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marzo, 2008:

Aranzueque se renueva

En la orilla derecha del río Tajuña, en su confluencia con los arroyos que desde Yebes y Alcohete bajan de la meseta alcarreña, asienta este populoso lugar dedicado al regadío. Bien cuidadas sus calles y edificios todos, muestra la señal de una vida moderna adornada de los restos elocuentes de su pasado.

Como una oferta de viaje para estos días que son de tradición y asueto, el valle del Tajuña se muestra ya radiante de verdor y fuerza de la naturaleza. Es el momento ideal de acercarse hasta Aranzueque, máxime porque tras la restauración que ha recibido su templo parroquial, luce ahora con su fuerza renacentista y sus formas y escudos bien tallados. No lleva más de 20 minutos desde la capital, y se puede aprovechar a pasear luego por las riberas del río o subir a los cercanos cerros con sus vistas espectaculares sobre el valle.

Tuvo Aranzueque su origen en un antiguo castro ibérico que coronaba el llamado hoy Cerro de los Moros, donde aún se ven restos de edificios, en lo que llaman el Castillejo; también see ve la entrada de una cueva o túmulo funerario, y algunos restos esparcidos de necrópolis y cerámicas. De allí se trasladaría el poblado, en tiempos más seguros, al llano.

Durante la Edad Media perteneció a la jurisdicción de Guadalajara, y fue el rey Juan II quien donó el lugar al marqués de Santillana, en prueba de agradecimiento por los múltiples servicios prestados durante sus campañas contra aragoneses y navarros. Don Iñigo se lo dejó en herencia a su hijo del mismo nombre, primer conde de Tendilla, y en esta rama de los Mendoza, más tarde marqueses de Mondéjar, quedó incluida como una pieza más de su señorío.

Durante las guerras carlistas del siglo XIX jugó un importante papel la villa de Aranzueque. En el primero de estos enfrentamientos civiles, en septiembre de 1837, las tropas del absolutista y pretendiente al trono don Carlos estuvieron a punto de entrar en Madrid. El general Espartero, contraatacando desde Alcalá, le hizo huir, a través de las llanuras alcarreñas de Santorcaz y El Pozo, hacia el valle del Tajuña, quedando reunidos el 19 de septiembre en los alrededores de Aranzueque, los hombres, cansados y no muy veteranos, de don Carlos, quien personalmente les dirigía. Espartero tomó el pueblo, y situando una batería en la explanada de la iglesia, cañoneó al enemigo, que huyó desordenadamente y ya por completo vencido, en dirección de los norteños reductos del carlismo. Se ha fijado, pues, a la batalla de Aranzueque, como uno de los principales puntos de la victoria de los liberales en la primera guerra carlista. La acción, de todos modos, no pasó de ser sólo un descanso a la defensiva de las tropas absolutistas que ya caminaban en decidida retirada.

Hay que hablar, siempre que se hace de Aranzueque, de su curiosa toponimia. Es nombre raro que recuerda un tanto al euskera, de donde dicen algunos que procede. Se documenta ya en 1221 como Arancuech y cinco años después como Aranzuel, y su oirgen euskera parece ser claro, al tener su primera parte constituida por elm vocablo “Aranz” que significa Espino, y el sufijo “ueque” que procede de “occu” lugar de… lo cual significaría realmente Aranzueque = lugar de espinos,  donde abundan los espinos. Según García Pérez procedería de la palabra “Aranzuelo” que tendría el valor de río. Pero nos inclinamos por la primera interpretación, que procede de Ranz Yubero, aunque modulándola en el sentido de que no sería esta de Aranzueque palabra propiamente euskera sino que, como ocurre con todas las palabras y toponimos de raigambre vasca, serían primeramente palabras iberas, autóctonas, que pasarían al euskera, donde se han mantenido como propias.

La imagen de Aranzueque

El aspecto del pueblo ha evolucionado en los últimos años, modernizándose. Tiene una ancha plaza mayor, en la que destaca su castizo ayuntamiento, y la torre del reloj. Una casa señorial, que llaman del Indiano, con escudo de armas sobre la puerta, en la que dice la tradición que comía y descansaba Fernando VII cuando viajaba a los baños de La Isabela.

La iglesia parroquial es un buen ejemplo de ese modo de hacer tan característico del reinado del Emperador Carlos I, en el que las trazas góticas se combinan con los detalles renacentistas. La iglesia es de tosco aspecto al exterior, con una portada en cuyo frontón se ven tallados grutescos, la fecha de 1533, y los escudos de línea italianizante del arzobispo toledano don Alonso de Fonseca, que fue quien patrocinó esta construcción y la alentó con esos detalles renacentistas que antes había dejado en sus obras colegiales de Salamanca y Santiago. Tiene esta fachada un conjunto portalado que asombra por lo delicado de sus tallas platerescas y lo infrecuente de su distribución, que, en todo caso, recuerda a muchas obras de Toledo y su reino y circunscripción inmediata. Por cartelas y frisos se distribuye una frase en honor de la Virgen María, que dice “Ave Maria / Gratia Plena / Regina Angelorum Dona”. No se conoce el nombre de quien firmara esa fachada, pero es seguro que fuera arquitecto originario o con obra abundante en Toledo.

El interior es de tres naves, separadas por gruesas pilastras a las que se adosan columnillas estilizadas que rematan en corridos capiteles. El presbiterio culmina con una bella crucería de piedra, y la nave principal remata con un gran artesonado de tradición mudéjar, pero realizado al mismo tiempo que el resto del templo, en la primera mitad del siglo XVI.

Nada queda en su interior de cuantas obras de arte atesoró en siglos pasados, muestra de la importancia que tuvo Aranzueque. El retablo mayor, magnífico y monumental conjunto de pinturas y tallas con figuras y escenas religiosas, era obra de dos artistas de Guadalajara, quienes lo ejecutaron en 1564: Pedro Barrojo, escultor, y Pedro López de la Parra, pintor. En el fondo del templo había un pequeño altar con tablas de principios del siglo XVI, donación de Lucía Ballestero. Poseía aún esta parroquia dos obras magníficas del escultor José Salvador Carmona: un grupo de La Piedad, firmado y fechado en 1772, y otro grupo del mismo tema, pero más pequeño, en la capilla de los Pardos, llamada de los Indianos, en la que hubo, entre otras joyas, una buena colección de tapices flamencos.

Tiene también algunos elementos curiosos Aranzueque que debe buscar el viajero en su periplo andarín por la villa. Por ejemplo, el monumento al labrador, que es una especie de grande y grueso  pairón con una elemento agrícola en su frente. O la gran fuente del siglo XIX que luce en una de sus plazas al norte de la villa. Es una preciosa pieza que da carácter al ámbito en el que se centra. Finalmente, el viejo puente sobre el río Tajuña es otra pieza que merece verse. Como las arboledas que le rodean. Todo un conjunto de sorpresas que darán justificación a un viaje, aunque sea breve, pero que servirá para dejar prendido este espacio de pura Alcarria en el corazón y la memoria de quien ahora lo vea.

Fontanar, un lugar en la Campiña

Por estar preparando un nuevo libro sobre algunos pueblos de la provincia de Guadalajara, he paseado estos días por todos los de la Campiña del Henares, avivando recuerdos, tomando notas, actualizando espacios, completando el archivo fotográfico, y he venido a dar, a medio camino de todo, en Fontanar, donde me ha sorprendido lo bien tratado que ha sido su conjunto monumental, que era más bien escaso, y ahora, gracias a las señalizaciones que se le han puesto, parece haber crecido y casi puede decirse que se ha convertido en un pueblo-museo, pues junto a su moderna iglesia y su vetusta casa-cartuja, se han recuperado restos arqueológicos de otros lugares de la provincia, o se han rehabilitado elementos muy viejos de su propio acervo.

En plena Campiña del Henares, enmarcado en un paisaje de planos cultivos feraces y abundantes arboledas, en un pequeño altozano sobre la margen derecha del río, asienta Fontanar, que debe su nombre a la gran abundancia de fuentes que en todo su término surgen. Su desarrollo está hoy basado en la urbanización constante de cara a acoger a familias que deciden vivir fuera de la ciudad, pero aprovechando las ventajas de su proximidad y buena comunicación. En el censo de 2007 era su población de 1.626 habitantes, y en claro aumento.

Algo de Historia

Por este lugar discurría la «vía romana» de Mérida a Zaragoza, y fue por tanto un lugar muy frecuentado en los siglos de la dominación romana, quedando actualmente en su término y en la misma vega del río Henares, algunos restos de villas romanas. Su desarrollo urbano fue siempre en función de un camino que la atravesaba, el camino real de Navarra, frecuentado de viajeros y ganados. Todavía hoy su estructura refleja esa idea, la de que su calle principal, y sus ensanchamientos en forma de plazas, estaban en torno al camino inicial.

Perteneció desde la reconquista al Común de Tierras y aldeas de Guadalajara, estando inclusa en su jurisdicción. Felipe II, hacia 1580, la hizo villa de por sí, aunque la dejó como de realengo, sin darla a nadie en señorío, pero Fontanar continuó en el deseo de pertenecer al Común de la ciudad, y así en 1741 volvió a formar parte de él. A finales del siglo XVIII, el rey Carlos III hizo Conde de Fontanar al que ya era duque de Osuna y marqués de Peñafiel, don Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pacheco. Grande de España, fue Notario Mayor de los reinos de Castilla, alcalde perpetuo de Sevilla y cortesano de Carlos III y Carlos IV, habiendo muerto en Madrid y pasando el título a sus descendientes los Osuna e Infantado. A finales del siglo XVIII tenían un palacio en Fontanar, o al menos así lo dice el informante que manda datos al geógrafo real don Tomás López en 1768.

La rica vega de este pueblo fue siempre codiciada de los grandes. La familia de los Pecha, dueños de gran parte del término, se lo donaron a los monjes jerónimos de Lupiana, y estos en el siglo XV se lo trocaron por otras posesiones a los cartujos de El Paular. Estos contaron entonces, y ya hasta el siglo XIX, con grandes heredamientos que ponían en arriendo a los vecinos del pueblo. Así poseían una enorme huerta de árboles frutales, un soto, pastos, un molino de tres ruedas, viñas, olivos y el aprovechamiento del río en todo el término. Los frailes del Paular levantaron en el siglo XV, luego restaurada en el siglo XVII, una gran casona, que aún hoy se ve y conoce como la casa cartuja, en la que tenían a un monje, varios criados, renteros, pastores, etc., para el cuidado de sus posesiones. Según el Diccionario… de Sebastián Miñano de 1826, en fontanar tenían los cartujos del Paular 3 casas medianas y una grande con dos patios. El término de Fontanar fue riquísimo en viñas durante los pasados siglos, y producía un vino de reconocida calidad.

El denso patrimonio

La iglesia parroquial, que estaba dedicada a Santa María la Mayor, fue derruida y construida una moderna, sin otro interés que las atrevidas líneas de sus cubiertas y torre de la cigüeña. De los varios palacios que existieron en el pueblo, pertenecientes a hidalgos, sólo queda en pie, y muy reformado, el de don Diego de Mendoza, con escudos de armas sobre la puerta. La casa cartuja es un buen ejemplo de arquitectura civil del siglo XVII, con portalones, rejas, dos patios, capilla, anchos salones, etc. También es mencionable en su patrimonio la ermita de La Soledad, en la entrada del camino que viene de Marchamalo, y que responde a la tipología rural tradicional, con un pórtico anterior adintelado sobre zapatas de madera labrada con columnas toscanas de caliza, y doble arco de entrada de columna central con pequeños escudos del siglo XVI en el capitel, con puerta con herrajes y clavazón de la misma fecha. Tiene muros de ladrillo y casetones de canto rodado encalados, alero de ladrillo en zig‑zag y cubiertas a cuatro aguas en el cuerpo principal y a tres en el soportal.

En los últimos años se han recuperado algunos elementos patrimoniales y se les ha dotado de señalización, de tal modo que el viajero que pasee por Fontanar encontrará cosas de lo más curioso y divertido: desde el brocal de un viejo pozo, al arco de un puente toledano, un arado romano, un enorme lavadero restaurado, la casona de Diego de Mendoza, con su escudo encima de la puerta, y hasta las ruinas de la que fue iglesia románica de Jócar, aquí rescatadas y expuestas en su parque de San Blas.

Fontanar en fiestas

Entre las fiestas más queridas de Fontanar figura la de San Blas, a principios del mes de febrero. Se viene celebrando al menos desde mitad del siglo XVII. Por abogado de los males de garganta es tenido San Blas, y por patrón le tienen los del gremio de los otorrinolaringólogos. Aquí en Fontanar se tiene por costumbre, desde muy antiguo, repartir a los vecinos “la caridad”, a base de panes de anís, que antiguamente a cargo de la cofradía, y más modernamente con cargo al Ayuntamiento, se reparte en cantidades masivas al término de la misa en honor del santo. La pieza es suculenta, se bendice en la iglesia, y consiste en un hermoso pan elaborado con harina de trigo y granos de anís más un tallo de chorizo. Dice la tradición que esta costumbre proviene de cuando un vecino del pueblo dejó escritura de testamento legando sus bienes y ha­ciendas a favor del Ayuntamiento, pero con la obligación de que, tras su fallecimiento, el Concejo pusiera en renta sus huertas (que era el lugar donde justamente ahora se extiende el parque municipal dedicado al santo) para que con su producto se adquirieran los panes dedicados a esta “Caridad” y que se repartiera entre los jóvenes de menos de catorce años y los pobres de la localidad.

Entre los atractivos turísticos y naturales de Fontanar, está el parque denominado “Corral de Beleña”, lugar donde se han instalado mesas, barbacoas, indicaciones y caminos, en un amplio espacio recuperado para el disfrute de los vecinos y visitantes. Se trata de un espacio limpio situado entre el Camino de los Alcores y la carretera de Marchamalo. Pero como en el resto de los municipios de la Campiña, el Ayuntamiento de Fontanar ha abierto y adecuado a su visita otros interesantes parajes naturales, como son la “Vega del Arroyo Zaide”, que es un bosque de ribera, «Beljafel», amplio monte de encinas y robles, la misma “Vega del Henares” en la propia orilla derecha del curso fluvial, donde hay un denso bosque de ribera, el Parque Municipal «Ricardo Francés», en la misma villa, con 15.000 m2 de extensión, y finalmente «La Ría», en forma de grandes estanques de agua con abundante vegetación.

El Cañal, un término singular

En el término de Fontanar, antes de llegar a la villa viniendo desde Guadalajara, y nada más vadear en una doble curva y un puentecillo el arroyo de las Dueñas, está la finca de El Cañal, que antiguamente fue Villa, de la que existen pocos datos históricos hasta el momento final del siglo XVI, en que se hace la correspondiente declaración por parte de sus vecinos a la solicitada “Relación” del gobierno del rey Felipe. En 1580 era alquería perteneciente a doña Mariana de Peralta, viuda ya de don Francisco de Eraso, quien había accedido en 1567 al señorío de Humanes, y que adquirió inmensa cantidad de tierras por las orillas del río Henares. Aquí en el Cañal construyó don Francisco un magnífico palacio, casa para los criados, y una iglesia, todo ello en la mitad del siglo XVI. De ello se conserva la capilla y parte del palacio, todo muy alterado, y un magnifico molino del mismo siglo, hoy restaurado y que fue utilizado por su dueño, don Luis Cienfuegos, genial artista de la pintura y el tapiz, como residencia. El lugar ha sido siempre espacio de residencia de ilustres, porque también lo habitó, a finales del siglo XX, el premio Nobel de Literatura Camilo José Cela, en una casona llamada “El Espinar” que formaba parte de El Cañal. Y aún hoy lo habita el escritor Francisco García Marquina, donde escribe y piensa.

Era este pueblo un lugar sencillo pero muy rico, porque tenía 10 yuntas de tierra que rentaban al año más de 600 fanegas mitad de trigo mitad de cebada, más una huerta con olmeda, olivos, el molino de aceite, que producía 150 cántaros al año, un prado junto al arroyo de las Dueñas, y uno sotos deliciosos. El lugar fue adquirido, a finales del siglo XIX, por la familia de los Cienfuegos, que en el lugar del viejo palacio levantaron una casona residencial de gran empaque, al estilo de lo que ellos habían vivido en su larga estancia en Cuba. La casa principal tiene tres plantas y delante ofrece un amplio soportal y terraza central de columnas de fundición y antepecho de hormigón moldeado, entre cuer­pos laterales avanzados; es obra fechada en 1907 y es especialmente llamativa la solución de alero apeado con jabalcones y cuerpo lateral de estructura de madera abierto en su planta alta. De casualidad he sabido que fue precisamente mi abuelo, Antonio Casado, por entonces contratista de obras, quien se encargó de llevar adelante la construcción de esta casona.

El Henares en peligro

A pesar de ciertos aires triunfales que de vez en cuando suenan, a través de los faxes oficiales, o directamente de boca de candidatos, en estos días de elecciones, la provincia de Guadalajara tiene ciento y una asignaturas pendientes que deben ser asumidas por las diversas administraciones que tienen la responsabilidad de hacer que este mundo, el nuestro, el de Guadalajara, sea cada día un poquito mejor.

Desde el permanente olvido para la comarca de Molina, hasta la depauperación de nuestras reservas hídricas en un trasvase que no se acaba nunca, los males pasan sobre todo, y ahora se centran, en el valle del Henares, que es junto el Tajuña el eje de nuestra tierra, pero que en el caso del primero se expone más porque es donde el desarrollo hincha sus pulmones y va dando soplidos por aquí y por allá. Desde un macrocomplejo urbanístico (campo de golf incluido) en Sigüenza, a la urbanización de la ampliación de Aguas Vivas sobre las mismísimas terreras del Henares, a las graveras que no dejan de aparecer en sus orillas, nuestro “padre río” no está en sus mejores momentos que digamos.

Curso y discurso del Henares

Nacido en un recóndito manantial que llaman “fuentes del Henares” en término de Horna, poco más arriba de Sigüenza, al principio como un simple hilo y finalmente como un río de dimensiones humanas, el Henares tiene 170 kilómetros que reparte por las provincias de Guadalajara y Madrid, acabando su ser al aportar sus aguas a las del Jarama, en término de Mejorada del Campo. Su cuenca abarca 4.100 km2. Es en su primer tramo, hasta Humanes, un río inquieto y saltarín, que recibe mucha agua por su orilla derecha: el agua que baja limpia y fría desde las sierras de Ayllón y Ocejón. Le llegan el Salado, el Cañamares, el Bornova, el Sorbe, y otros arroyos como el de las Monjas, el de la Vega, el Torote, etc. Y por el lado izquierdo muy pocos, entre ellos el Dulce y el Badiel. La Sierra y la Alcarria drenando su savia en este caudal que recibió la atención emocionada de romanos, árabes y cristianos, y que a muchos poetas lanzó a cantarle, tras verle en sus orillas hinchado de alamedas, de choperas, de olmedas y carrizales.

Cuando se hace manso y aquieta el paso desde Humanes al sur, le vemos que en su costado derecho crea una enorme vega (la Campiña) que ha permitido el crecimiento de muchos pueblos, y hoy de industrias, en esa orilla, mientras que en el lado izquierdo, su tenaz mordisco va creando las terreras rojizas, los cerros agrios, los horizontes levantados de la Alcarria. Hay que ver, para darse cuenta de esa tenaz tarea de siglos de arañazos y dentelladas, el “templo de tierra” que se ha formado (hay muchas otras curiosidades) en las faldas arcillosas y calcáreas en que se desploma “la Muela de Alarilla” sobre el río, frente a Humanes. Merece la pena recorrer el Henares, a pie y por caminos. Ya lo hizo en su día García Marquina, en aquel libro memorable que tituló “Los pasos del Henares” y que recomiendo a mis lectores, porque no tiene nada que envidiar al que su maestro Cela hizo sobre la Alcarria.

El topónimo Henares

Sigo a Ranz Yubero, como debe hacer cualquiera con dos dedos de frente, en la interpretación del topónimo “Henares”. Este nombre comenzó a utilizarse para denominar a nuestro río a finales del siglo XVI, no antes. Todavía en documentos del siglo XIX lo vemos escrito “Llenares”, de lo que Menéndez Pidal suponía alusión a la riqueza agrícola de su entorno. Pero es también posible que aluda a la condición de “Valle de Castillos y Fortalezas” que es el nombre que adoptó ese valle en época árabe y que finalmente recogió la capital: Wad-al-Hayara significa precisamente eso, “valle amplio” con abundancia de “edificios construidos con piedra”. El valle del Henares fue, durante más de tres siglos, frontera o marca entre Al-andalus y Castilla, y por tanto su orilla izquierda, más abrupta, se llenó de castillos y atalayas. Podría venir, pues, del árabe “nahr”, como torre o fortaleza, y de ahí, la forma también usada en lo antiguo de “Nares” que dio finalmente Henares.

Viviendo el Henares

El desarrollo actual de la Campiña del Henares, es fiel reflejo del que durante siglos ha tenido. El fundamento del hombre en el cultivo agrícola, hizo que esta zona de la provincia estuviera siempre densamente poblada. El camino natural entre Castilla y Aragón, y uno de los más fáciles entre ambas mesetas castellanas, se establece a través de este río. Por esa razón aquí asentaron agricultores y guerreros. Vías romanas, castillos árabes, y el control del territorio por parte de jerarcas, reyes e instituciones, fueron los hitos por los que se movió su historia. En su parte baja, durante siglos, formó casi en su totalidad la sesma del Campo del alfoz o Común de la ciudad de Guadalajara, desde Meco a Fontanar, y la sesma campiñera del alfoz de Alcalá. Más arriba ya fue codiciado de los Mendoza, y así estos asentaron en Yunquera, que lo hicieron mayorazgo de la rama segundona de los Laso desde el siglo XV, y por parte del mayorazgo del Infantado en Hita, y aún por parte del mayorazgo de los Cenete, en Jadraque. Más arriba aún sería territorio episcopal, seguntino. Pero todo el río viene a tener unos avatares históricos comunes: tierra de paso de las legiones romanas sobre asen­tamientos de tribus carpetanas fácilmente sumisas; lugar fronterizo y fortificado de la Marca Media del reino taifa de Toledo; territorio comunal y libre, con fuero propio, posteriormente gobernado sólo por los reyes castellanos, sin intermediarios en la parte baja, y por los Mendoza y los obispos en la alta.

En cuanto al aspecto natural, vegetal, podemos decir que sorprende en todo su trayecto la exuberante masa de bosques de galería que aparece en su ribera, al que añade un rico sotobosque, con álamos blancos y negros, fresnos, alisos, sauces, olmos, zarzales, esplegares, carrizales, espadañales, retamas, cardos, ortigas… lugar donde viven, (siempre amenazadas) un respetable número de especies animales, entre las que cabe mencionar un centenar de especies de aves que pueblan sus espacios aéreos, bastantes especies de peces autóctonos, como el calandino y la colmilleja, además del barbo común y el barbo comiza, así como varias especies de anfibios y algunas de reptiles, como el galápago leproso y el galápago europeo en sus aguas, y numerosas especies de vertebrados, entre los que destaca la nutria, el jabalí, la jineta y el erizo, por mencionar algunos que ahora se me vienen a la cabeza.

Salvemos el Henares

Pero esa masa densa de vida se encuentra en peligro. No cabe duda, y menos a quien se dedique (algunos lo hacemos muy a menudo) a pasear por sus orillas, y a recorrer pueblos y caminos de esta provincia. Ese peligro le proviene, especialmente en su tramo inferior, del desarrollo urbanístico e industrial que se va tragando, -a pesar de disposiciones protectoras que se cumplen siempre a medias- un poco de esa riqueza y de ese brillo iniciales.

Ante ese peligro, progresivo, un amplio número de personas y colectivos acaba de crear la Plataforma “Salvemos el Henares”, que está haciendo propuestas para evitar el deterioro irreversible de un ámbito natural en el que se incluye un río, con sus arboledas de ribera, sus campos de labranza en los que habitan numerosas especies de aves y vertebrados, e incluso su clima propio, con una nítida diferenciación de las estaciones meteorológicas.

Esta plataforma, que se ha formado con el aporte de numerosas asociaciones de otros tipos y fines, nos dice en su manifiesto creacional que “el frenético proceso de destrucción que el Henares soporta en su tramo medio y bajo es causado por un modelo de desarrollo totalmente insostenible basado en un urbanismo incontrolado y falto de planificación territorial donde el incumplimiento de la legislación medioambiental es claramente visible por todos los ciudadanos. Así, la proliferación de vertidos y escombreras ilegales, ocupación de los márgenes del río por distintas infraestructuras y construcciones, modificación artificial de sus orillas y reducción a una mínima expresión de sus sotos y bosques de galería afectando gravemente a su flora y fauna son sólo algunas de las principales amenazas y más tristes realidades”.

La verdad es que la parrafada es dura (es de ellos) pero creo que tienen mucha razón, y desde aquí sumo mi voz en defensa del Henares, ahora que aún estamos a tiempo. La plataforma “Salvemos el Henares” pide a las administraciones una nueva política de intervención sobre el Henares basada en la conservación, protección y recuperación de sus valores naturales, culturales y paisajísticos y piensa hacerlo a través de un conjunto de actividades reivindicativas, que espera sean respaldadas por colectivos y asociaciones de ciudadanos.

Apunte

Fauna del Henares

No todo es malo en este repaso del Henares. Se han hecho cosas, recientemente, y conviene decirlas. Lo importante es que el tema está moviéndose, y la aparente calma de esta provincia en la que solo se oyen cantos de sirena, barrunta algo más, crucial y definitivo.

Respecto a la protección de las aves, hay que saber que se inició con la creación de la ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves) con 2.685 hectáreas, en el conjunto del LIC (Lugar de interés comunitario) denominado “Estepas cerealistas de los ríos Jarama y Henares”, todo ello incluido en la Red “Natura 2000” de salvaguarda del medio ambiente en España. La zona de protección que corresponde a la Campiña del Henares en Guadalajara se denomina “Estepas cerealistas de la Campiña” y tiene terrenos de los municipios de Quer, Villanueva de la Torre, Valdeaveruelo y Cabanillas. En esta zona se mantienen abundantes y protegidas algunas especies como la avutarda (Otis tarda), la grulla común (Gras gras) y diversas especies de aves acuáticas. Además están protegidas y son abundantes las especies de sisón (tetrax tetrax), ortega (pterocles orientalis), calandria, terrera común, alondra, cogujada común, triguero, y se ven a veces los aguiluchos cenizo y pálido, más el esmerejón.

También se creó no hace mucho la Reserva Natural de las Lagunas de Puebla de Beleña, en las que anidan y reposan multitud de aves migratorias.

El Ayuntamiento de Azuqueca de Henares es quien mejores pasos está dando en este tema de la defensa del medio ambiente en torno al Henares: se ha creado recientemente en “La Acequilla del Henares”, una Reserva Ornitológica Municipal, que se ha localizado en las instalaciones del antiguo sistema de depuración por lagunaje anaeróbico con que contaba Azuqueca. Ocupa 10 hectáreas, y cuenta con un bosque de ribera bien desarrollado, y está garantizado el aporte de agua limpia porque recibe el agua ya depurada de la nueva Estación Depuradora de Aguas Residuales. En 2004, tras su creación, fue declarada “Refugio de Fauna y Zona Sensible de Protección Concertada”. De toda la reserva, 6 hectáreas son de agua, son las lagunas, denominadas “La Focha”, “El Chorlitejo”, “el Calamón” y “la Garza” y tiene 3 observatorios. Sus objetivos claros son la conservación de fauna y la investigación, así como la divulgación y la educación ambiental.

Además del cuidado que pone en su permanente estudio de especies, inventario de vegetales, divulgación entre los colegiales, el Aula de Apicultura, y mil iniciativas que sería de desear cuajaran en los otros municipios de la Campiña, y en la capital especialmente. De este Ayuntamiento de Azuqueca partió la idea, hace un par de años, de ofrecer un estudio detallado de la vida animal en la Campiña del Henares, y así cuajó en sendos libros, firmados por Roberto Mangas, que se dedicaban a “Guía de Aves” y “Guía de Vertebrados” de la Vega del Henares y de la Campiña, verdaderamente magistrales en su edición y presentación.