé Ben Sem Tob de León, de quien hoy me ocupo superficialmente, al menos para incorporarlo a la larga y honrosa nómina de personajes que han cuajado, con sus vida y obras, en el patrimonio cultural de Guadalajara.
En Guadalajara existió, tras la Reconquista, una importante judería o comunidad hebraica, con sus sinagogas, y toda la estructura social y religiosa que comporta esa antigua y milenaria cultura. Dedicado el numeroso grupo de sus ciudadanos a la actividad comercial y artesana, también hubo destacados sujetos inscritos en el mundo de la intelectualidad, de la medicina y de otras artes liberales y que llegaron a ser muy apreciados por los monarcas y protegidos por éstos. Precisamente en los textos de los fueros municipales arriacenses ya aparecen rasgos nítidos de la importancia de los judíos en la ciudad. Así vemos que en el «Fuero Corto» de Guadalajara, otorgado por Alfonso VI en 1133, se leen algunas disposiciones favorables a «moros y judíos» equiparándoles en cierto modo con los cristianos. Y especialmente en el Fuero de Zorita, inspirado en el de Cuenca, se llega a admitir la práctica de juicios mixtos con jueces de ambas culturas para dirimir pleitos entre cristianos y judíos.
De la importancia que la presencia judía tuvo en Guadalajara, cabe destacar la publicación titulada «Las juderías medievales en la provincia de Guadalajara «, firmada por Francisco Cantera Burgos y Carlos Carrete Parrondo, en la que se testimonia la existencia de juderías en lugares como Sigüenza, Jadraque, Humanes, Baides o Cabanillas del Campo (lugar en el que, por cierto, las «Relaciones Topográficas de Felipe II» atribuyen su nombre a «unas cabañas que, para sus fiestas, tenían los judíos de Guadalajara»). Pudiendo añadirse lugares como Zorita (según lo demuestra nítidamente su Fuero), Hita, Brihuega y, por supuesto, la propia ciudad de Guadalajara.
Judíos en Guadalajara
Hay dos zonas de Guadalajara donde pueden concretarse la existencia de población judía: en los aledaños de la actual Estación de Autobuses, estuvo el llamado Castil de Judíos, lugar donde los de esta religión enterraban a sus muertos. De hecho, en los inicios de la construcción del nuevo Campus Universitario de Alcalá, que ahora se realiza, han aparecido multitud de cavidades mortuorias de aquella época. Mientras que la judería viva, el lugar de habitación y negocios, se establecía en torno a la iglesia actual de Santiago (lo que era la colación de San Andrés, cuya parroquia se hallaba enfrente) abarcando las actuales calles de Benito Hernando (que sería la calle mayor de los judíos), Ingeniero Mariño, Teniente Figueroa, y Mayor Baja (ahora Miguel Fluiters). En esa zona queda una calle con el nombre de calle de la Sinagoga, en recuerdo de una que allí debía haber, así como otra, llamada “de los toledanos” que se ubicaba en la actual cuesta de Calderón.
Esa convivencia pacífica que se desarrolló en nuestra ciudad entre los siglos VIII a finales del XV, sería protagonizada a través de la sociedad judía por sus rasgos económicos, sociales y culturales. Cabe recordar ahora el trabajo de José Enrique Ávila Palet, titulado «Algunos judíos de renombre en la Guadalajara medieval», presentado como comunicación al «I Encuentro de Historiadores del Valle del Henares», en noviembre de 1988 y publicado en las Actas correspondientes. El referido autor expone, con amplitud de datos, la memoria de figuras como Abocar, y la familia de los Arragel, uno de cuyos miembros, Mosé Arragel realizó una traducción al castellano de la Biblia hebrea, y otro de los cuales, Salomón Arraxel, figura como uno de los expulsados de España a finales del siglo XV. También las familias de los Camanon, los Benviste, los Matud, tan importantes que poseían una sinagoga titulada como «la vieja «. Puedo aquí volver a recordar mi apreciación sobre el tema, que traté más ampliamente en mi “Historia de Guadalajara”, donde decía que Guadalajara en los siglos XIII y XIV fue «centro de la mística judía en Sefarad (el nombre hebreo de España)».
Mosé ben Sem Tob de León
Y es en esa sociedad, culta y benemérita, que aparece el nombre de Mosé Ben Sem Tob de León, el personaje que hoy glosamos. Su figura ha sido bien tratada por varios estudiosos de la llamada Cábala (la filosofía oculta de los hebreos), y por algunos historiadores de nuestra provincia, debiendo destacar en este sentido otra comunicación al congreso anteriormente citado, e igualmente publicada en sus Actas, debida a Emilio Cuenca Ruiz y Margarita del Olmo Ruiz y titulada «Mosé Ben Sem Tob de León, autor del «Zohar», ilustre vecino de Guadalajara en el siglo XIII». Estos autores consideran que Moisés nacería en Guadalajara hacia 1240 permaneciendo residente entre nosotros toda su vida, y escribiendo aquí, en su morada, su principal obra, el «Zohar» o «Libro del Esplendor» considerada la obra clave de la ciencia cabalística.
La Cábala, aunque es un término que preludia misterios, y para muchos constituye una ciencia cósmica difícil de entender, viene a describirse como un conjunto de doctrinas místicas y prácticas esotéricas para la interpretación de la Sagrada Escritura.
Aparece este término ya en el siglo XI, aunque la tradición hebrea dice que Dios Tahvé se la reveló a una Escuela Teosófica formada por ángeles en el paraíso y, a través de ellos, a Adan, Noé, Abraham, Moisés, etc. Sería este último quien iniciaría en su conocimiento a setenta ancianos, siempre de forma oral, llegando a David y Salomón sin que nadie se atreviera a dejarla manifiesta por escrito, hasta que, en la época de Tito, el Rabí Simón Ben Jochai lo haría en una caverna, donde permanecería toda su vida, constituyendo así un conjunto de manuscritos que desde entonces llevaron el nombre de «Zohar» o ”Libro de los Esplendores”.
Aunque nadie llegó a ver nunca (hablamos del primer siglo de nuestra Era) aquella manifestación escrita de ben Jochai, sería nuestro paisano Mosé ben Sem Tob quien haría público ese añejo saber en su «Zohar», y lo declararía públicamente en Guadalajara, señalando que escribía esa monumental obra siguiendo el viejo texto hebraico de Simón Ben Jochai.
El tema despertó, como es lógico, un enorme interés en el mundo intelectual judío: los autores del trabajo mencionado citan que uno de los más importantes rabíes, Yitzchakde Acco, viajó a España para exigir a Mosé ben Sem Tob que le mostarse el manuscrito original, cosa que no puedo hacer por sobrevenirle antes la muerte, negando su viuda la existencia del citado manuscrito original.
Al “Zohar” deMosé ben Sem Tob se le considera como la tercera de las obras supremas del judaísmo, tras la Biblia y el Talmúd. Su importancia capital en el mundo hebreo, le ha llevado a ser traducido a múltiples idiomas, entre al castellano.
A finales del siglo XV, tras la Reconquista de Al Andalus por los monarcas Isabel (de Castilla) y Fernando (de Aragón), y por el influjo de clérigos y políticos con intereses económicos, en 1492 se promulgó el Edicto de Expulsión de los judíos de España. No hay estudios concretos sobre la cantidad de ellos que salieron de Guadalajara. Junto con el resto de judíos españoles dieron lugar al grupo de “judíos exiliados” que se denominan -hoy todavía- sefardíes o sefarditas, por proceder de Sefarad, la España de aquellos días. Deprisa y corriendo tuvieron que vender sus propiedades, sus casas, sus negocios… momento en el que algunos cristianos de la ciudad aprovecharon para comprar a bajo precio solares y elementos que fraguaron luego nuevas riquezas. Uno de ellos fue don Antonio de Mendoza, caballero y hermano del duque del Infantado, que levantaría su magnífico palacio renacentista en lo que fue antes el corazón mismo de la judería arriacense.
Estas memorias, estos personajes, estas vicisitudes, forman sin duda un núcleo denso de recuerdos, y de sustancias históricas, que afianzan y dan consistencia al patrimonio cultural de Guadalajara, cuyas huellas seguimos analizando.