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diciembre, 1997:

Cuatro campanadas a fin de año

 

En vez de doce, que son las que tocan todos los relojes, a fin de año esta página da cuatro campanadas. Son las cuatro ideas que me revolotearon la mente cuando fui a escribir el último trabajo de este año 1997 que ahora acaba. Hubieran podido ser doce también, y aun veinticuatro. Porque en esta provincia que semana a semana tocamos con la mano y sentimos latir, han pasado muchas cosas: trascendentes unas e insípidas las más. El correr de la vida se compone de grandes cuadros de batalla e interiores de hogar. El deseo de quien esto firma es, en cualquier caso, que se repita lo bueno del año que se va, y que nunca más vuelva lo malo. A fuerza de desearlo, seguro que lo conseguimos. Porque la realidad está en el deseo, no lo olvidéis.

1. Un libro

Decenas de libros salieron este año en Guadalajara. Esto es algo positivo, sin duda alguna. Los hubo resplandecientes (el que a principios de año se presentó sobre el Palacio del Infantado, de Layna Serrano) y los hubo flojillos. De investigación y de poéticos arranques. Novelas y monografías… qué sé yo. Muchos de ellos, los que me llegaron con buena mano, los comenté. Otros se me pasaron porque nadie dijo «esta boca es mía». En este momento final del año traigo una campanada para «La Ronda de Valfermoso», un librito simpático y cariñoso, un librito de cultura plenamente rural y moderna a un tiempo. Ha sido Emilio Valero el animoso facedor de estas páginas, en las que ha conjugado los saberes tradicionales y las mañas de muchos otros. Los saberes de Restituo Sánchez, rondador número uno, poeta popular sincero y entregado. Los de la señora Modesta, con su gran voz, y los de Juan José Viejo y Mariano García, sin olvidar a Gonzalo, a Nico y a Antonio Viejo. Además lleva los dibujos, llenos de gracia y talento, de Fernando Ordóñez, de María y de Juan José Viejo. Un prólogo breve de Javier García Andrés, presidente la Asociación Cultural «El Aljibe» de Valfermoso de Tajuña, centra el libro en lo que es: una recogida de letras de canciones populares, de rondas amorosas y coplas «picantillas», que con alegría se dicen en este pueblo cada año en sus fiestas.

Valfermoso está en un alto

sobre peñasco sencillo,

predomina en él la iglesia

con las ruinas del castillo.

Así es, con dos palabras, con cuatro frases que forman un cantar, como los de Valfermoso dicen su alegría y quieren a su pueblo. todo un ejemplo.

2. Una web

Internet ha entrado en nuestras vidas este año. Por sus cables sin color se han ido y se han venido muchas horas, y por ellos nos llegaron, o mandamos, muchas palabras y mucha información. Aunque a comienzos de año empezaron a surgir las web (las páginas con información legible en Internet a través de ordenadores) sobre Guadalajara, ha sido en los últimos días del año que se ha presentado en Diputación la web que para ellos han hecho quienes saben hacer estas cosas. Es un espacio amplio, hermoso, como una gran ventana que se abre al mundo, por la que se mira nuestra provincia y se la ve llena de hermosos monumentos, de recia gastronomía, de fauna autóctona y posibilidades deportivas. Es un lugar, además, muy útil, lleno de información sobre todos y cada uno de los pueblos de Guadalajara. Es una «web con presidente», puesto que en la primera página de la misma aparece el retrato y el mensaje cariñoso de Francisco Tomey. Y es una web (no todo iba a ser perfecto) sin una sola dirección de E-Mail a la que dirigir la felicitación o la queja. Algo inaudito en Internet y que contradice su propia esencia, que es la de la comunicación. A mí esto de las «webs con presidente» (como la de la Junta, que se puso en octubre y también tiene retrato y saludo de José Bono) me escaman un poco. Porque si de algo puede presumir Internet es de no ser de nadie, de que en este territorio no manda nadie, y cada cual va donde quiere, se junta con quien quiere, y dice lo que le viene en gana. Un ejercicio la mar de saludable, os lo aseguro.

3. Un Congreso

A mediados de año se celebró en Guadalajara un Congreso Internacional que puso aún más en candelero a la provincia de Guadalajara. Aunque algunos no se enteraron (o no quisieron enterarse) la onda expansiva del Congreso aún dura, y va a dar en un futuro próximo un empujón notable al turismo guadalajareño. Se trataba del Congreso Internacional «Ruta del Arcipreste de Hita», que organizado por la Asociación de Escritores de Turismo de Castilla-La Mancha trató de establecer por medio de comunicaciones y trabajos presentados por unos 40 especialistas, la relación auténtica de las descripciones viajeras del Libro de Buen Amor con las tierras de las provincias de Guadalajara, Segovia y Madrid.

Se han explicado objetivos y se han concretado posibilidades en conferencias posteriores, y en el Congreso Internacional de Caminería Hispánica que se celebrará el próximo año en nuestra ciudad, sabemos que un buen número de comunicaciones van a estar referidas a este tema, del que se pusieron entonces, [fue en junio exactamente, con una amplia excursión por los lugares arciprestales de la provincia] las bases firmes.

4. Un chiste

Solo me atrevo a calificarlo así, de chiste. Frases más fuertes, que probablemente se merecería el tema, ni me salen, ni son convenientes. Se trata del castillo que han construido en Almoguera. Porque no se puede decir que hayan reconstruido nada. Simplemente, se lo han inventado. Sobre la roca austera que domina, amesetada, a la villa, y en la que apoya la torre de la iglesia parroquial, sobre las evidentes ruinas de un antiguo castillo que fue de los caballeros calatravos, del rey de Castilla y posiblemente antes de los musulmanes, se ha levantado ahora uno nuevo, sin tener en cuenta restos previos, tipología, medidas de arcos, altura de torres y baile de almenas. Así, a lo alegre, «habemus castrus». Con luces de colores (rojo y verde llamativos) en las noches de verano. Con un jardincillo dentro y sembrando el mal ejemplo en pueblos comarcanos que, muertos de envidia, están empezando también a pensar en montarse sus propios castillos.

Esto no es serio. Muchos lo han visto, muchos lo piensan. Nadie se atreve a decir nada, no sé por qué. El caso es que hace pocas tardes pasé por allí, en uno de mis viajes sin rumbo por la Alcarria, y me sorprendió la parida. Porque esa es, exactamente, la palabra que le corresponde. En todas sus acepciones.

Retablos barrocos en Guadalajara

 

El pasado viernes día 12, en el transcurso de la anual Fiesta de los Premios Provinciales «Provincia de Guadalajara» que organiza la Excma. Diputación Provincial, se presentaron los libros que ofrecen el contenido de los premios cuya esencia es el escribir, y que se llevaron los correspondientes galardones el pasado año 96. Allí estaban las obras de Carmen Rubio López, su «Desván de la memoria», un precioso libro de poesía; de José de Uña Zugasti, su novela «En el vientre del gran pez», todo un monumento a la simbología literaria; y el obrón ganador del Premio de Investigación Layna Serrano, escrito por Juan Antonio Marco Martínez y titulado «El retablo barroco en el antiguo Obispado de Sigüenza».

Esta obra, que consta de 654 páginas, merece que nos detengamos, aun con la urgencia que estas líneas conllevan siempre, en su contenido y sus aportaciones. Porque la cultura en Guadalajara, que está [siempre lo digo porque cada vez estoy más convencido de ello] en los libros que sobre ella se escriben, va a aumentar sus horizontes con esta espléndida obra.

En nuestra tierra, que se han llenado cientos, miles de páginas, sobre el arte románico, la introducción y los logros del Renacimiento, las maravillas del manierismo, los alardes del eclecticismo velazqueño, y las sutilidades de la arquitectura rural, no se había dicho todavía nada consistente cobre el barroco.

De tantos estudios, de tantos premios, de tantos libros sobre el arte y la historia, ¿quién se había entretenido en bucear en los elementos barrocos de Guadalajara provincia? ¿Dónde estaba el barroco? Nadie hasta ahora lo había encontrado.

Hallazgo del barroco

Y en el prólogo a este libro impresionante y revelador, digo algo así como que «… pero el barroco estaba. Hacía falta, tan sólo, que alguien se aplicara a su estudio en profundidad. Un estudio que daría, a nada que se buceara con paciencia en los archivos, y se mirara con ojos nuevos, con renovado prisma, en las iglesias, en los palacios, en las expresiones de la pretérita arquitectura, una consistencia muy firme al «corpus» del barroco en Guadalajara. Este estudio ha lle­gado. Es el que tienes, lector amigo, entre las manos».

Este libro es, en cualquier caso, el inicio de ese estudio. Una parcial aproximación al mismo. Pero con todo el rigor, con toda la profundidad que el tema pedía. El autor de este libro, el sabio y afortunado investigador que es Juan Antonio Marco Martínez, nos ofrece un aspecto absolutamente inédito del arte en Guadalajara. Es parcial porque se limita a los territorios de la antigua diócesis de Sigüenza. Que abarcaba la propia ciudad episcopal con su arciprestazgo entero, más los de Atienza, Jadraque, Cifuentes y Moli­na. Los más meridionales, Brihuega, Pastrana, Hita y Guadalajara, por pertenecer a la archidiócesis de Toledo hasta 1955, quedan fuera de este estudio. Y es quizás en ese entorno geográfico donde se den los mejores conjuntos, las expresiones más espectaculares de los retablos barrocos (recordar, en un momento, los altares de San Nicolás el Real en Guadalajara, el de la parroquia de Chillaron del Rey, el de Illana, el de las Carmelitas de San José…).

Antes de escribir este libro, Juan Antonio Marco encontró un filón que puede considerarse como el sueño de todo investigador documental. Aparte de los legajos con­sultados en lugares como el Archivo Histórico Provincial (proto­colos notariales), en los libros de Cuentas de Fábrica de las res­pectivas parroquias y en las actas del Cabildo catedralicio de Si­güenza, la aparición de más de doscientos expedientes conte­niendo cada uno toda la secuencia documental completa para la contratación, cobro, tasaciones, recepciones, etc. de otros tantos retablos de los siglos XVII y XVIII, ha sido lo que le ha posibili­tado llevar a buen término este encomiable estudio. Ello, y un me­ticuloso sistema de trabajo, que le ha hecho no solamente leer y transcribir los documentos hallados, sino poner en relación a unos y otros autores, seguir el rastro del trabajo y así componer la bio­grafía artística de cada uno, etc., etc.

Este libro que se ofreció por la Excma. Diputación el pasado día 12, es una obra que se estructura como un auténtico «escapara­te» de noticias documentales. Es un gozo llegar a cada templo, en­frentarse a la variopinta secuencia de los colores, las tallas, las formas cada vez más valientes, de los retablos, y hacerlo con los documentos originales, completos, que se generaron al compás de la talla de la madera y el dorado de sus superficies…

Aunque no es la parte más firme del libro, pues no se han podido publicar todas las que tenía el trabajo original, ni tampoco se ha podido alcanzar la impresión en color, que todavía encarece notablemente las ediciones, también el acopio de imágenes es no­table: fotografías de los retablos en su conjunto, detalles relevan­tes de los mismos, alguna traza, etc. Así se alcanza la ideal oferta de todo estudio sobre historia del arte: la imagen de un lado, el documento que lo certifica por otro. Un paso más avanzado, la vi­sión iconológica del tema, como Panofsky propuso hace ya mu­chos años, y otros muchos (entre ellos mi admirado y añorado amigo y profesor Santiago Sebastián) lo han ido perfeccionando, será quizás motivo de futuros estudios.

Aunque no es este el lugar de dar una re­lación pormenorizada de los méritos y las novedades que aporta este libro, no puedo resistirme a enumerar, en breves líneas, algunos de los nombres que han saltado a la vida, que han «resucitado» con este trabajo. Lo hago porque, a mí por lo menos, al leer la obra, me ha resultado tan fascinante y sorprendente, que para mí mismo me pongo estas líneas de resumen.

Es sobre todo en la comarca del antiguo Señorío de Molina donde Marco descubre autores y autorías. Quizás porque allí abun­dan los grandes retablos barrocos salvados de guerras, y en época clave del desarrollo poblacional (el XVIII) se buscaron los mejores maestros para hacerlos. Miguel Herber es quizás el más notable, y quien en Tordesilos logra el máximo de su genio puesto en forma de exuberante altar. Lo hace también en Campillo de Dueñas, en Tordellego, en Concha, etc. Su hijo, Cristóbal Herber, seguirá sus pasos. También aparecen los nombres de José Lanzuela (que traba­ja en Setiles y Peralejos dando vida a retablos fascinantes) y Pas­cual Navarro en Alcoroches y Adobes. Pero es también en la zona de Atienza, ‑allí Francisco Mendo se muestra valiente hacedor de retablos‑, donde aparecen piezas nuevas y autores desvelados. Y en Sigüenza finalmente, quizás con menos novedades, pero con absolutas maravillas, desde el gran retablo catedralicio comandado por Giraldo de Merlo, hasta los más humildes de Anguita y Bujala­ro, firmados por Juan de Arañó, o las interesantes piezas que se reparten por la comarca tratadas por Pedro Castillejo, con el altar de Arbancón que firma junto al pintor Matías Jimeno…

La obra de Marco Martínez es para ser leída y, sobre todo, consultada. Es un archivo desmedido. Tanto como medido es el proceder de su autor. Hay que conocerle, saber de su físico escueto, de su tranquilo hablar, de su paciente laborar en largas jorna­das que son propiciadas, hay que saberlo, por su condición de eclesiástico (canónigo además, y maestro de capilla de la catedral seguntina) que, libre de tareas familiares puede dedicar muchas horas ininterrumpidas a la investigación, a la elaboración de tales memorias.

Juan Antonio Marco Martínez, el autor de este maravilloso estudio sobre «El retablo barroco en la antigua diócesis de Sigüen­za», representa, pues, una forma de actuar que parece sobrepasa­da, pero que mantiene su valor, lo defiende incluso, en esta socie­dad tan pragmática, tan apresurada, tan diversificada. La dedica­ción paciente de todo su tiempo, ‑del que haga falta, y lo mismo da que sean meses, que sean años‑ para buscar en archivos, para transcribir documentos, para analizarlos luego, para relacionar las noticias que de ellos se concretan… y escribir al fin estos trabajos llenos de información, de apreciaciones, de sabiduría, en suma, que transmite a sus lectores. España debería recuperar como mo­delo a estos sabios, a estos investigadores. Olvidar de una vez tan­to relumbrón de tele, tanto novelista de fogonazo, y apoyar a gen­tes como Marco, que en silencio, en el anonimato, trabajan en ta­reas que dan de verdad lustre a su tierra, consistencia a la historia de sus viejas ciudades, ánimos renovados a la cultura provincial más genuina. Hay que recuperarlos, animarlos, premiar­los incluso.

Esto es lo que ha hecho la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara, que instituyendo un Premio a la inves­tigación histórica sobre Guadalajara, y poniendo a ese premio el nombre de un inolvidable cronista que dio vida a ese modelo de actuación ‑Layna Serrano‑ ayuda a que este modelo de español no desaparezca, sino que, muy al contrario, se anime a seguir en su tarea, seguro de que su trabajo será reconocido, aireado, aplau­dido como lo es ahora esta jornada ‑larga y prolífica‑ que Marco ha rematado con este libro.

Ortiz de Echagüe, el fotógrafo de España

 

De nuevo está en danza la figura de José Ortiz de Echagüe, uno de los alcarreños más universales de este siglo. Y lo está porque después de diez años de tarea meticulosa y ardua por parte de la Universidad de Navarra, que recibió en 1980 de parte de SEAT el legado completo de la obra fotográfica de este artista, se ha conseguido restaurar, clasificar y guardar en formato digital sobre discos de CD-ROM todas las tomas (más de 30.000 negativos) que hizo en su vida. La Universidad navarra ha presentado esta tarea, se ha creado una Exposición monográfica sobre los tipos que Ortiz retrató a comienzos de siglo en el Norte de África, e incluso la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre ha editado recientemente un sello, con valor facial de 65 pesetas, en que recuerda a este artista y nos da repetida la cara viril y el gesto valiente de un remero vasco. Con este motivo, de nuevo la Agrupación Fotográfica Alcarreña ha promovido unas jornadas y actos de recuerdo a este personaje, a las que nos sumamos con agrado y sentido del deber.

Una biografía densa

Murió el año 1980, a los 94 de edad, don José Ortiz de Echagüe, que había nacido el 21 de agosto de 1886 en Guadalajara. Alcarreño de origen vasco‑andaluz (por la procedencia de sus padres), fue pionero en muchas cosas, como ahora veremos, pero fue sobre todo un gran artista de la fotografía, el arte del siglo XX como se le ha calificado por algunos tratadistas. Su padre, Antonio Ortiz y Puertas, granadino, ocupaba a la sazón un empleo en la Academia Militar de Ingenieros, como profesor de la misma, en nuestra ciudad. A los dos años de edad marchó de nuevo, con sus padres, a vivir en la Rioja, donde se educó y donde, gracias a la acomodada posición de la familia, pudo desde joven manejar las últimas novedades en aparatos fotográficos que iban saliendo al mercado. Su primera maquinaria fue una Kodak de cajón, recibiendo como regalo de su tío el general Francisco Echagüe Santoyo, en 1902, el regalo de una Photo Esphère a la que puso enseguida a trabajar y a obtener resultados espléndidos.

Gracias a esa circunstancia, y a su despierto natural, pronto destacó como gran fotógrafo, siendo de entonces, de 1903, cuando contaba 17 años, cuando hizo su famosa foto «Sermón en la Aldea», en la localidad riojana de Viguera, donde el pueblo todo, incluido su párroco en lo alto del púlpito, tuvieron que posar un par de días para el joven Ortiz. Es esta, su primera y una de sus más conocidas obras de arte. También es de resaltar que, vuelto a Guadalajara para estudiar la carrera militar en la Academia de Ingenieros de la ciudad del Henares, en 1907 visitó el establecimiento el Rey Alfonso XIII, encargándose el joven José Ortiz de hacer el reportaje fotográfico e incluso algunas fotos y retratos del monarca.

Militar, aviador, empresario

La vida profesional de nuestro personaje anduvo algo alejada de sus aficiones gráficas. Terminó su carrera militar y se aparejó para ser uno de los pioneros de la aviación española. En Guadalajara también hizo sus primeras armas en el aire: obtuvo el título de piloto de globo libre en el «Cuartel de Globos» de los Manantiales, y en 1911 obtuvo el que fue primer carnet de vuelo en España, dedicándose no solo a la aviación sino a la dirección de empresas de tipo mecánico. Así, en 1923 fundó la Sociedad Industrial CASA (Construcciones Aeronáuticas, S.A.) que inició en España la construcción de aviones en Sevilla y en Madrid. En 1950, fue requerido por el recién creado I.N.I. para dirigir la nueva Sociedad Española de Automóviles de Turismo «SEAT», que conoció su seguro timón en los años de despegue y desarrollo más espectaculares. En 1967 se jubiló de todos sus puestos, ya con 80 años a las espaldas.

Su afición por la fotografía llenó toda la vida de Ortiz de Echagüe. Con sus cámaras al hombro recorrió España entera fotografiando cuanto de interés encontraba a su paso. Tuvo la visión no solo de la oportunidad, sino de la belleza, y fue capaz de plasmar en hermosas imágenes muchos tipos, muchos paisajes y muchos fenómenos que al resto de la gente escapaban. Así, reunió grandes series de imágenes que luego fue editando en libros que obtuvieron granes éxitos y enormes tiradas. Desde 1933 se convirtió en editor propio, sacando entonces a la luz la primera edición de su ESPAÑA, TIPOS Y TRAJES en que retrataba, incluso en color,  gentes de todos los rincones de la tierra hispana. Llegaron a editarse, a lo largo de los años y en múltiples ediciones, 70.000 ejemplares de esta obra, de la que poseo un preciado ejemplar, y que a pesar de todo sigue siendo rara y cara de encontrar. De su posterior obra, ESPAÑA, PUEBLOS Y PAISAJES, llegaron a editarse 90.000 ejemplares, y algo similar ocurrió con el resto de sus obras, como la ESPAÑA MISTICA y los CASTILLOS Y ALCAZARES, cuyos elementos gráficos, revestidos de la belleza que Ortiz de Echagüe sabía dar a sus producciones, aun hoy causan la maravilla admirada de cuantos gustan del arte fotográfico.

Entre esos castillos figuraron algunos de los mejores (entonces todos arruinados) de su tierra natal: Torija, Sigüenza, Embid de Molina y Brihuega. Este último, cuya fotografía acompaña estas páginas, lo puso sin embargo en su obra de la «España mística».

La Exposición de la Universidad Navarra, con 45 fotografías de tipos del Rif, va a recorrer el mundo entero: 50 grandes Museos la esperan para transmitir a todos los humanos el arte singular, y la sensibilidad de este alcarreño al que ahora, también en Guadalajara, recordamos. Aparte de un retrato a plumilla de nuestro archivo, ponemos otro que él hizo a un pastor soriano de Villaciervos. La técnica que aplicaba a sus negativos, en los que realmente «pintaba» y modulaba las nubes, los horizontes, las líneas maestras de la imagen, era del «carbón Fresson», y llegó a fabricarse él mismo los líquidos e incluso los papeles. De su gran obra solo llegó a positivar 1.500 fotografías, quedando las demás en negativos que son los que la Universidad de Navarra ha restaurado, digitalizado y definitivamente salvado ahora.

Lo mismo que hace 10 años en que con motivo del centenario de su nacimiento escribí algunos artículos en estas mismas páginas, vuelvo a pedir al Ayuntamiento que, cuando haya ocasión, se acuerde de poner el nombre de José Ortiz de Echagüe a alguna calle de nueva creación. En cualquier caso, el recuerdo y el aliento de estas figuras ya eternizadas por la razón de su propio esfuerzo y su valía constante, queda una vez más, quedará para siempre, entre nosotros.

Pinturas rupestres en Guadalajara

 

Un nuevo aspecto de la cultura tradicional, y un camino nuevo que amplía aún más el patrimonio artístico e histórico de Guadalajara, se está abriendo últimamente con el descubrimiento de numerosos lugares en los que aparecen pinturas rupestres. Si todos conocemos el santuario de la Cueva de Altamira y los famosos abrigos del Levante en que los hombres de hace miles de años pusieron en forma de pinturas sus basamentos rituales de caza y fertilidad, la tierra de Guadalajara está ofreciendo, tras meticulosas y poco conocidas investigaciones, un inagotable venero de estos elementos que harán muy pronto que nuestra provincia sea conocida en Europa entera por estas características patrimoniales.

Una conferencia clave

El pasado martes, día 2 de diciembre, el profesor Rodrigo de Balbín, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Alcalá de Henares, ha pronunciado una conferencia en el Ateneo de Guadalajara que sin duda podemos calificar de crucial. Porque de una forma escueta, pero clara y contundente, ha expuesto la cantidad y la importancia de las pinturas rupestres que existen en Guadalajara y que en los últimos años se han ido descubriendo, con gran dificultad debido a los lugares de difícil acceso en que se encuentran. Con su equipo de Arqueología de la Universidad de Alcalá de Henares, Balbín ha profundizado en el análisis de cuevas y abrigos, especialmente de las sierras de la cabecera del Jarama, donde al parecer, en épocas del Paleolítico Superior, en torno a los 20.000 años antes de Cristo, existieron numerosas tribus de «Homo sapiens» dedicadas al pastoreo y a la caza fundamentalmente, en un clima mucho más duro que el actual, más húmedo y frío.

El interior de las cuevas servía no sólo de refugio ante ataques o condiciones adversas climatológicas, sino sobre todo como lugar de ritos, esas danzas, y sesiones de pintura y grabado, que se realizaban antes de las cacerías, de las luchas, de los acontecimientos que requerían un valor especial. En una conjunción de estilos, que median entre las formas descriptivas del arte rupestre levantino, y el esquematismo simple de las áreas atlánticas, las paredes y techos de las cuevas de Guadalajara se fueron llenando de trazos, hoy misteriosos, algunas veces expresivos, siempre valiosos, que nuestros remotos antepasados de hace más de 20.000 años pusieron sobre los húmedos y oscuros muros de las cavidades serranas.

Lugares de interés

Son ya varios los santuarios de la pintura rupestre en Guadalajara que están bien estudiados. Uno de ellos, el fundamental, es la Cueva de los Casares, en Riba de Saelices, donde se encontraron en el primer tercio de este siglo (Layna Serrano y su amigo don Rufo, el maestro de Riba, fueron los afortunados descubridores) un sin fin de grabados sobre la roca, con aparición de seres humanos tallados, animales muy variados, desde bisontes, rinocerontes, leones y caballos… además se ha visto que pusieron también pinturas, si bien estas han sido peor tratadas por el tiempo, quedando siempre nítidos los grabados.

Muy cerca de allí, en la Cueva de la Hoz, que está sobre el mismo valle del río Linares en término de Santa María del Espino, Balbín y su equipo ha encontrado una colección única, sorprendente, de pinturas y grabados. Todavía en plena clasificación y catalogación, el profesor alcalaíno afirma que es este un lugar de crucial importancia en este tema.

Pero aún hay más. Muchos más. En los últimos años se han encontrado pinturas esquemáticas en una cueva del Barranco de las Quintillas, en término de Muriel, en la cuenca del Sorbe. Se han encontrado también importantes documentos paleolíticos, en forma de pinturas sobre muros, en la Cueva del Barranco del Reloje, en término de Valverde de los Arroyos. Y sobre todo han aparecido preciosas formas de animales, cacerías e ídolos en el abrigo de El Portalón, en término de Villacadima, ya en el mismo límite de nuestra provincia con la de Segovia, en tierras altas y frías de la sierra de Pela. Los tonos rojizos del óxido ferroso muestran imágenes complicadas y densas sobre los muros calizos de estos abrigos.

Aún en el Señorío de Molina, concretamente en Rillo de Gallo, en el llamado «abrigo del Llano», se han encontrado también pinturas mucho más ligadas al mundo levantino, con imágenes femeninas y de grandes bóvidos, en tonos rojizos y ocres. Un mundo, este de las pinturas rupestres en Guadalajara, que está ahora dando sus primeros titulares, pero que sin duda, y gracias al esfuerzo de estudiosos y arqueólogos como el profesor Balbín y sus colaboradores, va a presentar a nuestra tierra de Guadalajara como un espacio inédito y prolífico en este tipo de patrimonio arqueológico.

Un libro que ofrece todas las novedades

Precisamente como apéndice de la conferencia del profesor Balbín, en el salón del Ateneo se procedió a la presentación del libro del también profesor de la Universidad de Alcalá, Jesús Valiente Malla, titulado «Guía de la Arqueología en Guadalajara», en el que aparecen referenciadas las últimas novedades y descubrimientos en este tema de las pinturas rupestres y otros muchos elementos que demuestran (toda una revelación el pasar de las páginas de este libro hermoso y sorprendente) que Guadalajara es un auténtico paraíso de la Arqueología y los restos evidentes de antiguos pueblos ya olvidados. El libro del profesor Valiente, con el que ganó este año el Premio «Tierra de Guadalajara», fue también estrella en este acto que congregó a numerosos aficionados a la Arqueología y defensores del patrimonio histórico-artístico de Guadalajara, tan variado como en esta ocasión ha quedado patente.

Fermín Santos Alcalde, ya en la historia

 

Fermín Santos Alcalde, el pintor de la Alcarria, de Sigüenza, de las magias negras, de las catedrales, de las breves apuntaciones y los nerviosos esquemas rurales, ha muerto. Ese artista recio en el espíritu y breve en la figura, que llegó a dar, en su continuada labor de decenios, la tierra de Guadalajara al mundo entero, nos ha dejado para siempre. Los perfiles que a nuestra tierra concedió de valentía y originalidad, parecen haberse quebrado con su partida. Desd6 que, pasada la Guerra Civil, Fermín Santos se hiciera famoso en el viejo Madrid de los Austrias, decorando bares y ofreciendo su visión personalísima de las costanillas, tantas frases se han desgranado en torno a su obra y su persona, que para esta ocasión solemne, como es la de su muerte, todas suenan a repetidas. Llamarle genio no es nuevo, aunque es justo. Y decir de Santos que fue un hombre sencillo hasta el límite, afable en demasía, añadiéndole cualquier adjetivo en ponderación, porque de tan medido nada se desborda, creo que es intentar acercarse a la verdad de su ser. Una forma, quizás demasiado sencilla, pero en cualquier caso efectiva, de acercarse a su esencia y a su verdad, sería llamarle «genio» sin ambages, calificarle del más grande pintor del siglo en nuestra tierra, abandonado ahora al silencio del más allá, aunque con el aplauso de cuantos quedamos para recordarle.

Quién fue Fermín Santos

Fermín Santos Alcalde nació en la villa alcarreña de Gualda, en 1909, en una familia de pequeños industriales afincados en Madrid. Desde muy joven comenzó a desarrollar sus aficiones pictóricas y artísticas, asistiendo a las clases de dibujo y pintura en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Cuatro Caminos, con Marceliano Santamaría, así como en un taller de ebanistería y barnizado. También acudió por temporadas al Casón del Retiro a dibujar. Finalizada la guerra civil, ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, donde tuvo por maestros a Vázquez Díaz, Eduardo Chicharro, Benedito, José Garnelo, etc. Ganó entonces, por oposición, una beca de la Diputación de Guadalajara para poder costearse sus estudios en la Escuela de Bellas Artes madrileña. De ahí salió con una gran formación académica, entrando a trabajar en la «Fundación Generalísimo Franco» como decorador de primera, realizando con sus pinceles la decoración de valiosísimas piezas de porcelana. A partir de entonces, la carrera artística de Fermín Santos fue fulgurante, dedicándose por entero a su arte, decorando edificios, recintos, etcétera, y realizando una producción de caballete muy densa y variada.

Ganador de importantes distinciones, pueden ser destacadas el Premio y Matrícula de Honor Fin de Carrera «Vázquez Díaz», diversas medallas en los Salones de Otoño, y la Paleta de Oro en el Salón Otoño de de la provincia de Guadalajara, y muchas otras. Fue cronista artístico de la ciudad de Sigüenza (Guadalajara).

Ha realizado también numerosísimas exposiciones de su obra, siendo las más destacables, la antología que presentó en la Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos en las salas de la Biblioteca Nacional de Madrid (1978); otra antológica en la Diputación Provincia¡ de Guadalajara, en 1988; diversas muestras en el Parador “Castillo de Sigüenza” y otras en la Galería Bernardi, de Washington, en 1969; en la Galería Quixote, en la Galería Heller, y en la Galería Gavar, de Madrid, así como una magna exposición en el Ateneo de Madrid.

Sobre la pintura, polimorfa y personalísima, de Fermín Santos, han escrito muchas páginas los más prestigiosos críticos de arte españoles, desde Campoy a Camón Aznar, Raúl Chavarri y muchos otros. Todos coincidieron en apreciar en la obra de este genial pintor alcarreño los valores indiscutibles del maestro que traza su propio camino y no se doblega ante modas o corrientes. Pintor de Madrid, y de la Alcarria,  y los abiertos paisajes castellanos, y los rincones humildes de la gran urbe quedaron reflejados en sus pinceles con fidelidad absoluta. Además, penetró en el difícil mundo del figurativismo con soluciones valientes, sorprendentes, tendentes a una «escuela negra» en la tradición tenebrista hispana.

Una antológica final

¿Quién como Fermín Santos se ha desbordado de la simple corrección de formas, y se ha lanzado por caminos nuevos, por expresiones no usadas hasta entonces? ¿Quién se planteó pintar lo que veía de un modo que solamente él veía? La Alcarria y sus gentes, que hacen las cosas y rezan las oraciones como en sombrío, bajo el techo inacabable de las oscuras bóvedas de la tierra, fueron dibujadas por Fermín Santos con el color y la silueta que hasta ese momento nadie había descubierto en ellas. En su tarea silenciosa, durante medio siglo salió a la calle, cada día, papel y lápiz en la mano, y puso relieve a la calleja, horizonte a los arcos de la catedral, música a la fiesta… nunca necesitó Santos recurrir al esquizogesto para quedar finalmente catalogado de primera figura por todos. Como hoy lo está, entre el escalofrío y la lágrima de quienes le conocimos y le admiramos.

Hoy en el Cielo, en esa sala de exposiciones grande y luminosa, están de fiesta. Porque Fermín Santos alberga entre las nubes su antológica perfecta. No falta un solo cuadro de los que pintó en vida. No falta un solo rincón del Rastro, de la calle Carretas, de Pelegrina o la Alameda. Están los muros y los rosetones de la Catedral seguntina, las fiestas de Pareja y Durón, el aire limpio de Gualda. En esta exposición solemne que el pasado 29 de Noviembre se inauguró en la Gloria, tienen cabida el arco de Arrebatacapas, los borrachos de Mundo Nuevo, y las procesiones macabras de un carnaval serrano. No faltará nadie al evento. Desde Camón Aznar al marqués de Lozoya: cuantos admiraron su arte han corrido a verlo de nuevo. Él, casi escondido tras su bata gris, llenas de color las manos, el rostro limpio de alcarreño sincero, se pasea suave y silencioso. Todos hablan de su fuerza, de su visión única, de su imaginación desbordante. Fermín Santos está detrás de cada corro: ha llegado sin ser oído, no dice nada. Como los grandes pintores, su expresividad está en el lienzo, sobre el papel nervioso, en los colores que bruscos u opacos se lanzan sobre la superficie, virgen. ¡Qué clamor de aplausos, los que se han oído estos días en el Olimpo de los artistas! Y nosotros, aquí abajo, tan solos, sin su presencia querida, sin su brevedad de bien.

PROVINCIA/  MURIÓ FERMIÍN SANTOS ALCALDE, EL PINTOR PROVINCIAL MÁS DESTACADO DE NUESTRO SIGLO

A.H.C.

Fermín Santos Alcalde (Gualda, 1909 ‑ Sigüenza, 1997), el más destacado pintor de nuestra provincia en lo que va de siglo, acaba de fallecer en su casa de Sigüenza el día 29 de Noviembre, siendo enterrado en esta ciudad ayer domingo. La manifestación de duelo, impresionante, no hizo sino reflejar el gran aprecio que todos, seguntinos y alcarreños, y el mundo del arte español, le profesaban.

En breve referencia a su vida, podemos recordar cómo ya desde muy joven inició sus aficiones pictóricas y artísticas, asistiendo a las clases de dibujo y pintura en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Cuatro Caminos, con Marceliano Santamaría. Finalizada la guerra civil, ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, donde tuvo por maestros a Vázquez Díaz, Eduardo Chicharro, Benedito, José Garnelo, etc., ganando entonces, por oposición, una beca de la Diputación de Guadalajara para poder costearse sus estudios en la Escuela de Bellas Artes madrileña. A partir de entonces, la carrera artística de Fermín Santos fue fulgurante, dedicándose por entero a su arte, decorando edificios, recintos, etcétera, y realizando una producción de caballete muy densa y variada. Ha sido ganador de importantes distinciones, debiendo ser destacadas diversas medallas en los Salones de Otoño, y la Paleta de Oro en el Salón Otoño de 1981; la Abeja de Oro de la provincia de Guadalajara, y muchas otras. Uno de sus más preciados galardones fue el de Cronista Artístico de la ciudad de Sigüenza.

Numerosísimas han sido las exposiciones de su obra, y entre las más destacables podemos recordar ahora la antológica que presentó en la Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos, en las salas de la Biblioteca Nacional de Madrid (1978); otra antológica en la Diputación Provincial de Guadalajara en 1988, y sus anuales y veraniegas presencias en el Parador «Castillo de Sigüenza».

Sobre la pintura, polimorfa y personalísima, de Fermín Santos, han escrito muchas páginas los más prestigiosos críticos de arte españoles, desde Campoy a Camón Aznar, Raúl Chavarri y muchos otros. Todos han coincidido en apreciar en la obra de este genial pintor alcarreño los valores indiscutibles del maestro que traza su propio camino y no se doblega ante modas o corrientes. Pintor de Madrid, y de la Alcarria, los abiertos paisajes castellanos, y los rincones humildes de la gran urbe quedan reflejados en sus pinceles con fidelidad absoluta. Además, penetra en el difícil mundo del figurativismo con soluciones, valientes, sorprendentes, tendentes a una «escuela negra» en la tradición tenebrista hispana. Puede ser calificado Fermín Santos, con toda justicia, uno de los más destacados pintores españoles, y por supuesto de la provincia de Guadalajara, en el siglo XX. Una pérdida irreparable para nuestra tierra.