En el valle de los Yélamos

sábado, 6 febrero 2016 1 Por Herrera Casado
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La fuente del Moro en Yélamos de Abajo (Guadalajara)

En el corazón de la Alcarria discurre el arroyo de San Andrés, humilde curso de agua, que nunca se seca, y que baja desde la meseta que media entre el Tajo y el Tajuña, corriendo hacia este último río, horadando la tierra alcarreña, escoltado de arboledas densas, de nogales prietos, de alturas carrascales y un verdor permanente. En sus orillas, pasado Irueste, y antes de llegar a San Andrés, nos sorprenden dos pueblos, muy próximos uno a otro, que vamos a recorrer en esta tarde.

Yélamos de Abajo

Encajonado su caserío entre las cercanas laderas, pendientes y cubiertas de olivos y abundante vegetación, del valle que forma el arroyo de San Andrés, se aparece el pueblo de Yélamos de Abajo a quien viene ascendiendo, de sorpresa en sorpresa paisajística, este hermoso y recoleto valle, quizás de los más expresivos de la Alcarria, y en el que es fama que tiene los nogales mas grandes, viejos y de sabroso fruto de la comarca toda. Para el simple excursionista, los entornos de Yélamos son pintorescos y llamativos, dispuestos a la acampada, la merienda campestre o el goce puro y simple de la naturaleza. La prestancia del caserío entre arboledas y montes, también posee una fuerza innegable de urbanismo rural.

Su historia es remota. Ya en la epoca árabe, o quizás incluso antes, hubo algún punto vigía en los entornos. Lo que sí es seguro, pues la existencia de restos de torreón en lo alto de la ladera frontera del pueblo así lo confirman, es que sirvió de control o vigía para las rutas que utilizaban este valle, y asé es fácil colegir que desde el momento de la reconquista de la comarca alcarreña, en el siglo XII, hubo pueblo en este concreto espacio. Además, lo confirman documentos que explican como fue su primer señor un médico llamado don Gonzalo, señor también de Archilla y otros enclaves de la orilla del Tajuña. En 1186, este personaje hizo donación de Yélamos a la Orden Militar de Santiago, pero poco después, el pueblo quedó con categoría de aldea del Común de Villa y Tierra de Guadalajara, sujeta a la jurisdicción comunera del territorio, y solo en última instancia al Rey de Castilla.

Durante un intervalo del siglo XIII, fue posesión de los arzobispos de Toledo (1240) pasando otra vez al alfoz guadalajareño. En 1629, adquirió del rey Felipe IV el título de Villa con jurisdicción propia, comprándose a sí misma, por la enorme suma de 1.450.000 maravedíes, pagados por el concejo en tres plazos. Durante la guerra de Sucesión, en 1710, sufrió el saqueo y destrucción a que le sometió el ejército del archiduque austríaco Carlos, que ya marchaba en retirada tras su derrota en Villaviciosa.

Entre el acervo monumental de Yélamos de Abajo, destacamos la Torrecilla, de la que solo restos mínimos quedan sobre la orilla izquierda del valle, frente al pueblo: es testimonio de la existencia de una torre vigía medieval en ese lugar; la iglesia parroquial está dedicada a Nuestra Señora de la Zarza, se sitúa en lo más alto del pueblo, como en una repisa de la abrupta ladera, y es de fábrica de sillar y sillarejo calizo, mostrando en el muro de poniente una torre moderna y en el muro sur una puerta de ingreso, muy sencilla, de arco semicircular adovelado. El interior es de dos naves, pues aunque en el siglo XVI el templo fue construido con una sola, posteriormente se le añadió otra al sur, quizás para aumentar su capacidad ante el crecimiento del vecindario. Ambas naves se separan por pilares que rematan en grandes capiteles adornados de roleos y cabezas de ángeles. La capilla del bautismo se cubre de bella cúpula nervada. En ella se puede admirar una magnífica pila bautismal románica cuya copa se decora con arcos tallados. En la puerta, aparece una buena cerraja del siglo XVIII, firmada por el rejero complutense Carlos Visiera.

Rematando el presbiterio, aparece el retablo mayor, barroco, con ornamentación del estilo y columnas salomónicas. Solo quedan las pinturas altas, representando el Nacimiento de Jesús y la Epifanía, pues el resto fue destruido en 1936.

A la entrada del pueblo aparece un pilar de piedra o picota, de cuyo extremo superior cuelgan cuatro argollas de hierro, llevando grabada esta leyenda sobre el cuerpo pétreo: «Reinando Carlos IV. Se edifico a espensas de propios de esta leal y real villa. Ano de 1794». Es la más moderna de todas las picotas que con forman el catálogo provincial, al menos de las clásicas, porque fue levantada muy pocos años de que dejaran de existir los señoríos y las jurisdicciones propias.

Tambien es de destacar en Yélamos de Abajo un curioso elemento, de veteranía cierta: la fuente del Moro, situada al extremo occidental del pueblo, como escondida entre espesa vegetación, consistente en gran muro de sillería del que surgen dos caños que van a dar sobre una superficie estrecha, también de sillar, desde la que el agua escurre a un amplio pilón muy plano. Ha sido considerada como obra de posible construcción romana. Y es una pena que hoy, aunque muy limpio el entorno, no mane agua, porque algo ha debido pasarle a las conducciones subterráneas por las que discurre el manantial, que no aflora en la fuente, sino por los aledaños.

Señala la tradición que en Yélamos de Abajo hubo una importante y numerosa aljama judía, que ocupó lo que hoy es «barrio de Toledillo», en el extremo occidental del pueblo. Es muy celebrada la fiesta de San Antonio de Padua, y desde hace pocos años han resucitado la costumbre de “la botarga” que salía el miércoles santo revestido de colores chillones y asustando a la chiquillería con su antorcha encendida.

Yélamos de Arriba

Siguiendo el valle del arroyo de San Andrés, a pocos kilómetros del anterior enclave de Yélamos de Abajo, se encuentra su homónimo de Arriba, también enclavado en bellísimo paraje de vegetación cerrada y siempre densa, arropado el caserío entre empinadas cuestas y terraplenes abruptos que confieren al entorno un cierto aire serrano, marcando uno de los lugares más bellos de toda la Alcarria, de cuyo cómputo paisajístico es notabilísimo ejemplo.

Aparece este lugar en las viejas crónicas de historia como una aldea del amplio alfoz o Común de Villa y tierra de Guadalajara, y se confirma su existencia ya en el siglo XII, cuando debió ser fundado o erigido en la tarea repobladora de los monarcas castellanos. Andado ya el siglo XV, concretamente en 1430, el rey Juan II la entregó en señorío, junto con otras aldeas desmembradas del Común guadalajareño, a su cortesano Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, a quien estaba obligado por numerosas ayudas de él recibidas. Ya en poder de los Mendoza, el hijo del marqués, el famoso gran Cardenal Mendoza, lo cambió junto con Atanzón y Pioz al caballero Alvar Gómez de Ciudad Real, en cuya familia quedó durante varios siglos.

Destaca en este pueblo su amplia plaza mayor, ejemplo señalado de urbanismo rural alcarreño: es un espacio alargado, en uno de cuyos extremos, el de poniente, aparece la fuente pública, muy antigua, junto con un olmo, y una serie de edificios y viviendas de tipo popular del siglo XIX. En los laterales del plazal destacan algunos caserones de noble presencia, rematados sus adintelados portones con escudos de armas, uno de los cuales [dicen] perteneció a un familiar de la Inquisición, aunque el escudo que lleva en su frontal no tiene relación con la institución de vigilancia de la Fe. En el conjunto sobresale el edificio del Ayuntamiento, que posee una torrecilla para el reloj, y ha sido modernamente modificado.

En la parte más elevada del pueblo, destaca la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Zarza. Se precede de un gran atrio descubierto, o cementerio, rodeado de barbacana de piedra sillar, a la que se accede por ancha y cómoda escalera de lo mismo. El edificio es de fábrica de sillar en esquinas y contrafuertes, y de sillarejo el resto. La puerta muestra un vano adintelado con jambas y dovelas de sillar liso y bien labrado, sin el más mínimo detalle artístico. El ábside está orientado a poniente, es poligonal, y sobre él se alza la torre, de planta cuadrada. Cerca del pueblo, en pintoresca postura, sobre una colina destaca la sencilla ermita de San Roque. Por el término repartidos se ven numerosos ejemplares de “cabañas de pastores” hechas a la “piedra seca”, y que suponen una de las arquitecturas populares más primitivas, simples y hermosas de la Alcarria, que por no tener protección legal alguna, están desapareciendo totalmente.