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febrero, 2018:

Curiosidades históricas de Tomellosa

Tomellosa en la AlcarriaDías pasados me ha llegado a las manos una obra que conjuga amenidad y documentación, perfiles tradicionales y curosidades alcarreñas. Es el libro sobre Tomellosa que ha escrito Juan Manuel Abascal Colmenero, quien mantiene su vigor intelectual y su claridad de ideas a pesar de los años.

La figura de Juan Manuel Abascal Colmenero, de profesión veterinario, de actividad funcionario en la Agencia de Extensión Agraria, y de cordialidad extrema y asegurada en lo personal y vital, no ha sido suficientemente valorada entre nosotros. Es justo que aquí, antes de hablar de su libro, lo haga hoy con motivo de su edición. Porque Abascal es ejemplo de alcarreñismo militante, manteniendo su vivienda en el pueblo donde nació, acudiendo siempre que puede a ella, participando en las actividades de la villa, e indagando continuamente en el archivo municipal, en toda la bibliografía a su alcance, preguntando y recordando…

Seguramente él no querrá que se hable ampliamente de su figura. No lo voy a hacer. Pero sí de su obra, que le refleja, y que por sí misma es extraordinaria. Porque el mimo, el detalle y la puntualidad con que trata las cosas de Tomellosa, son un verdadero espectáculo.

Podría decirse que este “Tomellosa. Curiosidades históricas” es la segunda entrega del autor sobre su pueblo natal. Si la primera (“Tomellosa a la luz de su archivo”) publicada en 2005 fue entretenida y reveladora, esta es –me atrevo a decir- aún más interesante, porque lejos de tratar temas de siglos antiguos, lejanos a nuestros intereses y curiosidades actuales, se centra en la vida en el pueblo durante el siglo XX. Y de ahí surgen setenta temas, constituidos en capítulos, que no dejarán indiferente a ningún lector. Porque narrados con un lenguaje llano y directo, con apuntes y datos sacados de los más directos orígenes (libros de actas, periódicos, recuerdos vivos de los vecinos…) nos aproximan a la realidad de Tomellosa (y, por extensión, de cualquier pueblo de la Alcarria) durante este siglo que hemos dejado atrás.

Son tan variados los temas que trata Abascal en esta obra (profusamente ilustrada con imágenes del pueblo, de su patrimonio artístico, de sus edificios, calles, campos y acontecimientos) que parece no tener fin nunca. Algunos de ellos, podrán dar idea de la generalidad de la obra: trata de la Farmacia que hacia 1917 existía en el pueblo, así como de los temas médicos, asistencias profesionales, enfermedades, modos de curarlas, etc. en la época. Un personaje al que trata ampliamente el autor es “Don Faustino” porque así se le conoció en Tomellosa durante toda su vida. Don Faustino (Abascal García) resulta ser el padre del autor. Alcanzó una vida larga y prolífica, pues murió a los 98 años. Y fue –fundamentalmente, como profesión- veterinario del pueblo. Pero en realidad fue el alma de la localidad durante muchas décadas, pues además de su actividad comunitaria en cargos concejiles, se dedicó a la agricultura, a los montes, a la enseñanza, y a la promoción de los adelantos en el pueblo.

Otros muchos nombres aparecen en este libro. Así por ejemplo el de don Felipe Martínez Colmenero, que llegó a comprar en 1896 el monte de propios denominado “El Rebollar” por el que pagó al Concejo la cantidad de 2.055 pesetas. O el de Felipe Expósito León, soldado heroico en Africa. Además trata temas sobre calles del pueblo, sus nombres, sus orígenes; sobre el edificio del Ayuntamiento, que alcanzó a ser calificado de Bien de Interés Cultural regional, y luego recibió una reforma completa; sobre la sanidad en el pueblo, sobre la vivienda rural, sus usos, sus materiales, la construcción, los molinos, los candiles…

Elementos claves de la vida en los pueblos alcarreños eran el vino, el aceite,m la matanza… y de todos ellos nos da Abascal cumplida noticia de lo que pasaba en Tomellosa: larecogida, elaboración, operaciones, bodegas… todo lo referente al vino desapareció con la plaga de filoxera a principios del siglo XX. Sobre el aceite, nos muestra las ruinas ahora del molino aceitero en la parte baja del pueblo, y nos pone muchas fotos del arco de 1776, de los capachos, de los molones… A la matanza le dedica el típico encuadre, y nos cuenta el ritual, de cómo se vivía todo el año, el cerdo, con la familia, aunque el animal en la corte delantera, y en llegando San Andrés, y alcanzando los 100-150 kilos… a por él.

Hay un capítulo largo dedicado a los frailes tomelloseros. Pone muchos nombres, y vemos que el más antiguo de quien se tiene noticia es fray Hernando de Tomellosa, quien en 1581 se hizo jerónimo en Lupiana. También en 1710 dos hermanos, fray Juan de Tomellosa el uno, y fray Joseph de Tomellosa el otro, se fueron, respectivamente, a El Escorial y a Lupiana. Hubo también algunos franciscanos, capuchinos, trinitarios, carmelitas, mercedarios… pero sobre todo los hijos de Tomellosa se hacía jerónimos.

Curioso también el camino que el edificio del Ayuntamiento (que es sin duda la joya patrimonial del pueblo) ha seguido hasta verse convertido en “Bien de Interés Cultural”. En junio de 2002 la Junta de Comunidades le dio tal categoría, lo que permitió arreglarle y componerle como hoy le vemos. Una preciosidad. el autor no olvida mencionar la visita que bastantes años antes le hizo el académico de Bellas, arquitecto Luis Cervera Vera, quien se movió lo suyo para conseguir este nombramiento.

Más de monumentos: en estas “curiosidades históricas de Tomellosa” no faltan alusiones amplias a la iglesia, a la ermita de Nuestra Señora de la Vega, al molino aceitero, a la casa curato de la calle de las Parras, donde se guardaban los diezmos del aceite y el “pontifical” o impuestos eclesiásticos. Alusión repetida al edificio concejil, que tiene ya sus recién cumplidos 400 años, pues se sabe que fue levantado entre 1615 y 1620.

Finalmente, no quiero olvidarme de destacar la revisión que Abascal hace de un escribano llamado Nicolás Alcaide, quien mediado el siglo XVIII se constituyó en leyenda, y de esa manera le trata el cronista Antonio Pareja Serrada en su libro “Leyendas y tradiciones alcarreñas”. Aunque ahí le tratan como “El escribano de Berninches”, y cuentan lo mal que se portó con sus gentes, hasta que una noche, y en revolución parecida a la de Fuenteovujana, no se sabe quien pero sí todos aplaudiendo, le mataron y acabaron con sus crueldades. Ese escribano de tan mal carácter era de Tomellosa, y Abascal encuentra y nos relata papeles y anécdotas añadidas del personajes.

Al final aparecen, además de la relación y descripción de los objetos de culto de la parroquia, una serie de apéndices documentales, que se centran también en lo curioso, en lo simpático. Unos vienen en imagen, y otros en texto. Entre ellos aparece una curiosa relación de Alcaldes de Tomellosa, desde 1579 a 2017.

No me queda espacio para seguir simplemente enurmerando los temas que trata el autor. Pero sí debe decirse que este “Tomellosa. Curiosidades históricas” es un verdadero ejemplo a seguir por otros pueblos y por otros escritores que aman y respetan sus orígenes, y en ellos encuentran razones para vivir el presente, y mejorarlo. De lectura fácil, te capta desde el primer momento, y no se puede dejar de leer hasta llegar al final. Documentación impecable, fotos estupendas… en fin, una joyita bibliográfica que sobre la Alcarria se nos entra por los ojos y las entretelas.

Datos concretos de este libro 

Abascal Colmenero, Juan Manuel: “Tomellosa. Curiosidades históricas”. Aache Ediciones. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 102. 224 páginas, 91 ilustraciones. Tamaño 13,5 x 21 cms. ISBN 978-84-17022-46-4. P.V.P.: 18 €.

 

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La década prodigiosa de la arquitectura de Guadalajara: 1910-1920

Edificio de Correos y Telegrafos de GuadalajaraAsí la denomina el historiador de la arquitectura, don Javier Solano en su libro sobre “Guadalajara, memoria de la ciudad”. La época que media entre 1910 y 1920 es quizás la más productiva del siglo en cuanto a la edificiación de nuevas arquitecturas, tanto casas de viviendas particulares como edificios institucionales. La recordamos aquí, someramente, con motivo del centenario del edificio principal de Correos.

En esos años, precisamente, de 1910 a 1920, un alcarreño asimilado, don Alvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones, es el líder indiscutible de la política española. Ministro de varias carteras, entre 1911 y 1913 es Presidente del Consejo de Ministros, aunque de un modo u otro en esa década él es quien decide todo lo que ocurre en la política española. Años muy difíciles, con el anarquismo dando la vara por todas partes, con una Guerra Europea de la que él consigue dejar España al margen, no estorbaría llamarla también “la década romanonista”.

De esa influencia, de ese poder que emana del siempre diputado por Guadalajara, don Alvaro, le llegan a la ciudad y provincia muchos beneficios, sin duda. Y bastante riqueza. que se va a plasmar, en la capital, en la construcción de numerosos edificios.

Ahora que nos movemos en el Centenario de aquella época, no estará de mas recordar algunos.

El primero, sin duda, el edificio principal de Correos y Telégrafos, que se decide construir en la parte baja de la calle de Santa Clara, en un solar que precisamente el Estado ha de comprarle al presidente del Consejo, el señor Conde, pues más o menos media docena de años antes él se lo había comprado a las monjas, que se lo cedieron entero.

El edificio de Correos

Se decidió su construcción en la época en que el Conde de Romanones era presidente del Consejo de Ministros, con S.M. Alfonso XIII como Jefe del Estado. Optó este gobierno romanonista por la construcción de sedes para Correos y Telégrafos en casi todas las capitales de provincia que aún no las tenían. Algunos ejemplos han quedado, fastuosos, de aquella época, como el de Zaragoza, el de Geron, etc.

En Guadalajara, en 1917, se le encargó que construyera ese edificio al arquitecto de relieve don Luis Sainz de los Terreros, en un solar que había pertenecido al antiguo convento de Santa Clara y que por entonces, (oh, casualidad) era propiedad de don Alvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones.

El arquitecto diseñó un estupendo edificio en el estilo ecléctico que se llevaba entonces: con una mezcla en la ornamentación exterior entre el mudéjar clásico y el manierismo postrenacentista. Cuatro fachadas (dos exteriores y dos interiores), y una de ellas principal a la calle de Santa Clara (luego de Teniente Figueroa, en homenaje al joven de 22 años, y tercer hijo del Conde de Romanones, José de Figueroa y Alonso-Martínez, muerto en acción de guerra, en Tetuán, el 20 de octubre de 1920 ).

El edificio, del que ahora se cumple el centenario de su construcción, tiene un marcado acento ecléctico, y puede considerarse una de las joyas del neomudéjar en Castilla. Dedicado en su planta baja a oficinas públicas, la primera a oficinas de administración, y la tercera a viviendas de los altos funcionarios, lo que destaca es sobre todo la fachada principal, con esa torreta y un bloque que conjunta un pequeño repertorio de ménsulas, estípites, volutas, frontones, jarrones y balaustres de diverso género acumulativo aunque no contradictorio.

Este edificio es muy bien estudiado por Miguel Baldellou en su libro “Tradición y cambio en la arquitectura de Guadalajara (1850-1936)” , en su página 85, y ahora por Antonio Miguel Trallero en su reciente publicación “Mudéjar, pervivencia del mudejar y neomudéjar en la arquitectura de la ciudad de Guadalajara” en sus páginas 237-240.

Una lástima que en estos momentos esté cerrado y vacío de toda función y utilidad. Los edificios clásicos, como este de Correos de Guadalajara, como no tengan un uso diario y continuado, se deterioran y al final empieza a ser más problemática y más costosa su restauración que su mantenimiento

(Estas palabras, escritas hace diez días, han resultado fatalmente proféticas: la semana pasada se derrumbó una parte de la cornisa de la torre central del edificio. Por ahí se empieza).

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Otros edificios de la década prodigiosa

Aunque esta década (1910-1920) es la del Modernismo pleno, la de las grandes actuaciones de Gaudí y seguidores, en Guadalajara se construye mucho, pero en todo ajeno a ese movimiento internacional.

De hace exactamente un siglo son tres de los notables edificios guadalajareños que ahora rememoramos. Uno el de Correos, ya comentado. Otro el edificio conocido por Banco Español de Crédito, esquina de calle Mayor con Calle Luis de Lucena. Una obra del arquitecto Pedro Cabello con singularidades eclécticas.

Y el tercero el edificio de la la calle Topete 2, esquina entre Calle Mayor Alta y Calle Topete, destinado originalmente a viviendas burguesas, y luego a sede del Banco Hispano Americano, diseñado por el arquitecto José Granada. Los tres son de 1918, año en que debía dar gusto pasear la calle principal de Guadalajara, porque en ella se palpaba una efervescencia constructiva, y un progreso innegable.

El inicio del siglo había visto la transformación de la Plaza Mayor, de ser una plazuela tradicional, a vestirse con las galas de un nuevo Ayuntamiento, diseñado por Vázquez Figueroa, con la dirección y reformas posteriores de Benito Ramón Cura.

La década de 1910 se había inaugurado con el proyecto del Ateneo Instructivo del Obrero, también de Benito Ramón Cura, en 1911, añadiéndose en 1912 el proyecto de un Frontón al aire libre en el paseo de San Roque, firmado por Vázquez Figueroa. Ninguna de esos grandes obras llegaron a consumarse. Aunque fueron acicate para que varios promotores se animaran a levantar edificios en lo que por entonces era único vial merecedor de atención de la ciudad: su calle mayor.

No puedo dejar de recordar aquí a mi abuelo, Antonio Casado Arenas, de estudios artísticos en su inicio (era un gran dibujante) pero enseguida volcado a la producción carpintera, metalúrgica y constructiva. En la calle Topete, en el número 5, en una parcela extrema rescatada del antiguo convento exclaustrado de las franciscanas de la Concepción, se construyó un edificio para vivienda y en los bajos talleres, que inició y concluyó a lo largo del año 1916. Era el prototipo de construcción y constructor extraido del nivel de “maestros de obra” que primó durante el siglo XIX, y que en el inicio del XX daba sus estertores, dejando paso a la actuación mayoritaria de los arquitectos.

Será especialmente don Benito Ramón Cura y Olarte, desde su puesto de arquitecto municipal primero y luego arquitecto provincial, quien dinamizó este movimiento. Él sería, además un fiel colaborador del Ricardo Velázquez Bosco en las actuaciones que al eminente arquitecto eclecticista se le encargaron en Guadalajara por parte del Estado y de la alta aristocracia.

Pero fundamentalmente serían diversos arquitectos llegados desde Madrid, quienes pondrían en marcha este movimiento febril, imparable, de renovación total de la Calle Mayor, en esta década.

Podrían repasarse muchos edificios que entonces surgen, a más de los ya reseñados. Por ejemplo el número de 4 de Miguel Fluiters, debido a Vázquez Figueroa. O la Banca Alvira, del arquitecto Luis Ferrero, en la calle Mayor Alta nº 41.

Son especialmente graciosas las soluciones que José Granada le da al edificio de la Calle Madrid nº 22, incluyendo varios adornos modernistas. O lo que este mismo autor hace en la calle Benito Hernando nº 11, realmente bonito. Una pareja de arquitectos, Pedro Cabello Maíz, y Joaquín Fernández Cabello (posiblemente sobrino suyo) actúan habitualmente diseñando y dirigiendo los nuevos edificios que surgen en la calle mayor.

El parón que le supuso a Guadalajara la época de la República, la Guerra, y la Postguerra, forzaron a que su calle mayor quedara casi intacta. Aunque en los años del desarrollismo y los polígonos, a partir de 1960, con una visión municipal de interés por levantar edificios altos, no se llegó a pervertir el perfil de nuestra calle, sí que forzó la caída de algunos edificios clásicos, transformados en esperpentos arquitectónicos que aú nperduran.

Por suerte, la Calle Mayor de Guadalajara es, todavía, de las que menos han sufrido la barbarie urbanística de ciudades más desarrolladas. A falta de algunos retoques (por ejemplo, la solución definitiva del edificio de su esquina a plaza mayor, diez años ya enquistado entre andamios) podría servir de ejemplo como las calles mayores de Alcalá, o de Palencia, de urbanismo tradicional.

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Etapas del arte mudéjar en Guadalajara

Mudejar,pervivencia del mudejar y neomudejar en la arquitectura de la ciudad de Guadalajara y Villaflores por TralleroEn estos días aparece impreso en forma de libro el trabajo que el arquitecto alcarreño Antonio Trallero elaboró en los últimos años, y con el que consiguió ganar, en 2016, el Premio “Layna Serrano” de investigación histórica sobre la provincia de Guadalajara.

El libro es realmente espectacular, y la cantidad de datos, de imágenes, de hallazgos y soluciones es muy grande, hasta el punto de que sin duda puede decirse que este será, en adelante, un libro de referencia del arte patrimonial alcarreño.

En este trabajo completamente redondo que ahora nos llega a las manos se materializa un ansiado título, un tema esperado, una realización impecable… Pero, sobre todo, se centra la atención de quien lo lea en los tres aspectos bien definidos, y analizados a fondo, de los tres momentos en los que el estilo mudéjar ha impregnado la ciudad de Guadalajara a lo largo de los últimos ocho siglos, dando a nuestra tierra un “sello” inconfundible, una marca que deberíamos potenciar más, la del “mudéjar” para todo.

El autor de este trabajo de investigación, que ha conseguido verlo no solo premiado sino publicado, plantea la visión del mudéjar guadalajareño a través de tres etapas muy bien definidas, que son: el mudéjar, la pervivencia del mudéjar, y el neomudéjar. Vamos a analizar brevemente qué son estos tres conceptos, y cuales sean sus edificios o ejemplos más representativos.

El mudéjar

El mudéjar lo define Trallero como “la manifestación cultural de una sociedad plural”. Imposible ser más escueto, y por ello se necesita alguna aclaración más. Como por ejemplo decir que el mudéjar No es arte islámico, que SÍ es arte cristiano, y que se ejerce en un contexto multicultural, en el que los comitentes y mecenas son miembros de la sociedad cristiana, pero los artífices y artistas pertenecen a la sociedad islámica.

Se sabe, por crónicas, documentos y restos hallados, que Guadalajara fue una ciudad eminentemente mudéjar, tanto en sus edificios religiosos como civiles. La densa población islámica que quedó en la ciudad tras el cambio de poder político, tras la Reconquista, se dedicó a la construcción, y así la mayoría de los templos cristianos, como antes lo habían sido los islámicos y judíos, están hechos con las técnicas habituales mudéjares, usando el material de la piedra caliza y el ladrillo como basamenta de todo.

Así ocurre que hubo numerosas iglesia de este estilo, de las que apenas nos han llegado muestras. Una de ellas, y la pongo como ejemplo del mudéjar arriácense, sería la iglesia de San Gil, que fue además la sede de las reuniones del Concejo durante la Edad Media. De ella solo nos queda hoy el muro de lo que fue su ábside, espléndido de arquerías ciegas, y restos representados de sus pinturas y decoraciones interiores.

La iglesia de San Gil ya existía en 1285, por lo que tuvo que construirse a mediados del siglo XIII. Céntrica, poblada, acogió en sus muros y capillas los enterramientos de ilustres ciudadanos. Alguna de sus capillas, como la de la familia Orozco, fue decorada tan ricamente, en estilo mudéjar también, que luego en el siglo XIX el arquitecto Velázquez Bosco, adalid del neomudejarismo, utilizó sus motivos para decorar la capilla de Santa María Micaela.

Este templo de San Gil, ya muy viejo y poco cuidado, ante la amenaza de su derribo fue declarado Monumento Histórico-Artístico en 1924, pero así y todo el Ayuntamiento autorizó su derribo en 1931 (a excepción del ábside, que es lo único que ha quedado, aprisionado hoy entre edificaciones mucho más modernas).

Mudejar, pervivencia del mudejar y neomudejar en Guadalajara

La pervivencia del mudéjar

Se considera que, a partir del siglo XV, finales, (una vez expulsados judíos y moriscos) todo lo que se construye en este estilo es pervivencia del mismo, no original. Sería una imitación de lo antiguo en un tiempo nuevo, una puesta en valor de cánones tradicionales, hispánicos, muy calados en la visión y gusto estético de las gentes.

Creo que el mejor ejemplo para entender lo que es la “pervivencia del mudéjar” que en este libro estudia Trallero es traer a memoria el edificio de la Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, de Luis de Lucena. Erigida hacia 1534, su aspecto exterior es el de una pequeña fortaleza totalmente construida en ladrillo, con sus filigranas y recursos visuales, mientras que el interior es un lugar renacentista pleno, quizás incluso ya algo evolucionado hacia el Manierismo, al menos en la decoración pictórica de sus bóvedas. Y, por supuesto, en el significado que el autor quiso darle (aunque no llegó a explicarlo claramente) y luego otros le hemos dado modernamente. Más que una capilla es un cofre de la Sabiduría, un Arco de Salomón, una Biblioteca también para contener los saberes nuevos.

El Neomudéjar

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, y en el contexto de un amplio eclecticismo arquitectónico, en el que se construye muchísimo en imitación de los estilos antiguos (rehaciéndose las fórmulas medievales, lo románico, lo gótico, lo lombardo, lo bizantino…) surge también la intención de los arquitectos españoles de levantar nuevos edificios en un pleno mudéjar contemporáneo. A nivel de España, recordar por ejemplo las Escuelas Aguirre de Madrid, el Rectorado de la Universidad de Córdoba, el edificio de Correos de Zaragoza (mil etcéteras…).

A nivel Guadalajara, el conjunto de las Adoratrices y Panteón anejo, que el arquitecto burgalés Ricardo Velázquez levanta, a instancias de la duquesa de Sevillano, es uno de los conjuntos eclécticos más importantes del inicio del siglo XX. En él hay elementos lombardos, románicos, renacentistas, y varios istas más. Entre ellos, el nemudéjar que campea por toda la iglesia de Santa María Micaela, aneja al monumento.

Pero el ejemplo de este Neomudéjar en Guadalajara se lo aplicaría yo al conjunto arquitectónico de la Prisión Provincial, de la calle del Amparo.

Trallero lo estudia en profundidad, y nos dice cómo su arquitecto diseñador fue Vicente García Ron, consiguiendo algo espectacular, aunque dentro de las normas dictadas años antes para las sedes de las prisiones provinciales.

Es espectacular en este conjunto la fachada y los hastiales, en los que la estética mudéjar se exhibe potente. Sobre la fachada y acceso se levanta una muralla almenada, y su marcado mudejarismo lo consigue a partir de la fábrica mixta de caliza y ladrillo, y del juego de este ladrillo en cornisas, impostas, almenas, jambas y dinteles. Una expresión clara de neomudéjar, la Prisión Provincial de Guadalajara (que, por cierto, es otro más de ese creciente número de edificios ciudadanos que van entrando en el peligro de su ruina, pérdida y olvido).

Datos concretos de este libro

Antonio Miguel Trallero Sanz: Mudéjar, pervivencia del mudéjar y neomudéjar en la arquitectura de la ciudad de Guadalajara. Excmª Diputación Provincial y Aache Ediciones. Guadalajara, 2017. 320 págs. Tamaño 21 x 30 cms. Cientos de fotografías y planos. Encuadernación en rústica. ISBN: 978-84-92502-62-2.

Es este un libro que va a dejar huella. Se nota con solo tenerlo en la mano, y pasarle rápidamente las hojas. Porque la información que aporta es tan densa, tan sólida, y tan interesante, que cualquiera interesado en el tema del mudéjar en Guadalajara va a ser raptado de inmediato por tantas páginas y tantas imágenes (planos, estampas, fotografías, croquis, alzados…).

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Nueve son las partes en las que el arquitecto Trallero, autor de este magno estudio de historia del arte, divide su libro. La primera es una obligada introducción para dar paso al segundo capítulo, dedicado al medio físico y urbano de la ciudad de Guadalajara. Continúa el tercero con la Arquitectura Religiosa de la Guadalajara medieval, en donde muestra numerosos ejemplos, en conjunto y en detalles, de ese estilo mudéjar que caracterizó de forma intensa la fisonomía artística y arquitectónica de la ciudad del Henares.

El cuarto capítulo está dedicado a la Arquitectura Civil y Militar de la ciudad de Guadalajara, con estudio de murallas, alcázar, palacios, conducciones de agua, puertas, etc. Luego el 5º aspecto está dedicado a la visión de la arquitectura de finales del siglo XV y el siglo XVI, y pasa ya a examinar ese aspecto hasta ahora no visto de forma académica que es la “Pervivencia Mudéjar”, en un momento, largo y denso, indefinido y poco concretado, pero que Trallero conjunta y analiza con acierto.

La arquitectura neomudéjar es el séptimo capítulo, quizás el más amplio del libro, porque ese aspecto de nuestra ciudad, especialmente denso a finales del siglo XIX y principios del XX, en que se ejecuta el revival de lo mudéjar (sabiendo que es la esencia antigua del burgo) es el que más ejemplos aporta. El lector se mostrará sorprendido de ello, aunque todos los edificios y detalles estudiados estuvieran ya en su cabeza. Aquí adquieren carácter de enciclopedia, muy ilustrada además.

El octavo capítulo son unas conclusiones, y el noveno ofrece al lector más especializado las fuentes usadas y la bibliografía manejada.

Con este libro, se llena un hueco que la historiografía del arte en Guadalajara solo había ocupado parcialmente. Antonio Trallero, con este inmenso trabajo (con el que ganó el Premio “Layna Serrano” (que concede la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara) en 2016, entra por derecho propio en el capítulo de los más concienzudos estudiosos del patrimonio guadalajareño. Un libro que desde el momento mismo de su aparición se hace imprescindible para saber de esa Guadalajara tradicional, eterna, que siempre buscamos.

José de Creeft, otra vez con nosotros

Jose de Creeft,escultor de GuadalajaraEn abril de 1981, escribí un texto que estas mismas páginas amigas de “Nueva Alcarria” me publicaron, tituladas con la misma frase que encabeza estas líneas. Entonces me refería a la llegada a nuestra ciudad de una gran exposición antológica del artista alcarreño José de Creeft, que después de una larga vida, fuera de su ciudad natal, era de nuevo visto, entendido y aplaudido en el lugar en que naciera.

Ahora vuelve a ser noticia porque el Ayuntamiento de Guadalajara ha abierto (lo hacía el pasado día 21 de diciembre, con la presencia de la viuda del artista, María Perkins) una sala en el Palacio de la Cotilla dedicada al recuerdo y la obra de este escultor que figuró en las vanguardias del siglo XX, y que en Estados Unudos ha dejado una huella poco común.

En el camino emprendido para convertir el Palacio de la Cotilla en “Museo de la Ciudad” y a través, -en un principio- de la recuperación de la vida y obra de sus artistas plásticos más representativos, una sala de la primera planta se ha dedicado por entero a José de Creeft. En ella se ha conseguido reunir una apreciable muestra de dibujos, acuarelas, pinturas, serigrafías y esculturas. Con ello se consigue que por fin España tenga en un museo reunida una parte apreciable de la obra del español (y guadalajareño) José de Creeft, que al momento actual está representado en decenas de museos de todo el mundo, en USA especialmente) pero que la única obra suya que permanecía en el Museo de la Fundación Miró, se encontraba en los almacenes de la misma. Guadalajara ha puesto el nomnbre de Creeft donde se merecía. Un aplauso por ello a cuantos lo han hecho posible.

La exposición de Guadalajara

Cuando en 1981 la Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara nos dio la oportunidad de conocer la obra y la figura de José de Creeft, a través de una gran exposición titulada «La Aventura humana de José de Creeft», el autor todavía estaba vivo, aunque tan mayor que le fue imposible desplazarse a la Alcarria desde su domicilio en Nueva York.

Coviene recordar aquí, a propósito de esta ”vuelta a los escenarios”, que este relevante artista nació en Guadalajara, el 27 de noviembre de 1884, de padres catalanes: Mariano de Creeft y Masdeu, militar y a su vez hijo de general, y Rosa Champané y Ortiz. Su padre había participado en la Revolución de 1868; de ideas liberales y revolucionarias, poco después fue degradado y encarcelado, vagando por España algún tiempo, siendo así que, en una estancia en la ciudad de Guadalajara, naciera su hijo José, y aquí pasara sus años de primera infancia. Poco después volverían a Barcelona, donde el padre moría en 1890, dejando a la familia en la miseria.

Siendo todavía un niño, José se dedicó a elaborar figuritas de nacimiento, en barro y pintadas, que vendía por las Ramblas, para obtener algún dinero para la familia. Su formación auténtica la hace en Barcelona, trabajando durante algún tiempo con el imaginero Barradas, para poco después pasar como aprendiz a la Fundición Masriera y Campins, que dirigía Mariano Benlliure. Allí contactó con Manolo Hugué y con Pagés i Serratosa, quienes le introdujeron en las ideas del nuevo arte. Poco después viajó a Madrid, entrando allí en el taller del escultor Agustín Querol, academicista a ultranza, y poco tiempo más tarde se dedicó al estudio del dibujo con Rafael Hidalgo de Caviedes.

Al fin, decidió su carrera en la moderna tendencia artística, y marchó a París en 1905. Fue a residir en el «Bateau‑Lavoir» en el barrio de Montmartre, donde toda la vanguardia del siglo XX tenía su cuartel creativo: allí se reunió con Picasso, Juan Gris, Brancuci, Modigliani, Apollinaire, Cocteau, Gertrude Stein, Jacob, etc. y con ellos participó en el parto del arte nuevo, de esa explosión que abrió los cauces -desde el fauvismo, el expresionismo, el cubismo o el futurismo- al arte abstracto. Así fue Creeft quien, tras la muerte de Picasso, se mantuvo mientras vivió como el más destacado sobreviviente de aquel bullir parisino trascendental en la historia del arte.

Desde los primeros años de estancia en París, José de Creeft se inclinó por el trabajo de la materia en forma de «talla directa», al estilo de los antiguos escultores primitivos y renacentistas, por los que sentía una gran admiración. Sobre esa técnica de gran fuerza, nuestro artista se inclinó hacia las formas surgidas de antiguas y remotas culturas: lo africano, asiático, egipcio, americano precolombino, prehistórico europeo, etc. le llamaban con fuerza a crear en su ámbito.

Rechazando enérgicamente el trillado camino del academicismo romántico, de Creeft pasó al estudio y creación genial de formas simples pero elocuentes. Siguiendo a Miguel Ángel, de Creeft dirá que «esculpir» consiste en eliminar el exceso de materia que cubre las formas». En esa tarea, humana fundamentalmente, por creativa y dura, tenaz y esforzada, está José de Creeft desde un principio. Trabaja sobre variadas piedras: desde las más o menos blandas, como la esteatita, la pizarra, areniscas, calcáreas y otras algo más duras como el mármol y el granito, hasta la durísima diorita. Hace sus tallas también sobre la madera: en una gama amplia, desde el pino, olmo y castaño hasta las más resistentes de nogal, teca y ébano. Y de los metales también usa el bronce y el plomo para el repujado. Otros diversos materiales completan en ocasiones sus obras: el papel, los hierros viejos, el cemento, etc. Sus herramientas son simples, siempre necesarias de la mano humana que las guíe: él mismo, en una forja propia, las realiza justas para cada tarea. El pico y la escoda son sus amigos y fieles colaboradores. Al enfrentarse a un gran bloque pétreo, no piensa siquiera en la posibilidad que la técnica le ofrece de atacarle con un compresor: «el uso del compresor sobre la piedra distrae el pensamiento. Se me ha acusado de utilizar los utensilios del hombre de las cavernas, pero yo digo: el ruido y la velocidad de la máquina se interponen entre la piedra y yo» dijo en cierta ocasión.

Tras su inicio lento y duro en el ambiente parisino, volvió a España cuando la República, pero al estallar la Guerra Civil se marchó a los Estados Unidos, y allí quedó para siempre, allí casó, formó una familia, y vivió dedicado a su arte, a crecer en formas y hallazgos, a demostrar su inteligencia abierta, y a recibir el aplauso de quienes admiraban su quehacer.

Mudejar,pervivencia del mudejar y neomudejar en la arquitectura de la ciudad de Guadalajara y Villaflores por Trallero

 

Aunque vino en una ocasión, hacia 1959, a España, y quiso visitar Guadalajara, su ciudad natal, acompañado de su mujer que ahora nos lo ha contado, nadie aquí reparó en la presencia de este Creeft que era ya un mito en el arte universal. En Nueva York se mantuvo con la juventud perenne en su mirada, y el ímpetu ágil de la genialidad creativa entre sus manos.

De la visión de aquella exposición de 1981, que aún mantengo en la retina (y aún me parece revivir el momento de entrar a verla bajando las breves escalerillas que desde la acera de la Calle Virgen del Amparo daban a la primera Sala que Caja de Guadalajara tuvo en ese local para exposiciones) me ha quedado la admiración por Creeft. Y recordar lo que entonces me produjo su visita: “sentir que la actividad del hombre, cuando vuelca su pasión creativa sobre la materia, es superior a la naturaleza, y en todo caso generadora de optimismo para el resto de la humanidad, que sabe es capaz de regenerarse perennemente en esta función de la creatividad artística”.

Esa palabra la he vuelto a sentir, esa sorpresa, y esa admiración, al contemplar de nuevo parte de la obra de José de Creeft en la Sala monográfica que el Ayuntamiento le ha abierto en el Palacio de la Cotilla. Nuestra ciudad no es hoy –y mucho, y muchos, lo sentimos- un lugar puntero en la cultura española. Más bien es un yermo que sobrevive. Pero hay cosas, puntuales, como esta, y como ese germen que está vibrando en el Palacio de la Cotilla, con sus salas dedicadas a las gentes punteras de nuestra sociedad provinciana, que testifican que la llama permanece: allí están Buero Vallejo, Regino Pradillo, ahora Creeft, como en el antiguo Matadero está Sobrino, y ello significa que la memoria se mantiene y que nuestro Ayuntamiento, con unas directrices claras parece dispuesto a rescatar y poner nítida ante nuestros ojos.

La intención se aclara, y los brazos capaces de llevar a cabo la puesta en valor de nuestra historia, y la de nuestra gentes, están (arremangados, y en plena faena) dispuestos a hacer realidad este viejo sueño. Gracias, desde aquí, a todos ellos, y especialmente a quien los pone en práctica, Pedro J. Pradillo y Esteban, que tiene las ideas muy claras de lo que hay que hacer en esta ciudad en materia patrimonial, y de cultura.

 

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