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mayo, 1979:

Arte románico en Molina (y II)

 

Una vez examinado el arte románico en la ciudad de Molina de los Caballeros, vamos a viajar por todo el ancho y hermoso territorio del Señorío, tratando de buscar aquellos otros restos de este bello estilo artístico, que tan ajustadamente define la Edad Media española. Nuestros pasos llegan primeramente hasta un antiquísimo monasterio, fundación la más querida de los señores molineses: el de Buenafuente, de monjas bernardas, puesto en el frío páramo del Sabinar, sobre el hondo foso del río Tajo. Se pobló este enclave en la segunda mitad del siglo XII, hacia 1175 aproximadamente, y fue levantado por canónigos regulares de San Agustín, venidos de Francia, los cuales se ocuparon en levantar la iglesia y el monasterio. De todo ello subsiste el templo, que, tras un minucioso examen, muestra haber sido exento de toda edificación adyacente. De recio sillar grisáceo, con una sola nave de bóveda de medio cañón, algo apuntada, sin arcos fajones. Al exterior muestra dos entradas o accesos típicamente románicos: uno, sobre el muro norte, con arco semicircular encuadrado entre dos altos pares de columnillas que sostienen una cornisa sobre modillones, en todo similar a la iglesia del convento de Santa Clara en Molina. Durante mucho tiempo estuvo tabicada esta puerta, pero, tras las últimas obras de restauración, ha quedado practicable y permite el acceso hacia la capilla del Cristo y la Buena Fuente, en la que una antigua hornacina, también románica, servía para albergar la talla del famoso Cristo. Por el sur, hacia lo que hoy es clausura, se abre la otra puerta del templo, similar a la descrita. El ábside es de planta cuadrada, y al exterior muestra dos fortísimos contrafuertes, entre los que se abren un par de ventanas sencillas, de la misma época. En conjunto, se trata de un edificio religioso, monasterial, de muy antigua ejecución y poco frecuente traza, con muchos elementos originales, y un entronque indudable con el románico francés, del siglo XII, del que toma varios detalles.

En el pueblo de Rueda de la Sierra nos vamos a encontrar con otro de los ejemplos notables del arte románico molinés. La iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de las Nieves, se encuentra a un extremo del lugar, en su parte baja. y muestra cómo fue reformada y ampliada en sucesivas ocasiones, especialmente en los siglos XVI y XVII, en que varios miembros, eclesiásticos, de la potentada familia de los Martínez Vallejo, dieron su dineros para fundar capellanías y hacer reformas. Lo más antiguo del templo es su puerta de entrada, obra del siglo XII en sus finales, que se halla actualmente cobijada en cerrado portal, al resguardo de las inclemencias del tiempo. Su arco semicircular está compuesto por varios arcos lisos, cortados en bisel, añadiendo al exterior una saliente moldura, en la que se ven esculpidas flores cuadrifolias o puntas de diamante; en los biseles se tallan delicados entrelazados de sabor mudéjar. Estos arcos descansan en adosadas columnas que rematan en sencillos capiteles de hojas esculpidas. Sobre el conjunto aparece un sencillo friso que apoya en canecillos y modillones.

La sesma del Campo, quizá más poblada durante la Edad Media, es la que en la actualidad muestra los más abundantes y mejores ejemplos de arte románico. En la villa de Tartanedo se admira la iglesia parroquial dedicada a San Bartolomé, enorme edificio del siglo XVII con alta torre cuadrada en su ángulo suroccidental. En su interior, rico en obras de arte de todos los siglos, destaca una pila bautismal románica con cenefa tallada de motivos vegetales. La portada es un gran ejemplar de arquitectura románica y lo único que arquitectónicamente resta del estilo primitivo. Se compone de varias arquivoltas semicirculares, en degradación; la más externa va decorada con puntas de diamante, y las restantes, con débil baquetón moldurando su borde; apoyan estas arquivoltas en una corrida imposta decorada con motivos vegetales. Sosteniendo ésta aparecen sendas jambas lisas, a los extremos del ingreso, y dos columnas a cada lado, rematadas en capiteles. En ellos se observan, muy rudamente tallados, elementos de decoración vegetal y zoomórficos, uno de ellos tratando de mostrar un burdo león. El conjunto, resguardado en cerrado portalón, está muy bien conservado y es interesante.

Entre Tartanedo y Concha, a los pies de la sierra del Aragoncillo, en su vertiente norte, quedan los mínimos restos de lo que fue pueblo de Chilluentes, de fundación en la época de la repoblación, en el siglo XII, junto a una torre‑vigía aún más antigua, y que fue quedándose vacío, hasta desaparecer como entidad de población en el siglo XVII. Al sorprendido viajero de hoy se le muestra, entre los trigales y los montecillos de jara y sabinar, los restos de la torre monumental, y de la iglesia parroquial, dedicada a San Lorenzo, que es obra del siglo XII, románica, conservando especialmente el ábside semicircular, en el centro del cual aparece una ventana aspillerada, en cuyas jambas se ven grabados círculos, estrellas y signos solares muy esquemáticos. El muro de poniente, sobre el que levantaba la espadaña, se hundió no hace muchos años, y el interior, de una sola nave, conserva aún el aire primitivo y encantados de lo puro y desconocido.

Llegados al pintoresco enclave de Labros, hoy casi deshabitado, vemos como su iglesia parroquial solo quedan los cuatro muros y la torre, ésta ya en parte derruida. Su primitiva erección románica, en el siglo XII, queda reflejada hoy tan sólo en la puerta de acceso, muy bien conservada por haber estado protegida de un atrio durante varios siglos. Se trata de una gran puerta de arcos semicirculares, en degradación, con cenefa jaquelada. Bajo corrida de entrelazos dobles, aparecen a cada lado un par de capiteles en los que se muestran figuras del acervo mitológico medieval, y un trazado geométrico encestillado de tradición muy primitiva. Bajo ellos, sendas columnas con basas talladas. Se trata de un ejemplar sencillo, bien cuidado, y especialmente interesante por los detalles que añade de iconografía y adornos geométricos.

La ermita de Santa Catalina se presenta hoy, ante el viajero, aislada en medio de un denso sabinar, a la orilla de la carretera que va de Labros a Milmarcos, aunque en realidad pertenece al término de Hinojosa. Dice la tradición que antiguamente fue iglesia parroquial de un pueblo que la rodeaba. El historiador molinés del siglo XVIII don Gregorio López de la Torre Malo, dice que allí estuvo el lugar de Torralvilla, despoblado en los siglos de la Edad Media, quedando tan sólo su iglesia, con la advocación de Santa Catalina. El hecho cierto es que hoy, en sus alrededores, se ven grandes montones de piedras sueltas que pudieran haber pertenecido a ya derrumbados edificios. Este maravilloso templo, orientado como lo románico de levante a poniente, se construye en sillar y sillarejo. Destaca sobre el muro sur el atrio porticado, formado por seis arquillos de medio punto con columnas que rematan en sus respectivos capiteles, todos ellos de simplísima decoración vegetal. Este atrio tenía también entrada por su costado de levante, así como por el de poniente, que es el único hoy practicable. El ingreso al templo se hace por su portada inserta en el muro meridional del mismo: consta de cuatro arquivoltas lisas, con ornamentación vegetal la más externa. Estos arcos en degradación apoyan en capiteles de hojas de acanto, muy deteriorados. En la cabecera destaca el ábside, de planta semicircular, cuyo alero sostiene variados canecillos de curiosa decoración. Dicho alero presenta toda su superficie tallada con temas vegetales y ajedrezado. El interior es de nave única, recorrida en su basamenta por un poyo de piedra, que también se extiende al presbiterio y al ábside. El pavimento es de grandes losas de piedra. La techumbre es de madera de sabina. El presbiterio, ligeramente elevado sobre la nave, da paso al ábside semicircular. Un arco fajón o triunfal que media entre la nave y el presbiterio, se apoya sobre dos capiteles decorados: en el de la derecha, simples motivos vegetales; en el de la izquierda, una serie de figuras tomadas del bestiario medieval: perros con cuerpos de ave y arpías a los lados: símbolos del bien y el mal, tomados de los capiteles del claustro monasterial de Silos, que hasta aquí ejerce su influencia iconográfica. El conjunto arquitectónico y ornamental de este edificio, es, pues, de subido interés.

Con él acaba nuestro recorrido por el románico molinés que, aunque no muy abundante, sí es rico en ejemplos de fuerte sabor y notable interés autóctono. Ahora sólo falta echarse a los caminos del Señorío, y contemplar, uno a uno, estos edificios singulares.

Arte románico en Molina (I)

 

A un importante sector de cuantos cada semana se hacen viajeros por las tierras del Señorío de Molina, le interesa fundamentalmente el arte que puedan ofrecer sus pueblos y sus rincones. Van buscando unos el aspecto tradicional de las casonas y los palacios; otros el autóctono muestrario de los altares, los cuadros y aún la orfebrería; en fin, son bastantes los que tratan de encontrarse, cara a cara, con la faz románica, medieval, de arte de la arquitectura, y para ellos están escritas las siguientes páginas, que proyectan dar en resumida visión todo cuanto en este estilo se puede hoy admirar por tierras del Señorío.

Durante los siglos XII (en su segunda mitad) y XIII, que son las épocas en que Molina está regida directamente por sus señores independientes, los Lara, es cuando se inicia y afirma la repoblación del territorio, con gentes venidas de muy diversas procedencias, fundamentalmente de la Vieja Castilla (Burgos, Soria, la Montaña) y aún del Sur francés, entonces la Galia Narbonense o Aquitania. De esta última región, que el arzobispo toledano don Bernardo consiguió, en el siglo XI, por Bula del Papa Urbano II, que fuese incluida en el territorio del Primado Español, llegaron a España durante los siglos XI y XII numerosos inmigrantes, especialmente monjes y eclesiásticos, que fueron extendiendo su influencia, muy concretamente la espiritual, cultural y artística, por varias regiones del interior de la Península.

Aquí, en Molina, el dictado de varios eclesiásticos aquitanos, llega la influencia románica, con detalles arquitectónicos y ornamentales que están directamente trasplantados del mediodía francés. La presencia de narbonenses y aquitanos en los obispados de Toledo, Palencia, Sigüenza y otras mitras castellanas; en las abadías de diversos cenobios de la misma región, y aún en cargos de gran responsabilidad como el priorato del Cabildo de Clérigos de Molina (fue su fundador el francés Juan Sardón) hace que sea notable el influjo de la vecina nación en la cultura y el arte de este territorio feudal, gobernado por castellanos, pero influido por gentes norteñas.

Tras este preámbulo, que viene a centrar la época (siglos XII y XIII) y los protagonistas (condes repobladores y clérigos ilustrados), pasamos a ver los ejemplos que hoy nos quedan del que sin duda fue riquísimo repertorio del arte románico molinés. Durante los siglos XVI y XVII, en los que el auge económico y social del Señorío llevó a renovar muchos edificios, entre ellos las iglesias parroquiales y las ermitas, se derribaron numerosos templos para construir otros nuevos, más amplios, grandiosos, pero que venían a hacer desaparecer lo que sin duda fuera denso repertorio del románico molinés.

Los retales que en la capital del Señorío quedan, son muy escuetos. La ciudad de Molina se precia con el magnífico templo románico en el siglo XIII y recibió entonces por nombre el de Santa María de Pero Gómez, caballero de la corte condal que dio dineros para levantar este edificio. Más tarde, en el siglo XVI, los hermanos Malo levantaron el monasterio de clarisas al que se agregó esta iglesia. Hoy luce, bien restaurada, a los pies del castillo, en la parte más alta de la ciudad, como una joya siempre renovada clásica del arte y del urbanismo molinés. Está todo el edificio construido con robusto y bien tallado sillar de tono rojizo. Su planta es de cruz latina, con crucero de brazos muy cortos; presenta una sola nave, concluye en ábside de planta semicircular tras un reducido presbiterio. El muro de poniente, a los pies del templo, fue derribado para poner en comunicación la iglesia con el convento. La bóveda es de crucería, algo apuntada, y sus arcos fajones van sostenidos por haces de tres semicolumnas adosadas rematadas en capiteles con decoración de hojas de palma. A ambos lados del presbiterio, y en el ábside, se abren ventanas también románicas, con arcos de medio punto exornados con decoración de puntas de diamante y columnillas laterales rematadas en foliados capiteles. La portada se abre en el brazo meridional del crucero, y la fuerte cuesta que había ante ella, se modificó y suavizó con la construcción de una escalerilla hoy renovada. Esta portada, que muestra su aire y su traza innegablemente francés, está encuadrada por dos columnillas gemelas a cada lado, sobre cuyos capiteles carga una cornisa que se sujeta por modillones, y entre ellos aparecen profundas metopas, tanto unos como otras bellamente decorados con temas vegetales y geométricos. El arco de entrada, por ellos cobijado, es de traza semicircular, y se forma por numerosas archivoltas baquetonas que descansan sobre columnillas rematadas en elegantes capiteles de tema vegetal. En el tímpano, quizás relleno de decoración en antiguos siglos, hay un cartel conmemorativo moderno. El ábside, semicircular, altísimo, muestra cuatro haces de tres semicolumnas adosadas, rematados en capiteles con palmas de acanto. El conjunto del templo es, sin duda, uno de los mejores ejemplos del arte románico molinés.

Todavía en la capital del Señorío merece visitarse el templo de San Martín, que fue primitivamente edificado en la segunda mitad del siglo XII, y que nos permite ver, bajo un portal cubierto, sobre su muro norte, la puerta de acceso que consta de varios arcos apuntados, adornado el exterior por flores cuadrifolias, y con detalles consistentes en el Crismón o anagrama de Cristo sobre la arcada gótica. De lo primitivo románico, sólo queda, escondido entre edificaciones y corrales vecinos, restos del ábside semicircular, y una ventana en el muro meridional, con moldura resaltada en la que se advierten restos de labores esculpidas, y moldura que contorneo un arco de medio punto adornado con lo que parecen ser de flor.

Otro interesante ejemplo podemos aún contemplar del arte y arquitectura románica en Molina capital. Se trata de la planta de la iglesia que se situaba en el interior del albácar o gran patio de armas del castillo. Ha sido excavada recientemente esta obra, y de ella puede observarse su planta alargada, de una sola nave, con tramos diversos, en ascenso, con bases y aún inicios de semicolumnas adosadas, y el ábside semicircular, que muestran el sello, débil pero elocuente, de lo que fue la arquitectura del periodo románico en este lugar, con gran puridad interpretado.

El Glosario cambia de nombre

 

El 6 de abril de 1968 publicaron estas mismas páginas de «Nueva Alcarria» un trabajo mío sobre un tema histórico de nuestra tierra, con el título de «Glosario Alcarreño», y desde entonces (son ya más de once años) esta sección ha procurado cumplir semanalmente con el destino que se le había encomendado, de ir dando, en pequeñas dosis, noticias de la historia, el arte y el costumbrismo de nuestro territorio provincial. Por inercia se quedó con el apelativo común de «Glosario Alcarreño» y entre sus límites fueron apareciendo asuntos relativos a otras tierras de Guadalajara: las serranías de Atienza y Sigüenza, el Alto Tajo y el Señorío de Molina encontraban también su eco en estas páginas, resultando así una permanente contradicción entre el título de la sección y el contenido del trabajo. Ante diversas amables comunicaciones, conversaciones con amigos y propia cavilación, he decidido de lo alto de estas líneas lo de «Glosario Alcarreño» y cambiarlo por título más genérico y veraz. A partir de ahora, quedará como «Glosario Provincial de Guadalajara», manteniendo su intento de tocar los temas que traigan a nuestros ojos de hoy hechos históricos, las figuras capitales o los detalles más destacados de monumentos y costumbres de nuestra tierra, de nuestra provincia toda.

Partiendo de la base de que la actual división de España en provincias está mal hecha, la verdad es que debe considerarse a la provincia como un ente geográfico que en ciertas regiones, como la nuestra, ya ha calado con ímpetu. En la generalidad de los casos en que la preautonomía ha arribado a un conjunto de provincias, no se ha estado a estudiar la necesidad de incluir en cuarta región algunos pueblos o comarcas que a ella pertenecen geográficamente y están en provincia ajena. Y al revés. A ninguna entidad preautonómica se le ha ocurrido soltar pueblos, zonas o comarcas que no entran en puridad en su marco histórico. En esa distribución ideal de las tierras de España por regiones y comarcas, es aún mucho lo que debe hacerse y estudiarse. Y si se piensa mantener las provincias en determinadas regiones, como la nuestra, se debe ir a una más racional y lógica estructuración. Que sea la comarca, geográfica o históricamente considerara la que prime. Pero, mientras tanto, hemos de trabajar con lo que tenemos. Al hablar de la Alcarria, sólo podremos hacerlo de la de Guadalajara, aunque gran parte de Alcarria vaya hacia Cuenca y hacia Madrid. Al hablar del Señorío de Molina, hemos de dejar fuera a Odón, a Sisamón y otros pueblos que pertenecen al mismo pero que hoy están en diferentes provincias. Cuando tocamos temas de Illana, de Driebes o Mazuecos, estamos haciéndolo de la comarca de la Mancha, que luego se extiende muchos kilómetros al sur, y de la que desde el punto de vista provincial estamos obligados a contemplarla como ajena. Algo por el estilo ocurre al tratar de la comarca de la Campiña del Henares, que se parte en dos, como con una espada, por el límite de Madrid‑Guadalajara, rompiendo el antiguo común de Guadalajara, y llevándose a provincia ajena el lugar de Bujes, el de Meco, y los de Talamanca y Fresno por el Jarama y Torote.

Así es que, en definitiva, viene a ser de lamento estas páginas, señalando que todo aquello que se hace con el sello de «lo provincial» puesto, nace ya con defecto y en muchos sentidos tarado, pues se impide la contemplación de aspectos históricos y geográficos con el rigor que sería necesario. Por una parte, en fin, es expresión, una vez más, de la necesidad latiente de ordenar el territorio en comarcas naturales o con lazo histórico emparentadas, relegando a lo estrictamente imprescindible la apreciación provincial. Y, por otra parte, servir de despedida, esto un poco en plan sentimental y a nivel estrictamente particular, de este título del «Glosario Alcarreño» bajo el cual, durante once años seguidos, he puesto horas de trabajo y de ilusión porque nuestra tierra fuese mejor conocida y apreciada. Con el nuevo encabezamiento sólo cambia, en realidad, el nombre. La tarea que cumple esta pagina, será la misma. Y el «Glosario», en definitiva, y con uno u otro apellido, por el momento permanece.

De historia molinesa: la torre de Zafra

 

En el señorío de Molina, junto al pueblo de Hombrados, se alza un magnífico castillo, que levanta la frente contra el viento norte, y parece pedir, en su derrota, más guerras y sonoridades de armas: es el castillo de Zafra, puesto sobre unos sinclinares rocosos que emergen de amplia pradera en la sexma del Pedregal. Su estampa, de medieval raigambre, y el paginar denso de historias que su silueta provoca, merece ya que se realice una visita al mismo. El encuentro con lo que está cargado de razones históricas y estéticas, estimula al hombre a conocer mejor su tierra, a respetarla. El viaje, en sí, siempre es agradable. Y la búsqueda de un punto de entronque con el pasado merece bien el esfuerzo.

La historia de este castillo es abundante. El gran investigador de nuestros fastos provinciales, don Francisco Layna Serrano, en su libro sobre «Los castillos de Guadalajara» nos relata la múltiple sucesión de hechos que esta fortaleza contempló y albergó. Perteneció desde un primer momento al territorio del Señorío de Molina, y la tradición dice que en ella tuvieron su asiento los árabes. Luego, en 1222, ocurrió el asedio que el rey de Castilla Fernando III impuso al señor de Molina, don Gonzalo Pérez de Lara, y que gracias a la mediación de la reina madre doña Berenguela, terminó con el acuerdo o «concordia de Zafra», casando al infante don Alonso, hermano del rey, con doña Mafalda, hija tercera del Conde, a la que este declaró su heredera, pasando así el señorío, si bien solamente en parte, a menos de la familia real.

Pero, tras examinar unos viejos papeles que han llegado a nuestras manos, cabe preguntarnos si realmente esa torre o castillo de Zafra a que se refieren las antiguas crónicas y que se ha venido identificando con los restos de castillo que hoy lucen junto a Hombrados, es realmente la «torre de Zafra» donde se realizaron esos asedios y esas concordias, y todo lo que se ha escrito sobre dicho castillo está auténticamente a él referido, o lo es, por el contrario, a otro torreón o fortaleza más lejano, pero también, en cierto tiempo, molinés.

El monasterio de Santa María de Huerta, hoy en la provincia de Soria, fue alentado en su fundación e inicios, allá por el siglo XII, por los Laras, señores de Molina. Y sus tres primeros señores descansan allí, con sus ya pulverizados huesos, bajo remotas y anónimas lápidas. En el claustro de los Caballeros, hace siglos había una inscripción que así rezaba: «En esta sepultura yace el Conde don Manrrique que, que nos dio la torre de çafra, que es en término de alarcón, y nos dio la presa y molinos, y batán y la casa con la heredad y con su capilla de Santiago, questá ribera de Júcar, cerca de Alvaladejo de el Cuende, que es término de Cuenca, y este valeroso conde mató a çafra que era un moro mui descomunal que tenía de ojo a ojo un palmo, y otras figuras mui fuertes que no avía ome que con el pelaje que no le matase, y el dicho señor conde encomendóse a la Virgen María de Huerta y ofreció y prometió la dicha torre, si él matase a çafra, i la dicha su capilla de sanctiago, con toda su heredad y término, y ayudándole Dios nuestro Señor i la Virgen María el buen Conde mató a çafra i dio la torre a este Monasterio, la qual dicen oy la torre de el monje que es término de alarcón, çerca de el villar de el sauçe, y la presa con los molinos, y la casa con su término, y con su capilla de Santiago, passó de esta vida en el año de mill y doçientos y veinte y tres». Se refiere esta leyenda al segundo Conde de Molina, don Pedro Manrique de Lara. Viene ello a confirmar que el Señorío abarcaba amplias tierras de la actual provincia de Cuenca, y asegura el hecho de que los Lara fueron dueños de la torre o castillo de Zafra, junto al río Záncara, así como del pueblo de Villares del Saz. ¿Será en esa torre de Zafra donde se mantuvo el asedio de Fernando III y donde se firmaron los acuerdos diplomáticos que aseguraron la paz entre el monarca y su súbdito el molinés? Cabe dentro de lo posible, aunque es muy poco probable. El hecho cierto es que los Lara tuvieron, durante el siglo XII, dos fortalezas en su Señorío que llevaban el nombre (arábigo a todas luces) de Zafra. Lo de Cuenca es hoy un mínimo recuerdo. Y su historia aunque muy breve, partiendo de su pertenencia a los Condes molineses en el siglo XII prosigue perteneciendo luego a don Diego López de Haro, quien se le donó al Monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, y sus monjas la vendieron más tarde a un tal Martín Ruiz de Alarcón, y éste pasó a la familia de los Inestrosa, de la que era propiedad en el siglo XVII.

Aunque es éste un detalle mínimo, que no viene a plantear un problema recio dentro de la bibliografía del Señorío de Molina, sí supone un punto de atención por lo que significa de voz de alerta, respecto a las cosas y temas de historia, en las que siempre debe estarse dispuesto a descubrir o admitir un nuevo dato que altere un concepto antiguo.

En todo caso, demostramos con las líneas que anteceden, cómo el Señorío de Molina fue, en lo antiguo, en el siglo XII en que fue creado, un territorio extensísimo que abarcaba gran parte de las tierras de la Alcarria y serranía conquenses, y que luego fueron a parar a la naciente Orden de Santiago y al Concejo de Cuenca. Para los molineses que gustan de encontrar datos nuevos, impensadas trochas por la historia de su tierra, estas líneas serán, quizás, un buen entretenimiento.