Los Casares, Almonacid, Alcocer: un patrimonio evocado
Aplaudido por todos, llega a nuestras manos el tomo noveno de las “Obras Completas de Layna Serrano”, una vez editados ya todos los libros escritos por este autor, Cronista Provincial de Guadalajara, en la segunda mitad del siglo XX. Esta obra viene a ofrecer los escritos que fue publicando en revistas especializadas, en folletos sueltos, en publicaciones locales, o como conferencias.
De aquellas viejas revistas de arte, hechas con medios técnicos que hoy nos asombran, sin color ni papel verjurado, pero con mucha técnica y ganas, recordamos ahora el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, (de la que fue directivo el cronista alcarreño), la Revista “Arte Español”, y el Boletín de la Sociedad Española de Amigos de los Castillos, este último aún vivo, y siempre a mejor.
La España de posguerra vio caídos por el suelo, fruto de la contienda civil, innumerables edificios, dando por desaparecidos muchos otros elementos muebles de interés artístico. La secuencia constructiva en España ha sido como una gran curva de Gaus de varios siglos de duración: empezó a construirse en época del reino de los visigodos (desde el siglo VI en adelante, llegando a una espiral altísima en la época del Renacimiento y el Siglo de Oro). Tal fiebre constructiva se alzó entonces, que tuvo que exportarse a América donde también se llenaron las grandes ciudades de catedrales, monasterios, palacios y fuentes). Empezó a caer la curva en los inicios del siglo XVIII, empobrecido el país tras las actuaciones de nefastos gobernantes, aparición de guerras en nuestro territorio, invasiones de austriacos y franceses, y finalmente dos mazazos resolutivos (la Desamortización de los Bienes Eclesiásticos, y la Guerra Civil 1936-39, de la que ahora se cumplen los 75 años de acabamiento) con lo que se esfumaron, destruidos e incendiados, robados o apaleados, un porcentaje inmenso de elementos patrimoniales. De lo poco que quedó, aún puede presumir España de ser uno de los países con más elementos artísticos de Europa ¡Qué no habría entonces, cuando la fiebre constructiva lo llenó de todos de talladas filigranas y retablos de brillo y color!
La destrucción del patrimonio
Layna Serrano fue testigo de ese momento de destrucción, y en sus escritos, la mayoría de ellos posteriores a la Guerra Civil, nos da constancia de lo que había, incluso con fotografías. Su afán estudioso del arte y la historia de Guadalajara se despertó en 1931, al ver cómo una organización norteamericana (formada por Hearts, Morgan, Byne y otros elementos depredadores) se llevaba a California entero el monasterio alcarreño de Ovila. Recorrió la provincia estudiando, fotografiando y haciendo planos de todos sus castillos y edificios románicos, y en una etapa febril, que abarcó los años de la República, se recorrió todos los pueblos de Guadalajara, anotando de ellos sus elementos más representativos, retablos, rejas, obras de orfebrería rincones de arte e historia… que durante la contienda, (que Layna hubo de pasar recluido en Madrid, entre su actividad médica y la Biblioteca Nacional) fueron destruidos.
De aquellas visiones, casi transitorias e irreversibles, el cronista (que lo era por nombramiento de la Diputación Provincial desde 1934) guardó datos e imágenes. Y esos fueron los temas que fue dando, a partir de 1940, en forma de estudios sueltos (a más de sus grandes libros de historia como los de Guadalajara, Cifuentes, Atienza y el palacio del Infantado) distribuidos por las Revistas de la época.
El libro que ahora ha aparecido, como siempre de la mano de la editorial alcarreña Aache, es un monumento a la memoria de Layna y de sus contemporáneos, amantes de su tierra y estudiosos de ella. Porque en este grueso volumen de las “Obras Completas de Layna”, al que se ha dado el título de “Arte y Artistas de Guadalajara”, aparecen limpiamente impresos los escritos sueltos que Layna Serrano fue publicando en esas revistas, o incluso algunos otros que quedaron inéditos. Entre los temas que se ofrecen, en torno al medio centenar, están los estudios del aljibe de Valfermoso, las iglesias de Mondéjar, El Salvador de Cifuentes, Alustante, la Piedad de Guadalajara, Almonacid de Zorita, La Cruz de los Becerril de La Puerta, el castillo de Torija, la catedral de Sigüenza, la Santa Cruz Aparecida de Albalate de Zorita, la reconstrucción del castillo de Sigüenza, un par de estudios complementarios sobre La Caballada, el Mambrú de Arbeteta, excursiones por la provincia visitando castillos con la Asociación de Amigos de los Castillos de España, el descubrimiento de la cueva de los Casares, y así hasta un total de 50 artículos muy interesantes, con innumerables ilustraciones.
Un libro dentro de otro libro
Me atrevería a calificar como lo más notorio de este libro, los dos grandes artículos que Layna publicó, en la Revista “Arte Español” en 1944, en dos entregas, titulados “El Arte en la provincia de Guadalajara hasta 1500” y “Los estilos Renacimiento y Barroco en la provincia de Guadalajara”, en los que repasa de forma completa lo más relevante del arte provincial, aportando muchas fotografías y planos de edificios, conjuntos y piezas. Podría calificarse a estos dos artículos como el germen de algún libro que Layna no llegó a completar nunca, pero que pretendía con ello analizar desde una perspectiva única el patrimonio monumental provincial. Entre las páginas 245 a 295 aparece este importantísimo texto.
Y luego, por detenernos en aspectos puntuales y sorprendentes de esta obra, podemos mencionar el estudio que hace de la muralla de la villa de Hita (páginas 421-431), la primera descripción conocida del Dorado de Jirueque (pp. 345-353), el análisis con dibujos del aljibe del castillo de Valfermoso de Tajuña (pp. 13-19) o la descripción que supone el descubrimiento en 1933 de la Cueva de los Casares en Riba de Saelices (pp. 19-27 y 489-499). A los interesados en patrimonio desaparecido, recomiendo los trabajos sobre Obras de Arte perdidas y recuperadas (pp. 353-361) y el Catálogo de la Exposición Fotográfica de Guadalajara que se celebró en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, en 1944. Además, el análisis del cuadro de Ribera en Cogolludo, con otros similares encontrados en América…. Estoy seguro de que este libro va a ser un lugar de sorpresas y emociones, de descubrimientos y satisfacciones para quienes aprecian los escritos de Layna y, en general, el saber y aprender acerca de la historia y el arte en Guadalajara.
De las sorpresas que se nos muestran ahora, yo rescataría algunos elementos especialmente relevantes. Como por ejemplo el aljibe del castillo de Valfermoso. Utilizado durante siglos como almacén de paja, Layna tuvo la facultad de comprender su sentido y función, puesto que al aljibe se entraba, en contra de lo esperado, por su parte inferior, después de haberse derrumbado en altura la mayor parte del castillo. No se tuvo muy encuenta aquel hallazgo hasta que hace pocos años la Junta de Comunidades finalmente los restauró muy adecuadamente, y hoy luce como uno de los monumentos más curiosos de la Alcarria. Lástima que su horario de apertura sea tan irregular y escaso.
Por el contrario, uno de los edificios estudiados por Layna en un artículo, y reproducido con abundante material fotográfico en este libro reseñado, el monasterio de la Concepción de Almonacid de Zorita, solo quedan ya sus cuatro muros, abandonado y saqueado, prácticamente perdido para siempre. Sus joyas muebles, como el gran retablo de Correa de Vivar, pudieron salvarse porque alguien con dinero y sensibilidad lo compró y luego lo donó a un convento de monjas en Oropesa, pero la iglesia solemne, cuajada de escudos y filigranas, como el resto del convento, ha quedado arrasada.
Algo similar ocurrió en Alcocer, aunque ahí la historia ha sido de ida y vuelta. En los años en que Layna la estudió, estaba en su apogeo de esplendor, con diversos retablos, cerámicas y contenido brillante, que fue destruido en la guerra. Posteriormente, el ánimo de dos curas, como don Andrés [Pérez Arribas] y don Crescencio [Chencho] Sáiz Sáiz, la restauraron y adecentaron, con sus propias manos, siendo hoy uno de los edificios más interesantes de nuestra provincia (la Catedral de la Alcarria, algunos la llaman, no sin razón).
El cronista y académico Layna descubre en esta obra un elemento sorprendente del arte que había estado durante siglos olvidado: el enterramiento de “El Dorado de Jirueque”, y nos da primera noticia de su personaje y de los detalles iconográficos que en él se acumulan. Con detalle (casi fatigoso en algún momento, hay que reconocerlo) estudia luego el cuadro de “El Capón de Palacio” que todavía en Cogolludo recuerda a su autor, el tenebrista Ribera. Y vuelve a descubrir algunas joyas hasta entonces mudas, como la gran cruz plateresca de La Puerta, que asigna al taller de los Becerril de Cuenca, o la cruz románica con esmaltes tipo limusinos de Albalate de Zorita.
Más noticias inéditas
De todo este cúmulo, que parece no acabar nunca, de información sobre arte, historia y tradiciones de Guadalajara, es rica esta publicación que acaba de aparecer. A quienes nos gustan los libros, podemos decir que esta una piscina en la que uno no se cansa de nadar.
El volumen “Arte y Artistas de Guadalajara”, con sus 512 páginas en tamaño gran folio, encuadernación en tela y cientos de imágenes antiguas, está prologado por Tomás Gismera Velasco, que bien puede calificarse como biógrafo y mejor conocedor de la obra de Layna Serrano. En las dos páginas que firma el escritor atencino, nos da a conocer incluso nuevos detalles sorprendentes y hasta ahora desconocidos, como es esa novela que preparaba Layna y no llegó nunca a terminar (“Amelia de Castellar” se hubiera titulado), o el primer artículo que publicó, nada menos que en 1909 sobre “La marcha del soldado”.