Fuentelsaz en el confín

viernes, 2 noviembre 2012 1 Por Herrera Casado

La casa grande de los Galvez en Fuentelsaz, en sus buenos tiempos.

La España profunda es la que se encuentra lejos, a muchos kilómetros de las grandes ciudades, en las que sirven de referencia las plazas iluminadas, los escaparates coloristas y las manifestaciones deportivas o festivas. La España profunda es casi toda la provincia de Guadalajara, y de ella el Señorío de Molina, y de él, Fuentelsaz, que está lejos, muy lejos, de todo. Allí, sin embargo, queda vida, porque la hubo, densa y fuerte, y esa es la materia que cabe recoger de una visita al pueblo, tras mirar despacio su iglesia, sus palacios, sus fuentes, sus callejas, y charlar con la gente y mirar los viejos libros, y los libros nuevos.

En Fuentelsaz hay muchas cosas que admirar y algunas más que recordar. Es mayoritario el patrimonio de raíz religiosa, la iglesia parroquial, las ermitas. Dentro de ellas los altares, con sus esculturas y pinturas, de gran relieve a pesar de su lejanía. Con sus campanas, sus clavos, sus custodias, sus víctores en las paredes, que recuerdan a personajes sabios, prudentes y generosos, que ya son solo memoria.

Los retablos de Fuentelsaz

De pocos conocido el patrimonio artístico de Fuentelsaz, como muchos otros del Señorío de Molina tuvo la suerte de que en la Guerra Civil nadie se dedicara a quemarle los retablos. De ahí que se ha mantenido el templo, y ahora lo vemos, como un auténtico museo del arte barroco, con raíces aragonesas por estilos y autores. Pero dentro de Castilla, como siempre han querido los molineses mantenerse.

El más espléndido de todos es sin duda el retablo mayor. Es obra del artista Miguel Herber, miembro de una familia de “hacedores de retablos”. Este lo construyó junto con Francisco Alambra, siendo ambos vecinos de Fuentes de Jiloca. Era el año 1730 cuando se acabó y se mostró con toda su brillantez.  Estructurado al modo clásico de “banco / alzado / remate”, está dedicado al titular de la parroquia, San Pedro en la Cátedra, esto es, la representación del primer apóstol y primer pontífice con hábito de tal y sentado en un gran trono de oro. Ocupa la talla de San Pedro el lugar central y preferente. A sus lados, dos santos franciscanos: San Francisco de Asís y San Diego de Alcalá, este con su atributo más conocido, un ramo de rosas exhibidas sobre el hábito recogido (un milagro que le hizo famoso, y que sucedió ¿en La Salceda? ¿en Alcalá de Henares?). También a sus lados, pero un poco más abajo, sobre hornacinas aparecen San Joaquín y Santa Ana, para los que se guardó mucha devoción en Fuentelsaz, de modo que en el anterior retablo, del siglo XVI, ya había otras tallas de esta pareja, que ahora se ven en las tablas del Sagrario de este altar. El remate de la caja del retablo es San Miguel (con ermita propia en el término) y rematando los estípites laterales dos pequeñas figuras, alegóricas, de la Justicia y la Prudencia, como virtudes cardinales. Lo más espléndido del conjunto, quizás, s on las dos columnas salomónicas rematadas en exuberantes capiteles.

En el crucero, a ambos lados del mayor, se empotran sendos retablos laterales, de muy parecida factura: barrocos, más achatados y redondeados en su altura. Uno es el dedicado a Santa Ana, en el que se incluye como elemento fundamental una pintura estupenda, que es así descrita por Marco: “el Niño Jesús en el centro, sobre las rodillas de María, a la izquierda, lee la Sagrada Escritura que le muestra Santa Ana, a la derecha; escena de niño, madre y abuela que se desarrolla en un marco arquitectónico romanista. Arriba lleva inscrita esta información: “El Papa Alejandro sexto concedió XV años de indulgencia por los pecados mortales y veinte mil años por los veniales, diciendo tres veces esta oración delante la imagen de santa Ana madre de María Virgen y de su precioso Hijo, las cuales indulgencias publicó el Papa con su propia boca, año 1494”; y abajo aparece, en la latín, la oración que había que recitar tres veces, una por cada uno de los personajes, para obtener las indulgencias: “Ave Maria gratia plena Dominus tecum, tua gratia sit mecum, benedicta tu in mulieribus, et benedicta sit Santa Anna mater tua, ex qua sine macula et peccato procesisti Virgo Maria, ex te autem natus est Jesu Christus filius Dei, Amen. Año 1587”.

El otro retablo, enfrente, también construido en el siglo XVIII, tiene por figura trascendente al Cristo de la Expiración, estupenda talla escultórica del mejor arte colonial, pues sabemos que fue realizado en Nueva España (México) en la primera mitad del siglo XVII, y traído aquí a Fuentelsaz, después de rocambolesco viaje que pasó, entre otros sitios, por Madrid, Villel y Milmarcos, en 1644. Fue este Cristo un regalo del funcionario colonial Miguel Romero, hijo del pueblo, quien después de servir muchos a la Corona enla Nueva España, como escribano real, vino a morir a Madrid, donde fue enterrado.

El órgano

En la iglesia de Fuentelsaz debemos echar la mirada –cuando entremos- a lo alto, y allí nos encontraremos cara a cara con el gran órgano, que construyera Miguel López en 1776. El maestro elegido para hacerlo fue el aragonés vecino de Daroca Miguel López,  quien a la sazón trabajaba en Aguaviva. Había sido entre los años 1763 y 1768 afinador oficial de los órganos de la catedral de Sigüenza, ciudad en la que residió durante algunos años; y murió en 1776 nada más acabar el órgano de Fuentelsaz.  Se hizo este órgano con un presupuesto moderado de 6.300 reales. El autor propuso y así se hizo un órgano elemental, aunque completo, limitado a un lleno común que llega a Címbala de dos por punto (carece de Violón, Docena y Nasardos) y a los registros solistas habituales (Corneta y Clarín-Bajoncillo); en este contexto resulta raro el exceso de una segunda línea de lengüeta (Clarín Claro y Caponcillo). Esto nos lo dice Marco Martínez, que tanto sabe de órganos y organeros.

Las ermitas

Entre los edificios patrimoniales, no debemos dejar de mencionar las emitas repartidas por el término, incluso alguna por el mismo caserío de Fuentelsaz. Son las de Nuestra Señora de las Angustias (que antiguamente estuvo dedicada a la Soledad, y hoy se encuentra junto al cementerio),la de San Miguel, que es la más alejada del pueblo, está en el paraje de “La Cava” y ofrece una elegante portada de medio punto, de bien labrada sillería, con leves adornos en las dovelas, y que nos hace pensar en el siglo XVI como la época de su construcción.La de Santa Bárbaraestá incluida en el caserío, es muy sencilla, y sabemos que se construyó en 1736. Yla de San Roque, que es un edificio muy interesante, con una inscripción en la cornisa de entrada que dice “AÑO DE 1763 SE HIZO”. Según nos dice Marco Martínez, “el edificio es un combinado de tres elementos que le dan una estructura muy peculiar y, junto a “San Pascual” de Mochales, absolutamente inédita en nuestra tierra: pórtico cerrado de planta cuadrada, techumbre a tres aguas y portada de medio punto orientada al este; cuerpo principal de planta hexagonal con techumbre bulbosa, cuya cumbre luce una cruz de hierro asentada en pilastra labrada, y dos ventanas en los lienzos que miran al este; y, finalmente, cabecero semicircular con techumbre tipo horno, orientado al poniente. Portada, ventanas, esquinas y cornisas son de cantería magníficamente labrada”. En todo caso, cuatro elementos patrimoniales a admirar.

El libro sobre Fuentelsaz de Marco Martínez

El libro que escribió Juan Antonio Marco Martínez, el pasado año, y que titulaba “Fuentelsaz, arte y religiosidad” (Aache, 2011, 170 páginas con cientos de ilustraciones), es un estudio perfecto, según nos ofrece la primera impresión al ojear y luego leer este libro. Una tarea de historiador concienzudo, perfeccionista, completo. A lo largo de los años, desde que en 1974 fue párroco de su iglesia, Juan Antonio Marco ha ido acopiando noticias, transcribiendo documentos y aunando las informaciones conseguidas hasta tejer esta obra en la que nada escapa a su observación. Queda prendida de sus páginas la memoria completa de cuanto en el aspecto religioso cristiano ha sido este lugar del remoto Señorío de Molina, en la raya de Aragón.

La obra está muy bien dispuesta y razonablemente organizada. Comienza con un análisis estilístico de la iglesia parroquial, localizando sus restos medievales (fue románica, y aún quedan algunos detalles en forma de canecillos y restos de capiteles) pero luego rehecha por completo en el siglo XVII con reformas posteriores. En el segundo capítulo el autor se entretiene hasta la exhaustividad en el análisis de los retablos que contiene, y que maravillan a cualquiera que los contemple. La zona molinesa sufrió poco los desmanes destructivos de la persecución religiosa de 1936, y es por eso que muchas iglesias del Señorío han quedado repletas de los retablos y las obras de arte que acumularon durante siglos. Aquí se estudian y describen todos ellos, y se aporta documentación de sus autores, pintores, escultores y doradores.

En el tercer capítulo, el autor deja paso a Natividad Esteban quien se encarga de analizar los elementos de orfebrería artística antigua que también existen. Luego es Marco Martínez quien da las referencias completas y describe el órgano parroquial, y luego ya pasa a describir y contarnos mil y una anécdotas en torno a las cuatro ermitas de Fuentelsaz, dedicadas respectivamente a San Miguel, Nuestra Señora de las Angustias, Santa Bárbara y San Roque.

Una vez analizado el arte de la villa molinesa, con una precisión y rigor poco comunes, y todo ello acompañado de una estupenda colección de imágenes de gran calidad, a página completa, se dedica al estudio de la religiosidad del pueblo, tema que se centra en la memoria de sus cofradías, que fueron seis, de sus fundaciones benéficas (el hospital, la Cámara de Misericordia y los Alimentos para Estudiantes) ejemplo de solidaridad en el mundo rural antiguo desde una perspectiva cristiana, pasando luego al examen del Colegio de Teólogos de San Martín, de la Universidad de Sigüenza, que fue fundado y mantenido por el canónigo Juan Domínguez, natural de Fuentelsaz.

Además de la figura del “Sacristán y Maestro de Niños”, figura clásica donde las haya que se ocupó de los aspectos educacionales de la juventud del pueblo en siglos antiguos, el autor nos da una estupenda referencia de los personajes naturales de Fuentelsaz que alcanzaron grados de importancia en la carrera eclesiástica. Fueron numerosos, y de ellos ha quedado memoria, entre otros aspectos, en los “víctores” que se pusieron en la fachada de la iglesia parroquial. Víctores al estilo clásico, con el nombre y los cargos de los sujetos que se exaltan. Hay varios obispos, un cardenal, profesores, canónigos, fundadores de capellanías, y, en el plano civil, un músico, un escultor y un maestro de obras. Solo con ese capítulo, se da la verdadera dimensión de lo que fue Fuentelsaz en siglos pasados, un hervidero de cultura, de competitividad y emulación para salir de aquella lejanía y trazarse un porvenir seguro.

Libro pulcro, bien escrito, y perfectamente organizado, que nos entrega un montón de información sobre Fuentelsaz y el Señorío molinés. Un libro que se merece un aplauso, lo mismo que el autor, Juan Antonio Marco Martínez, canónigo seguntino y con un amplio bagaje de publicaciones y estudios históricos.