Pilas bautismales románicas de Guadalajara

sábado, 3 octubre 2015 0 Por Herrera Casado
Valdeavellano_Iglesia_Pila_Bautismal

La pila románica de Valdeavellano, un monumento medieval

Es muy grande el número de pilas bautismales románicas en la provincia de Guadalajara. Tanto, que solo con su catálogo podría hacerse un libro. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los pueblos de esta tierra surgieron en la época de la Repoblación, entre finales del siglo XI y mediados el XIII. En esos momentos, todos levantaron su templo (por eso eran románicos, y aun quedan en esta tierra tantas huellas de ese estilo), y una de las primeras cosas que se colocaron en ellos fueron sus pilas bautismales, talladas en grandes rocas de tipo calizo, que se posaron en el suelo de los pies del templo, y allí se mantuvieron durante siglos, a pesar de reformas, hundimientos y cambios. Las pilas eran tan grandes, tan pesadas, tan sencillas, y tan útiles, que nadie pensó nunca en cambiarlas. Por eso si en Guadalajara hay en torno al centenar de edificios parroquiales con evidencias románicas, la cantidad de pilas del estilo y la época medieval hay que multiplicarla, al menos, por tres.

Sin embargo, la mayoría de estos ejemplares son de sucinta decoración. Cuerpos lisos, con cenefas en sus bordes, gallones en la basa, arquerías en el comedio, y poco más. Ni inscripciones, ni decoración prolija. Solamente hay un par de ellas que por lo inusual de su decoración, e incluso por la curiosidad que sus temas encierran, merecen ser recordadas y estudiadas: es una de ellas la de la iglesia parroquial de Esplegares, y la otra, que estuvo en la parroquial de Canales del Ducado, fue llevada al Museo Diocesano de Arte Antiguo cuando este se creó, en los años setenta del pasado siglo. Son sin duda las masterpieces de una colección inacabable de la que hoy quiero dar, a modo de sucinto inventario para viajeros desorientados, algunos nombres.

Pilas, pilas y pilas

En Tartanedo, en el Señorío de Molina, queda una pila de piedra caliza, con basa cuadrada decorada en sus esquinas, un fuste corto, y una copa semiesférica que se adorna con las trazas de un cordón en el borde, entrelazado, y una gruesa cenefa de motivos vegetales en la que destacan palmetas que engloban piñas con piñones. Una delicia de decoración medieval, que podemos ver en la imagen adjunta.

En Santiuste hay una pila encastrada en el muro occidental de la nave sur, y se forma de un brocal de moldura convexa con una copa decorada con gallones.

El Sotillo, y en la sacristía, ofrece una pila de piedra caliza blanca, con un dibujo de gallones tallados, resaltados por un arco de doble grosor que ensalza el relieve de los gajos. También es de reseñar la pila que se guarda en la ermita (puramente románica, aislada en medio del campo) dedicada a Nuestra Señora de Aranz (el espino) patrona de El Sotillo, y que muestra la copa sobre capitel, con unos motivos florales tallados en el borde.

En Terraza (también Señorío de Molina), hay dos pilas: una de ellas muy grande, de enorme copa sin decoración, y la otra, procedente de Cañizares, va decorada con gallones y círculos con una cruz inscrita.

Ya en la Alcarria, vemos la pila de Peñalver, de las buenas de verdad: su copa es semiesférica y se ornamenta con un par de baquetones en su nivel superior, debajo de los cuales aparece una greca de 27 arcos de medio punto, entrecruzados, presentando sobre la cara frontal de ellos una decoración de pequeñas perlas. Debajo, la copa se decora de amplios gallones rehundidos y enmarcados por arcos de medio punto. Realmente hermosa esta pila de Peñalver, de la que también dejo una imagen adjunta.

La de Luzaga, ya en la Serranía del Ducado, y en el cobijo de su iglesia románica, es también muy interesante: la vemos en el muro norte de la capilla bautismal, y es una gran piedra caliza tallada con delicadeza en el siglo XIII. Muestra una cruz patada inscrita dentro de un círculo en la superficie de la copa, teniendo una especie de pétalos a sus lados. En la parte inferior aparecen una serie (23 en total) de arcos tallados en forma de herradura, apoyando el conjunto en un fuste cilíndrico acanalado. Hay quien ha interpretado ese símbolo de la cruz inscrita rodeada de pétalos como la expresión de la muerte y el sacrificio rodeada de la eternidad.

También en Olmeda de Cobeta se encuentra una pila mediana con su perfil moldirado y bocelada, y decorada la copa con arcos alargados acabados en gallones.

De gran interés es la pila bautismal de Villarejo de Medina. Está alojada en su iglesia parroquial de Santa María Magdalena, bajo el coro, y puede datarse en el siglo XIII. Tallada en piedra caliza, sin basa, se posa en el suelo y tiene un metro de ancho de copa, que es semiesférica y su superficie tallada en su totalidad, como en dos niveles: el superior lleva una decoración de arcos semicirculares, entrecruzados entre sí, con dos incisiones sobre cada uno de ellos, por lo que se consigue un gran contraste. Y el inferior que lleva decoración simple de gallones. Arriba se remata con uncisión muy moldurada que recorre todo el borde.

Aun quedan otras piezas interesantísimas repartidas por la provincia. Por ejemplo, la pila de La Nava de Jadraque, en nuestra sierra Norte. Oscura en su rincón bajo el coro, su oronda copa se adorna con tallas que semejan lanzas, y en la cenefa superior aparecen arcos con rombos tallados, obra todo ello del siglo XIII. Una maravilla, que podría compararse, aunque siendo de la misma época son muy distintas en concepto y talla, con la de Valdeavellano, ya en plena Alcarria, que se ofrece contemporánea de la puerta del templo, con decoración similar, muy clásica del románico y con unas connotaciones teológicas de envergadura, pues tiene en su franja superior tallada admirablemente una cenefa en madeja de ochos inacabable, similar a la del arco interno de la portada. Ello dicen que significa y expresa el Infinito al que se accede una vez bautizado. La copa de la pila, que apoya sobre estrecho pie, está simplemente gallonada.

Las pilas de Atienza, fuentes de vida

De las muchas pilas bautismales que encontramos por las pequeñas iglesias de la provincia de Guadalajara, unas cuantas son muy parecidas, hasta el punto de que probablemente se tallaron al mismo tiempo, y por el mismo autor o el mismo taller, localizado en la villa de Atienza, donde hoy aún, en sus iglesias y museos, podemos verlas.

El viajero de hoy puede admirar el arte románico en seis iglesias de Atienza, las que quedan de aquellas 14 que llegó a haber en la Baja Edad Media. Y en cuatro de ellas, y como por milagro, han pervivido sus pilas bautismales, que aquí recuerdo porque merecen ser admiradas.

En la iglesia de San Gil, que es ahora Museo de Arte Antiguo (el primero que fue creado en Atienza a instancias de su incansable párroco don Agustín González) a los pies de la nave aparece una pila de 96 cms. de alto por 112 de diámetro de la copa. Con un pedestal estriado, y decorada a base de arcos de medio punto separados por gruesas columnas dobles, vemos cómo estos arcos se cobijan bajo una pequeña chambrana que parece estar formada de perlas pequeñas, o de diminutas puntas de diamante, a imitación de las que aparecen en las portadas de los templos. Sobre estos arquitos, va un filete en cuyo borde vuelven a aparecer las puntas talladas de diamante (dientes de sierra, o dientes de león que otros llaman). Forma parte del museo de San Gil, y es expresión de la función primera que tuvo, la de cristianar a la gente, administrando ese sacramento que imprime vida y sentido de comunión con los demás hermanos.

En la iglesia de la Santísima Trinidad, también convertida en Museo, se ha dejado la pila antigua en su originaria capilla, donde se acompaña de un fabuloso Calvario románico restaurado. Es de copa semiesférica y basa troncopiramidal estriada en su superficie. De 102 cms. de alto y 109 de diámetro de la copa, en esta vemos tallados una serie de arcos de medio punto que la recorren por completo. Estos arcos se unen en sus fustes y llegan hasta el nudo de la basamenta de la pila. Tiene además un ribete por su extradós, a modo de chambrana, con finas labras que semejan mínimas puntas de diamante como las que presentan las portadas de los templos. En el brocal se ve un tallado de puntas de diamante más grandes. Todos los arcos van unidos en sus fustes. Como se puede apreciar, a nada que se piensen en lo leído, las pilas de San Gil y la Santísima Trinidad son prácticamente iguales. La de este templo añade un detalle, como son pequeñas cruces talladas entre las arcadas. Es sin duda obra de la segunda mitad del siglo XII o principios del XIII, y como se verá por las descripciones que siguen, todas ellas fueron hechas en la misma época y por el mismo grupo de tallistas.

En San Bartolomé, el tercero de los actuales museos de arte que ofrece Atienza, hay otra pila, aparcada en un lateral del mismo, con unas dimensiones parecidas a las anteriores: 83 cms. de altura y 113 cms. de diámetro de la copa. Su base es también troncopiramidal, estriada. Y en la superficie aparecen, una vez más, los anchos arcos, con su extradós decorado de pequeñas bolas simulando puntas de diamante, que también aparecen decorando el borde de la pila. Cualquiera diría que las tres pilas fueron hechas en serie. Los arquitos de esta apoyan sobre columnas, pareadas, que van muy en relieve, por lo que ofrecen sombras pronunciadas, dándole un mayor sabor románico a esta pila.

Y finalmente comento la pila de Santa María del Rey, la iglesia donde ya vimos al principio de este libro la propuesta teológica de su portada meridional. Ahora salvada y limpia, esta pila estuvo muchos años, como el templo todo, bajo los escombros de una progresiva ruina. Es más pobre (quizás más antigua) que las anteriormente descritas. Aunque esta iglesia, bajo el castillo directamente, fue la que presidía un barrio denso de habitantes y cuajado de palacios y casas de ricos recueros. De menor tamaño también, y de las primeras décadas del siglo XIII. En todo caso, también lleva tallados una sucesión de arcos que se suceden sobre incisiones que forman gruesos gallones. Su borde es liso, y, como digo, impresiona de mayor sencillez y antigüedad que las anteriores.

Quizás el lector se habrá dado cuenta, al describir estas cuatro pilas atencinas, que tanta similitud guardan entre sí, que aparece en ellas un elemento decorativo común, también muy frecuente en otras pilas y límites de puertas y ventanas románicos. Se trata de la decoración en zig-zag, llamada de “diente de sierra” o “diente de león”, que como puntas de diamante alineadas van surgiendo en los bordes de puertas, y en las cenefas de las pilas. Aunque se tomó como un signo de fecundidad, lo más certero es aplicarle el significado de agua sagrada, de agua bautismal, “fons vitae” o fluído procedente de la las fuentes del Paraíso, eje de vida espiritual. Incluso en algunas pilas castellanas, como la de Fresneda de la Sierra o Barbadillo de los Herreros, en la cuenca del Duero, hay inscripciones en los bordes de la pila que confirman este sentido. Era obligado, al hablar de pilas, comentar este elemento iconográfico, que a pesar de su simple y rudo geometrismo, está dictando también su sentido trascendente.