Pinturas rupestres en Guadalajara

viernes, 12 diciembre 1997 1 Por Herrera Casado

 

Un nuevo aspecto de la cultura tradicional, y un camino nuevo que amplía aún más el patrimonio artístico e histórico de Guadalajara, se está abriendo últimamente con el descubrimiento de numerosos lugares en los que aparecen pinturas rupestres. Si todos conocemos el santuario de la Cueva de Altamira y los famosos abrigos del Levante en que los hombres de hace miles de años pusieron en forma de pinturas sus basamentos rituales de caza y fertilidad, la tierra de Guadalajara está ofreciendo, tras meticulosas y poco conocidas investigaciones, un inagotable venero de estos elementos que harán muy pronto que nuestra provincia sea conocida en Europa entera por estas características patrimoniales.

Una conferencia clave

El pasado martes, día 2 de diciembre, el profesor Rodrigo de Balbín, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Alcalá de Henares, ha pronunciado una conferencia en el Ateneo de Guadalajara que sin duda podemos calificar de crucial. Porque de una forma escueta, pero clara y contundente, ha expuesto la cantidad y la importancia de las pinturas rupestres que existen en Guadalajara y que en los últimos años se han ido descubriendo, con gran dificultad debido a los lugares de difícil acceso en que se encuentran. Con su equipo de Arqueología de la Universidad de Alcalá de Henares, Balbín ha profundizado en el análisis de cuevas y abrigos, especialmente de las sierras de la cabecera del Jarama, donde al parecer, en épocas del Paleolítico Superior, en torno a los 20.000 años antes de Cristo, existieron numerosas tribus de «Homo sapiens» dedicadas al pastoreo y a la caza fundamentalmente, en un clima mucho más duro que el actual, más húmedo y frío.

El interior de las cuevas servía no sólo de refugio ante ataques o condiciones adversas climatológicas, sino sobre todo como lugar de ritos, esas danzas, y sesiones de pintura y grabado, que se realizaban antes de las cacerías, de las luchas, de los acontecimientos que requerían un valor especial. En una conjunción de estilos, que median entre las formas descriptivas del arte rupestre levantino, y el esquematismo simple de las áreas atlánticas, las paredes y techos de las cuevas de Guadalajara se fueron llenando de trazos, hoy misteriosos, algunas veces expresivos, siempre valiosos, que nuestros remotos antepasados de hace más de 20.000 años pusieron sobre los húmedos y oscuros muros de las cavidades serranas.

Lugares de interés

Son ya varios los santuarios de la pintura rupestre en Guadalajara que están bien estudiados. Uno de ellos, el fundamental, es la Cueva de los Casares, en Riba de Saelices, donde se encontraron en el primer tercio de este siglo (Layna Serrano y su amigo don Rufo, el maestro de Riba, fueron los afortunados descubridores) un sin fin de grabados sobre la roca, con aparición de seres humanos tallados, animales muy variados, desde bisontes, rinocerontes, leones y caballos… además se ha visto que pusieron también pinturas, si bien estas han sido peor tratadas por el tiempo, quedando siempre nítidos los grabados.

Muy cerca de allí, en la Cueva de la Hoz, que está sobre el mismo valle del río Linares en término de Santa María del Espino, Balbín y su equipo ha encontrado una colección única, sorprendente, de pinturas y grabados. Todavía en plena clasificación y catalogación, el profesor alcalaíno afirma que es este un lugar de crucial importancia en este tema.

Pero aún hay más. Muchos más. En los últimos años se han encontrado pinturas esquemáticas en una cueva del Barranco de las Quintillas, en término de Muriel, en la cuenca del Sorbe. Se han encontrado también importantes documentos paleolíticos, en forma de pinturas sobre muros, en la Cueva del Barranco del Reloje, en término de Valverde de los Arroyos. Y sobre todo han aparecido preciosas formas de animales, cacerías e ídolos en el abrigo de El Portalón, en término de Villacadima, ya en el mismo límite de nuestra provincia con la de Segovia, en tierras altas y frías de la sierra de Pela. Los tonos rojizos del óxido ferroso muestran imágenes complicadas y densas sobre los muros calizos de estos abrigos.

Aún en el Señorío de Molina, concretamente en Rillo de Gallo, en el llamado «abrigo del Llano», se han encontrado también pinturas mucho más ligadas al mundo levantino, con imágenes femeninas y de grandes bóvidos, en tonos rojizos y ocres. Un mundo, este de las pinturas rupestres en Guadalajara, que está ahora dando sus primeros titulares, pero que sin duda, y gracias al esfuerzo de estudiosos y arqueólogos como el profesor Balbín y sus colaboradores, va a presentar a nuestra tierra de Guadalajara como un espacio inédito y prolífico en este tipo de patrimonio arqueológico.

Un libro que ofrece todas las novedades

Precisamente como apéndice de la conferencia del profesor Balbín, en el salón del Ateneo se procedió a la presentación del libro del también profesor de la Universidad de Alcalá, Jesús Valiente Malla, titulado «Guía de la Arqueología en Guadalajara», en el que aparecen referenciadas las últimas novedades y descubrimientos en este tema de las pinturas rupestres y otros muchos elementos que demuestran (toda una revelación el pasar de las páginas de este libro hermoso y sorprendente) que Guadalajara es un auténtico paraíso de la Arqueología y los restos evidentes de antiguos pueblos ya olvidados. El libro del profesor Valiente, con el que ganó este año el Premio «Tierra de Guadalajara», fue también estrella en este acto que congregó a numerosos aficionados a la Arqueología y defensores del patrimonio histórico-artístico de Guadalajara, tan variado como en esta ocasión ha quedado patente.