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marzo, 2006:

Lupiana, una joya tan cerca

A tan solo 10 minutos desde Cuatro Caminos, está el monasterio de Lupiana, un conjunto que es monumento nacional desde hace décadas, y que atrae a muchos viajeros como meta de su interés por contemplar las obras arquitectónicas fundamentales del arte español.

El claustro grande del monasterio de San Bartolomé de Lupiana, cabeza de la orden jerónima durante siglos, es una de las joyas artísticas de esta provincia, y sigue siendo muy visitada por viajeros llegados de lejos. Lástima que los alcarreños, que lo tenemos a solo 10 minutos de casa, sigamos yendo tan poco a verlo.

Un viaje rápido y a tiempo

Subiendo la cuesta de la carretera de Cuenca y Estación del AVE, llaneando un poco por la meseta, enseguida aparece a la izquierda el desvío a Lupiana. Otra recta de poco más de un kilómetro y ya entramos en la vaguada de olivos y zarzas que nos llevará, de un lado al pueblo (encantador en su hondonada) de Lupiana, y de otro lado al monasterio de San Bartolomé, puesto en el borde de la meseta, altivo en sus torres y edificaciones, oteando el horizonte de bosques.

Al penetrar por la avenida de centenarios chopos y altos cipreses que a tantos viajeros, incluso a reyes, llevaron hace siglos a este monasterio, nos embarga una emoción incontenida: es emocionante pasear por un lugar tan silencioso y espectacular, cuajadas las cunetas de arboledas frondosas, encontrando al final la silueta de una iglesia monumental, que en cierto modo recuerda al Escorial, con su torre de piedra, sus muros de piedra gris, tilos y sequoyas, en un lugar donde aún suena el manantial de la Fuente de las Palomas, y tras un recoveco se accede al patio de entrada.

Es de destacar que solamente los lunes por la mañana se puede visitar este monasterio. Es de propiedad particular, desde que en 1835 lo adquiriera el Sr. Páez Xaramillo cuando fueron expulsados los monjes jerónimos. Hoy se dedica a residencia de sus propietarios, y a la celebración de banquetes de bodas. Pero la simple visita de turista, un lunes por la mañana, compensa del viaje y el tiempo empleado.

Memoria de los jerónimos

La Orden de San Jerónimo se fundó a finales del siglo XIV por unos cuantos hidalgos alcarreños. Los Pecha fundamentalmente fueron los promotores de este empuje espiritual, que cuajó en 1373 con la concesión de la Bula papal que establecía la regla, uniformes y propiedades de esta orden. Aquí nacida, como eremitorios humildes, y luego crecida en edificios que se levantaron por toda España y América. La orden religiosa más hispánica, cuya casa madre fue Lupiana, y en ella residió siempre el General, y con casas aún más poderosas y bellas, como El Escorial, Guadalupe, San Jerónimo de Granada, o los jerónimos de Lisboa, cuajó de individuos sabios y al tiempo poderosos, puesto que eran consejeros de Felipe II, profesores de Universidad, compositores e intérpretes de música clásica, etc. Disuelta por Mendizábal la orden, sus edificios fueron vendidos o utilizados por otras órdenes, como ocurrió con El Escorial (que lo tomaron los agustinos) o Guadalupe (para los franciscanos). Años después, a finales del siglo XIX, volvió a renacer la orden, y hoy la componen poco más de dos docenas de monjes, teniendo su casa madre en El Parral de Segovia.

La joya de San Bartolomé

En San Bartolomé de Lupiana, como casa madre de la Orden, se puso un edificio de lo mejor que el arte permitía. Apoyados por los arzobispos toledanos, los Mendoza alcarreños y los monarcas hispanos, con muchas propiedades y mucho dinero encargaron la construcción del conjunto a los mejores arquitectos. Así, la iglesia, de comienzos del siglo XVII, fue debida a arquitectos castellanos, y el claustro mayor, lo diseñó y dirigió, y aún talló capiteles de su propia mano, el arquitecto toledano Alonso de Covarrubias.

Este claustro, que hoy sorprende y emociona a quien lo visita, es una edificación que define el arte de la arquitectura renacentista. Es su cánon y espejo. En 1535 recibió Covarrubias el encargo de diseñarlo, y poco después Hernando de Arenas como maestro de obras y otros artesanos lo ejecutaron en el espacio de unos 3 años.

Es de planta rectangular, y suponía para Covarrubias el reto de construir un nuevo claustro sobre el antiguo preexistente, con unas dimensiones preestablecidas y forzadas. Ofrece cuatro pandas, dos de ellas más alargadas, y dos alturas, excepto en la panda norte donde aparecen tres alturas. La estructura es de arcos de medio punto en la galería inferior; de arcos mixtilíneos en la galería superior, y de arquitrabe recto ó adintelada la tercera, con zapatas muy ricamente talladas. Todas las galerías se protegen con un antepecho, que en el caso de la inferior es de balaustres, y en la superior ofrece una calada combinación de formas de tradición gótica. Las techumbres de este claustro, originales del siglo XVI, ofrecen un artesonado de madera con viguetas finas, todo muy finamente tallado. En el espacio central del claustro aparece una fuente, arrayanes de boj y algunas estatuas puestas por la actual propiedad, procedentes de la iglesia.

La decoración de este claustro jerónimo es plenamente renacentista, y tan característica de Alonso de Covarrubias, que si no existieran los documentos que prueban su autoría, esta le sería atribuída sin ninguna duda. Abundan sobre los arcos, tanto en su paramento externo, como en el intradós de los mismos, los detalles de ovas y rosetas, las acanaladuras continuas, y en los espacios vacíos surgen con profusión los tondos, que muestran nuevamente rosetas, escudos de la Orden jerónima (el león bajo el capelo) e imágenes especialmente delicadas en su trazo, y que en número de cinco aparecen en la parte interna de la panda del norte: San Pablo, San Jerónimo, Santa María Virgen, San Bartolomé y San Pedro.

Los capiteles son también muy ricos y deliciosamente tallados, acusando la mano personal de Covarrubias especialmente los de la panda norte. Los hay que muestran cabezas de carneros, grifos, calaveras y pequeños «putti» que juegan con cintas y cajas. También algunos angelillos y muestras muy diversas de vegetación. Es este, en definitiva, un lugar al que es obligado acudir, mirar, fotografiar y disfrutar de sus proporciones y decoración, en cualquier momento que se piense hacer una excursión, por corta y momentánea que sea, cerca de Guadalajara.

Los medallones de Lupiana

En la panda norte del claustro, y como enjutas interiores de sus arcos, aparecen cinco medallones en los que pocos visitantes reparan, pero que tienen una fuerza, expresión y belleza que conviene resaltar, para que sean mirados. Aparecen en las fotos adjuntas a este reportaje, y son, por este orden, de izquierda a derecha, dedicados a San Pablo, San Jerónimo, la Virgen María, San Bartolomé y San Pedro. En esa sucesión, que como se ve no está hecha al azar, aparecen los dos pilares de la Iglesia (San Pedro y San Pablo, aquel con las llaves y este con la espada y un largo pelo), el personaje clave de la Orden (San Jerónimo fundador, revestido de Cardenal) y el titular del monasterio (el apóstol San Bartolomé, con su atributo de martirio, una gran sierra), teniendo en el centro un tondo exquisito de María Virgen tallada al estilo rafaelesco.

Aún podríamos añadir a esta relación y museo vivo de medallones de Lupiana, el que aparece en otra enjuta, pero exterior, de esa panda norte: es el emblema heráldico de la orden jerónima, un león (aquel que manso le permitió a San Jerónimo que le arrancara de su pezuña una espina que se le había clavado) sobre campo italiano y con un gran sombrero plano propio de cardenal como timbre de todo el emblema. Todo ello tallado con limpieza sobre la dorada piedra de Tamajón con que está hecho este impresionante claustro.

El Doncel vuelve a su casa

Cinco siglos vagando por la memoria, el color de un alabastro y la melancolía de no saber si se ha leido o se ha soñado. Después de ese tiempo, Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza, vuelve a su casa.

Ya está plena de funcionamiento, perfecta de acabado, viva, que es lo más importante, la Casa del Doncel en Sigüenza. Un edificio múltiple, de sueño, rehabilitado, lleno de esencias, jugoso, con arte, libros y memoria. Un edificio que plasma, en un siglo XXI que ha de ser venero de recuperaciones, la historia de un personaje y el sentido cierto, -cultural también- de una casa que fue vieja y ahora es antigua. Una nueva maravilla para llegar a Sigüenza y no parar de asombros.

La casa gótica de la plaza vieja

En la ciudad antigua y amurallada de Sigüenza, como fondo de la plaza vieja, a un costado de la Travesaña Alta, todos conocen la imagen de su portada, formada de muros recios de piedra arenisca, con un enorme arco semicircular que la sirve de entrada, unos escudos tallados que la escoltan, unas pequeñas ventanas enmarcadas por alfices de bolas, una cornisa gótica y un remate de almenas. Un elemento muy descriptivo era el agujero perforado en la parte baja de la madera de los batientes, la “gatera” por donde, me consta, entraban y salían con toda felicidad un nutrido grupo de gatos que vivían orondos y sin competencia por los derruidos bosques de vigas, escalerones y sótanos que formaban, hasta hace pocos años, aquel destartalado edificio que fue, en su tiempo, morada de los Vázquez de Arce, señores de algunos latifundios en el norte de Guadalajara y sur de Soria, y poco más.

Emparentados con los Bravo de Lagunas, con casas y tierras en torno al Henares más alto y al Duero más civilizado, esta casa se hizo a imitación de los edificios castilleros que los hidalgos castellanos de más pura cepa levantaron en las tierras frías del obispado seguntino, para pasar los veranos mientras que el resto del año seguían a la Corte allá donde fuera: a la real o a la mendocina, de la que eran familiares sufragáneos.

Casonas y palacios similares a esta “Casa del Doncel” seguntina los encontramos por tierras de Soria, Salamanca y Cáceres. De hecho, la casa de los Aguilar en Fuentepinilla (Soria) cerca de Berlanga es muy parecida a esta. Y en la capital cacereña los palacios de los Mayoralgo, de las Cigüeñas, y muy especialmente el de don Sancho Sánchez de Ulloa, son muy parecidos, con arcos orondos, escudos y alfices quebrados.

En palabras de García López, esta casa seguntina “pudo ser construida por las primeras décadas del siglo XVI y puede deberse a uno de los muchos maestros de cantería de origen cántabro, es decir de la Trasmiera,  que ya trabajaban por la provincia de Guadalajara en esas fechas y que fueron tan importantes en las obras de cantería del siglo XVI y XVII como ha puesto de manifiesto José Miguel Muñoz Jiménez”. Es quizás retrasar un tanto la construcción, puesto que muchos elementos, especialmente de su interior, como son los variados detalles y arcos mudéjares de sus salones, señalan hacia la segunda mitad del siglo XV como la más probable de su construcción.

Detalles del interior

Ahora restaurada, con acierto sobre todo, y con amor también, con cuidado detalle y hasta con mimo, que son virtudes a las que un buen arquitecto no sabe escapar, la Casa del Doncel muestra sus contenidos nobles, delicados, imagen pura de una época en que lo bello procedía de la estética islámica, y los guerreros castellanos deseaban poner el toque exótico y delicado, lleno de poesía, de los jardines moriscos de Al-Andalus en sus fuertes moradas mesetarias.

De ahí que en esta Casa lo más singular de su aspecto interior restaurado sean los espacios y detalles adornados con elementos mudéjares. Los ha estudiado con detenimiento el especialista Pedro Lavado, y a cualquiera que la visite hoy le asombrará encontrarse en una “Sala Mudéjar” por cuya techumbre aparecen largas frases aljamiadas, es decir, alabanzas a Dios escritas con caracteres árabes, pero en idioma castellano. La vemos sobre una moldura de yeso perimetral, y consta de dos partes diferenciadas: una decorada con dibujos geométricos en rojo, y una segunda en forma de escocia con una leyenda de caracteres cúficos en tonos azules. No está claro lo que dicen sus signos, pero está seguro en relación con alabanzas a Dios.

Además en su techumbre, artesonado de madera tallada y policromada, se ven adornos, escudos de armas y más carteles arábigos. En su extremo se alza el impresionante arco de yeso policromado, de medio punto, y en la pequeña habitación a la que accede se ven ventanas trilobuladas con  celosías muy complicadas.

Finalmente, al visitante le impresionará  el arco de yesería, más pequeño, que se encuentra en el segundo tramo de la escalera principal de la casa.

La Casa del Doncel ofrece hoy un espacio abigarrado, complejo, lleno de escaleras, zaguanes, descansillos, miradores, saletas, ventanucos, tinados, arcos bajos, cristaleras y yeserías. Como espacios más señalados, destacar los sótanos, íntegramente dedicados a restaurante. O el vestíbulo, con información sobre la casa, del que sale la escalera que lleva al doble espacio de la Biblioteca, y la escalera principal, que sube a la Sala Mudéjar, en la que se ha puesto un micro-museo de temas arqueológicos relacionados exclusivamente con el propio edificio, paneles con planos y evolución de la restauración. Etc.

Además, una parte del conjunto se ha dedicado a Archivo Histórico Municipal, dejando una amplia sala para exposición de los más llamativos documentos antiguos, y otras para el almacenaje de los documentos, despacho de la directora y sala de estudio.

Quedan aún pequeñas habitaciones destinadas a salas de conferencias, y cursos de verano, con ventanas desde las que se divisa la ciudad y sus tejados, la mole de la catedral y los cerros celtíberos del entorno. Un pequeño patio abierto sirve, en verano, como terraza donde charlar y tomar refrescos. Un ámbito, en suma, recogido, perfecto, evocador, con una gran carga de espíritu universitario (la propietaria y restauradora del conjunto ha sido la Universidad de Alcalá) y una proyección hacia el futuro, que es mantenida por el propio Ayuntamiento seguntino, que aporta el personal que la cuida, el Archivo, los guías y la vida de exposiciones y encuentros.

Un libro que se prepara

Escrito por Aurelio García López, con aportaciones de otros muchos autores, arquitectos, restauradores, heraldistas e investigadores, se prepara un gran libro sobre “La Casa del Doncel en Sigüenza”. El libro se presenta en forma de capítulos monográficos, una decena, con presentación de cómo estaba la Casa del Doncel hace unos años, las planimetrías destinadas a la restauración, los descubrimientos mudéjares, la heráldica de que se puebla, la figura del Doncel, la recuperación de las maderas, las leyendas cúficas, los espacios modernos… muchas fotografías y planos, y una información exhaustiva que dará razón a quien la visite de lo que fue y hoy es la Casa del Doncel de Sigüenza. 176 páginas, editado por AACHE, se presentará en el mes de mayo en la propia Casa.

Como complemento, aquí van los datos prácticos relativos a la Casa del Doncel y su contenido:

Casa del Doncel:
de martes a domingos de 11.00 a 14.00 y de 16.00 a18.00. En verano el horario de tarde es de 19.00 a 21.00
Lunes cerrado por descanso excepto si coincide con festivo.
Teléfono 949390362
Archivo Histórico Municipal: de Martes a Viernes de 11.00 a 14.00
Para investigación solicitar cita previa y concertar horario.
Teléfono 949390362, e-mail : archivo@siguenza.es

Tendilla dibujada

Mañana sábado tendrá lugar un doble acontecimiento cultural en Tendilla. De una parte, la inauguración de su Biblioteca y Centro Internet. De otra, y porque esa es la mejor manera de inaugurar un centro de lectura y de cultura, la presentación de un libro, escrito y dibujado por auténticas primeras figuras del arte y la arquitectura, sobre Tendilla y su patrimonio monumental. Luis Cervera Miralles, arquitecto, y el alcalde de la villa, Luis Lorenzo, oficiarán la puesta de larga de una publicación que dará a Tendilla un nuevo empujón en su imagen de lugar ideal y digno de ser visitado.

La Calle Mayor, principal objetivo

El viajero que quiere conocer la Alcarria tiene cientos de posibilidades a donde dirigir sus pasos. De entrada, una Pastrana ducal llena de encanto, ciudad grandiosa y llena de ecos renacentistas y barrocos. A la mitad, una subida hasta Valfermoso de Tajuña para ver desde el mirador de su altura la gloria de horizontes inacabables de ese valle pulcro y vario. Pero, antes de terminar, siempre, hay que llegarse a Tendilla, y entrar por el único sitio que se puede, por su calle mayor.

Se venga desde el sur, desde Guadalajara, se venga desde el norte, desde la Salceda y Sacedón, siempre se encuentra el viajero el largo filo de su calle. Tendilla es algo más que sus soportales, más que su Feria de San Matías, más que sus bizcochos borrachos de canela. Tendilla tiene una oferta gastronómica y cultura, monumental y costumbrista, que se hace obligada su visita en cualquier planteamiento viajero por la Alcarria.

A la Calle Mayor soportalada de Tendilla le ha hecho un retrato de papel y lápiz uno de los más considerados estudiosos, académico de Bellas Artes por más señas, que ha tenido España en el siglo XX. Luis Cervera Vera, que recorrió el pais entero dibujando, midiendo y estudiando sus viejos y espléndidos edificios, recaló al final de su vida (murió en 1998) por este país nuestro de Alcarria: dibujó casas, ayuntamientos, escudos y escalinatas. Se enamoró de nuestras plazas y las sacó planos y perspectivas a las mejores.

Pero, después de andar todos los caminos y otear pueblos y plazales, se quedó en Tendilla, pasando muchas jornadas en su calle mayor, midiendo, haciendo fotos, anotando detalles, para luego en el silencio de su estudio ponerlo en limpio, dibujar, levantar planos completos, alzar perspectivas íntegras y conseguir completar una Tendilla Dibujada entera y verdadera.

Soportales y palacios

En Tendilla es la Calle Mayor el eje primero de su vida urbana: un alargado muestrario de casas, de edificios públicos y privados, y de paseos soportalados, que surgieron además en un momento concreto de su evolución, a mediados del siglo XVI, confiriéndola a partir de entonces su definitiva y actual estampa.

Ya en ese siglo estaban tan satisfechos los vecinos de Tendilla de la prestancia de su pueblo, que en el largo informe enviado al rey Felipe II en 1580 (al que comúnmente se llama «Relaciones Topográficas») decían de sus calles y soportales: …Quiero adbertir una curiosidad que tubieron los fundadores que en la plaza y en las demás calles de la villa hicieron unos Salidizos y portales, que aunque llueba se puede andar la maior parte de la villa sin varros, limpieza que no se halla en pueblos de su manera… tiene muy buena plaza, y calles anchas de buena traza…

Esa descripción sigue valiendo hoy. Cuidada y  tranquila, su perspectiva es magnífica desde cualquier ángulo que se la mire. Añado una fotografía reciente en la que aparece casi completo su frente sur, el que mira al sur, quiero decir, el que está iluminado, ahora en invierno, por el sol del mediodía. Pero el del norte es igual. Casi un kilómetro de soportales en cada lado, interrumpidos a medio camino por el anchuroso plazal de la iglesia y otro más estrecho algo más adelante, el que se abre ante el Ayuntamiento.

En el libro de Cervera Vera, vemos como en mágica secuencia el completo sucederse de edificios y soportales, en dibujos lineales a plumilla. El aspecto, entonces, es nuevo: casas y casas, con sus pies de piedra y sus ojos persianeros, sus tejados y alturas diversas, en una uniformidad inconformista, que da sensación de coro y barandilla. Una maravilla de dibujos, que luego se ofrecen en detalle, edificio por edificio.

Palacios y fuentes

En Tendilla hay otros elementos que Cervera mira y dibuja. Por haber estado tanto tiempo ante sus siluetas esbeltas y acabadas, nos da ahora la imagen medida de su palacio barroco, el de los López Cogolludo, de los que pone también escudo. Como los pone de otros caballeros e hidalgos antiguos, de inquisidores y mecenas. La ermita de la Soledad está plasmada en plantas, secciones, alzados y cubiertas. La fuente de los Mendoza, o “fuente vieja”, puesta desde hace siglos donde se cruzan dos arroyos y donde surge manantial inagotable de aguas, es otro de esos elementos que idealiza y retrata Cervera.

No se olvida de las ruinas, algo alejadas del núcleo urbano, pero que conforman también con su ajado monumentalismo la historia de la villa alcarreña: de una parte los muros inexpresivos del monasterio jerónimo de Santa Ana; de otra, el plano del antiguo castillo, que algunos, ya muy viejos, alcanzaron a ver antes de que se derribara para levantar el monumento al Sagrado Corazón de Jesús con el que el Cardenal Segura quería sacralizar a la diócesis entera; y en fin, y aunque en término propiamente dicho de Peñalver, las ruinas del monasterio franciscano de La Salceda.

La iglesia del pueblo es también analizada por Cervera, con plano, y el alzado de fachadas, torre y portadas. Lo mismo que hace con algunas casas señoriales, el Ayuntamiento y otros espacios que vienen a darle al visitante (y al lector y degustador de este libro que mañana se presenta) una descripción visual de este pueblo que se resiste a desaparecer. Aunque haya sido desviada la carretera de su entorno y eje vital, Tendilla sigue poniendo su voz en esta hora de turismo interior y de ofertas monumentales y ancestrales genuinas. Este libro, esta “Tendilla Dibujada” que nos ofrecen los Cervera con su genial pluma, es una prueba más de esa voz que puja por mantenerse alta y clara.

Hay que volver a Tendilla, y recorrerla con este libro, este TENDILLA de Cervera Vera /Cervera Miralles, en la mano, abriendo sus páginas, mirando sus piedras…

Apunte Bibliográfico

Un libro lleno de dibujos

El libro que se presenta mañana en Tendilla, y cuyos autores son Luis Cervera Vera (+) y Luis Cervera Miralles, tiene 96 páginas, en tamaño grande de folio entero y está impreso a dos tintas, una de ellas el granate oscuro, lo cual le confiere, sobre el tono pajizo del papel, un aire de libro de arte y una distinción de categoría.

Además de unos prólogos de Cervera Miralles, García de Paz y J. A. Yeves, ofrece amplia información textual sobre la historia de la villa, de sus señores los sucesivos Mendoza, y breves descripciones de sus monumentos.

El plato fuerte son los dibujos, pues se ofrecen todos, absolutamente todos, los edificios notables de la villa, con meticulosidad reproducidos. Tiene un precio de 15 Euros, y ya está disponible en todas las librerías.

Mucha Miel para Pastrana

Acaba de abrirse una feria más, con número de plata ya, la vigésimoquinta Feria Apícola de Castilla-La Mancha. En esta ocasión, y porque se aúna con un Congreso, el octavo, Iberoamericano de Apicultura, el escenario será más a lo grande, más moderno y atrayente: en la misma Plaza de la Hora, y en el corazón de su Palacio Ducal, se van a dar cita estas oportunidades, que no hacen, en definitiva, sino dar vida, e inyectar alientos, a la Alcarria toda, que tanto los necesita.

Una feria a lo grande

Un año más, ahora por vigésimoquinta vez consecutiva, Pastrana abre sus puertas a la celebración de la Feria Apícola de Castilla-La Mancha. Un acontecimiento que ya hace tiempo cobró su auténtica mayoría de edad, instalándose no sólo en la realidad económica de la provincia, sino en la afirmación precisa y contundente del progresivo protagonismo de la villa alcarreña, que está decidida a un lanzamiento económico y turístico de gran altura.

Siempre que tengo oportunidad, lo digo y repito: las autoridades locales de Pastrana (en este caso su alcalde Juan Pablo Sánchez Sánchez-Seco y su equipo de gobierno) tienen las ideas muy claras de lo que necesita un pueblo de la Alcarria en un momento de crisis poblacional en Castilla como es este que vivimos en el inicio del nuevo Milenio. Hay que tener ideas, ponerlas encima del pavimento de una Calle Mayor, y hacerlas fructificar, brillar y andar. De nada vale visitar la provincia entera y constatar su desertización. Eso ya lo sabemos, desde hace mucho tiempo. Y si no se hace algo contundente, ese fenómeno no se parará. Mientras el valle del Henares se hipertrofia de gentes y urbanizaciones (de industrias y actividades también) el resto de la provincia se muere, se envejece y se paraliza. Hacer lo que se está haciendo en Pastrana es todo un ejemplo de dinamismo y de claridad de ideas: promocionar la villa como lugar de encuentro, de Ferias, de cultura, de interés turístico, de celebraciones y sorpresas.

Lugar de encuentro apícola

Va a ser la Plaza de la Hora, recubierta casi en su totalidad por una enorme carpa de plástico en funciones de “Palacio de Congresos y Exposiciones” la que hará estos días de centro de la bullanga y el trasiego de gentes, de apicultores, de curiosos y de viajeros que pretenderán encontrar ese aquel de Pastrana en este entorno. No es difícil, pero sería recomendable que lo hicieran con más pausa, con mayor sosiego en otra ocasión futura. En estos días, con el ir y venir de las gentes de Pastrana y de las que hasta aquí llegan con la ocasión propicia, se hace difícil vivir este encantador pueblo con la tranquilidad que merece.

La Feria Apícola, que hasta el domingo próximo estará abierta en Pastrana, tiene su asiento en la plaza, la luminosa y abierta al paisaje plaza de la Hora. Aquella en la que doña Ana se burlaba del mundo y añoraba los días de sus amores sueltos y su mando sin tregua. La plaza donde jugaban los niños en uso de una libertad que a ella le sabía a manjar imposible.

La Feria tendrá asiento sobre las baldosas nuevas del plazal antiguo. Y el Congreso de apicultores al que llegan desde una docena de países con sus estudios y sus nuevas ideas, entrará por la puerta grande y blasonada del palacio ducal, que ahora sí, ahora con generosa grandeza, se dejará mirar tras la larga y casi arcana restauración, demostrando, a cuantos ahora lo vean, lo maravilloso de su acondicionamiento como centro cultural y turístico. Será, una vez más, una ocasión para pedir a sus responsables, que se animen a dejarlo abierto todos los días, a coger gentes, a celebrar actos, congresos y reuniones cada semana en su interior. Será esa una forma de darle vida a Pastrana, de contagiársela a buena parte de la Alcarria baja.

Plaza y Palacio

En la plaza de Pastrana, la grande y nueva (porque las antiguas se quedan silenciosas y sumisas por entre los estrechos callejones de la altura) el viajero se siente rodeado de historia y leyendas. Por definirlo de alguna manera, se trata de un amplio espacio abierto, de proporciones cuadradas, con unos 150 metros aproximadamente por cada lado, que se encuentra ocupada, al norte, por la mole pétrea y dorada del palacio ducal, y abierta al sur sobre el estrecho y verde valle que riega los pies de la villa, y al cual se asoma la plaza a través de una recia baranda de cal y canto sobre un alto muro que encierra el relleno que hubo que hacer en su día, para conseguir ese amplio espacio abierto ante el palacio.

La plaza es un típico ámbito de armas, despejado ante el palacio para hacer en él paradas militares, corridas de toros, recibimientos principescos, etc. Hoy, ya entrado el siglo XXI, para hacer Ferias Avícolas: esta es la grandeza de adaptarse a los tiempos. Cuando está totalmente despejada, vemos cómo se complementa con el edificio palaciego, prestándole su anchura para hacerle ganar a la casa‑fuerte en elegancia y, concediéndole su primigenio sentido, de ser una clara imagen de poder.

El diseño inicial de esta Plaza de la Hora, comprendía dos grupos de edificios de viviendas a los lados del palacio, con un nivel bajo de soportales en cada uno, y dos‑tres pisos en los edificios. La entrada y salida única de la plaza se realizaba a través de sendos arcos de recio mampuesto, sobre cuyos vanos lucían las armas de los señores, que hoy se ven todavía en el portón de levante, pero que en el de poniente fue sustituido por nuevos edificios de viviendas que dejan paso a la calle mayor, que desde la plaza corre sinuosa y estrecha hasta la iglesia colegiata.

Esta plaza mayor de Pastrana fue construida, al tiempo que el palacio, pocos años después, a mediados del siglo XVI. Fue denominada siempre como plaza de palacio, y luego se le dio, literariamente, el nombre de plaza de la Hora con que hoy se la conoce, en recuerdo de los sesenta minutos que doña Ana de Mendoza, la princesa de Eboli, pasaba cada día asomada al ventanal del torreón oriental del palacio, donde vivió sus últimos años enclaustrada por orden de Felipe II.

Primitivamente despejada, plantaron luego árboles, y recientemente fue de nuevo urbanizada sin ellos, con pavimento firme, y un crucero de mármol en su centro. En estos días tiene acogimiento en ella la voluminosa Feria Apícola, la vigésimoquinta de la serie.

Y como complemento y gloria construida, el gran palacio ducal, ahora con posibilidades de entrar a verlo. Se trata de una monumental construcción que erigieron en el siglo XVI los señores de la villa, como expresión clara de su poder y su preeminencia sobre el resto de la población. Las fechas de su construcción van del año 1545 al 1580. El arquitecto diseñador de este palacio fue Alonso de Covarrubias. El maestro de obras que se encargó de su construcción directa, fue Pedro de Medina ayudado de Francisco Aragonés y el montañés Pedro Muñoz.

Este palacio nunca fue concluido. Su cuerpo principal, torres, decoración interior y jardín posterior, se hicieron en vida de la primera señora de Pastrana, Ana de la Cerda. Tanto su hijo don Gaspar Gastón de la Cerda como sus sucesores en el señorío, los Silva y Mendoza, no hicieron sino mantenerlo y habitarlo por temporadas. En él se hizo el recibimiento, en 1569, a Santa Teresa de Jesús, cuando vino a Pastrana a fundar sus conventos, y en él estuvo, en la torre de levante, retenida y prisionera la princesa de Eboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda, entre 1581 y 1592, por orden de Felipe II. Sus hijos y nietos ocuparon en alguna otra ocasión los salones de palacio, pero muy circunstancialmente.

De planta cuadrada, ofrece al estilo clásico un patio central rodeado de edificaciones, con otro amplio patio o jardín escalonado en la parte posterior. La fachada principal se abre al sur, presidiendo la gran plaza de armas ó Plaza de la Hora. Consta de un paramento hermético, de sillería tallada en piedra de tono dorado, con escasos vanos. En su centro, la portada principal, único acceso, que consta de un arco semicircular escoltado de sendas columnas exentas apoyadas en altos pedestales, y rematadas en capiteles corintios que sujetan un entablamento ó arquitrabe en el que se lee la leyenda DE MENDOÇA I DE LA CERDA. Un par de medallones circulares con bustos clásicos ocupan las enjutas. Se trata, evidentemente, de un elemento plenamente renacentista y de raigambre serliana. Años después de su construcción, se abrió un amplio balcón con barandilla de hierro forjado, muy volada, justo sobre la puerta, que resultó dañada en su estructura superior, y muy afeada en su aspecto. Así quedó para siempre.

En el interior, y tras atravesar el amplio vestíbulo, se encuentra el patio, también de planta cuadrada, que si fue proyectado por Covarrubias con arquería, piso alto, ornamentación clásica, etc., nunca llegó a construirse, por lo que quedó con las paredes de las estancias al descubierto, abriéndose en ellas algunos vanos simples. La restauración que se ha hecho en estos últimos años, dirigida por Fernández Alba y Clemente San Román, ha supuesto la recreación de un espacio nuevo, cubierto y sostenido por columnas metálicas y acristalados paramentos, con una gran fuerza de novedad y sugerencia de espacio renaciente.

Del interior, son destacables los salones principales de la primera planta, los que dan a la plaza en su fachada principal. Existen tres grandes salones rectangulares, mayor el central, y uno estrecho y cuadrado que clásicamente se denominó como capilla. En todos ellos aparecen unos extraordinarios artesonados de estilo renacentista, de madera tallada, con casetones y frisos en los que se derrama toda la imaginación y el buen gusto de los tallistas de la primera mitad del siglo XVI. Sus autores más probables fueron los alarifes madrileños Justo de Vega y Cristóbal de Nieva. En el artesonado de la denominada capilla, de forma muy especial, se ven estructuras y ornamentos de tendencia mudéjar. Todo ello en el estilo de la época en que fueron construidos.

Oportunidad ahora, después de varios años cerrado, de contemplar esta maravilla y constatar que puede (y debe) ser un motor de desarrollo para esta villa alcarreña.

Apunte

Las comunicaciones del Congreso Iberoamericano de Apicultura

Un libro que aparece estos días recoge en sus 96 páginas el total de comunicaciones presentadas al VIII Congreso Iberoamericano de Apicultura. Interesantes aportaciones entre las que destaca la descripción del virus Nosema Ceranae (un microsporidio, en realidad) en la abeja alcarreña, que está comprometiendo en cierto modo el desarrollo de esta industria. A su descubridor, Mariano Higes, este diario le destacó hace una semana con el título de “Popular Nueva Alcarria 2005” en el área de investigación.

Son numerosas las comunicaciones que se entregan llegadas de paises como Colombia, Argentina, Brasil, Uruguay, Cuba y Venezuela. En todos estos paises se está promocionando desde niveles gubernamentales la producción de miel y su mejora constante, de forma que en poco tiempo, si aquí no se hace algo parejo, serán competidores muy fuertes.

Entre las aportaciones españolas, hay estudios sobre el color de la miel, sus calidades, sus posibles contaminaciones y un largo etcétera de estudios que consolidan una publicación que deberá estar, como todas las que llevan página y datos sobre Guadalajara, en las bibliotecas alcarreñistas que se precien.

Almagro e Infantes, destinos seguros

El pasado mes de septiembre se celebró en Almagro el Primer Congreso Internacional de Escritores de Viajes, que fue organizado en justo equilibrio por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y la FEPET (Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo). Aunque ya dí en su momento noticia de aquella celebración, hoy quisiera rememorar algunos de los lugares visitados, únicos y espléndidos, porque en la evocación y la nostalgia de lo visto, está la fuerza para vivirlo otra vez, para apoderarse de ello y poblarlo siempre.

En Almagro paró el Congreso, en el palacio de los condes de Valdeparaíso, y allí con todos los elementos precisos de que hoy consta un centro cultural, fue inaugurado por el presidente Barreda y la consejera Blanca Calvo, oyéndose durante 3 días conferencias y coloquios traidos por especialistas, escritores y viajeros inconfundibles.

Nuestra misión es más modesta: se trata de evocar lugares, ofrecer ideas y contar lo ya visto, para que sean otros lo que viajen y se emocionen sucesivamente con los descubrimientos, que sin ir demasiado lejos (sin salir de nuestra Región, por supuesto) se pueden hacer.

La Plaza Mayor de Almagro

Ganó Almagro el título de ciudad en 1796, pero desde mucho antes ya era un lugar importante en La Mancha, por cuanto fue, durante muchos años, capital de la Orden de Calatrava, y espacio de residencia de sus maestres primeros, y luego de los delegados regios de la misma. Desde el siglo XIII tuvo fuero propio, creciendo por ello en población, y siendo elegida como centro del territorio calatraveño para residencia de sus máximos dirigentes. Esa importancia social precisó enseguida de un ancho espacio para la celebración de mercados, y de ferias, que ya en 1372 el Rey Enrique II había concedido. De esa necesidad surgirá la gran plaza medieval que luego en el siglo XVI recibiría una transformación completa, erigiéndose en sus dimensiones y aspecto actuales. La llegada, además, de la familia alemana de los Fugger como administradores y concesionarios de la explotación de las minas de mercurio de Almadén, hizo que se levantaran nuevos edificios en la plaza, y en las calles aledañas, así como palacios, conventos y oficinas administrativas reales y concejiles. Nació así esta plaza, que se sin duda la más hermosa la Región, y una de las más hermosas de toda España. A la Plaza Mayor de Almagro la han ido cambiando el nombre a lo largo de los siglos, debido a los avatares políticos, habiendo sido plaza de la Constitución, de la República, Real o de España. Pero en todo caso ha sido y sigue siendo, la Plaza Mayor de Almagro.

Es esta una plaza de grandes dimensiones, de planta rectangular irregular, con 104,5 metros de largo y unos 37 metros de ancho en su parte más ancha. En su costado oriental, uno de los menores, se levanta el edificio del Ayuntamiento, que también ha sufrido numerosas transformaciones, habiendo sido una de las más importantes la que se llevó a cabo en 1865, dirigida por el arquitecto Cirilo Vara y Soria. De nuevo fue restaurado en 1967, al mismo tiempo que toda la plaza. Este Ayuntamiento ofrece una elegante fachada construida por entero con piedra sillar, ofreciendo en su frente tres puertas y ventanas enreja­das en la planta baja, mientras que en la principal se abre un ancho balcón corrido con cinco vanos adintelados, coronado el central por un gran escudo con las viejas armas de la ciudad ‑las de la encomienda de las Casas de Almagro, con la cruz flordelisada de la orden de Calatrava y en punta las dos trabas negras. Una pequeña torre aterrazada se levanta en el ángulo izquierdo del edificio, sosteniendo el reloj de forja que sobresale de una estructura metálica, también de forja, para sostener la cam­pana, fechada en 1798 que proviene del antiguo convento de frailes franciscanos de Santa Catalina. Al lado del Ayuntamiento se levanta una casa-palacio de balcones simétricos y balcón angular, ofreciendo su portada del siglo XVI que fue traslada desde otro edificio de la calle de la Compañía. En el lado norte, al otro lado de la calle que por ese costado accede a la plaza, se levanta la gigantesca mole del Convento de San Agustín, con sus pesadas torres y su dinámica volumétrica que impone ya un marchamo monumental a la plaza.

En el costado de poniente, también uno de los menores, estuvo situada la gran iglesia de San Bartolomé, derribada por vieja en los primeros años del siglo xix y con cuyas piedras se construyó la plaza de toros. Quedó levemente levantado el nivel de la plaza en ese lugar, y ello dio visión a los palacios maestrales que durante siglos fueron ocultados por la iglesia. En su lugar se crearon unos jardines, en los que hoy luce una gran estatua en bronce del adelantado de Chile, hijo de esta villa, don Diego de Almagro, creada con las manos de artista del escultor manchego Joaquín García Donaire.

Los costados mayores de la plaza mayor de Almagro son los que le confieren todo su carácter. En ellos se levan­ta un armónico conjunto de viviendas que se disponen sobre soportales en dos alturas, sostenidas por ochenta y cinco columnas de piedra de orden toscano, sobre las que des­cansan las gruesas zapatas y vigas de madera pintadas de almagre. Estas edificaciones están construidas con materiales modestos, como el yeso, el adobe y el ladrillo y ofrecen su mayor originalidad en el doble piso de galería acristalada, que proporciona un característico sabor y la originalidad consistente en que evoca con nitidez las construcciones populares de los países del Norte de Europa, especialmente Alemania y Países Bajos. Parece ser que en su origen, estas galerías estuvieron abiertas, siendo de carácter público y utilizadas para presenciar los espectáculos que tenían lugar en la plaza. Luego se usaron por familias, se añadieron a las viviendas a las que antecedían, y por lo tanto se cerraron. Según consta en algunos documentos, inicialmente las ventanas y sus torneados barrotes estuvieron pintadas con el característico color rojizo del almagre, pero posteriormente, con motivo de la proclamación del rey Carlos IV en 1788, se pintaron de azul. En la actualidad todo este conjunto de arquitectónico maderamen está pintado de verde. El escaso muro existente entre la carrera del soportal y la planta baja y entre los dos pisos de galerías está pintado de blanco. Sobre las gale­rías aparecen sencillos canecillos que soportan el alero, y en el tejado, cubierto con teja árabe, se levantan buhardillas encaladas, blancas chimeneas y algunas veletas de hierro. La restauración que le ha dado esta forma actual, mejor dicho, su aspecto tradicional conservado al extremo, fue dirigida por el arquitecto don Francisco Pons Sorolla.

En el lado norte de la plaza se abre el calle­jón del Villar, corto de trayecto, pero suficiente para poder admirar en él la estructura de la construcción de las viviendas, columnas y capiteles, ventanales con rejas, portaladas y soportales añadidos. Al fondo de este callejón, está el Museo de Encajes y Blondas de Almagro. Y en el lado sur está situado el Corral de Comedias de Almagro, una pieza arquitectónica excepcional, que se ubica en el antiguo mesón de la plaza, y que era conocido popularmente como mesón o posada de las Comedias. Fue construido a finales del siglo xvi. Se rescató de una amalgama de edificaciones que habían ido ocultando su verdadero sentido, y una justa restauración le devolvió su esplendor y su sentido funcional de teatro popular, siendo durante el mes de julio sede del Festival Nacional de Teatro Clásico.

Junto al Corral de Comedias, se encuentra la casona de don Diego de Molina el Viejo. En este lugar, el soportal y las galerías acristaladas se cortan y dejan paso a la elevación de dos grandes columnas de granito que sostienen zapatas y una fuerte viga con escudos heráldicos tallados.

Aunque quedó totalmente destruido tras el incendio que sufrió en el siglo XVIII, en el extremo occidental de la plaza mayor de Almagro están los monumentales restos del palacio maestral, que hoy acogen, tras estupenda rehabilitación, las colecciones del Museo Nacional del Teatro.

En esta Plaza Mayor de Almagro, a lo largo de la historia fue testigo de la celebra­ción de justas y torneos, además de tener su clásica función de servir de celebración de las corridas de toros, hasta la mitad del siglo XIX. En esa función de espectáculo taurino, la plaza de Almagro vio como se llenaban sus balcones de gentes de la aristocracia, y del pueblo llano. Los más pudientes alquilaban los bal­cones de las casas que dan a la plaza. Pasear este lugar, admirar sus largas filas de balconadas, sus columnas, el constante ir y venir de las gentes, es uno de los espectáculos más sutiles y simpáticos que uno puede llevarse de Almagro.

El Museo dedicado a Quevedo en Villanueva de los Infantes

Otro de los lugares que en Ciudad Real no puede dejar de visitar el viajero, es Infantes. Como popularmente se denomina a la ciudad de Villanueva de los Infantes. Quizás el lugar con más densidad de palacios de toda España.

De entre ellos, sobresalen además algunos conventos, el templo mayor, la alhóndiga, un Ayuntamiento de lujo, etc. En el edificio del que fuera convento de Santo Domingo, muy vinculado a la vida de Francisco de Quevedo y en el que pasaría los últimos meses de su vida, aparecen hoy diversas salas y estancias en las que ha cuajado, en forma de Museo, una nutrida colección de obras de arte, casi todas ellas del siglo XVII, en la que destacan las obras del entorno de maestros tan notables como Murillo, Zurbarán, Ribera, Reni, Arellano, Orrente, sin que falte una buena muestra de Matías de Arteaga y Alfaro, artista nacido en Villanueva de los Infantes en 1633, que prosperó en Sevilla bajo la influencia de Valdés Leal y Murillo.

Los viajeros y participantes del referido Congreso, fuimos obsequiados con una espléndida cena en esta “Hospedería Real” dedicada a Quevedo. Pero este es placer que está a la mano de cualquiera que viaje hasta la ciudad manchega: además de comer y disfrutar de la evocación de estos viejos muros, podrá contemplar piezas como la Virgen con el Niño, atribuida a Murillo y su taller, situada en la sala que serviría a Quevedo para su entrada en el Convento. En la sala siguiente se exhiben los cuadros de Arteaga y en las vitrinas manuscritos y primeras ediciones de obras de Quevedo. Además encontramos diversos cuadros de la Inmaculada Concepción con loas e impresos de Quevedo dedicados a la Virgen, además de una atractiva talla de aspecto medieval de Santa Catalina de Alejandría, cuya presencia aquí no es gratuita ya que se trata de la patrona de los filósofos e intelectuales. En el claustro puede verse la campana de los Quevedo, un busto en bronce del escritor, y una copia del famoso retrato de Miguel de Cervantes que hizo el artista Juan de Jáuregui.

No debe el viajero por Infantes marcharse cin subir a la primera planta de esta Hospedería Real, y admirar en ella, recoleta y silenciosa, la celda que ocupó Quevedo, con la mesa y el sillón del escritor; donde redactó su primer testamento y donde murió el 8 de septiembre de 1645. El despacho se completa con objetos que recuerdan al escritor, como el grabado que reproduce la toma de Rosas por los franceses (tema que Quevedo recordaría en las cartas escritas desde esta celda), completándose el espacio con obras pictóricas como el retrato de un caballero de la orden de Santiago con “quevedos” (atribuido a Jorge Manuel Theotocópuli) y obras del círculo de Ribera, Juan de Pareja y Guido Reni; el dormitorio anexo conserva la austeridad de una celda dominica, y aún por otras estancias, pasillos, restaurante, etc., se pueden admirar cartas manuscritas, primeras ediciones de algunas de sus obras, tallas y otros cuadros originales, en fuerte evocación de una época, la de Quevedo.