Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

febrero, 1985:

La campaña de Alfonso VI contra Toledo

 

El año 1085 registra en los anales de la historia de España un hecho capital, trascendente como pocos: la conquista de Toledo por el reino de Castilla, dirigido entonces por su monarca Alfonso VI. Ese hecho con­dicionó el paso de muchos otros territorios, ciudades y pueblos a la corona de Castilla, y entre ellos Guadalajara y buena parte de la Alcarria Baja,

La conquista de Toledo por los cristianos causó sensación en todo el mundo. Debe considerarse, desde un principio, que no era la toma de una simple ciudad, sino la rendición de todo un reino, de un territorio famoso que hasta entonces había pertenecido al área islámica, y que durante mucho tiempo había sido luz de su cultura, y envidiado por su fortaleza, su prosperidad y el bienestar de sus habitantes. Para los cristianos hispánicos, los castella­nos, leoneses, navarros y aragone­ses, Toledo era algo más era la cabeza simbólica, el pedestal político, religioso y cultural de la antigua Es­paña; era la justificación de nom­brar «reconquista» a la empresa guerrera en la que, con más o menos ímpetu, se estaban dedicando los cristianos norteños contra los meridionales andalusíes.

La gran victoria del cristianismo, la gran derrota que el Islam sufría con la caída de Toledo, fue llevada inmediatamente, con velocidad de corceles, por mensajeros enviados por el rey castellano, a todos los confines del mundo occidental. La sorpresa fue unánime un reino fuerte, próspero, culto, se había venido abajo con una rapidez catastrófica. Y, además, sin guerras. Sin sangre. Prácticamente, sin violencias. Un brusco cambio político acabó con varios años de debilidades internas toledanas y culminó con la victoria de la estrategia alfonsí.

Veamos ahora, en rápida y sintética película, los hechos acaecidos los años anteriores a la conquista. La muerte del sabio y generoso rey Al‑Mamún de Toledo, en el año 1076, hizo nacer de inmediato graves luchas interiores en su reino. El nuevo monarca, Al‑Qadir, inauguró su periplo ejecutando al primer ministro Al‑Hadidí, haciendo oídos a consejeros ambiciosos. Ello originó una grave revuelta en la ciudad, y una primera división de opiniones, que en los años sucesivos continuaría ahondándose hasta dividir, en poco tiempo, a la población toledana en dos bandos antagónicos e irreconciliables.

Ante este irregular estado, los reinos taifas vecinos, de Valencia, Córdoba y Murcia, atacaron las fronteras de Toledo. Al‑Qadir, asustado, vio una salida única a sus fulgurantes problemas, pidiendo la ayuda y protección de Alfonso VI de Castilla. Este le brindó lo que pedía, pero a cambio del pago de unos impuestos o parias bastante regulares. En ese equilibrio inestable, se mantiene la cosa hasta el año 1080, en que una nueva revuelta altera la sociedad toledana hasta sus cimientos. Dos grupos fuertes pugnan por controlar al rey y al Estado: de una parte, el clero islámico y la nobleza de ascendencia árabe y bereber, que prefieren el socorro de los reyes taifas de Zaragoza, y por otra las gentes de raíz hispánica, mozárabes y mudéjares, que, aun deseando la independencia de su reino, son partidarios de un entendimiento con Alfonso VI. En esos momentos, Al-Qadir, siempre dubitativo, entrega el mando a jefes civiles y militares que sólo piensan en enriquecerse.

La revuelta del 1080 fuerza la huida de Al‑Qadir a Huete. El rey de Badajoz, Al‑Motawakil, entra en Toledo. Por poco tiempo. La ayuda de Alfonso VI al legítimo rey toledano supone el cerco de la ciudad en 1081, y la huida del de Badajoz a su tierra. Al‑Qadir, agradecido, se compromete con Alfonso al pago de grandes sumas de dinero y productos agrícolas. Recibe además los castillos de Canales, Zorita y Canturias. Pero el rey castellano, se retira a sus tierras norteñas. Sabe que Toledo caerá sola, como un fruto maduro. Sitúa peones en su torno, ve complacido su división interna, su debilidad progresiva. Y espera… En ese mismo año, Alfonso VI solicita del Papa la restauración del Obispado de Toledo. Tan seguro estaba de poder levantar allí, muy pronto, una gran catedral.

En el interior de la ciudad, la situación se agrava. Una auténtica guerra civil surge: quejas masivas contra los impuestos progresivos. Hay exiliados voluntarios; se inician represiones. En la primavera de 1082 hubo nuevas revueltas callejeras: un atentado contra la vida de Al‑Qadir, y un buen puñado de rebeldes que, fracasados, se encastillan en Madrid. Al‑Qadir los persigue y castiga. Otros se exilian en Zaragoza…

La primavera de 1083 lleva a Alfonso VI ante los muros de Toledo. Va a cobrar sus impuestos: recauda dineros y, sobre todo, avituallamientos. Toledo se sumerge en una aguda crisis económica y de escasez de alimentos. El nerviosismo de sus habitantes se agudiza. Los intransigentes quieren pedir ayuda militar a los árabes de Zaragoza y Sevilla. Los moderados propugnan un entendimiento con el castellano, y llegan a pedirle que tome cuanto antes la ciudad, y acabe con ese estado de cosas. Es evidente que, en ese momento, la muerte de una cultura como era la árabe en Toledo, se veía como una auténtica liberación por parte de sus mismos individuos. El acabamiento del reino, parecía como la mejor solución a tantos males. Indudablemente, era el mejor montaje que podía haber realizado el castellano.

Al finalizar el verano de 1084, y ante la desesperada situación econ6mica y social, una gran parte de la población en contra del monarca, Al‑Qadir ofrece a Alfonso VI la entrega de Toledo y sus cercanías a cambio de una ayuda militar contra el rey de Valencia. El castellano ve cercano su éxito. No necesita hacer conveníos. Sabe que su golpe será total y definitivo. Se sitúa, con toda su Corte, en las afueras de Toledo, concretamente en la llamada «Huerta del Rey” palacio oriental que había labrado Al‑Mamún para su recreo. Allí pasó Alfonso el invierno del 84 al 85. Fue muy lluvioso, dicen los cronistas, aunque no, frío. Arriba, en el alcázar, Al‑Qadir no sabía qué decisión tomar. El ham­bre azotaba a su pueblo. Estaba so­metido a un asedio «de guante blan­co». En algunas ocasiones, ambos monarcas se juntaron a escuchar música, a contemplar bailarines, a comer y a jugar.

Dentro de Toledo, los radicales consiguieron enviar emisarios con petición de socorro a Zaragoza, a Sevilla, a Murcia. Con resultados nulos. Quizás los castellanos les hi­cieron ver la inutilidad de sus ges­tiones. En la primavera de 10851 la situación hizo crisis. La población estaba hambrienta, desesperada. Y él no veía otra salida que la rendi­ción. Así se hizo. Las condiciones que puso Alfonso fueron suavísimas. Pero la mayor parte de los toleda­nos prefirieron marcharse, rumbo al sur, a otros territorios andalusíes más favorables, la noticia de la caí­da de Toledo tuvo en Al‑Andalus y en todo el Islam, una enorme reso­nancia. Sus habitantes se llenaron de espanto, y creyeron llegada la ho­ra de su irreversible caída.

La fecha de la conquista de Tole­do es admitida hoy como el 25 de mayo de 1085. Era domingo, día de San Urbano. Autores como Ibn Jal­dun, el Nuyuairi, y Kitag ‑ al ‑ Ikti­fá, la confirman. Otros dan el 17 de mayo, como Ibn Alkania, y el 29 de mayo, como Ibn Idhari.

Inmediatamente, el reino entero de Toledo pasó al poder de Castilla. Tanto las grandes ciudades, populo­sas y ricas, como Talavera, Madrid, Alcalá de Henares y Guadalajara, como las aldeas y fortalezas de su territorio, pasaron a engrosar el rei­no castellano. Toda la Marca Media de Al‑Andalus cayó junto a Toledo. Las dimensiones del hecho eran, por tanto, enormes. Y su repercusión en el equilibrio de fuerzas sobre la Pe­nínsula, cruciales y definitivas.

En un documento de 1086, cuan­do Alfonso VI erige al obispo de To­ledo en Primado de España, y le concede gran cantidad de ciudades y territorios, dice así: «civitates po­pulosas et castella fortíssima, adiu­vante Dei Gratia cepi». Allí figuran Santa Olalla, Maqueda, Alamín, Ca­nales, Madrid, Talamanca, Uceda, Guadalajara, Hita y la Riba de San­tiuste. A las que el arzobispo Jimé­nez de Rada, en su «De Rebus His­paniae», añade Talavera y Almogue­ra, y a la que con seguridad hay que sumar Alcalá de Henares y Brihue­ga, esta última en posesión de Al­fonso VI antes de la campaña tole­dana. Pero en todo caso es preciso añadir, y en ello han insistido diver­sos historiadores, en que no hubo ningún caso de asedio militar, y la operación pudo calificarse de limpio traspaso político.

Inmediatamente después, con Al-­Qadir exiliado en Valencia, ciudad que conquistó al árabe Otman con ayuda de Alvar Fáñez de Minaya, el rey Alfonso VI se dedicó a com­batir a los otros reinos de taifas, que se levantaron contra él. En junio de 1086, los almorávides cruza­ban el estrecho de Gibraltar, y, al llamado de los andalusíes, aterrori­zados por la caída de Toledo, des­embarcaban e invadían España. Pe­ro eso es ya otra historia…

Guadalajara andalusí: su posición en la Marca Media

 

Desde poco después de la invasión árabe de España, acaecida en el año 711, la frontera entre el Califato y los estados cristianos del norte quedó establecida en el centro de la península, y así puede decirse que ya en la segunda mitad del siglo VIII, una línea que atravesaba la península ibérica desde Mérida hasta Zaragoza, y que seguía aproximadamente el trazado de la antigua Vía Augusta de los romanos, era la que serviría durante trescientos años largos como limitante de las dos culturas en que fundamentalmente quedó dividida España. Eran estas las Marcas o fronteras de Al-Andalus frente a los reinos de León, Castilla, Navarra y Aragón. Y se distinguieron fundamentalmente tres marcas; la inferior, la media y la superior, que luego en tiempos de los reinos taifas darían lugar a sendos territorios independientes y definidos: Badajoz, Toledo y Zaragoza, respectivamente. A lo largo de diversos cauces de ríos (fundamentalmente el Tajo y los afluentes ibéricos del Ebro) se unían estos territorios, confirmando una ley histórica general, en el sentido de que los árabes fueron asentando sobre los lugares en que previamente lo habían hecho los romanos.

De los tres sectores principales o Marcas de Al‑Andalus, indudablemente fue la Media, con capital en Toledo durante tres siglos, y finalmente en Medinaceli durante sus últimos años, la que hubo de cargar con el paso sustancial de la defensa de la España árabe frente a los ataques de la cristiana: su proximidad al núcleo serrano y a las poblaciones más importantes del reino castellano, lo condicionó en tal manera.

La Marca Media puede considerarse que abarcaba todo el río Tajo, desde el castillo de Albalate a occidente de Talavera, hasta Medinaceli, subiendo desde Toledo y Aranjuez, por la vega del Jarama y luego del Henares, hasta la sierra ibérica donde asienta la antigua Ocilis. En este territorio, se definieron también muy pronto tres sectores que jugaron cada uno su propio papel en la defensa común. En el sector de poniente, la capital fue considerada Talavera, sobre el Tajo. Su extremo más occidental era el castillo de Albalat, y comprendía los núcleos de Vascos (junto al río Huso) y las fortalezas de Espegel, Gualija y Canturias, más la propia capital, Talavera. En el sector central, capitaneado por Toledo, destacaron las poblaciones y castillos de Alamín, Maqueda, Huecas, Calatalifa, Olmos, Canales y Madrid. Y en el sector oriental, cuya capital fue siempre Guadalajara, destacaron los núcleos de Alcalá, Talamanca, Alcolea de Torote, Hita, Castejón, Sigüenza, Atienza y Medinaceli, amén de otros muchos pequeños núcleos y puntos defensivos que analizaremos en detalle más adelante.

Vemos, pues, cómo Guadalajara capitaneó una zona sustancial de la Marca Media, y, en esa función de punto estratégico y militar fraguó su progresiva importancia y crecimiento. Se conoce sumariamente, a tra­vés de diversos autores árabes, la primera historia de la ciudad: a esta zona arribaron, en los momentos iniciales en que diversas tribus beréberes se repartieron el territorio hispano, los Hawara, los Madyma y los Banu Salim. Un bereber, lugarteniente de Tariq, fue Salim ibn Warlamal ibn Wakdat, que fundó la ciudad de Medinaceli (Madinar ‑al ‑ Salim) surgiendo una estirpe de jerarcas que asentaron en las sierras ibéricas y se extendieron hacia los valles de la meseta meridional, imponiendo su influencia y poder sobre la escasa población de la zona. Entre ellos pueden recordarse a Ubald Allah ibn Salim, gobernador de Madrid, y a Al Faray ibn Masarra ibn Salim, fundador de Guadalajara en los años medíos del siglo IX. Desde entonces, a la ciudad se le denominó Madinat ‑ al – Faray (ciudad del Faray) en todas las crónicas hispanomusulmanas, y al río que la baña Wadi‑al‑Hiyara (río de las piedras). Del nombre del río, que generó la palabra Guadalajara, tomó su nombre la ciudad.

Durante los siglos VIII al XI, Guadalajara fue cabeza del territorio más oriental de la Marca Media de Al‑Andalus. Muy diversas referencias de autores árabes, que lo confirman hemos podido leer. Quizás la más interesante sea la de Ahmed‑al‑Razi,, quien en su «Descripción de España» hecha a finales del siglo IX, dice así del distrito de Guadalajara: «La ciudad de al‑Faray (Madinat‑al‑Faray) que se llama ahora Guadalajara, se encuentra situada al Nordeste de Córdoba, en la orilla de un río llamado el Wadi-l‑hiyara. El agua de este río es excelente y de gran aprovechamiento para sus moradores. Se encuentran allí  una gran cantidad de   árboles. Re­partidos por su territorio se encuentran numerosos castillos, y aldeas, como por ejemplo el castillo de Madrid. Otro de estos castillos es el de Castejón sobre el Henares. Otro es el llamado de Atienza, el más fuerte de todo el distrito. Cuando los musulmanes conquistaron España, hicieron de este castillo una atalaya contra los cristianos de más allá de la frontera, para protegerse de sus ataques. Su territorio está li­mitado por la cadena montañosa que separa las dos Españas. Se en­cuentran allí excelentes territorios para la caza, zonas montuosas y campiñas para el regadío».

Al Faray levantó en principio una fortaleza o alcázar en el espolón de terreno que ­media entre los dos barrancos que cercaban a la antigua ciudad. Ese alcázar protegía el paso del puente, y servía como punto de instalación de una guarnición militar sobre esta parte del Henares. Pero pronto comenzó a crecer la ciudad en su torno. Se erigió, a partir del siglo IX, una muralla que fue delimitando a la población, y entre sus muros se levantaron mezquitas, baños, mercados, y se alzaron casas y palacios para albergar a las gentes que acudían progresivamente al señuelo de una ciudad que, aunque basada en lo defensivo, ofrecía grandes posibilidades en lo referente a la agricultura y al comercio. Descollaron en ella no sólo valientes capitanes, sino incluso intelectuales de talla, poetas, geógrafos, historiadores y ‑teólogos, que venían a expresar el grado de evolución que Guadalajara como ciudad importante del Islam iba tomando. En ella vivieron los caídes del territorio que gobernaban el valle del Henares y sus anexos, así como los generales del costado oriental de la Marca. Las múltiples huellas hebraicas y mudéjares en la Guadalajara de la Baja Edad Media, fueron herencia directa de este crecimiento y prosperidad previa.

Vernos cómo Guadalajara fue ciudad capitana, sin discusión, de un amplio territorio, constituido por el eje del río Henares, ampliado a los múltiples afluentes que, especialmente por su orilla derecha, desde la Sierra Central, le llegan. Río abajo, su influjo llegaba hasta Torrejón (hoy de Ardoz) y Alcalá (de Henares) más los enclaves que sobre el Jarama (Talamanca, Uceda) y el Torote (Alcolea) se tenían por avanzadillas contra las incursiones llegadas desde la cercana serranía. Hacia arriba, una serie de castillos jalonaban la orilla izquierda del Henares con su potencia y su capacidad de vigilancia y defensa: Peñahora (en Humanes), Hita, Tejer (en Espinosa), Jadraque (el Castejón sobre Henares del Cantar de Mío Cid), y Sigüenza, más otros muchos puntos defensivos, a lo largo de los ríos que bajan de las sierras, como Beleña (de Sorbe), Galve (de Sorbe), Cogolludo, sobre el Aliendre, la «torre de los Moros» en término de Membrillera, sobre el Bornoba, lo mismo que el castillo de Alcorlo. En las orillas del Cañamares aparecían castilletes en Castilblanco, Pálmaces y Miedes. Y sobre el río Salado, que sirve como uno de los más fáciles pasos de una a otra meseta castellana, descollaba el inmenso castillo de Riba de Santiuste, puesto por los árabes como bastión capital en la defensa contra los cristianos del norte. Otros muchos puntos, que hoy podemos aún ver en forma de simples ruinas, o recordar en la toponimia provincial como lugares provistos de torre y defensa, jalonaban este territorio crucial de la Marca Media de Al‑Andalus, que Guadalajara presidía solemne y segura.

Durante los siglos VIII al XI, este territorio sufrió los embates y conatos invasivos de los castellanos. Más bien en forma de breves y contundentes razzias primaverales, las huestes cristianas irrumpieron sobre Uceda, sobre Talamanca, y sobre Guadalajara especialmente, asolando a veces, y asustando siempre. La misma campaña que El Cid Campeador, en su camino de Burgos a Valencia, realiza sobre el Henares, tornando Castejón (el actual castillo y su poblado anejo de Jadraque), y la algara que su teniente Alvar Fáñez de Minaya protagoniza sobre Hita, Guadalajara y Alcalá; pocos años antes de la toma definitiva del reino de Toledo, son muestra evidente de aquel estado de cosas.

Hay un último detalle a comentar, en tomo a la importancia que Guadalajara tuvo en, los años, en que presidió el sector oriental, de la Marca Media de Al‑Andalus. Y es el de una nueva y muy significativa interpretación del nombre árabe de la ciudad. Se tuvo siempre por clá­sica la acepción de ser «río de las piedras» la traducción del árabe «Wad‑al‑hayara». E incluso ha habi­do quien lo ha traducido con otro calificativo menos brillante al río que baña los pies de la ciudad. Pero ha sido muy recientemente un sabio profesor kuwaití, Mahmud Al‑Makki, profesor de la  Universidad de El Cairo, e investigador riguroso de las fuentes hispano ‑ árabes, quien ha tratado de la etimología de Gua­dalajara en una reciente publica­ción. Interpreta la palabra «Wadi» en un sentido más amplio que el de simple «río»: el árabe usa esa palabra para denominar a los torrentes, a los ríos de cualquier tamaño, e in­cluso a los valles y campiñas. La otra palabra, «hayar” o «hiyar” es también más amplia que la ya conocida «piedra». Se denomina así, en árabe clásico, a las «peñas fortifica­das» y a los «castillos». En general, a las edificaciones que, construidas con piedra, tenían la fortaleza de una peña. El profesor Makki con­cluye su tesis, aportando para Guadalajara la interpretación etimológi­ca de «valle de los castillos» que, por su situación y capitalidad del sector oriental de la Marca media, le cuadraba perfectamente.

El noveno Centenario de la Reconquista de Guadalajara

 

Como ya es sabido por todos, este año de 1985 ha de ser importante en los anales de la cultura alcarreña, por cuanto en él se conmemora el Noveno Centenario de la Reconquista de la ciudad de Guadalajara, y de una buena parte de la Alcarria, a los árabes. Parece lógico que se quiera dar un gran relieve a esta conmemoración, pues aunque el hecho recordado aparezca muy alejado en el tiempo y en las preocupaciones de nuestra época, la trascendencia del mismo, si se analiza detenidamente, fue muy grande, y marcó sin duda el devenir de la historia de Castilla y de España entera,

La reconquista, por parte del reino de Castilla que entonces gobernaba Alfonso VI, de todo el reino islámico de Toledo, significó el inicio del hundimiento de Al‑Andalus. Después vinieron nuevas acometidas magrebíes, momentos de peligro para la estabilidad castellana, pero siempre breves y superables. Tras el mayo de 1085, en que la ciudad de Toledo se entregaba, junto con todas las ciudades y tierras de su ancho territorio, al rey castellano, la evolución histórica de España tomó rumbos nuevos, definitivos.

Aunque no vamos a entrar en esta ocasión a distinguir sobre la forma, en que debe denominarse a la conmemoración, si Conquista o Reconquista, pues son términos que atañen casi exclusivamente a la dicción de los historiadores, y aunque con el mismo significado lo único que plantean son modos de interpretar un fenómeno conjunto, adoptaremos en general el segundo de ellos, como más admitido tradicionalmente, y pensamos que como más significativo del hecho, en sí, pero sin renunciar al primero, utilizado fundamentalmente en un sentido literario.

La significación del hecho que ahora se conmemora es capital, como hemos dicho, en la consideración general de la historia castellana y española. Todo un reino se incorpora al mundo occidental. Un territorio muy amplio, que había sido durante largos años faro de cultura y de progreso, se hunde rápidamente, con estruendo. Aparte de la forma en que ello facilitó la posterior evolución de la reconquista, supuso la organización, desde el medieval siglo XI, de un territorio conforme a un nuevo sistema de sociedad y jerarquías. Con la conquista del reino de Toledo, de lo que los castellanos llamaron la Transierra, más allá de la Extremadura, se inicia un nuevo modelo de sociedad que estará estatuida por Fueros, aunque de tradición territorial, con gran carga de germanismo.

En este territorio, en el que por supuesto se incluye Guadalajara y toda su provincia, tendrá lugar el fenómeno de la repoblación, en el que un dinamismo social muy marcado influirá durante algún tiempo en la’ creación de pueblos, en la erección de iglesias, en la concesión de Fueros, en el nacimiento de señoríos, obispados, etc. Es esta, en definitiva, la razón de dar cierta importancia al hecho de la Reconquista de Guadalajara ahora hace nueve siglos: en que justo a partir de ese momento nace nuestra cultura, nuestra sociedad. Estamos todos, pues, de aniversario.

Y ello implica, además, conmemorarlo de alguna manera. Un acontecimiento de este relieve necesita ser recordado, y además estudiado, analizado. Recobrar algo más de nuestro acervo cultural aprovechando este momento, este hito en el camino. Más que inaugurar placas, celebrar comidas, o hacer músicas en su torno, lo que se impone ante un acontecimiento de trascendencia social es meditar sobre él, sacar conclusiones que puedan ser válidas para el momento actual, y para el futuro. Creo que el hecho de conmemorar, de una forma amplia, intensa, participativa, este centenario, no tiene otro objeto que, a través de asumir nuestra historia propia, conocerla mejor y ampliar el espectro de población que también la conozca y asuma.

En Guadalajara han surgido, desde varías opciones, la voluntad expresa de conmemorar este noveno Centenario de la Reconquista. Instituciones claves en la cultura provincial, como la Diputación a través de su Institución «Marqués de Santillana», y el Ayuntamiento de la capital a través de su Patronato Municipal de Cultura, han sido los abanderados de un movimiento que ya ha despertado ilusión en otros sectores, y ha cuajado en los proyectos de otros grupos, como la Asociación Filatélica de Guadalajara, el Ayuntamiento de Horche, etc., que han manifestado su intención de colaborar. Ello viene a probar, claramente, la progresiva conciencia y deseo de asumir los hechos históricos e interpretarlos en clave cultural. Nuestra tierra alcarreña, en este sentido, ha dictado una vez más su sensibilidad especial frente a su propia historia, y desde estos niveles diversificados acaban de dar una lección a otras instancias, más altas, anchas y adineradas, que hasta el momento o no se han enterado del acontecimiento, 0 no se han preocupado por él: también es el Centenario de la Reconquista en Toledo, en Madrid, en Talavera, en Alcalá, etc., por mencionar sólo las grandes poblaciones, y allí aún no se sabe una palabra de lo que se puede hacer al respecto.

En una breve enumeración, pues ya en los medios de comunicación se ha repetido, estos son algunos de los actos previstos para realizar por instituciones y grupos: el Ayunta­miento de la ciudad de Guadalajara va a iniciar con este motivo su acti­vidad editorial, y publicará un libro que recogerá los textos y comentarios del Fuero de Guadalajara. Además hará otro libro sobre «Miscelánea de Estudios Alcarreños» en el que incluirá los textos de las Conferencias que, en dos series, de primavera y otoño, tendrán lugar en el Centro Cívico. Están previstos también actos populares, y charlas en los Colegios sobre este tema. También ha declarado su intención el Ayuntamiento de consolidar y restaurar los torreones de Alvar Fáñez y el Alamín. Por parte de la Diputación Provincial se ha planteado también una actividad editorial, que consistirá en la obra de la norteamericana Helen Nader sobre. «Los Mendoza y el Renacimiento Español», y una «Historia de la ciudad de Guadalaxara», del regidor Francisco de Torres, la única que hasta ahora permanecía inédita. Esta «Historia de Guadalajara será editada en colaboración económica con el Ayuntamiento, sirviendo de esta manera el Centenario de la Reconquista para acercar y estrechar lazos de cultura entre ambas instituciones.

Por parte de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», en su sección de Historia, se celebrará en el mes de junio un importante Simposio de Medievalismo Alcarreño, al que ya han prometido su asistencia importantes especialistas, y cuyas conclusiones se editarán en un número monográfico de la Revista «Wad‑al-Hayara» de 1983. En esos días, y al unísono, se celebrará el II Encuentro de Historiadores de la Provincia de Guadalajara. La misma institución ha preparado y ya está en marcha actualmente, una campana cultural por la provincia bajo el título, «Conoce la Historia de tu pueblo», en la que se darán charlas sobre historia local y rememoración de la Reconquista, en lugares como Horche, Jadraque, El Casar, Brihuega, Cogolludo, Pastrana, Albalate y Guadalajara. Otras secciones de la Institución «Marqués de’ Santillana» preparan también diversos actos.

La Agrupación Filatélica de Guadalajara está actualmente organizando una gran Exposición Filatélica temática sobre Historia, que se expondrá en el mes de junio, habiendo solicitado ya un matasellos especial para la correspondencia de esos días. El Ayuntamiento de Horche prepara también una edición de la Historia del pueblo, del padre Talamanco, y diversos actos, concursos, etc. Si todo esto se ha programado antes de iniciarse el año, estamos seguros que esta dinámica arrastrará a muchos otros niveles a participar en el Centenario. Lo iremos viendo.

Por nuestra parte, queremos contribuir a esta conmemoración, presentando en nuestro habitual «Glosario» una serie de trabajos que ofrezcan una visión panorámica de algunos hechos relativos a la época que nos ocupa. Durante varios meses, iremos publicando artículos de divulgación en torno a la Guadalajara islámica, a la Campaña de Alfonso VI sobre Toledo, a la Guadalajara cristiana y castellana, a los Fueros, a la Muralla, al Escudo concejil, etc. Esperamos que con ello se contribuya a un mejor conocimiento de estos temas.

La botarga de Peñalver

 

Hoy son actualidad las botargas. Hoy se preparan a sonar los cencerros de sus cinturas y a animar el aire gélido de los pueblos sus caretas multicolores, sus incesantes piruetas. Hoy es también doble actualidad una botarga alcarreña, la de Peñalver, porque el próximo domingo, día de San Blas, 3 de febrero, hará nueva salida en la villa, después de muchos años sin hacerlo. Ello viene a ser un motivo de alegría para cuantos seguimos de cerca este renacer cultural y costumbrista en los pueblos: resulta este hecho del deseo de recuperar las tradiciones antiguas y ponerlas nuevamente en la cotidianeidad de estos años finales del siglo XX. En definitiva, es el deseo de recobrar raíces y afianzarse en lo peculiar y autóctono, único modo de salvarse en este homogéneo y alienante mundo de hoy.

El domingo, pues, saldrá la bo­targa en Peñalver. Y lo hará acompañada de cierto boato y acompañamiento de poetas. Lo más importante es que su figura blanca su multicolor careta, y los sustos de los niños, rodarán por las calles, ahora pavimenta­ das y repletas de coches, de la villa alcarreña. También, saldrá, como lo viene haciendo desde tiempo inmemorial, la botarga estos días en otros lugares: Ar­bancón, Aleas, Beleña y Retien­das verán la alegría y el misterio de su ancestral costumbre repicar entre las callejas estrechas Y agrias de sus respectivos pueblos. El frío, como siempre, será compañero fiel, y los chiquillos, entre asustados y emocionados, serán los protagonistas de tanta maravilla.

La botarga es una costumbre que prácticamente sólo se conserva en tierras de Guadalajara. Posiblemente en siglos anteriores existiera en otras comarcas de Castilla. Actualmente aparece, entre los últimos días de enero y los primeros de febrero, en las festividades del Niño Perdido, en San Sebastián, en la Virgen de la Paz, en la Candelaria, San Blas y Santa Águeda, por pueblos varios de nuestra serranía y campiña: Valdenuño Fernández, Montarrón, Robledillo de Mohernando, Arbancón, Aleas, Beleña, Retiendas, Albalate de Zorita, y ahora en Peñalver. Su origen, por supuesto, y como se suele decir habitualmente; se pierde en la noche de los tiempos. Porque es de tradición antiquísima y casi seguro que pagana, anterior al cristianismo, que luego la asumió y la dio un significado y utilización ritual.

Entra en el contexto de las celebraciones carnavalescas, esto es, en un rito de tipo propiciatorio, en el que figuras cambiantes, extrañas, realizan ceremonias simbólicas para ayudar y propiciar de forma mágica el nacimiento ala vida de la naturaleza invernal muerta, y el crecimiento dé las cosechas y aun la fertilidad de las criaturas. De los ritos abundantes y complejos que sin duda en las sociedades primitivas tendrían lugar, sólo esta botarga y algunas «danzas» de sables, paloteos y cintas han quedado en nuestros días.

Sobre la interesante costumbre de la botarga de Peñalver escribió un curioso artículo Doroteo Sánchez Mínguez, en el número 2 de abril de 1984.de la «Revista Peñamelera». El señor Sánchez Mínguez, que tantas cosas sabe y tan bien quiere a su pueblo natal, explica, prolija y sencillamente en lo que consistía la fiesta. Vista, además, con los ojos del niño que él era cuando todavía se celebraba. Y desde esa, perspectiva queremos aquí rememorarla y exponer en lo que ha de consistir esta nueva «botarga» de Peñalver que pasado mañana, domingo, hará su nueva «presentación» en la sociedad del folklore provincial.

Desde por la mañana anda corriendo las calles y casas una figura extraña y muy especial. Es un hombre vestido totalmente, de blanco, con la cabeza cubierta de un paño o toalla, también blanco, y con la cara cubierta por una máscara de vivos y variados, colores. En las manos lleva, una gran cachiporra, con la que amenaza, y a veces pega, a los transeúntes, que le provocan y a ratos le insultan. Salía desde una casa en lo alto del pueblo, acompañado de seis miembros llevaban sendas cestas, de la Cofradía de San Blas, en las que los lugareños y devotos depositan uvas y dinero. La botarga, corre por todas partes, asusta a los chicos que, tímidamente, desde dentro de las casas, le chillan. «Botarga la larga que a mí no me alcanzas», y va dando cachiporrazos a todos los que se le ponen por delante.

A mediodía se celebra la santa misa, a la cual acude también el personaje, y ya a la terminación del oficio, se coloca en la puerta de la iglesia (hermosa puerta renacentista de la parroquia de Peñalver, joya del arte alcarreño) y sobre los hombros una ancha capa castellana, sin careta, hecha ya un hombre “de verdad” repartía a los vecinos y visitantes las uvas recogidas, por la mañana, y bendecidas previamente por el sacerdote. Dicen allí en Peñalver que estas uvas libran de los males de garganta a quien las coma. Todo depende del frío que haga y las veces que cada cual abra la boca…

Merecerá, por tanto, acercarse a Peñalver esté fin de semana, concretamente el domingo día 3, día de San Blas, para presenciar una nueva costumbre alcarreña renacida, recuperada del baúl de los recuerdos. Sólo por este motivo, por ser interesante y por haber vuelto a la palestra de lo típico nuestro, gracias al entusiasmo de las gentes de Peñalver, recordamos su figura y su sonido. Y recomendamos que presenciar cosas como ésta reconfortan de tanta monotonía y tanta insulsez como la vida en la ciudad nos proporciona cada día.