Arte románico en Molina (I)

sábado, 19 mayo 1979 0 Por Herrera Casado

 

A un importante sector de cuantos cada semana se hacen viajeros por las tierras del Señorío de Molina, le interesa fundamentalmente el arte que puedan ofrecer sus pueblos y sus rincones. Van buscando unos el aspecto tradicional de las casonas y los palacios; otros el autóctono muestrario de los altares, los cuadros y aún la orfebrería; en fin, son bastantes los que tratan de encontrarse, cara a cara, con la faz románica, medieval, de arte de la arquitectura, y para ellos están escritas las siguientes páginas, que proyectan dar en resumida visión todo cuanto en este estilo se puede hoy admirar por tierras del Señorío.

Durante los siglos XII (en su segunda mitad) y XIII, que son las épocas en que Molina está regida directamente por sus señores independientes, los Lara, es cuando se inicia y afirma la repoblación del territorio, con gentes venidas de muy diversas procedencias, fundamentalmente de la Vieja Castilla (Burgos, Soria, la Montaña) y aún del Sur francés, entonces la Galia Narbonense o Aquitania. De esta última región, que el arzobispo toledano don Bernardo consiguió, en el siglo XI, por Bula del Papa Urbano II, que fuese incluida en el territorio del Primado Español, llegaron a España durante los siglos XI y XII numerosos inmigrantes, especialmente monjes y eclesiásticos, que fueron extendiendo su influencia, muy concretamente la espiritual, cultural y artística, por varias regiones del interior de la Península.

Aquí, en Molina, el dictado de varios eclesiásticos aquitanos, llega la influencia románica, con detalles arquitectónicos y ornamentales que están directamente trasplantados del mediodía francés. La presencia de narbonenses y aquitanos en los obispados de Toledo, Palencia, Sigüenza y otras mitras castellanas; en las abadías de diversos cenobios de la misma región, y aún en cargos de gran responsabilidad como el priorato del Cabildo de Clérigos de Molina (fue su fundador el francés Juan Sardón) hace que sea notable el influjo de la vecina nación en la cultura y el arte de este territorio feudal, gobernado por castellanos, pero influido por gentes norteñas.

Tras este preámbulo, que viene a centrar la época (siglos XII y XIII) y los protagonistas (condes repobladores y clérigos ilustrados), pasamos a ver los ejemplos que hoy nos quedan del que sin duda fue riquísimo repertorio del arte románico molinés. Durante los siglos XVI y XVII, en los que el auge económico y social del Señorío llevó a renovar muchos edificios, entre ellos las iglesias parroquiales y las ermitas, se derribaron numerosos templos para construir otros nuevos, más amplios, grandiosos, pero que venían a hacer desaparecer lo que sin duda fuera denso repertorio del románico molinés.

Los retales que en la capital del Señorío quedan, son muy escuetos. La ciudad de Molina se precia con el magnífico templo románico en el siglo XIII y recibió entonces por nombre el de Santa María de Pero Gómez, caballero de la corte condal que dio dineros para levantar este edificio. Más tarde, en el siglo XVI, los hermanos Malo levantaron el monasterio de clarisas al que se agregó esta iglesia. Hoy luce, bien restaurada, a los pies del castillo, en la parte más alta de la ciudad, como una joya siempre renovada clásica del arte y del urbanismo molinés. Está todo el edificio construido con robusto y bien tallado sillar de tono rojizo. Su planta es de cruz latina, con crucero de brazos muy cortos; presenta una sola nave, concluye en ábside de planta semicircular tras un reducido presbiterio. El muro de poniente, a los pies del templo, fue derribado para poner en comunicación la iglesia con el convento. La bóveda es de crucería, algo apuntada, y sus arcos fajones van sostenidos por haces de tres semicolumnas adosadas rematadas en capiteles con decoración de hojas de palma. A ambos lados del presbiterio, y en el ábside, se abren ventanas también románicas, con arcos de medio punto exornados con decoración de puntas de diamante y columnillas laterales rematadas en foliados capiteles. La portada se abre en el brazo meridional del crucero, y la fuerte cuesta que había ante ella, se modificó y suavizó con la construcción de una escalerilla hoy renovada. Esta portada, que muestra su aire y su traza innegablemente francés, está encuadrada por dos columnillas gemelas a cada lado, sobre cuyos capiteles carga una cornisa que se sujeta por modillones, y entre ellos aparecen profundas metopas, tanto unos como otras bellamente decorados con temas vegetales y geométricos. El arco de entrada, por ellos cobijado, es de traza semicircular, y se forma por numerosas archivoltas baquetonas que descansan sobre columnillas rematadas en elegantes capiteles de tema vegetal. En el tímpano, quizás relleno de decoración en antiguos siglos, hay un cartel conmemorativo moderno. El ábside, semicircular, altísimo, muestra cuatro haces de tres semicolumnas adosadas, rematados en capiteles con palmas de acanto. El conjunto del templo es, sin duda, uno de los mejores ejemplos del arte románico molinés.

Todavía en la capital del Señorío merece visitarse el templo de San Martín, que fue primitivamente edificado en la segunda mitad del siglo XII, y que nos permite ver, bajo un portal cubierto, sobre su muro norte, la puerta de acceso que consta de varios arcos apuntados, adornado el exterior por flores cuadrifolias, y con detalles consistentes en el Crismón o anagrama de Cristo sobre la arcada gótica. De lo primitivo románico, sólo queda, escondido entre edificaciones y corrales vecinos, restos del ábside semicircular, y una ventana en el muro meridional, con moldura resaltada en la que se advierten restos de labores esculpidas, y moldura que contorneo un arco de medio punto adornado con lo que parecen ser de flor.

Otro interesante ejemplo podemos aún contemplar del arte y arquitectura románica en Molina capital. Se trata de la planta de la iglesia que se situaba en el interior del albácar o gran patio de armas del castillo. Ha sido excavada recientemente esta obra, y de ella puede observarse su planta alargada, de una sola nave, con tramos diversos, en ascenso, con bases y aún inicios de semicolumnas adosadas, y el ábside semicircular, que muestran el sello, débil pero elocuente, de lo que fue la arquitectura del periodo románico en este lugar, con gran puridad interpretado.