De historia molinesa: la torre de Zafra
En el señorío de Molina, junto al pueblo de Hombrados, se alza un magnífico castillo, que levanta la frente contra el viento norte, y parece pedir, en su derrota, más guerras y sonoridades de armas: es el castillo de Zafra, puesto sobre unos sinclinares rocosos que emergen de amplia pradera en la sexma del Pedregal. Su estampa, de medieval raigambre, y el paginar denso de historias que su silueta provoca, merece ya que se realice una visita al mismo. El encuentro con lo que está cargado de razones históricas y estéticas, estimula al hombre a conocer mejor su tierra, a respetarla. El viaje, en sí, siempre es agradable. Y la búsqueda de un punto de entronque con el pasado merece bien el esfuerzo.
La historia de este castillo es abundante. El gran investigador de nuestros fastos provinciales, don Francisco Layna Serrano, en su libro sobre «Los castillos de Guadalajara» nos relata la múltiple sucesión de hechos que esta fortaleza contempló y albergó. Perteneció desde un primer momento al territorio del Señorío de Molina, y la tradición dice que en ella tuvieron su asiento los árabes. Luego, en 1222, ocurrió el asedio que el rey de Castilla Fernando III impuso al señor de Molina, don Gonzalo Pérez de Lara, y que gracias a la mediación de la reina madre doña Berenguela, terminó con el acuerdo o «concordia de Zafra», casando al infante don Alonso, hermano del rey, con doña Mafalda, hija tercera del Conde, a la que este declaró su heredera, pasando así el señorío, si bien solamente en parte, a menos de la familia real.
Pero, tras examinar unos viejos papeles que han llegado a nuestras manos, cabe preguntarnos si realmente esa torre o castillo de Zafra a que se refieren las antiguas crónicas y que se ha venido identificando con los restos de castillo que hoy lucen junto a Hombrados, es realmente la «torre de Zafra» donde se realizaron esos asedios y esas concordias, y todo lo que se ha escrito sobre dicho castillo está auténticamente a él referido, o lo es, por el contrario, a otro torreón o fortaleza más lejano, pero también, en cierto tiempo, molinés.
El monasterio de Santa María de Huerta, hoy en la provincia de Soria, fue alentado en su fundación e inicios, allá por el siglo XII, por los Laras, señores de Molina. Y sus tres primeros señores descansan allí, con sus ya pulverizados huesos, bajo remotas y anónimas lápidas. En el claustro de los Caballeros, hace siglos había una inscripción que así rezaba: «En esta sepultura yace el Conde don Manrrique que, que nos dio la torre de çafra, que es en término de alarcón, y nos dio la presa y molinos, y batán y la casa con la heredad y con su capilla de Santiago, questá ribera de Júcar, cerca de Alvaladejo de el Cuende, que es término de Cuenca, y este valeroso conde mató a çafra que era un moro mui descomunal que tenía de ojo a ojo un palmo, y otras figuras mui fuertes que no avía ome que con el pelaje que no le matase, y el dicho señor conde encomendóse a la Virgen María de Huerta y ofreció y prometió la dicha torre, si él matase a çafra, i la dicha su capilla de sanctiago, con toda su heredad y término, y ayudándole Dios nuestro Señor i la Virgen María el buen Conde mató a çafra i dio la torre a este Monasterio, la qual dicen oy la torre de el monje que es término de alarcón, çerca de el villar de el sauçe, y la presa con los molinos, y la casa con su término, y con su capilla de Santiago, passó de esta vida en el año de mill y doçientos y veinte y tres». Se refiere esta leyenda al segundo Conde de Molina, don Pedro Manrique de Lara. Viene ello a confirmar que el Señorío abarcaba amplias tierras de la actual provincia de Cuenca, y asegura el hecho de que los Lara fueron dueños de la torre o castillo de Zafra, junto al río Záncara, así como del pueblo de Villares del Saz. ¿Será en esa torre de Zafra donde se mantuvo el asedio de Fernando III y donde se firmaron los acuerdos diplomáticos que aseguraron la paz entre el monarca y su súbdito el molinés? Cabe dentro de lo posible, aunque es muy poco probable. El hecho cierto es que los Lara tuvieron, durante el siglo XII, dos fortalezas en su Señorío que llevaban el nombre (arábigo a todas luces) de Zafra. Lo de Cuenca es hoy un mínimo recuerdo. Y su historia aunque muy breve, partiendo de su pertenencia a los Condes molineses en el siglo XII prosigue perteneciendo luego a don Diego López de Haro, quien se le donó al Monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, y sus monjas la vendieron más tarde a un tal Martín Ruiz de Alarcón, y éste pasó a la familia de los Inestrosa, de la que era propiedad en el siglo XVII.
Aunque es éste un detalle mínimo, que no viene a plantear un problema recio dentro de la bibliografía del Señorío de Molina, sí supone un punto de atención por lo que significa de voz de alerta, respecto a las cosas y temas de historia, en las que siempre debe estarse dispuesto a descubrir o admitir un nuevo dato que altere un concepto antiguo.
En todo caso, demostramos con las líneas que anteceden, cómo el Señorío de Molina fue, en lo antiguo, en el siglo XII en que fue creado, un territorio extensísimo que abarcaba gran parte de las tierras de la Alcarria y serranía conquenses, y que luego fueron a parar a la naciente Orden de Santiago y al Concejo de Cuenca. Para los molineses que gustan de encontrar datos nuevos, impensadas trochas por la historia de su tierra, estas líneas serán, quizás, un buen entretenimiento.
Si, yo guardo muchas dudas a ese respecto; y con el comentario del famoso autor de este artículo no queda claro si el castillo que está en el Campillo de Dueñas es donde vivía el Moro.
Dentro de mis investigacionesn que han sido muchas, yo creo que si el moro vivía en Záncara, entonces el castillo de Dueñas lo construyeron Pedro de Lara y su hijo Gonzalo de Lara entre los siglos XII yXIII como dice la historiografía.
Tengo una última duda: De donde viene el nombre de Zafra en Dueñas. ¿Se lo pusieron los Lara? ¿Había una Sierra con ese nombre? ¡Por favor!
A mi modesta opinión, pues toda mi vida descuidé la historia, gran error. Fueron momentos donde había que alentar para crecerse con grandes gestas. Eran necesarias para vencer al maligno y el pueblo llamo necesitaba milagros y el alimento divino… No es necesario recrear las de Rodrigo Díaz de Vivar.
Pues el caso de el Moro Zafra viene a ser un capítulo modesto.
Seguramente que era una plaza sin importancia, pero el hecho de que se conquistara después que Cuenca, bien se podía disfrazar de gran hazaña. Y qué mejor que vencer a un gigante para aliento de un pueblo.
Gracias a ello un pequeño pueblo, siempre tendrá su corta historia por un sarraceno gigante