Fontanar, un lugar en la Campiña
Por estar preparando un nuevo libro sobre algunos pueblos de la provincia de Guadalajara, he paseado estos días por todos los de la Campiña del Henares, avivando recuerdos, tomando notas, actualizando espacios, completando el archivo fotográfico, y he venido a dar, a medio camino de todo, en Fontanar, donde me ha sorprendido lo bien tratado que ha sido su conjunto monumental, que era más bien escaso, y ahora, gracias a las señalizaciones que se le han puesto, parece haber crecido y casi puede decirse que se ha convertido en un pueblo-museo, pues junto a su moderna iglesia y su vetusta casa-cartuja, se han recuperado restos arqueológicos de otros lugares de la provincia, o se han rehabilitado elementos muy viejos de su propio acervo.
En plena Campiña del Henares, enmarcado en un paisaje de planos cultivos feraces y abundantes arboledas, en un pequeño altozano sobre la margen derecha del río, asienta Fontanar, que debe su nombre a la gran abundancia de fuentes que en todo su término surgen. Su desarrollo está hoy basado en la urbanización constante de cara a acoger a familias que deciden vivir fuera de la ciudad, pero aprovechando las ventajas de su proximidad y buena comunicación. En el censo de 2007 era su población de 1.626 habitantes, y en claro aumento.
Algo de Historia
Por este lugar discurría la «vía romana» de Mérida a Zaragoza, y fue por tanto un lugar muy frecuentado en los siglos de la dominación romana, quedando actualmente en su término y en la misma vega del río Henares, algunos restos de villas romanas. Su desarrollo urbano fue siempre en función de un camino que la atravesaba, el camino real de Navarra, frecuentado de viajeros y ganados. Todavía hoy su estructura refleja esa idea, la de que su calle principal, y sus ensanchamientos en forma de plazas, estaban en torno al camino inicial.
Perteneció desde la reconquista al Común de Tierras y aldeas de Guadalajara, estando inclusa en su jurisdicción. Felipe II, hacia 1580, la hizo villa de por sí, aunque la dejó como de realengo, sin darla a nadie en señorío, pero Fontanar continuó en el deseo de pertenecer al Común de la ciudad, y así en 1741 volvió a formar parte de él. A finales del siglo XVIII, el rey Carlos III hizo Conde de Fontanar al que ya era duque de Osuna y marqués de Peñafiel, don Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pacheco. Grande de España, fue Notario Mayor de los reinos de Castilla, alcalde perpetuo de Sevilla y cortesano de Carlos III y Carlos IV, habiendo muerto en Madrid y pasando el título a sus descendientes los Osuna e Infantado. A finales del siglo XVIII tenían un palacio en Fontanar, o al menos así lo dice el informante que manda datos al geógrafo real don Tomás López en 1768.
La rica vega de este pueblo fue siempre codiciada de los grandes. La familia de los Pecha, dueños de gran parte del término, se lo donaron a los monjes jerónimos de Lupiana, y estos en el siglo XV se lo trocaron por otras posesiones a los cartujos de El Paular. Estos contaron entonces, y ya hasta el siglo XIX, con grandes heredamientos que ponían en arriendo a los vecinos del pueblo. Así poseían una enorme huerta de árboles frutales, un soto, pastos, un molino de tres ruedas, viñas, olivos y el aprovechamiento del río en todo el término. Los frailes del Paular levantaron en el siglo XV, luego restaurada en el siglo XVII, una gran casona, que aún hoy se ve y conoce como la casa cartuja, en la que tenían a un monje, varios criados, renteros, pastores, etc., para el cuidado de sus posesiones. Según el Diccionario… de Sebastián Miñano de 1826, en fontanar tenían los cartujos del Paular 3 casas medianas y una grande con dos patios. El término de Fontanar fue riquísimo en viñas durante los pasados siglos, y producía un vino de reconocida calidad.
El denso patrimonio
La iglesia parroquial, que estaba dedicada a Santa María la Mayor, fue derruida y construida una moderna, sin otro interés que las atrevidas líneas de sus cubiertas y torre de la cigüeña. De los varios palacios que existieron en el pueblo, pertenecientes a hidalgos, sólo queda en pie, y muy reformado, el de don Diego de Mendoza, con escudos de armas sobre la puerta. La casa cartuja es un buen ejemplo de arquitectura civil del siglo XVII, con portalones, rejas, dos patios, capilla, anchos salones, etc. También es mencionable en su patrimonio la ermita de La Soledad, en la entrada del camino que viene de Marchamalo, y que responde a la tipología rural tradicional, con un pórtico anterior adintelado sobre zapatas de madera labrada con columnas toscanas de caliza, y doble arco de entrada de columna central con pequeños escudos del siglo XVI en el capitel, con puerta con herrajes y clavazón de la misma fecha. Tiene muros de ladrillo y casetones de canto rodado encalados, alero de ladrillo en zig‑zag y cubiertas a cuatro aguas en el cuerpo principal y a tres en el soportal.
En los últimos años se han recuperado algunos elementos patrimoniales y se les ha dotado de señalización, de tal modo que el viajero que pasee por Fontanar encontrará cosas de lo más curioso y divertido: desde el brocal de un viejo pozo, al arco de un puente toledano, un arado romano, un enorme lavadero restaurado, la casona de Diego de Mendoza, con su escudo encima de la puerta, y hasta las ruinas de la que fue iglesia románica de Jócar, aquí rescatadas y expuestas en su parque de San Blas.
Fontanar en fiestas
Entre las fiestas más queridas de Fontanar figura la de San Blas, a principios del mes de febrero. Se viene celebrando al menos desde mitad del siglo XVII. Por abogado de los males de garganta es tenido San Blas, y por patrón le tienen los del gremio de los otorrinolaringólogos. Aquí en Fontanar se tiene por costumbre, desde muy antiguo, repartir a los vecinos “la caridad”, a base de panes de anís, que antiguamente a cargo de la cofradía, y más modernamente con cargo al Ayuntamiento, se reparte en cantidades masivas al término de la misa en honor del santo. La pieza es suculenta, se bendice en la iglesia, y consiste en un hermoso pan elaborado con harina de trigo y granos de anís más un tallo de chorizo. Dice la tradición que esta costumbre proviene de cuando un vecino del pueblo dejó escritura de testamento legando sus bienes y haciendas a favor del Ayuntamiento, pero con la obligación de que, tras su fallecimiento, el Concejo pusiera en renta sus huertas (que era el lugar donde justamente ahora se extiende el parque municipal dedicado al santo) para que con su producto se adquirieran los panes dedicados a esta “Caridad” y que se repartiera entre los jóvenes de menos de catorce años y los pobres de la localidad.
Entre los atractivos turísticos y naturales de Fontanar, está el parque denominado “Corral de Beleña”, lugar donde se han instalado mesas, barbacoas, indicaciones y caminos, en un amplio espacio recuperado para el disfrute de los vecinos y visitantes. Se trata de un espacio limpio situado entre el Camino de los Alcores y la carretera de Marchamalo. Pero como en el resto de los municipios de la Campiña, el Ayuntamiento de Fontanar ha abierto y adecuado a su visita otros interesantes parajes naturales, como son la “Vega del Arroyo Zaide”, que es un bosque de ribera, «Beljafel», amplio monte de encinas y robles, la misma “Vega del Henares” en la propia orilla derecha del curso fluvial, donde hay un denso bosque de ribera, el Parque Municipal «Ricardo Francés», en la misma villa, con 15.000 m2 de extensión, y finalmente «La Ría», en forma de grandes estanques de agua con abundante vegetación.
El Cañal, un término singular
En el término de Fontanar, antes de llegar a la villa viniendo desde Guadalajara, y nada más vadear en una doble curva y un puentecillo el arroyo de las Dueñas, está la finca de El Cañal, que antiguamente fue Villa, de la que existen pocos datos históricos hasta el momento final del siglo XVI, en que se hace la correspondiente declaración por parte de sus vecinos a la solicitada “Relación” del gobierno del rey Felipe. En 1580 era alquería perteneciente a doña Mariana de Peralta, viuda ya de don Francisco de Eraso, quien había accedido en 1567 al señorío de Humanes, y que adquirió inmensa cantidad de tierras por las orillas del río Henares. Aquí en el Cañal construyó don Francisco un magnífico palacio, casa para los criados, y una iglesia, todo ello en la mitad del siglo XVI. De ello se conserva la capilla y parte del palacio, todo muy alterado, y un magnifico molino del mismo siglo, hoy restaurado y que fue utilizado por su dueño, don Luis Cienfuegos, genial artista de la pintura y el tapiz, como residencia. El lugar ha sido siempre espacio de residencia de ilustres, porque también lo habitó, a finales del siglo XX, el premio Nobel de Literatura Camilo José Cela, en una casona llamada “El Espinar” que formaba parte de El Cañal. Y aún hoy lo habita el escritor Francisco García Marquina, donde escribe y piensa.
Era este pueblo un lugar sencillo pero muy rico, porque tenía 10 yuntas de tierra que rentaban al año más de 600 fanegas mitad de trigo mitad de cebada, más una huerta con olmeda, olivos, el molino de aceite, que producía 150 cántaros al año, un prado junto al arroyo de las Dueñas, y uno sotos deliciosos. El lugar fue adquirido, a finales del siglo XIX, por la familia de los Cienfuegos, que en el lugar del viejo palacio levantaron una casona residencial de gran empaque, al estilo de lo que ellos habían vivido en su larga estancia en Cuba. La casa principal tiene tres plantas y delante ofrece un amplio soportal y terraza central de columnas de fundición y antepecho de hormigón moldeado, entre cuerpos laterales avanzados; es obra fechada en 1907 y es especialmente llamativa la solución de alero apeado con jabalcones y cuerpo lateral de estructura de madera abierto en su planta alta. De casualidad he sabido que fue precisamente mi abuelo, Antonio Casado, por entonces contratista de obras, quien se encargó de llevar adelante la construcción de esta casona.
Quien. vive hoy en la casa d los cienfuegos?