Arte románico en Molina (y II)

sábado, 26 mayo 1979 0 Por Herrera Casado

 

Una vez examinado el arte románico en la ciudad de Molina de los Caballeros, vamos a viajar por todo el ancho y hermoso territorio del Señorío, tratando de buscar aquellos otros restos de este bello estilo artístico, que tan ajustadamente define la Edad Media española. Nuestros pasos llegan primeramente hasta un antiquísimo monasterio, fundación la más querida de los señores molineses: el de Buenafuente, de monjas bernardas, puesto en el frío páramo del Sabinar, sobre el hondo foso del río Tajo. Se pobló este enclave en la segunda mitad del siglo XII, hacia 1175 aproximadamente, y fue levantado por canónigos regulares de San Agustín, venidos de Francia, los cuales se ocuparon en levantar la iglesia y el monasterio. De todo ello subsiste el templo, que, tras un minucioso examen, muestra haber sido exento de toda edificación adyacente. De recio sillar grisáceo, con una sola nave de bóveda de medio cañón, algo apuntada, sin arcos fajones. Al exterior muestra dos entradas o accesos típicamente románicos: uno, sobre el muro norte, con arco semicircular encuadrado entre dos altos pares de columnillas que sostienen una cornisa sobre modillones, en todo similar a la iglesia del convento de Santa Clara en Molina. Durante mucho tiempo estuvo tabicada esta puerta, pero, tras las últimas obras de restauración, ha quedado practicable y permite el acceso hacia la capilla del Cristo y la Buena Fuente, en la que una antigua hornacina, también románica, servía para albergar la talla del famoso Cristo. Por el sur, hacia lo que hoy es clausura, se abre la otra puerta del templo, similar a la descrita. El ábside es de planta cuadrada, y al exterior muestra dos fortísimos contrafuertes, entre los que se abren un par de ventanas sencillas, de la misma época. En conjunto, se trata de un edificio religioso, monasterial, de muy antigua ejecución y poco frecuente traza, con muchos elementos originales, y un entronque indudable con el románico francés, del siglo XII, del que toma varios detalles.

En el pueblo de Rueda de la Sierra nos vamos a encontrar con otro de los ejemplos notables del arte románico molinés. La iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de las Nieves, se encuentra a un extremo del lugar, en su parte baja. y muestra cómo fue reformada y ampliada en sucesivas ocasiones, especialmente en los siglos XVI y XVII, en que varios miembros, eclesiásticos, de la potentada familia de los Martínez Vallejo, dieron su dineros para fundar capellanías y hacer reformas. Lo más antiguo del templo es su puerta de entrada, obra del siglo XII en sus finales, que se halla actualmente cobijada en cerrado portal, al resguardo de las inclemencias del tiempo. Su arco semicircular está compuesto por varios arcos lisos, cortados en bisel, añadiendo al exterior una saliente moldura, en la que se ven esculpidas flores cuadrifolias o puntas de diamante; en los biseles se tallan delicados entrelazados de sabor mudéjar. Estos arcos descansan en adosadas columnas que rematan en sencillos capiteles de hojas esculpidas. Sobre el conjunto aparece un sencillo friso que apoya en canecillos y modillones.

La sesma del Campo, quizá más poblada durante la Edad Media, es la que en la actualidad muestra los más abundantes y mejores ejemplos de arte románico. En la villa de Tartanedo se admira la iglesia parroquial dedicada a San Bartolomé, enorme edificio del siglo XVII con alta torre cuadrada en su ángulo suroccidental. En su interior, rico en obras de arte de todos los siglos, destaca una pila bautismal románica con cenefa tallada de motivos vegetales. La portada es un gran ejemplar de arquitectura románica y lo único que arquitectónicamente resta del estilo primitivo. Se compone de varias arquivoltas semicirculares, en degradación; la más externa va decorada con puntas de diamante, y las restantes, con débil baquetón moldurando su borde; apoyan estas arquivoltas en una corrida imposta decorada con motivos vegetales. Sosteniendo ésta aparecen sendas jambas lisas, a los extremos del ingreso, y dos columnas a cada lado, rematadas en capiteles. En ellos se observan, muy rudamente tallados, elementos de decoración vegetal y zoomórficos, uno de ellos tratando de mostrar un burdo león. El conjunto, resguardado en cerrado portalón, está muy bien conservado y es interesante.

Entre Tartanedo y Concha, a los pies de la sierra del Aragoncillo, en su vertiente norte, quedan los mínimos restos de lo que fue pueblo de Chilluentes, de fundación en la época de la repoblación, en el siglo XII, junto a una torre‑vigía aún más antigua, y que fue quedándose vacío, hasta desaparecer como entidad de población en el siglo XVII. Al sorprendido viajero de hoy se le muestra, entre los trigales y los montecillos de jara y sabinar, los restos de la torre monumental, y de la iglesia parroquial, dedicada a San Lorenzo, que es obra del siglo XII, románica, conservando especialmente el ábside semicircular, en el centro del cual aparece una ventana aspillerada, en cuyas jambas se ven grabados círculos, estrellas y signos solares muy esquemáticos. El muro de poniente, sobre el que levantaba la espadaña, se hundió no hace muchos años, y el interior, de una sola nave, conserva aún el aire primitivo y encantados de lo puro y desconocido.

Llegados al pintoresco enclave de Labros, hoy casi deshabitado, vemos como su iglesia parroquial solo quedan los cuatro muros y la torre, ésta ya en parte derruida. Su primitiva erección románica, en el siglo XII, queda reflejada hoy tan sólo en la puerta de acceso, muy bien conservada por haber estado protegida de un atrio durante varios siglos. Se trata de una gran puerta de arcos semicirculares, en degradación, con cenefa jaquelada. Bajo corrida de entrelazos dobles, aparecen a cada lado un par de capiteles en los que se muestran figuras del acervo mitológico medieval, y un trazado geométrico encestillado de tradición muy primitiva. Bajo ellos, sendas columnas con basas talladas. Se trata de un ejemplar sencillo, bien cuidado, y especialmente interesante por los detalles que añade de iconografía y adornos geométricos.

La ermita de Santa Catalina se presenta hoy, ante el viajero, aislada en medio de un denso sabinar, a la orilla de la carretera que va de Labros a Milmarcos, aunque en realidad pertenece al término de Hinojosa. Dice la tradición que antiguamente fue iglesia parroquial de un pueblo que la rodeaba. El historiador molinés del siglo XVIII don Gregorio López de la Torre Malo, dice que allí estuvo el lugar de Torralvilla, despoblado en los siglos de la Edad Media, quedando tan sólo su iglesia, con la advocación de Santa Catalina. El hecho cierto es que hoy, en sus alrededores, se ven grandes montones de piedras sueltas que pudieran haber pertenecido a ya derrumbados edificios. Este maravilloso templo, orientado como lo románico de levante a poniente, se construye en sillar y sillarejo. Destaca sobre el muro sur el atrio porticado, formado por seis arquillos de medio punto con columnas que rematan en sus respectivos capiteles, todos ellos de simplísima decoración vegetal. Este atrio tenía también entrada por su costado de levante, así como por el de poniente, que es el único hoy practicable. El ingreso al templo se hace por su portada inserta en el muro meridional del mismo: consta de cuatro arquivoltas lisas, con ornamentación vegetal la más externa. Estos arcos en degradación apoyan en capiteles de hojas de acanto, muy deteriorados. En la cabecera destaca el ábside, de planta semicircular, cuyo alero sostiene variados canecillos de curiosa decoración. Dicho alero presenta toda su superficie tallada con temas vegetales y ajedrezado. El interior es de nave única, recorrida en su basamenta por un poyo de piedra, que también se extiende al presbiterio y al ábside. El pavimento es de grandes losas de piedra. La techumbre es de madera de sabina. El presbiterio, ligeramente elevado sobre la nave, da paso al ábside semicircular. Un arco fajón o triunfal que media entre la nave y el presbiterio, se apoya sobre dos capiteles decorados: en el de la derecha, simples motivos vegetales; en el de la izquierda, una serie de figuras tomadas del bestiario medieval: perros con cuerpos de ave y arpías a los lados: símbolos del bien y el mal, tomados de los capiteles del claustro monasterial de Silos, que hasta aquí ejerce su influencia iconográfica. El conjunto arquitectónico y ornamental de este edificio, es, pues, de subido interés.

Con él acaba nuestro recorrido por el románico molinés que, aunque no muy abundante, sí es rico en ejemplos de fuerte sabor y notable interés autóctono. Ahora sólo falta echarse a los caminos del Señorío, y contemplar, uno a uno, estos edificios singulares.