Siguiendo el camino de recordar y alentar la visita de los elementos patrimoniales que forman el contexto de las esencias de nuestra tierra, me paro hoy a considerar la historia, evolución y significado de los rollos y picotas. Y de entre todos los de la provincia de Guadalajara, el más destacado de ellos, que es sin duda el que se conserva en Fuentenovilla. La historia de los rollos y las picotas es la historia de una confusión. ¿Son la misma cosa o son cosas diferentes? Al monumento de similares características, se le denomina rollo en unas localidades, y en otras se le llama picota. Aunque existe sin duda una diferencia conceptual en ambos términos, la forma de llamarlo en uno y otro sitio es simplemente el resultado de un largo proceso de tradición oral, conservándose en algunas comarcas el nombre de picota, en otras el de rollo, y en muchas zonas dándosele ambos nombres. Puede decirse que la picota fue elemento de ejecución de justicia. Es la primitiva denominación y el uso más antiguo. Un poste de ejecución penal, donde los condenados por un tribunal debían someterse al escarnio y la vergüenza pública (de ahí viene la frase poner-a uno- en la picota), o donde incluso eran ajusticiados, quemados, ahorcados o colgados de unos garfios de hierro. Se colocaba siempre lejos de poblado, en algún otero o cerro, junto a los caminos. Otra forma de denominar a esta pieza era la de horca, que tenía el sentido evidente de colgar para ahorcar al reo de la justicia. El rollo, por el contrario, era símbolo de soberanía y jurisdicción, y representaba el concepto de soberanía autónoma en lo jurisdiccional por parte de la localidad que lo exhibía, y que tenía por tanto el título de villa. Sabemos que, muy excepcionalmente, en alguna localidad se alzaron monumentos distintos para la función penal y para el simbolismo jurisdiccional. La mayoría de los ejemplos que hoy quedan por Guadalajara cumplían la función de rollo, esto es, significaban de forma evidente la capacidad de auto-jurisdicción que como villa gozaban. Por eso, más que un baldón eran un lujo. Y así lo entendieron los antiguos. Entre sus características, conviene resaltar algunas cuestiones, muy definitorias: El rollo es un monumento levantado con autorización real.Su estructura es de gradas, basa, fuste, capitel y remate.Se localiza en las entradas/salidas o en la plaza del pueblo.Se ajusta perfectamente al marco urbano […]
valdeavellano
Valdeavellano a lo claro
Acaba de aparecer, en dos tomos sucesivos, publicada la Historia de Valdeavellano, una monumental y modélica obra que ha escrito tras su preparación meticulosa de años de investigación, don Juan Ramón Lozano Rojo. En ella se cuentan con todo detalle los avatares históricos de esta villa alcarreña, y se describen antiguas costumbres y monumentos que, sin ser ninguna de primera fila, sí que constituyen un patrimonio rico y llamativo. Historia e historias De las múltiples circunstancias por las que atraviesa Valdeavellano a lo largo de los siglos, quizás sea una de las más interesantes el tema de los pueblos que existieron en lo que hoy es su término. La provincia está repleta de esos “despoblados” de los que queda el nombre y, como mucho, unos desvencijados paredones o, todo lo más, una espadaña ruinosa y atenazada de las hiedras. En Valdeavellano hubo, entre otros, un despoblado que ha pasado a la historia de la literatura española con verdadera fortuna. Es el lugar de Valdevacas. Es largo y tendido lo que Lozano Rojo nos cuenta acerca de Valdevacas, ese lugar literario y arciprestal, pero que existió realmente. Hoy es un paraje del municipio de Valdeavellano, pero antiguamente, hace muchos siglos, fue un pueblo, un lugar “muy amado” para Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita. Y nos señala dos referencias muy concretas que refiero aquí para ilustración de mis lectores. En el Liber privilegiorium de la catedral toledana, y en un documento del año 1221, se dice, textualmente, al delimitar el territorio que Guadalajara cede al Arzobispado de Toledo: “…. damos a Santa María de Toledo y a don Rodrigo arzobispo de Toledo, como las aguas vierten de lo más alto del cerro, del ero de don Johan el Castellano, así como viene por el ero a la encina, y como es a la vega, a la encina de Johan Pérez de Turviesc, y derecho hacia el Tajuña, al collado y al esplegar, y a la arroyera que está entre el ero de Pedro Torzuelo de Tomellosa, y entre el ero de Domingo Remondo de Turviesc; y así como va la arroyera a los más alto del cerro de Val de Vacas, como las aguas vierten al ero de don Asensio de Val de Vacas, esto todo lo damos por término a él y a los arzobispos que vendrán después de él en Toledo, que siempre lo tengan por heredad, y hagan […]
Pilas bautismales románicas de Guadalajara
Es muy grande el número de pilas bautismales románicas en la provincia de Guadalajara. Tanto, que solo con su catálogo podría hacerse un libro. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los pueblos de esta tierra surgieron en la época de la Repoblación, entre finales del siglo XI y mediados el XIII. En esos momentos, todos levantaron su templo (por eso eran románicos, y aun quedan en esta tierra tantas huellas de ese estilo), y una de las primeras cosas que se colocaron en ellos fueron sus pilas bautismales, talladas en grandes rocas de tipo calizo, que se posaron en el suelo de los pies del templo, y allí se mantuvieron durante siglos, a pesar de reformas, hundimientos y cambios. Las pilas eran tan grandes, tan pesadas, tan sencillas, y tan útiles, que nadie pensó nunca en cambiarlas. Por eso si en Guadalajara hay en torno al centenar de edificios parroquiales con evidencias románicas, la cantidad de pilas del estilo y la época medieval hay que multiplicarla, al menos, por tres. Sin embargo, la mayoría de estos ejemplares son de sucinta decoración. Cuerpos lisos, con cenefas en sus bordes, gallones en la basa, arquerías en el comedio, y poco más. Ni inscripciones, ni decoración prolija. Solamente hay un par de ellas que por lo inusual de su decoración, e incluso por la curiosidad que sus temas encierran, merecen ser recordadas y estudiadas: es una de ellas la de la iglesia parroquial de Esplegares, y la otra, que estuvo en la parroquial de Canales del Ducado, fue llevada al Museo Diocesano de Arte Antiguo cuando este se creó, en los años setenta del pasado siglo. Son sin duda las masterpieces de una colección inacabable de la que hoy quiero dar, a modo de sucinto inventario para viajeros desorientados, algunos nombres. Pilas, pilas y pilas En Tartanedo, en el Señorío de Molina, queda una pila de piedra caliza, con basa cuadrada decorada en sus esquinas, un fuste corto, y una copa semiesférica que se adorna con las trazas de un cordón en el borde, entrelazado, y una gruesa cenefa de motivos vegetales en la que destacan palmetas que engloban piñas con piñones. Una delicia de decoración medieval, que podemos ver en la imagen adjunta. En Santiuste hay una pila encastrada en el muro occidental de la nave sur, y se forma de un brocal de moldura convexa con una copa […]
Ruta breve para caminar por la Alcarria
Con el tiempo bueno, los días largos, las vacaciones merecidas, y las ganas perennes de ver reir al campo y sonar las panderetas de las nubes, los viajeros que me leen están deseando salir al campo, recorrer caminos de Guadalajara, andarse las trochas por donde se contemplan los mejores paisajes o las más viejas vetusteces de nuestro patrimonio. Podríamos hacer con ese objetivo varias rutas. Esta de hoy es la de la Alcarria. Allá vamos. Desde Guadalajara, el viajero tiene mil recorridos que poder hacer por la tierra que le rodea. Quizás la comarca más conocida y atrayente sea la Alcarria, la que con su miel, sus olivos y tantos pueblos centenarios cargados de historia y monumentos, hacen de ella un lugar que merece ser visitado y conocido. No es el menor aliciente, por supuesto, la fama que Camilo José Cela le diera con su universal escrito «Viaje a la Alcarria», en el que se daba noticia de paisajes limpios y silenciosos, de gentes bondadosas y monumentos en ruinas. Saliendo de Guadalajara por la carretera N-320, se llega en primer lugar a Horche, lugar de típicas arquitecturas populares, con una plaza de corte tradicional, en la que para septiembre se celebran emocionantes juegos taurinos. En este lugar cabe admirar algunos paisajes muy bellos, como la «sierra de Horche», junto al valle del río Ungría. Es también una estación de especial interés por su oferta gastronómica. Antes, yo aconsejaría desviarse un tanto a la izquierda, y llegar hasta Lupiana. No sólo por ver, en la plaza mayor del pueblo, la picota del siglo XVI que pone contrapunto de independencia al Ayuntamiento remozado, o por asombrarse unos instantes ante la portada cuajada de filigranas talladas de su iglesia. No. Yo lo digo principalmente por alcanzar el Monasterio de San Bartolomé, que fue sede inicial y siempre sede capitular de los monjes jerónimos de España, y allí extasiarse viendo las huellas solemnes de tanta grandeza: el claustro principal, obra genial de Alonso de Covarrubias, con su triple nivel de galerías en las que múltiples detalles nos avisan de su estilo plenamente renacentista, italianizante al máximo. O mirando las ruinas de la que fuera iglesia monasterial, elevada y somera como la del Escorial, en la que Felipe II algunas veces rezó y cometió su intento de contactar con Dios. Todo ello está hoy un tanto ruinoso, pero con el brillo perenne de lo […]