Aranzueque se renueva

viernes, 21 marzo 2008 3 Por Herrera Casado

En la orilla derecha del río Tajuña, en su confluencia con los arroyos que desde Yebes y Alcohete bajan de la meseta alcarreña, asienta este populoso lugar dedicado al regadío. Bien cuidadas sus calles y edificios todos, muestra la señal de una vida moderna adornada de los restos elocuentes de su pasado.

Como una oferta de viaje para estos días que son de tradición y asueto, el valle del Tajuña se muestra ya radiante de verdor y fuerza de la naturaleza. Es el momento ideal de acercarse hasta Aranzueque, máxime porque tras la restauración que ha recibido su templo parroquial, luce ahora con su fuerza renacentista y sus formas y escudos bien tallados. No lleva más de 20 minutos desde la capital, y se puede aprovechar a pasear luego por las riberas del río o subir a los cercanos cerros con sus vistas espectaculares sobre el valle.

Tuvo Aranzueque su origen en un antiguo castro ibérico que coronaba el llamado hoy Cerro de los Moros, donde aún se ven restos de edificios, en lo que llaman el Castillejo; también see ve la entrada de una cueva o túmulo funerario, y algunos restos esparcidos de necrópolis y cerámicas. De allí se trasladaría el poblado, en tiempos más seguros, al llano.

Durante la Edad Media perteneció a la jurisdicción de Guadalajara, y fue el rey Juan II quien donó el lugar al marqués de Santillana, en prueba de agradecimiento por los múltiples servicios prestados durante sus campañas contra aragoneses y navarros. Don Iñigo se lo dejó en herencia a su hijo del mismo nombre, primer conde de Tendilla, y en esta rama de los Mendoza, más tarde marqueses de Mondéjar, quedó incluida como una pieza más de su señorío.

Durante las guerras carlistas del siglo XIX jugó un importante papel la villa de Aranzueque. En el primero de estos enfrentamientos civiles, en septiembre de 1837, las tropas del absolutista y pretendiente al trono don Carlos estuvieron a punto de entrar en Madrid. El general Espartero, contraatacando desde Alcalá, le hizo huir, a través de las llanuras alcarreñas de Santorcaz y El Pozo, hacia el valle del Tajuña, quedando reunidos el 19 de septiembre en los alrededores de Aranzueque, los hombres, cansados y no muy veteranos, de don Carlos, quien personalmente les dirigía. Espartero tomó el pueblo, y situando una batería en la explanada de la iglesia, cañoneó al enemigo, que huyó desordenadamente y ya por completo vencido, en dirección de los norteños reductos del carlismo. Se ha fijado, pues, a la batalla de Aranzueque, como uno de los principales puntos de la victoria de los liberales en la primera guerra carlista. La acción, de todos modos, no pasó de ser sólo un descanso a la defensiva de las tropas absolutistas que ya caminaban en decidida retirada.

Hay que hablar, siempre que se hace de Aranzueque, de su curiosa toponimia. Es nombre raro que recuerda un tanto al euskera, de donde dicen algunos que procede. Se documenta ya en 1221 como Arancuech y cinco años después como Aranzuel, y su oirgen euskera parece ser claro, al tener su primera parte constituida por elm vocablo “Aranz” que significa Espino, y el sufijo “ueque” que procede de “occu” lugar de… lo cual significaría realmente Aranzueque = lugar de espinos,  donde abundan los espinos. Según García Pérez procedería de la palabra “Aranzuelo” que tendría el valor de río. Pero nos inclinamos por la primera interpretación, que procede de Ranz Yubero, aunque modulándola en el sentido de que no sería esta de Aranzueque palabra propiamente euskera sino que, como ocurre con todas las palabras y toponimos de raigambre vasca, serían primeramente palabras iberas, autóctonas, que pasarían al euskera, donde se han mantenido como propias.

La imagen de Aranzueque

El aspecto del pueblo ha evolucionado en los últimos años, modernizándose. Tiene una ancha plaza mayor, en la que destaca su castizo ayuntamiento, y la torre del reloj. Una casa señorial, que llaman del Indiano, con escudo de armas sobre la puerta, en la que dice la tradición que comía y descansaba Fernando VII cuando viajaba a los baños de La Isabela.

La iglesia parroquial es un buen ejemplo de ese modo de hacer tan característico del reinado del Emperador Carlos I, en el que las trazas góticas se combinan con los detalles renacentistas. La iglesia es de tosco aspecto al exterior, con una portada en cuyo frontón se ven tallados grutescos, la fecha de 1533, y los escudos de línea italianizante del arzobispo toledano don Alonso de Fonseca, que fue quien patrocinó esta construcción y la alentó con esos detalles renacentistas que antes había dejado en sus obras colegiales de Salamanca y Santiago. Tiene esta fachada un conjunto portalado que asombra por lo delicado de sus tallas platerescas y lo infrecuente de su distribución, que, en todo caso, recuerda a muchas obras de Toledo y su reino y circunscripción inmediata. Por cartelas y frisos se distribuye una frase en honor de la Virgen María, que dice “Ave Maria / Gratia Plena / Regina Angelorum Dona”. No se conoce el nombre de quien firmara esa fachada, pero es seguro que fuera arquitecto originario o con obra abundante en Toledo.

El interior es de tres naves, separadas por gruesas pilastras a las que se adosan columnillas estilizadas que rematan en corridos capiteles. El presbiterio culmina con una bella crucería de piedra, y la nave principal remata con un gran artesonado de tradición mudéjar, pero realizado al mismo tiempo que el resto del templo, en la primera mitad del siglo XVI.

Nada queda en su interior de cuantas obras de arte atesoró en siglos pasados, muestra de la importancia que tuvo Aranzueque. El retablo mayor, magnífico y monumental conjunto de pinturas y tallas con figuras y escenas religiosas, era obra de dos artistas de Guadalajara, quienes lo ejecutaron en 1564: Pedro Barrojo, escultor, y Pedro López de la Parra, pintor. En el fondo del templo había un pequeño altar con tablas de principios del siglo XVI, donación de Lucía Ballestero. Poseía aún esta parroquia dos obras magníficas del escultor José Salvador Carmona: un grupo de La Piedad, firmado y fechado en 1772, y otro grupo del mismo tema, pero más pequeño, en la capilla de los Pardos, llamada de los Indianos, en la que hubo, entre otras joyas, una buena colección de tapices flamencos.

Tiene también algunos elementos curiosos Aranzueque que debe buscar el viajero en su periplo andarín por la villa. Por ejemplo, el monumento al labrador, que es una especie de grande y grueso  pairón con una elemento agrícola en su frente. O la gran fuente del siglo XIX que luce en una de sus plazas al norte de la villa. Es una preciosa pieza que da carácter al ámbito en el que se centra. Finalmente, el viejo puente sobre el río Tajuña es otra pieza que merece verse. Como las arboledas que le rodean. Todo un conjunto de sorpresas que darán justificación a un viaje, aunque sea breve, pero que servirá para dejar prendido este espacio de pura Alcarria en el corazón y la memoria de quien ahora lo vea.