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diciembre, 2014:

Piezas de arte barroco en nuestra provincia

Renera_Manga_Cruz

La manga de la cruz procesional de Renera, en su parroquia. Procede del monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana.

Siguiendo el examen que en semanas anteriores hice de las aportaciones del joven investigador Ramos Gómez acerca del patrimonio artístico perdido o rescatado de los conventos de nuestra provincia guadalajareña, y que publica en el Catálogo de la Exposición “Celosías” que tuvo lugar en Toledo en 2006, hoy planteamos el examen de algunas piezas artísticas que aún se pueden admirar en diversos puntos de nuestra geografía, como museos, iglesias y colecciones.

El siglo XVII es en España el momento de la paz, la temporada más larga que nuestra nación ha gozado, bajo el trono de los Austrias, de tranquilidad, pues la metrópoli poderosa no se hubiera permitido una guerra dentro de sus fronteras: todas las que mantenía estaban fuera (Flandes, Portugal, América…), y en su territorio la gente se dedicaba al ocio, mayormente como hoy, y a la producción artística: de esos años son las comedias versificadas de Lope de Vega, los retratos de Velázquez, los quijotes de Cervantes y Avellaneda, y las santas ampulosas de Zurbarán en las casas jerónimas de la Extremadura.

Recuerdos de Bolarque

Un lugar cuajado que fue de arte, y hoy perdido en la espesura de un bosque remoto, fue el convento de la reforma carmelitana a orillas del río Tajo, en término de Pastrana. Al lugar llamaban Bolarque y “desierto” fue el título que le dieron los frailes por lo alejado y solitario que estaba de todo ruido. De su historia escribí, junto con Angel Luis Toledano Ibarra, en 1999, un libro en que se contaba plena su historia, y se describía cómo fue, lo que hubo dentro, y lo que hoy queda: una sobrecogedora ruina engullida por el bosque.

Tras las Desamortización, el lugar quedó abandonado, y sus piezas de arte a merced de cualquiera, por lo que el párroco de Pastrana, don Mariano Pérez Cuenca, mediado el siglo XIX, organizó la operación rescate: así ocurrió que a la iglesia colegiata de Pastrana se llevaron muebles, cuadros, libros y recuerdos. De todos ellos, algunos han quedado que hoy pueden admirarse en el Museo parroquial de Pastrana, o incluso en el Museo Provincial de Bellas Artes, en el palacio del Infantado.

A la colegiata llegó el impresionante retrato de doña María Gasca de la Vega, quien junto a su marido don Francisco de Contreras, ayudaron muchísimo a los frailes recoletos, dotándoles su iglesia e incluso dejando en ella sus retratos, habiéndose perdido el del varón, y quedado solamente el de la hembra. Es este un cuadro sobre lienzo, apaisado, de más de metro y medio de ancho por 80 cms. de alto, en el que la señora, orante se coloca ante una Dolorosa. La obra, en fuerte claroscuro, con unos tintes muy sobrios en la pintura, está filiada por el marqués de Lozoya y Pérez Sánchez a Felipe Diricksen (1590-1679, un pintor español descendiente del dibujante flamenco Anton van den Wyngaerde, que vino a España para trabajar al servicio de Felipe Il. Aparte del carácter severo y realista de la señora, según Ramos “lo mejor del lienzo es el magnífico efecto de realidad del cojín carmesí, de las telas y del libro -como han señalado todos los que han comentado este retrato-, más propio de un pintor de naturalezas muertas que de un retratista”.

De Bolarque proceden también varias piezas espectaculares que hoy se guardan en el Museo del palacio del Infantado: son los grandes arcángeles atribuidos a Bartolomé Román, de la escuela madrileña del primer tercio del siflo XVII. Concretamente San Gabriel y San Miguel, más un San Rafael con Tobías, de formas expresivas, contundentes, amaneradas ya, similares a los de sus series en la Encarnación, las Descalzas Reales, ambas de Madrid, Palma de Mallorca, y San Pedro de Lima (Perú). En ambos, y según explica Ramos, “la brillantez del colorido y el mayor dinamismo en los ropajes y en la postura, sobre todo en la representación de San Miguel… apuntan hacia una cronología tardía vinculada al momento de máximo apogeo de su taller, los años treinta”. Están inspirados estos arcángeles en repertorios de estampas de aquella época, y parece claro que los seres celestiales que pinta Román para Bolarque proceden del “Angelorum leones” de Crispin de Passe. Estos cuadros los encargarían en Madrid don Francisco y doña María, patronos del convento carmelita, y deben ser posteriores a las series de la Encarnación y las Descalzas.

Todavía de Bolarque procede el muy repetido y admirado cuadro de La Virgen de la Leche, de Alonso Cano, que hoy se puede ver en el Museo alcarreño. Una mujer joven, sentada y acogiendo entre sus brazos, preparándose para darle de mamar, a un Niño. Se viste de túnicas y mantos con los colores azul y rojo tan propios de la Virginidad de Madría y su maternidad de Cristo sufriente, y en ella se refleja la atmósfera serena y luminosa de la madurez del artista que queda lejos de su tenebrismo inicial, destacando las delicadas carnaciones en rosas con toques blancos del desnudo del Niño y la cara, manos y pecho de la Virgen. Una obra genial que da categoría nacional a nuestro Museo local.

Recuerdos de Lupiana

A los jerónimos no solamente los exclaustraron de sus conventos, en 1836, sino que la Orden fue, incluso, suprimida. Desapareció de un plumazo y solamente se recuperó y rehizo (y hoy sobrevive con una docena de frailes en toda España) en 1969, tras conseguir en 1925 el rescripto de la Santa Sede.

Del monasterio jerónimo de Lupiana salieron muchísimas obras que fueron repartidas por el pueblo en cuyo término se levanta el cenobio, así como en Horche (allá fueron algunos capiteles hoy utilizados en el atrio de su iglesia), y en pueblos de la comarca en torno, como por ejemplo en Renera y Tomellosa. A la comisión provincial de monumentos llegaron cuadros enrrollados que permanecieron un siglo largo en los almacenes de la Diputación. Entre ellos el “San Jerónimo escuchando la trompeta del Juicio Final”, pintura con garra de Antonio Roalas, que hoy se contempla en el Museo Provincial, como los dos cuadros representando a San Pedro y San Pablo, de lo mejor de la producción de Rómulo Cincinato.

Pero lo que podemos ver, y hemos visto y fotografiado, son también piezas de uso litúrgico, magníficas composiciones de bordados, y composiciones de telas, que examiné con detenimiento en ocasión de preparar junto a José María Ferrer el libro sobre “Tapices y Textiles en Castilla la Mancha”. Sin duda que dos piezas salidas de San Bartolomé de Lupiana, como la manga de cruz procesional de Renera, y el terno de San Miguel que hoy se conserva en Tomellosa, de lo mejor de toda la región en punto a patrimonio textil.

La manga procesional junta la belleza de sus colores, detalles y formas, con la riqueza iconográfica de los moticos en ella labrados. La adjudicación al monasterio jerónimo de la Alcarria se ha hecho en base a la presencia en la pieza de San Bartolomé por un lado, y San Jerónimo por otro, además de la Virgen María con el Niño y San Juan Bautista, todos ellos realizados en sorprendente finura con hilos de colores sobre fondo rojo. Según la descripción que en el catálogo de la exposición “Celosías” que aquí comento hace nuestro paisano Francisco Javier Ramos Gómez, “la función de estas mangas era la de ocultar las manos de quien portaba la cruz y al mismo tiempo la de cubrir una parte del mástil durante las procesiones, de modo que colgaba por debajo de la cruz”. Y aún se atreve a bucear en la posible autoría de esta pieza, que forma parte del patrimonio vivo, aunque recóndito, de nuestro Renacimiento: “aunque no conocemos datos que documenten la fecha, el cliente, ni el autor de la pieza- nos dice Ramos- sabemos que entre los monjes jerónimos hubo numerosos bordadores, sobre todo en El Escorial
y en Guadalupe” Entre ellos destaca a fray Francisco de Loja, que trabajó en El Escorial hasta su muerte en 1589; a fray Juan de Palencia, que estuvo en Guadalupe y que murió en 1603; a fray Lorenzo de Montserrat, natural de
Besançon y que trabajó como director de las labores de bordado en El Escorial; y a su sustituto en el cargo tras su muerte, Diego de Rutiner. Entra dentro de lo posible que alguno de ellos, en esos talleres de alto rango jerónimo, elaboraran esta pieza única.

La otra es el gran terno de difuntos conservado en Tomellosa. En terciopelo negro bordado en oro, plata y sedas de colores, encontramos las piezas que conforman el terno: una capa, una casulla y dos dalmáticas, más el paño de difuntos. Elaborado en los talleres jerónimos de El Escorial o Guadalupe, y utilizado en la Casa Madre de la Orden Jerónima, en Lupiana, según Ramos que lo estudia con detenimiento “La única representación iconográfica que aparece es San Miguel, en uno de los extremos del paño de difuntos. Aparece con un demonio postrado a sus pies, mientras que en su mano izquierda lleva la balanza que le acredita como arcángel psicopompo o pesador de almas. De hecho en cada uno de los platillos de la balanza aparecen dos figuritas en pequeño tamaño que representan el bien y el mal del alma del difunto. Con la mano derecha sujeta una gran cruz con la que tiene inmovilizado al demonio. Se trata de una figura inspirada en repertorios de estampas o de pinturas religiosas de finales del siglo XVI. De esta figura hay que destacar la calidad y variedad en su ejecución de todos los detalles bordados de la armadura, del rostro, de las manos, de la capa y sobre todo de la cota de malla”.

Recuerdos de Pastrana

Finalmente, para completar esta visión de piezas de arte barroco que se conservan en nuestras iglesias y museos, aparentando ser aparición espontánea tras los siglos, pero siendo realmente el colofón de instituciones sacras venidas a menos o disueltas del todo, quiero mencionar y destacar aquí una preciosa pieza que ahora se muestra en el Museo de la Colegiata de Pastrana, y que en este año que comienza del Centenario de la santa abulense, representa como relicario tallado y policromado a Santa Teresa de Jesús.

De madera policromada, esta pieza fue realizada en 1618 para contener una pequeña reliquia de la monja carmelita, que se veneraría a través de una rejilla abierta sobre su pecho, en cuyo espesor se mantendría conservada. Procedente del convento de San Pedro, de frailes carmelitas de Pastrana, lugar fundado por San Juan d ela Cruz en compañía de la santa abulense, y a petición de los duques de Pastrana, en los años finales del siglo XVI, se llevó a Guadalajara junto con la colección de grandes óleos de intenciones didácticas que narraban la fundación de la casa carmelita por don Ruy Gómez y doña Ana de Mendoza, para allí conservarse (guardados de momento, en 1936) en el Museo provinvcial, de donde lo sacó en 1845 don Mariano Pérez Cuenca, párroco pastranero a la sazón.

La pieza es estudiada por Ramos con detenimiento y capacidad, pues sin duda es nuestro paisano un especialista en arte barroco, y sabe captar los enormes valores que encierra esta pieza, de la que nos dice que “destaca por la belleza serena y equilibrada del rostro, propia del ambiente cortesano de principios del siglo XVII. La boca cerrada, la mirada ligeramente caída y concentrada en sí misma, la perfecta simetría de la composición y la delicadeza en la disposición de las manos, hacen de esta pieza un representante perfecto de la escultura de transición entre el renacimiento y el barroco, cuando ya se han abandonado los excesos gestuales y expresivos del
manierismo de los seguidores de Juan de Juni o Alonso Berruguete y cuando todavía no ha llegado el realismo característico del siglo XVII castellano”. Hoy sin duda es una de las piezas más admiradas del nuevo Museo Parroquial de Pastrana.

Llegó la Natividad a la Alcarria

Cifuentes_Grupo_EpifaniaCifuentes. Para algunos, la capital de la Alcarria. La tierra fría, seca, dorada, en la que se concentra el sabor de España. Para todos, cabeza que fue de un partido judicial en el que la cabeza, la ciudad de las siete fuentes, vive y se ha mostrado dinámica desde tiempos muy remotos. Señorío de los reyes, de los príncipes y acaudalados e inquietos aristócratas, don Juan Manuel le puso castillo en lo más alto de su cerro, y ayudó con la fundación de conventos y el construir de altares, capillas y relicarios.

La iglesia parroquial de Cifuentes está dedicada al Salvador. Se trata de una magnífica obra arquitectónica en la que se mezclan los más variados estilos, aunque su aspecto predominante es el de un templo gótico. Fue construida originalmente hacia el séptimo decenio del siglo XIII, dejando detalles románicos en sus portadas, y una severa y elegante arquitectura gótica en su edificio e interior. Es un edificio de tres naves, destacando al exterior algunos elementos: la portada románica de Santiago, la portada clásica de mediodía, la torre de origen gótico, el gran rosetón del muro de poniente, y el solemne ábside que se alza opulento sobre la plaza mayor de Cifuentes. De todo ello, la portada románica de Santiago es un espléndido paradigma del románico.

En su interior, ahora en la capilla de la cabecera del Evangelio, que llaman capilla del Sagrario, ó de la Santa Madre, y que fundada en 1627 por Sebastián Moreno de Rui‑García, hombre que fue de la confianza del duque de Feria en diversas misiones en Sicilia y Cataluña, admiramos una colección de tallas que nos llevan en directo a la Navidad. Sin más esperas.

Esta capilla tiene una cúpula semiesférica sobre pechinas, y una cripta subterránea, según dicen. Aquí se encuentran, instalados con delicadeza y buen gusto, sobre muestrarios de madera bermellón, cinco magníficos grupos policromados, de talla en madera, que proceden de un altar gótico que hubo siglos atrás en la ya desaparecida ermita de Nuestra Señora de Belén. Son cinco grupos de extraordinaria factura renacentista, aunque con formas de origen gótico, obra de finales del siglo XV o principios del XVI, en los que se representan las escenas de los Desposorios de la Virgen, la Anunciación, la Natividad de Jesús, la Adoración de los Reyes, y la Presentación del Niño en el Templo. El estilo es sin duda borgoñón, por los rostros, las actitudes y, sobre todo, por las vestimentas, los atavíos y los complementos que lucen tanto ellas como ellos.

Referidos en el orden canónico estos grupos nos muestran retazos de la vida de María y de su hijo, Jesús. Dos escenas son previas a la Natividad, y otras dos posteriores a ella. La central, quizás la más hermosa, es la que nos permite traer a todas ellas en su conjunto a estas páginas: la Natividad de Cristo, en Belén. Describo, pues, esta primera escena, que se muestra horizontal con seis figuras: tres de ellas esenciales, como son San José, retrasado un poco, con las manos en actitud de portar algo que ha perdido. Delante, arrodillada, María, y a su pies, sobre un simple paño, desnudo y falto de pies y manos, el Niño Jesús. Las otras tres figuras son otros tantos ángeles que le miran extasiados, abiertos de manos unos y adorante el otro. Vestimentas lujosas llevan todos, con una policromía extraordinaria.

Las dos escenas previas, que ahora admiramos, son primero los Desposorios de la Virgen en la que una situación anacrónica se produce al ser un clérigo con mitra de obispo el que juntándoles las manos casa a José y a María, a la que un angelito de pequeño tamaño la admira junto a su amplio ropaje. Los personajes que ofician la ceremonia llevan arreos profusos, uno de clérigo cristiano, el otro de judío poderoso. Una mujer, de espaldas, mira la escena, y otra de frente, nos muestra su gran tocado propio de borgoña, excesivo y espectacular. La otra escena previa a la Natividad es la Anunciación de María: vemos tallada la figura de la Virgen, humilde, arrodillada en un reclinatorio ante el que tiene un libro abierto, y llevando su mano derecha al pecho en señal de aceptación del mensaje que el arcángel San Gabriel le expone levantando y abriendo su mano izquierda. Las alas polícromas del emisario divino son también espectaculares, y la riqueza de su atavío recuerda la túnica y capa de un oficiante católico en su máximo esplendor.

Las escenas posteriores a la Natividad son también muy bonitas: es la primera la epifanía o Adoración de los Reyes Magos. María está sentada sosteniendo a su hijo, desnudo, en el regazo. Ante ellos se arrodilla un anciano de luenga barba, es Melchor, el rey blanco. Tras él se muestra con largas calzas y aún espuelas el rey negro, Baltasar, y junto a él, más alto, va Gaspar. Tras una mesa o alféizar, dos personajes barbados se ocupan de atender a la mula y el buey que aparecen en la escena, lejanos: pudiera ser San José uno de ellos, o un pastor el otro. En todo caso, excelente grupo y calidad de la policromía sobre los trabajados vestidos. La última de las muestra escultóricas de Cifuentes es la Presentación de Jesús en el Templo, y en ella la estructura vertical parte en dos la escena, quedando a nuestra izquierda, sobrepuestos uno al otro, las figuras de María, ataviada con un manto exquisito, y sosteniendo al Niño, ya vestido, sobre una Mesa, con San José detrás, mientras a la derecha aparecen dos judíos, servidores del Templo, un sacerdote en primer termino, y un escriba detrás, surgiendo al fondo de la escena una especie de arca.

En todo caso, un grupo de tallas muy bellas, muy bien hechas, muy bien decoradas, con un estilo en nada propio de la Alcarria ni siquiera de Castilla, sino de países nórdicos, de lejanas entalladuras. Este grupo de cinco relieves en torno a la Natividad de Cristo, nos saludan siempre, y más ahora en plena Navidad, como un mensaje surgido del más allá, de la remota edad en que la gente vivía, quizás más que hoy, el mensaje testimonial del Nacimiento humilde del Rey Jesús, de Cristo niño pero con caminares de Dios vivo.

Arte perdido desde los conventos

El relicario de San Bartolomé, que primero estuvo en el monasterio jerónimo, luego en la parroquia de Lupiana, y al fin en 1900 se perdió para siempre.

El relicario de San Bartolomé, que primero estuvo en el monasterio jerónimo, luego en la parroquia de Lupiana, y al fin en 1900 se perdió para siempre.

Como todo el mundo sabe, la mayor parte del patrimonio artístico de nuestra provincia se fraguó desde instancias religiosas (iglesias, catedrales, y fundamentalmente conventos y monasterios) y por serlo han sufrido también, especialmente en los dos últimos siglos, unas pérdidas y agresiones que les han llevado a muchas piezas a desaparecer o cambiar de lugar de origen.

En este artículo quiero repasar los avatares de algunos conjuntos monasteriales, y sobre todo de sus piezas artísticas muebles, a través de un escrito poco conocido y que aquí quiero comentar y aplaudir, porque está escrito por uno de nuestros jóvenes investigadores, que siguen laborando por analizar el pretérito de nuestra tierra.

El autor es Francisco Javier Ramos Gómez, y el escrito se titula “Las artes plásticas en los conventos de la provincia de Guadalajara y su odisea” que apareció entre las páginas 125 a 143 del libro “Celosías. Arte y Piedad en los conventos de Castilla-La Mancha durante el siglo de El Quijote”, publicado en Toledo, en 2006, como catálogo de la Exposición que con ese mismo título se celebró en el Museo de Santa Cruz.

Se trata de una aportación estimable, que queda un poco perdida en el contexto de un gigantesco “libro/catálogo” muy bien editado, eso sí, con todo el lujo posible, (los mejores papeles, las mejores fotos…) a que nos tenía acostumbrado el anterior equipo de gobierno de la Junta de Comunidades.

Este trabajo de Ramos Gómez viene a tratar del arte en los conventos de Guadalajara, y en la época del Quijote, esto es, en los inicios del siglo XVII. Lo divide en tres partes, en las que trata primeramente del desarrollo de las distintas órdenes religiosas en la provincia. Un tema ya tratado, entre otros por mí mismo, aunque el autor no ha juzgado conveniente mencionar mi obra “Monasterios y Conventos de la provincia de Guadalajara. Apuntes para su historia” que con casi 400 páginas apareció en 1974 revelando por primera vez muchísimas noticias sobre todos los monasterios y conventos de nuestra tierra. Viene a ser un resumen muy comprimido de ella.

La segunda parte trata de los monasterios que mayor relieve alcanzaron en esa época como propietarios de obras de arte. Y la tercera habla de la desaparición y desintegración del patrimonio artístico de esas instituciones, tomando como referencia en este caso a la obra “Patrimonio Desaparecido de la provincia de Guadalajara” de José Luis García de Paz, a quien sí cita.

Arte en los monasterios alcarreños

Nos dice el autor que la zona más poblada de conventos fue la Alcarria, con 38 de los 60 que analiza. Y nos dice que los primeros que asentaron fueron los benedictinos y cistercienses, tras la Reconquista. Venidos los monjes, y sus abades, en su inmensa mayoría de la Galia (eso lo añado yo, porque está comprobado). Hace Ramos un buen resumen de cuanto se ha investigado y escrito hasta el momento, extendiéndose con los jerónimos, por ser Orden que nació en la Alcarria, y añadiendo datos sobre la llegada y asentamiento de los franciscanos, y los carmelitas, fundamentalmente.

Entra en cada uno de los conventos que hay, o hubo, en nuestra provincia, y relaciona con brevedad pero buen tino las obras de arte que había en ellos. No descubre ninguna nueva, y por la brevedad del aporte obvia otras importantes, como lo contenido en el convento de La Salceda, en Peñalver-Tendilla, según nos lo cuenta quien fuera su guardián franciscano, fray Pedro González de Mendoza, hijo de la princesa de Éboli.

En San Francisco de Pastrana describe el altarcillo de la familia Miranda que fue a parar a la Colegiata y aunque estuvo en el Museo, este verano aún paraba en la nave del Evangelio del templo mayor pastranero, con una talla extraordinaria en su centro (que Ramos atribuye al círculo de Gregorio Fernández) y un par de retratos al óleo en las basas de sus columnas laterales, de los que no aventura autor, pero que yo me arriesgo a filiárselas a Luis Tristán, discípulo que fue del Greco. De Guadalajara señala la memoria del gran retablo de Juan de Borgoña que existió en la iglesia de la Piedad y cuyo descubrimiento (documental, pues la pieza de arte desapareció hace mucho) debemos a Tomás López Muñoz en 2002.

Destaco que Ramos encuentra el dato (en una publicación de Junquera) de que el retablo de la Trinidad de Juan Bautista Maino, que hoy se ve en El Prado, estuvo en el convento de las monjas concepcionistas de Pastrana. Y que el retablo que para la iglesia del convento de las concepcionistas de Guadalajara (que hubo y ya no está, en la plaza de Moreno) mandó hacer don Jusepe Gómez de Ciudad Real y Mendoza, lo talló en 1588 el escultor madrileño Agustín de Campos con traza del arquitecto Alonso Román. De la Orden carmelita referencia la abundante carga que ha quedado en la iglesia del convento de San Pedro en Pastrana, constituyendo todo un Museo Carmelitano, y de Bolarque habla de su estructura, planos y obras de arte, pero a una velocidad que no le permite dedicarle más de 20 líneas y, por supuesto, sin hacer alusión al libro que sobre ese desierto carmelita escribimos en 1999 Angel Luis Toledano Ibarra y yo mismo, dando a conocer por primera vez la historia y el arte de ese lejano enclave.

Patrimonio conventual desaparecido

En la tercera parte del libro nos da un buen resumen de lo que sobre exclaustración y desamortización en la Alcarria escribió Luis Miguel de Diego Pareja, contándonos cómo la llamada Administración Provincial de Bienes Nacionales, a partir de la Guerra de la Independencia, fue abriendo conventos, sacando papeles, obras de arte, libros y memorias, quedando ya, y especialmente a partir de la Desamortización de Mendizábal en el cuarto decenio del siglo XIX, esparcidos unos y perdidos otros, para siempre.

Así, al hablar de Sopetrán, cuenta las obras de arte que allí había. Y menciona las “tablas de Sopetrán” que se encuentran en el Museo del Prado. Entonces yo no sabía que el relieve central de su retablo fue a parar en esos avatares a los Estados Unidos, y hoy se muestra en el Museo de “The Cloister” de Nueva York. Por eso Ramos no menciona este dato. Muestro junto a estas líneas el referido relieve, una pieza “de Museo” que también se fue de la Alcarria a los USA. Una más…

Es curioso lo que cuenta sobre el busto / relicario de San Bartolomé de Lupiana, aunque algo sobre ello había ya adelantado José Ramón López de los Mozos. Al parecer llegó al monasterio jerónimo a principios del siglo XVII procedente de la Vall d’Hebrón, en una procesión ceremoniosa de las que se hacían entonces, y se trataba de un busto en bronce, policromado y revestido en parte de plata, obra de Gaspar de Ledesma, de 1616. Una verdadera joya, que describe Isabel Mateo y colaboradoras en su obra “El arte de la Orden Jerónima, historia y mecenazgo”, Madrid, 1999. En 1700 le añadieron un templete churrigueresco. En 1820 lo trasladaron a la parroquia de Lupiana, y de allí lo robaron en 1870, quitándole entonces las piedras preciosas y los elementos de valor, siendo abandonada y luego recuperada. Finalmente, en 1900, víctima de otro robo, desapareció para siempre. Al menos, ha quedado una foto que vemos junto a estas líneas.

Catálogo de piezas

En el apartado de catálogo de piezas del libro “Celosías” aparecen bastantes procedentes de pueblos de Guadalajara, especialmente surgidas en la Alcarria carmelita, teresiana y mística. El hoy restaurado y recientemente inaugurado Museo de la Colegiata de Pastrana acoge bastantes elementos relacionados con la producción artística en los conventos y el barroco brilla en piezas como las que el hijo de la princesa de Éboli, el mínimo fray Pedro González de Mendoza, regaló a la Colegiata de la que fue patrono y restaurador: así el Relicario de la Regla de San Francisco, obra en ébano, bronce y piedras duras; el Templete relicario de la Virgen de la Salceda, obra de hacia 1610-1616 salida de un taller madrileño de orfebrería, y que hoy luce en la parroquia de Tendilla, o la Cruz Guía que, según Ramos producida en taller local pastranero, regaló el clérigo. Un retrato espléndido, ahora limpio de sus oscuridades seculares, de don fray Pedro, es el que se ve en el Museo, con la severidad en el rostro y la actitud propias de un Pantoja de la Cruz, aunque la autoría no es clara, y podría también tratarse de una obra de Matías Jimeno, quien por otra parte realizó el retablo mayor de la Colegiata por encargo del mismo fraile.

De las piezas carmelitas y teresianas, muchas de ellas conservadas hoy en el Museo del convento regido por los franciscanos, en Pastrana, destaca la serie de grandes cuadros representando las fundaciones de Santa Teresa y el apoyo de los duques don Ruy y doña Ana a la santa. Obras de autor anónimo aunque restauradas recientemente, son brillantes y didácticas. También destaca el “Éxtasis de San Juan”, pintado por un seguidor de Bartolomé Carducho en 1620 y conservado en el Museo Provincial de Guadalajara, o el “San Diego de Alcalá convirtiendo en flores la limosna de los pobres”, que se parece mucho a las cosas salidas del pincel de fray Juan Sánchez Cotán. Ahora espléndido de colores, es obra de hacia 1610 y se expone en el nuevo Museo pastranero.

Para acabar, y tomándolo de este libro espléndido, “Celosías” en el que todo lo relativo a Guadalajara ha sido redactado y equilibradamente valorado por Francisco Javier Ramos Gómez, dejar aquí el soneto que nada menos que don Luis de Góngora dedicó a fray Pedro González de Mendoza, el aristócrata hijo de los duques de Pastrana, que tanto ayudó a la Colegiata, a La Salceda y que hasta anduvo de obispo por Sigüenza y acabó en Granada, que es de donde Góngora le elevó a los altares de la inmortalidad con este poema:

 

Consagróse el seráfico Mendoza,

gran dueño mío, y con invidia deja

al cordón flaco, a la capilla vieja,

báculo tan galán, mitra tan moza,

 

pastor que una Granada es vuestra choza,

y cada grano suyo vuestra oveja,

pues cada lengua acusa, cada oreja,

la sal que busca, el silbo que no goza,

 

sílbela desde allá vuestro apellido,

y al Genil, que esperándoos peina nieve

no frustréis más sus dulces esperanzas;

 

que sobre el margen, para vos florido,

al son alternan del cristal que mueve

sus ninfas coros, y sus faunos, danzas.

Voz y memoria para José Luis García de Paz

01_Jose_Luis_Garcia_De_PazEn los próximos días, y más concretamente el lunes 15 de diciembre, a las 7 de la tarde, va a celebrarse un acto que nos propondrá la memoria de un estudioso e investigador, además de defensor y valedor del patrimonio histórico-artístico de nuestra provincia. Cronista oficial de Tendilla durante escasos meses, pero escritor y conferenciante durante muchos años, el recuerdo se nos irá hacia José Luis García de Paz, a quien la Diputación Provincial va a rendir, en el Salón Multiusos del Centro Cultural “San José”, merecido homenaje.

El patrimonio de Guadalajara sigue sufriendo, como lo ha hecho en estos dos últimos siglos, agresiones y decapitaciones que se mezclan sin embargo con recuperaciones y regresos. El progresivo deterioro de la iglesia románica de Villaescusa de Palositos, podría compensarse con la inauguración del Museo de la Colegiata de Pastrana con sus renovados tapices. Y la continuada agresión que sufre, día a día, el poblado agrícola de Villaflores, en término de Guadalajara, puede tener su compensación con la inauguración en la Catedral de Sigüenza y en el contexto del Expacio Greco 2014 de los recuperados tapices de Palas Atenea.

Pero el resultado puede entenderse de forma engañosa. Porque lo que se recupera es algo que nunca debió llegar al extremo de tener que salvarlo, y lo que se pierde o está a punto de perderse no volverá jamás, ni aun con las mejores intenciones y los más generosos presupuestos. Una obra perdida, como el castillo del Cuadrón en Auñón, es una obra perdida para siempre. Y una costosa recuperación como la del Teatro Zorrilla de Milmarcos, podría haberse ahorrado si no se le hubiera dejado hundirse poco a poco, a lo largo de años.

El tema del patrimonio artístico en Guadalajara está cada vez más de actualidad, y la sensibilidad de la gente (precisamente porque lee, se interesa y tiene cada vez un punto más de cultura) aumenta en cada punto que se descubre en peligro. José Luis García de Paz, autor de un libro memorable como fue “Patrimonio Desaparecido de Guadalajara”, cuajó con sus ideas, sus estudios y sus propuestas muy hondo, y así hoy es reconocido en su tierra, en la Alcarria y aún más lejos.

Presencia de Fernández Pardo en Guadalajara

Será un día muy señalado el próximo lunes 15 de diciembre, porque además vamos a contar en Guadalajara, y en el acto homenaje a García de Paz, con la figura de excepción de un historiador concienzudo y unánimemente reconocido como es don Francisco Fernández Pardo.

Nacido en Logroño (1937), es licenciado en Psicología y Doctor en Filosofía, y académico de la Real Academia Catalana de Bellas Artes de San Jordi de Barcelona. Ha impartido la enseñanza de la Filosofía, de la Historia e Historia del Arte en distintos Institutos de Enseñanza Media y Escuelas de Magisterio y tras ejercer largos años como Jefe de la Obra Cultural de la Kutxa en San Sebastián, se ha dedicado a la investigación sobre la evolución del patrimonio artístico y cultural español. Experto en arte, su dedicación ha cuajado en temas como la recuperación y exhibición de la obra de Navarrete «el Mudo» (exposiciones en El Escorial, Logroño, Zaragoza, etc.); en descubrimientos de pinturas como la «Inmaculada» de Ribera aparecida en la parroquia de San Andrés de Calahorra y de otros valiosos conjuntos artísticos casi desconocidos como los derivados de la obra pictórica realizada por Francisco Domingo Marqués (exposiciones en las salas de Bancaixa en Valencia, Alicante, etc.). Sería largo, prolijo y fuera de lugar hacer ahora alusión a las tareas didácticas y de intervención en la recuperación de numerosos conjuntos arquitectónicos y museísticos del norte de España, destacando –por nombrar uno al menos- en el rescate y difusión del retablo mayor de la Imperial Iglesia de Palacio (Logroño), obra del escultor Arnao de Bruselas cuyos conjuntos se exhibieron en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, Salas de Caja Sur de Córdoba, Sala de Exposiciones de la Real Academia de San Fernando, Museo de la Universidad en el palacio de Santa Cruz en Valladolid, etc.

Ha sido comisario de numerosas exposiciones de arte a lo ancho de toda España, y en diversas ciudades europeas como Bruselas o París (Salas del Instituto Cervantes), Dublín (National Gallery of Ireland), Lisboa (Palacio Galbeias) o Museo Nacional de Túnez, en cuyas ciudades dio a conocer la exposición titulada «De Rembrandt a Goya» que concernía a una selección de los mejores grabados hallados en España.

Aunque Fernández Pardo quiere huir de cualquier encasillamiento, y mostrarse siempre como un humanista a quien nada de lo que se relacione con el patrimonio cultural español le es ajeno, debo decir que ha visto publicada su obra sobre Psicología en numerosos títulos, así como de sociología, educación y aún novela histórica («La Ruavieja» y «El golpe en la crisma»), o el ensayo («La otra alternativa», premio Ciudad de Irún, prólogo de José Luis Pinillos). Numerosas conferencias y artículos de carácter científico aparecidos en distintos diarios nacionales y revistas como el Bulletin Hispanique, Instituto de Estudios Riojanos y en publicaciones universitarias le avalan como una personalidad de las letras y la cultura española actual. Quizás lo más señalado y por lo que será siempre recordado Fernández Pardo es por su obra monumental, «Dispersión y destrucción del patrimonio artístico español», que ha ido elaborando a lo largo de los últimos 30 años y que entre el 2007 y el 2014 ha visto su publicación en seis tomos, el último de los cuales acaba de aparecer.

Un libro monumental

Mucha sabiduría dentro del cuerpo de este libro monumental, sabio y sorprendente. El autor es don Francisco Fernández Pardo. El título “Dispersión y destrucción del patrimonio artístico español”. Es el Tomo VI de la obra completa. La edición es del autor y se ha impreso en Madrid en 2014. Tiene 904 páginas, 800 grabados, muchos de ellos en color. Su tamaño es de 22 x 30 cms, la encuadernación en tapa dura y pesa casi cinco kilos. Una obra de gran lujo cuyo ISBN es el 978-7392-780-2 y su precio 88,40 €.

Todavía me tiemblan las manos, desde que terminé de pasar la última página de este libro, considerando con asombro lo que en él se contiene. Una información detallada, meticulosa, y muy abundante, acerca de una increíble variedad de temas referentes al expolio del patrimonio artístico español a lo largo de los siglos, y muy especialmente en los últimos cien años.

Sin palabras me he quedado para poder calificar este libro. Bastaría, para transmitir levemente el mensaje que contiene, copiar los títulos de los 37 capítulos que en él aparecen, aparantemente independientes unos de otros, con temas específicos, pero todos enlazados por el problema común. Por citar algunos, que pueden dar idea del volumen de información y de los derroteros que alcanza la obra: “La piqueta municipal contra fuentes, rollos, molinos, teatros, comercios…”, o “La implicación de España en el expolio nazi”, sin olvidar “Los expolios arqueológicos en España” o “Los tristes designios del tesoro bibliográfico y documental”. Cada uno de sus capítulos es por sí mismo una enciclopedia de datos, de noticias, de valoraciones y de imágenes.

Por dar idea de qué va, a pesar de su variada temática, conviene quizás empezar por el artículo dedicado a las que considera Fernández Pardo “Cuatro ciudades degradadas: Cuenca, Almería, Murcia y Málaga”. Cuando pensamos que en Guadalajara se han hecho, a lo largo de los últimos cien años, un cúmulo de despropósitos difíciles de resumir aquí, el asombro se nos dispara al ver lo que se ha cometido en otras, en esas ciudades españolas a las que Fernández Pardo considera el ejemplo más relevante de la destrucción patrimonial. Hay trabajos dedicados a “Los atentados contra las casas blasonadas” y en la responsabilidad de tantos destrozos no perdona a nadie, desde los ayuntamientos, los ministerios de Fomento, Cultura y demás… a la propia Iglesia Católica, que sale mal parada en el trabajo titulado “Las funestas consecuencias del Concilio Vaticano” o en este otro dedicado a “La Iglesia, el Estado y los impostores del arte”.

La dedicación del profesor Francisco Fernández Pardo (Logroño, 1937) al estudio de este tema tan variopinto, pero que hiere a la raíz de la nación y de sus individuos, lleva ya 30 años de militancia casi exclusiva. Son tan grandes, tan numerosas y tan escandalosas las historias que conoce, que revela en sus libros y que expone en sus conferencias, que muchas veces han rayado en lo que hoy se denomina “incorrección política”, pero que no hacen sino exponer con crudeza los atentados que nuestra herencia cultural y artística han sufrido por parte de una sociedad ajena a las valoraciones culturales del patrimonio, y atentas casi siempre al enriquecimiento y a la vanidad de quienes dirigen las instituciones.

El autor completa con este sexto tomo su gran obra que totaliza las 4.000 páginas, y que en los cinco libros anteriores, con el mismo título, y actualmente agotados en librerías e imposibles de encontrar si no es en Bibliotecas, aborda de forma metódica y por épocas la “dispersión y destrucción” del patrimonio hispano. En este libro, absolutamente recomendable para quienes se interesan por la integridad y recuperación de monumentos, documentos y piezas clave de nuestra esencia social, Fernández Pardo toca en esos 37 capítulos los temas intemporales y puntuales del tráfico patrimonial, su destrucción, su abandono y en algunos casos su afortunada recuperación y restauración. Hay de todo.

Para que nada quede en duda, doy aquí el listado pormenorizado de los temas que trata en su obra. Son suficientes para aclarar cualquier duda: I: A vueltas con la iconoclastia; II: La implicación de España en el expolio nazi; III: El opaco destino del Patrimonio Real; IV: Los grandes acaparadores del arte español; V: La dispersión de las colecciones privadas y sus beneficiarios; VI: Peripecias e iniciativas para salvar el patrimonio; VII: Los tristes designios del tesoro bibliográfico y documental; VIII: Continúa la destrucción del patrimonio industrial; IX: La incuria del Estado y las ventas de la Iglesia; X: Los tesoros de la Iglesia, ¿en propiedad o en depósito?; XI: La dstrucción monumental que no cesa; XII: Los atentados contra las casas blasonadas; XIII: La piqueta municipal contra fuentes, rollos, molinos, teatros, comercios.; XIV: Desmantelamiento y emigración de la arquitectura; XV: El aciago intervencionismo urbano; XVI: El nuevo verticalismo en arquitectura y otros abusos; XVII: Cuatro ciudades degradadas: Cuenca, Almería, Murcia y Málaga; XVIII: Los desastres urbanísticos del litoral español; XIX: Las funestas consecuencias del Concilio Vaticano; XX: Ventas, atentados y robos continuados; XXI: Venta y peregrinaje del patrimonio pictórico; XXII: Los beneficiados de los expolios; XXIII: Los expolios arqueológicos en España; XXIV: El saqueo del patrimonio cultural subacuático; XXV: La situación del Arte Rupestre; XXVI: Pinturas y dibujos evadidos; XXVII: Tráfico ilícito y recuperación de obras de arte; XXVIII: El fracaso de las restituciones; XXIX: Desorientación y declive en la pintura y en la escultura; XXX: La desaparición de la artesanía. Sus consecuencias; XXXI: Banalización y mentira del arte; XXXII: El Arte como mercancía especulativa; XXXIII: Defender lo nuestro; XXXIV: La Iglesia, el Estado y los impostores del Arte; XXXV: No todo ha sido destrucción; XXXVI: El agujero sin fondo de la financiación cultural; XXXVII: ¿Qué obstáculos impiden la protección del Arte?

Mujeres añejas y próximas

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El pasado día 18 de noviembre, la Excmª Diputación Provincial hacía la presentación, ante un público muy numeroso y fundamentalmente femenino, de una obra literaria e histórica, de un libro en suma, que por tener tantas lecturas nos va a acompañar una temporada, entre las manos, ante los ojos, y junto al corazón: las Damas de la Casa de Mendoza han llegado para quedarse.

El libro ofrece una impresionante galería de biografías femeninas a cuyas protagonistas las une un vínculo, y es que todas son pertenecientes, por nacimiento o compromiso matrimonial, a la Casa o Linaje de Mendoza, uno de los que fueron claves en la historia de la España medieval y moderna. Muy diversas autoras y autores, todos historiadores, dirigidos por Esther Alegre Carvajal, aportan en artículos monográficos las biografías de 29 damas, agrupadas por «Casas» o ramas del linaje mendocino. Se aportan estudios añadidos de esas ramas con detallados árboles genealógicos, que ayudan a comprender no solo la vida, individual, de estas protagonistas de la historia española, sino el ámbito en que desarrollaron esas vidas.

El volumen, muy bien diseñado editorialmente, todo a color, con buen papel y nítida tipografía, se inicia con un estudio de la directora de la obra, la profesora Esther Alegre Carvajal, quien bajo el epígrafe de “Introducción” hace de forma clara y precisa un análisis de la estructura vital de estas mujeres. Habla de sus relaciones con la familia, la infancia, el matrimonio, la viudez, la transmisión cultural, la religión (varias fueron medio monjas, medio beatas, promotoras de conventos, amigas devotas de frailes y obispos, etc…) la devoción y la ideología. Se sigue de un estudio del investigador José Antonio Guillén Berrendero, sobre “Lo femenino en la tratadística nobiliaria castellana de la Edad Moderna”.

El libro se va estructurando en el análisis de las diversas “Casas” que proceden del tronco común de los Mendoza. Y así se inicia por la Casa del Marqués de Santillana. Esta, como el resto de las “Casas” lleva al principio un meticuloso árbol genealógico en el que aparecen personajes, casamientos, hijos y demás parentela, señalando en rojo las féminas que aparecen luego biografiadas. En este primer bloque, surge el estudio de doña Aldonza de Mendoza, realizado por Isabel Beceiro Pita, apareciendo una introducción general al grupo marquesal a través de un estudio previo de Esther Alegre.

Es la “Casa del Infantado”, la más importante y nutrida de todas, la que luego pasa a ser estudiada, y en cuyo numeroso grupo de damas destacan los estudios sobre doña Ana de Mendoza, la sexta duquesa del Infantado, que escribe Angeles Baños Gil, y sobre doña Brianda de Mendoza, la fundadora del convento de la Piedad en la ciudad del Henares. En el siguiente capítulo, sobre “La Casa de Tendilla y marqueses de Mondéjar” destaca el estudio magnífico de Fernando Martínez Gil sobre doña María Pacheco, cuya vida apasionada y guerrera describe con brevedad y buen tino.

En “La Casa de los marqueses de Zenete y Condes de Mélito” destaca el estudio espléndido de Esther Alegre sobre la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda, esencia de la fuerza femenina de la Casa Mendoza. Continúan otros estudios sobre damas de la Casa de los “Condes de Coruña y Vizcondes de Torija”, con un estudio inicial de su conjunto por Ana Vives Torija, y es finalmente Alicia Yela Yela quien se responsabiliza del estudio de algunas damas de “La Casa de Almazán”, entre las que destaca la también aventurera existencia de Luisa de Carvajal y Mendoza, mitad monja mitad espía en la Inglaterra del siglo XVII.

Este voluminoso y bien presentado libro está llamado a ser esencia de los estudios mendocinos, sobre todo porque reúne (aunque en una clave monográfica y femenina) diversas personalidades, épocas y tendencias. Ilustrado a conciencia, con retratos, edificios, detalles, los ya citados árboles genealógicos, y una carga densa de bibliografía y notas, es sin duda un apasionante mundo de saberes y recuerdos. El mismo subtítulo del libro, así lo expresa: “historias, leyendas y olvidos”. Lo que predomina son las primeras, pero de todo hay en él, para alegría de cuantos aún disfrutan con los libros, las historias, las leyendas y los olvidos.

Una historia: la de doña Ana de Mendoza, sexta duquesa del Infantado

Aunque ya tratada por otros autores previamente (Layna Serrano en su gran Historia de Guadalajara y sus Mendoza, y un reciente trabajo monográfico de Aurelio García López) la figura de doña Ana de Mendoza sorprende siempre, porque fue una de las primeras mujeres que en Castilla disfrutó del título pleno, durante muchos años, y de las prerrogativas de mando anejas, de uno de los más importantes linajes (los Mendoza) y mayorazgos (el del Infantado), teniendo en su palacio ducal de Guadalajara asiento y presencia.

En esta obra sobre damas mendocinas, es María Ángeles Baños Gil quien se atreve de nuevo con esta biografía, desmenuzando la historia de esta gran señora, hija del quinto duque don Iñigo López de Mendoza, y ya analizada con detalle por quien fue su biógrafo oficial y contemporáneo, el jesuita Hernando Pecha. Doña Ana alcanzá a ser, sin duda, una de las mujeres más ricas de España, lo que sobrellevó como pudo, pues según su biografo a ella lo que le gustaba era ir a Misa, organizar procesiones por el patio de los Leones, y sobre todo coleccionar reliquias, de las que llegó a tener cientos, y muy bien pagadas.

El capítulo de Baños Gil es impecable, muy bien documentado, organizado y atrayente para el lector. De esta manera nos enteramos, por fin, de la vida y milagros de esta señora, que fue tan devota, y tan santa, que solo le faltó hacerlos. Protectora de los franciscanos, a lo quen paga un nuevo retablo para su gran iglesia, y de las carmelitas, a las que funda el convento de San José, en la calle del Barrionuevo. Es, en todo caso, una personalidad fuerte a la que como Helen Nader califica, un “agente activo que formó parte de las decisiones de la Casa noble a la que representaba”.

Una leyenda: la de doña Ana de Mendoza, princesa de Éboli 

A la tuerta llamativa, que a nadie dejó (ni aun hoy deja) indiferente, se le han dedicado muchos libros ya, muchas novelas, análisis documentales, obras de teatro, canciones, películas y celebraciones populares. Todos creen saber de ella (era doña Ana, de Mendoza, y de la Cerda, mujer de Ruy Gómez de Silva, el primer ministro del rey Felipe, y fue monja carmelita cuando enviudó, y amante quizás, del propio rey, pero seguro que de su primer ministro Antonio Pérez… mil cosas fue) pero la historia real de doña Ana se queda a veces sepultada bajo el peso de su leyenda. Y Esther Alegre consigue revelar esa historia, sacudiéndose la leyenda como si de un polvo secular se limpiara de un gesto altivo la estatua marmórea que la cobija. En los sótanos de la Colegiata pastranera quedan sus restos, en urna de alabastro, y en pinceles soberbios, dibujos humildes, repeticiones sin fin de su figura tuerta, queda su imagen.

Confiesa Esther Alegre que le ha servido de mucho para escribir este nuevo capítulo sobre doña Ana, el libro que el año pasado publicó en Alemania Trevor Dadson y H.H. Reed titulado “Epistolario e historia documental de Ana de Mebndoza y de la Cerda, princesa de Éboli”. En él se vuelve a analizar, a través escuetamentre de documentos, el asunto del intento en que doña Ana se movió mucho tiempo, tratando de conseguir para alguno de sus hijos la corona de Portugal, que ella creía que les correspondía, mientras que todo camino hacia ese objetivo se cerraba por el hecho de haber acaparado la corona de Portugal el rey Felipe II de España. Teoría que ha ido reforzándose progresivamente, especialmente a partir de las tesis de Spivakovsky, y que aquí vuelve a ser analizada con mayores razones.

En este capítulo sobre la Princesa de Éboli que Esther Alegre aporta al libro sobre las Damas de la Casa de Mendoza, se construye una historia (en mi opinión) completa, seria y quizás definitiva sobre doña Ana de Mendoza, dejando en su sitio lo que es leyenda de una biografía, de una vida aunque corta, tan compleja.

Un olvido: el de todos hacia Luisa de Carvajal y Mendoza 

Es Alicia Yela Yela quien se encarga ahora de rescatar del olvido a un personaje que cabalga entre la historia y la leyenda, pero que ofrece a través de su biografía un relato emocionante y sabroso de la vida en España e Inglaterra en pleno siglo XVI. De las fechas capitales de su vida (Jaraicejo,1566 – Londres,1614) ya se colige que esta “dama Mendoza” anduvo el mundo más que otras de sus antecesoras.

En este capítulo, trabajado en profundidad, y con el rigor histórico más absoluto, Yela Yela alcanza todos los rincones de la compleja biografía de esta dama (extremeña) pero mendocina aunque fuera remotamente y a través de sangres colaterales. Y entra de lleno en lo que se sabe para colegir lo que se adivina: porque una persona, una fémina por más señas, que actúa de espía y de agitadora política en la Inglaterra del siglo XVI, a favor de los católicos y de España, es un caso excepcional y que da materia para una novela. Ya en su tiempo se escribió su biografía como uno de los hechos maravillosos que, además, confirmaban la supremacía española en Europa. Luis Muñoz, en 1640, y en la Imprenta Real de Madrid, dio a luz el libro “Vida y virtudes de la Venerable Virgen Doña Luisa de Carvajal y Mendoza. Su jornada en Inglaterra y los sucesos de aquel reino”. Si alguno de mis lectores quiere entretenerse, divertirse y asombrarse un buen rato, al menos este capítulo del “olvido” de Luisa de Carvajal y Mendoza ha de leerse.

Un libro imprescindible

Aparece como directora de la obra la profesora Esther Alegre Carvajal, siendo su título el de “Damas de la Casa de Mendoza”. Lo ha hecho la Editorial Polifemo, de Madrid, y tiene 784 páginas, más numerosas ilustraciones, todas a color. Impreso en tamaño 17 x 24 cms. y encuadernación en cartoné, con un ISBN 978-84-16335-00-8, y un precio de venta de 50 €.

En el libro colaboran 15 autores / as, y en él se recogen las biografías de 29 damas del linaje mendocino, más o menos todas emparentadas, criadas, muertas o proclamadas en Guadalajara y su tierra. Viene a colmar un importante hueco en la historiografía de Guadalajara y la Casa Mendoza, el linaje que marcó durante siglos el rumbo de su historia. Una carga gráfica llamativa, toda en color, y sobre la contenida y novedosa información le hacen acreedor al mejor de los aplausos, y sin duda a ser tenido en cuenta como candidato a encabezar la lista de best-sellers alcarreños en estas Navidades.