Retablos barrocos en Guadalajara

miércoles, 24 diciembre 1997 2 Por Herrera Casado

 

El pasado viernes día 12, en el transcurso de la anual Fiesta de los Premios Provinciales «Provincia de Guadalajara» que organiza la Excma. Diputación Provincial, se presentaron los libros que ofrecen el contenido de los premios cuya esencia es el escribir, y que se llevaron los correspondientes galardones el pasado año 96. Allí estaban las obras de Carmen Rubio López, su «Desván de la memoria», un precioso libro de poesía; de José de Uña Zugasti, su novela «En el vientre del gran pez», todo un monumento a la simbología literaria; y el obrón ganador del Premio de Investigación Layna Serrano, escrito por Juan Antonio Marco Martínez y titulado «El retablo barroco en el antiguo Obispado de Sigüenza».

Esta obra, que consta de 654 páginas, merece que nos detengamos, aun con la urgencia que estas líneas conllevan siempre, en su contenido y sus aportaciones. Porque la cultura en Guadalajara, que está [siempre lo digo porque cada vez estoy más convencido de ello] en los libros que sobre ella se escriben, va a aumentar sus horizontes con esta espléndida obra.

En nuestra tierra, que se han llenado cientos, miles de páginas, sobre el arte románico, la introducción y los logros del Renacimiento, las maravillas del manierismo, los alardes del eclecticismo velazqueño, y las sutilidades de la arquitectura rural, no se había dicho todavía nada consistente cobre el barroco.

De tantos estudios, de tantos premios, de tantos libros sobre el arte y la historia, ¿quién se había entretenido en bucear en los elementos barrocos de Guadalajara provincia? ¿Dónde estaba el barroco? Nadie hasta ahora lo había encontrado.

Hallazgo del barroco

Y en el prólogo a este libro impresionante y revelador, digo algo así como que «… pero el barroco estaba. Hacía falta, tan sólo, que alguien se aplicara a su estudio en profundidad. Un estudio que daría, a nada que se buceara con paciencia en los archivos, y se mirara con ojos nuevos, con renovado prisma, en las iglesias, en los palacios, en las expresiones de la pretérita arquitectura, una consistencia muy firme al «corpus» del barroco en Guadalajara. Este estudio ha lle­gado. Es el que tienes, lector amigo, entre las manos».

Este libro es, en cualquier caso, el inicio de ese estudio. Una parcial aproximación al mismo. Pero con todo el rigor, con toda la profundidad que el tema pedía. El autor de este libro, el sabio y afortunado investigador que es Juan Antonio Marco Martínez, nos ofrece un aspecto absolutamente inédito del arte en Guadalajara. Es parcial porque se limita a los territorios de la antigua diócesis de Sigüenza. Que abarcaba la propia ciudad episcopal con su arciprestazgo entero, más los de Atienza, Jadraque, Cifuentes y Moli­na. Los más meridionales, Brihuega, Pastrana, Hita y Guadalajara, por pertenecer a la archidiócesis de Toledo hasta 1955, quedan fuera de este estudio. Y es quizás en ese entorno geográfico donde se den los mejores conjuntos, las expresiones más espectaculares de los retablos barrocos (recordar, en un momento, los altares de San Nicolás el Real en Guadalajara, el de la parroquia de Chillaron del Rey, el de Illana, el de las Carmelitas de San José…).

Antes de escribir este libro, Juan Antonio Marco encontró un filón que puede considerarse como el sueño de todo investigador documental. Aparte de los legajos con­sultados en lugares como el Archivo Histórico Provincial (proto­colos notariales), en los libros de Cuentas de Fábrica de las res­pectivas parroquias y en las actas del Cabildo catedralicio de Si­güenza, la aparición de más de doscientos expedientes conte­niendo cada uno toda la secuencia documental completa para la contratación, cobro, tasaciones, recepciones, etc. de otros tantos retablos de los siglos XVII y XVIII, ha sido lo que le ha posibili­tado llevar a buen término este encomiable estudio. Ello, y un me­ticuloso sistema de trabajo, que le ha hecho no solamente leer y transcribir los documentos hallados, sino poner en relación a unos y otros autores, seguir el rastro del trabajo y así componer la bio­grafía artística de cada uno, etc., etc.

Este libro que se ofreció por la Excma. Diputación el pasado día 12, es una obra que se estructura como un auténtico «escapara­te» de noticias documentales. Es un gozo llegar a cada templo, en­frentarse a la variopinta secuencia de los colores, las tallas, las formas cada vez más valientes, de los retablos, y hacerlo con los documentos originales, completos, que se generaron al compás de la talla de la madera y el dorado de sus superficies…

Aunque no es la parte más firme del libro, pues no se han podido publicar todas las que tenía el trabajo original, ni tampoco se ha podido alcanzar la impresión en color, que todavía encarece notablemente las ediciones, también el acopio de imágenes es no­table: fotografías de los retablos en su conjunto, detalles relevan­tes de los mismos, alguna traza, etc. Así se alcanza la ideal oferta de todo estudio sobre historia del arte: la imagen de un lado, el documento que lo certifica por otro. Un paso más avanzado, la vi­sión iconológica del tema, como Panofsky propuso hace ya mu­chos años, y otros muchos (entre ellos mi admirado y añorado amigo y profesor Santiago Sebastián) lo han ido perfeccionando, será quizás motivo de futuros estudios.

Aunque no es este el lugar de dar una re­lación pormenorizada de los méritos y las novedades que aporta este libro, no puedo resistirme a enumerar, en breves líneas, algunos de los nombres que han saltado a la vida, que han «resucitado» con este trabajo. Lo hago porque, a mí por lo menos, al leer la obra, me ha resultado tan fascinante y sorprendente, que para mí mismo me pongo estas líneas de resumen.

Es sobre todo en la comarca del antiguo Señorío de Molina donde Marco descubre autores y autorías. Quizás porque allí abun­dan los grandes retablos barrocos salvados de guerras, y en época clave del desarrollo poblacional (el XVIII) se buscaron los mejores maestros para hacerlos. Miguel Herber es quizás el más notable, y quien en Tordesilos logra el máximo de su genio puesto en forma de exuberante altar. Lo hace también en Campillo de Dueñas, en Tordellego, en Concha, etc. Su hijo, Cristóbal Herber, seguirá sus pasos. También aparecen los nombres de José Lanzuela (que traba­ja en Setiles y Peralejos dando vida a retablos fascinantes) y Pas­cual Navarro en Alcoroches y Adobes. Pero es también en la zona de Atienza, ‑allí Francisco Mendo se muestra valiente hacedor de retablos‑, donde aparecen piezas nuevas y autores desvelados. Y en Sigüenza finalmente, quizás con menos novedades, pero con absolutas maravillas, desde el gran retablo catedralicio comandado por Giraldo de Merlo, hasta los más humildes de Anguita y Bujala­ro, firmados por Juan de Arañó, o las interesantes piezas que se reparten por la comarca tratadas por Pedro Castillejo, con el altar de Arbancón que firma junto al pintor Matías Jimeno…

La obra de Marco Martínez es para ser leída y, sobre todo, consultada. Es un archivo desmedido. Tanto como medido es el proceder de su autor. Hay que conocerle, saber de su físico escueto, de su tranquilo hablar, de su paciente laborar en largas jorna­das que son propiciadas, hay que saberlo, por su condición de eclesiástico (canónigo además, y maestro de capilla de la catedral seguntina) que, libre de tareas familiares puede dedicar muchas horas ininterrumpidas a la investigación, a la elaboración de tales memorias.

Juan Antonio Marco Martínez, el autor de este maravilloso estudio sobre «El retablo barroco en la antigua diócesis de Sigüen­za», representa, pues, una forma de actuar que parece sobrepasa­da, pero que mantiene su valor, lo defiende incluso, en esta socie­dad tan pragmática, tan apresurada, tan diversificada. La dedica­ción paciente de todo su tiempo, ‑del que haga falta, y lo mismo da que sean meses, que sean años‑ para buscar en archivos, para transcribir documentos, para analizarlos luego, para relacionar las noticias que de ellos se concretan… y escribir al fin estos trabajos llenos de información, de apreciaciones, de sabiduría, en suma, que transmite a sus lectores. España debería recuperar como mo­delo a estos sabios, a estos investigadores. Olvidar de una vez tan­to relumbrón de tele, tanto novelista de fogonazo, y apoyar a gen­tes como Marco, que en silencio, en el anonimato, trabajan en ta­reas que dan de verdad lustre a su tierra, consistencia a la historia de sus viejas ciudades, ánimos renovados a la cultura provincial más genuina. Hay que recuperarlos, animarlos, premiar­los incluso.

Esto es lo que ha hecho la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara, que instituyendo un Premio a la inves­tigación histórica sobre Guadalajara, y poniendo a ese premio el nombre de un inolvidable cronista que dio vida a ese modelo de actuación ‑Layna Serrano‑ ayuda a que este modelo de español no desaparezca, sino que, muy al contrario, se anime a seguir en su tarea, seguro de que su trabajo será reconocido, aireado, aplau­dido como lo es ahora esta jornada ‑larga y prolífica‑ que Marco ha rematado con este libro.