José de Creeft, otra vez con nosotros

viernes, 2 febrero 2018 0 Por Herrera Casado

Jose de Creeft,escultor de GuadalajaraEn abril de 1981, escribí un texto que estas mismas páginas amigas de “Nueva Alcarria” me publicaron, tituladas con la misma frase que encabeza estas líneas. Entonces me refería a la llegada a nuestra ciudad de una gran exposición antológica del artista alcarreño José de Creeft, que después de una larga vida, fuera de su ciudad natal, era de nuevo visto, entendido y aplaudido en el lugar en que naciera.

Ahora vuelve a ser noticia porque el Ayuntamiento de Guadalajara ha abierto (lo hacía el pasado día 21 de diciembre, con la presencia de la viuda del artista, María Perkins) una sala en el Palacio de la Cotilla dedicada al recuerdo y la obra de este escultor que figuró en las vanguardias del siglo XX, y que en Estados Unudos ha dejado una huella poco común.

En el camino emprendido para convertir el Palacio de la Cotilla en “Museo de la Ciudad” y a través, -en un principio- de la recuperación de la vida y obra de sus artistas plásticos más representativos, una sala de la primera planta se ha dedicado por entero a José de Creeft. En ella se ha conseguido reunir una apreciable muestra de dibujos, acuarelas, pinturas, serigrafías y esculturas. Con ello se consigue que por fin España tenga en un museo reunida una parte apreciable de la obra del español (y guadalajareño) José de Creeft, que al momento actual está representado en decenas de museos de todo el mundo, en USA especialmente) pero que la única obra suya que permanecía en el Museo de la Fundación Miró, se encontraba en los almacenes de la misma. Guadalajara ha puesto el nomnbre de Creeft donde se merecía. Un aplauso por ello a cuantos lo han hecho posible.

La exposición de Guadalajara

Cuando en 1981 la Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara nos dio la oportunidad de conocer la obra y la figura de José de Creeft, a través de una gran exposición titulada «La Aventura humana de José de Creeft», el autor todavía estaba vivo, aunque tan mayor que le fue imposible desplazarse a la Alcarria desde su domicilio en Nueva York.

Coviene recordar aquí, a propósito de esta ”vuelta a los escenarios”, que este relevante artista nació en Guadalajara, el 27 de noviembre de 1884, de padres catalanes: Mariano de Creeft y Masdeu, militar y a su vez hijo de general, y Rosa Champané y Ortiz. Su padre había participado en la Revolución de 1868; de ideas liberales y revolucionarias, poco después fue degradado y encarcelado, vagando por España algún tiempo, siendo así que, en una estancia en la ciudad de Guadalajara, naciera su hijo José, y aquí pasara sus años de primera infancia. Poco después volverían a Barcelona, donde el padre moría en 1890, dejando a la familia en la miseria.

Siendo todavía un niño, José se dedicó a elaborar figuritas de nacimiento, en barro y pintadas, que vendía por las Ramblas, para obtener algún dinero para la familia. Su formación auténtica la hace en Barcelona, trabajando durante algún tiempo con el imaginero Barradas, para poco después pasar como aprendiz a la Fundición Masriera y Campins, que dirigía Mariano Benlliure. Allí contactó con Manolo Hugué y con Pagés i Serratosa, quienes le introdujeron en las ideas del nuevo arte. Poco después viajó a Madrid, entrando allí en el taller del escultor Agustín Querol, academicista a ultranza, y poco tiempo más tarde se dedicó al estudio del dibujo con Rafael Hidalgo de Caviedes.

Al fin, decidió su carrera en la moderna tendencia artística, y marchó a París en 1905. Fue a residir en el «Bateau‑Lavoir» en el barrio de Montmartre, donde toda la vanguardia del siglo XX tenía su cuartel creativo: allí se reunió con Picasso, Juan Gris, Brancuci, Modigliani, Apollinaire, Cocteau, Gertrude Stein, Jacob, etc. y con ellos participó en el parto del arte nuevo, de esa explosión que abrió los cauces -desde el fauvismo, el expresionismo, el cubismo o el futurismo- al arte abstracto. Así fue Creeft quien, tras la muerte de Picasso, se mantuvo mientras vivió como el más destacado sobreviviente de aquel bullir parisino trascendental en la historia del arte.

Desde los primeros años de estancia en París, José de Creeft se inclinó por el trabajo de la materia en forma de «talla directa», al estilo de los antiguos escultores primitivos y renacentistas, por los que sentía una gran admiración. Sobre esa técnica de gran fuerza, nuestro artista se inclinó hacia las formas surgidas de antiguas y remotas culturas: lo africano, asiático, egipcio, americano precolombino, prehistórico europeo, etc. le llamaban con fuerza a crear en su ámbito.

Rechazando enérgicamente el trillado camino del academicismo romántico, de Creeft pasó al estudio y creación genial de formas simples pero elocuentes. Siguiendo a Miguel Ángel, de Creeft dirá que «esculpir» consiste en eliminar el exceso de materia que cubre las formas». En esa tarea, humana fundamentalmente, por creativa y dura, tenaz y esforzada, está José de Creeft desde un principio. Trabaja sobre variadas piedras: desde las más o menos blandas, como la esteatita, la pizarra, areniscas, calcáreas y otras algo más duras como el mármol y el granito, hasta la durísima diorita. Hace sus tallas también sobre la madera: en una gama amplia, desde el pino, olmo y castaño hasta las más resistentes de nogal, teca y ébano. Y de los metales también usa el bronce y el plomo para el repujado. Otros diversos materiales completan en ocasiones sus obras: el papel, los hierros viejos, el cemento, etc. Sus herramientas son simples, siempre necesarias de la mano humana que las guíe: él mismo, en una forja propia, las realiza justas para cada tarea. El pico y la escoda son sus amigos y fieles colaboradores. Al enfrentarse a un gran bloque pétreo, no piensa siquiera en la posibilidad que la técnica le ofrece de atacarle con un compresor: «el uso del compresor sobre la piedra distrae el pensamiento. Se me ha acusado de utilizar los utensilios del hombre de las cavernas, pero yo digo: el ruido y la velocidad de la máquina se interponen entre la piedra y yo» dijo en cierta ocasión.

Tras su inicio lento y duro en el ambiente parisino, volvió a España cuando la República, pero al estallar la Guerra Civil se marchó a los Estados Unidos, y allí quedó para siempre, allí casó, formó una familia, y vivió dedicado a su arte, a crecer en formas y hallazgos, a demostrar su inteligencia abierta, y a recibir el aplauso de quienes admiraban su quehacer.

Mudejar,pervivencia del mudejar y neomudejar en la arquitectura de la ciudad de Guadalajara y Villaflores por Trallero

 

Aunque vino en una ocasión, hacia 1959, a España, y quiso visitar Guadalajara, su ciudad natal, acompañado de su mujer que ahora nos lo ha contado, nadie aquí reparó en la presencia de este Creeft que era ya un mito en el arte universal. En Nueva York se mantuvo con la juventud perenne en su mirada, y el ímpetu ágil de la genialidad creativa entre sus manos.

De la visión de aquella exposición de 1981, que aún mantengo en la retina (y aún me parece revivir el momento de entrar a verla bajando las breves escalerillas que desde la acera de la Calle Virgen del Amparo daban a la primera Sala que Caja de Guadalajara tuvo en ese local para exposiciones) me ha quedado la admiración por Creeft. Y recordar lo que entonces me produjo su visita: “sentir que la actividad del hombre, cuando vuelca su pasión creativa sobre la materia, es superior a la naturaleza, y en todo caso generadora de optimismo para el resto de la humanidad, que sabe es capaz de regenerarse perennemente en esta función de la creatividad artística”.

Esa palabra la he vuelto a sentir, esa sorpresa, y esa admiración, al contemplar de nuevo parte de la obra de José de Creeft en la Sala monográfica que el Ayuntamiento le ha abierto en el Palacio de la Cotilla. Nuestra ciudad no es hoy –y mucho, y muchos, lo sentimos- un lugar puntero en la cultura española. Más bien es un yermo que sobrevive. Pero hay cosas, puntuales, como esta, y como ese germen que está vibrando en el Palacio de la Cotilla, con sus salas dedicadas a las gentes punteras de nuestra sociedad provinciana, que testifican que la llama permanece: allí están Buero Vallejo, Regino Pradillo, ahora Creeft, como en el antiguo Matadero está Sobrino, y ello significa que la memoria se mantiene y que nuestro Ayuntamiento, con unas directrices claras parece dispuesto a rescatar y poner nítida ante nuestros ojos.

La intención se aclara, y los brazos capaces de llevar a cabo la puesta en valor de nuestra historia, y la de nuestra gentes, están (arremangados, y en plena faena) dispuestos a hacer realidad este viejo sueño. Gracias, desde aquí, a todos ellos, y especialmente a quien los pone en práctica, Pedro J. Pradillo y Esteban, que tiene las ideas muy claras de lo que hay que hacer en esta ciudad en materia patrimonial, y de cultura.

 

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