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agosto, 1975:

Juderías medievales en la provincia de Guadalajara

 

Acaba de aparecer, editado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, un interesantísimo libro que, bajo el título que encabeza estas líneas, es obra de los eminentes profesores y conocidos hebraístas don Francisco Cantera Burgos y don Carlos Carrete Redondo. Consta el volumen de 240 Páginas, en cuarto, con un mapa, cuatro fotografías y dos grabados. Se forma la obra con varias notas Publicadas en la revista «Sefarad» de estudios hebraicos, a lo largo de los años 1973, y 1974 y constituye un completo repaso a la presencia del pueblo judío (de la casta judía preferiría hablar Américo Castro) en la actual provincia de Guadalajara. Se recogen treinta asentamientos o aljamas hebreas en pueblos conocidos, estudiando con gran amplitud la judería de la ciudad de Guadalajara la sitúan los autores «entre los puestos más descollantes de la cultura judía medieval» (p.131). De la aljama de Hita no aparece sino la referencia al estudio que de ella hicieron estos mismos au­tores, en el tomo XXXII, (1972) de «Sefarad»

Es éste un libro revelador, sorprendente. Un aldabonazo de auténtica fuerza a nuestra conciencia histórica. La presencia de los judíos en Guadalajara, que para el que fue cronista provincial, don Juan Catalina García, eran «gentes verdaderamente extrañas cuando no dañinas» y no dejaron, en su opinión, apenas ningún rastro entre nosotros, se hace un retablo de apariciones, una sinfonía de realidades que los autores de este libro saben conjuntar y valorar en su justa medida. Estas juderías, asentadas en pueblos importantes como Sigüenza, Mondéjar y Pastrana, o en núcleos más chicos como Hueva, Baides o Trijueque, se estudian a modo de catálogo por orden alfabético, precedidas de una descripción breve del pueblo en su paisaje y modo de vida, en su historia y arte, pasando luego a la enumeración de los documentos acreditativos de haber existido en cada lugar gentes judías. Desfila la vida mínima de estos hombres y mujeres, tan españoles como los cristianos o moros que con ellos convivían desde varios siglos antes, y de sus pleitos, sus procesos, especialmente a los convertidos al cristianismo, por parte de la Inquisición, sus transacciones comerciales, la localización de sus juderías o sinagogas, etc.

La documentación utilizada por los autores es de muy primera mano, lo que le da un gran valor científico al libro. Son utilizados ampliamente los fondos del archivo de Simancas, Histórico Nacional en sus legajos de Inquisición, la colección Salazar de la Academia de la Historia y el archivo de la Catedral de Sigüenza, muy especialmente el fondo de don Román Andrés de la Pastora y los libros de actas capitulares conservados del siglo XV. Utilizan incluso algunos documentos de archivos municipales como los de Almoguera y Guadalajara, y algunos valiosísimos catálogos, aún inéditos, como el que escribió Layna Serrano en 1936  «Copia de los principales documentos históricos de Guadalajara que existen en el Archivo Municipal de la Ciudad», o el «Catálogo de los documentos particulares en pergamino existentes en el, Archivo de, la S.I.C.B. de Sigüenza», obra de su actual bibliotecario don Aurelio de Federico Fernández. La autenticidad de datos que los autores utilizan es, pues, inobjetable.

Ello no obsta para que se observen algunas deficiencias en la exposición de datos referidos a pueblos, sobre todo en lo que se refiere a la enumeración de obras de arte, con algunas fechas y nom­bres de autores equivocados, pero no es leve anomalía ésta. Más importante puede ser, a nuestro juicio, la que supone olvidar en la relación de lugares de residencia judía de nuestra provincia, la localidad serrana de Albendiego, en territorio atencino, donde aparecen abundantes símbolos hebraicos en la decoración de su iglesia parroquial, románica, en la que trabajaron artistas hebreos sin lugar a dudas.

Estudian también los señores Cantera y Carrete el rastro material que de los judíos alcarreños haya quedado, especialmente en lo que, se refiere a sus sinagogas. Desechan definitivamente la idea de que el templo de San Simón, en Brihuega, lo fuera; localizan la judería seguntina en la parte  alta de la ciudad, junto al castillo, y señalan la existencia, en Guadalajara capital, de cuatro sinagogas documentadas, sin poder precisar la situación concreta de ninguna de ellas. Respecto a la Sinagoga que llamaban «de los toledanos», publican el documento que existe en copia en el Archivo General de Simancas, en el Registro General del Sello de Corte, folio 28 del año 1492, dado por los Reyes Católicos en Zaragoza a 10 de septiembre de dicho año, por el cual donan dicha sinagoga a los frailes mercenarios del convento de San Antolín, para que hagan en ella enfermería. Publicamos nosotros no hace mucho tiempo y en estas mismas páginas dicho documento, tomado del Manuscrito 2684 de la Biblioteca Nacional de Madrid, con papeles referentes a dicho convento, copia dos de los originales por su cronista fray, Felipe Colombo en el siglo XVII. Al folio 110 de dicho manuscrito se inserta este documento, y el cronista pone de su puño y letra, al margen «esta sinagoga estaba dentro de la ciudad y junto a las casas de don Melchor Calderón», esto es, en la actual cuesta de Calderón. Aún en dicho tomo manuscrito que redactó el padre Colombo a base de documentos del convento mercenario arriacense, aparecen mencionados algunos judíos de Guadalajara que no figuran en el índice elaborado por los autores del libro comentado. Damos sus nombres como apuntación a su magno estudio: en 1472, a 10 de diciembre, el Comendador del convento de San Antolín, fray Diego de Muros, junto con el prior del mismo, fray Fernando de San Gil dan al judío cirujano de Guadalajara, don Huda Correr, unas casas en la ciudad, en censo. Y en 8 de septiembre del siguiente año el mismo comendador hace escritura de traspaso «que Abrahem Almafloz, judío sastre, hijo de don Jucaf Almafloz, judío sastre» a dicho convento (fols. 119 v. y 125 v. de dicho ms., respectivamente).

El interés del libro de los profesores Cantera Burgos y Carrete Parrondo crece al considerar sus anotaciones respecto a judíos alcarreños que descollaron en las artes y las ciencias» capítulo éste del que hasta ahora no teníamos más noticia que la referente al famoso Mosé Arragel de Guadalajara, traductor al castellano del Antiguo Testamento por encargo del maestre de Calatrava don Luís de Guzmán, entre 1422 y 1430. Anteriormente, en el siglo XIII, nació y vivió en Guadalajara el rabí Isaac ibn Selomoh Inb Abu Sahula, médico, filósofo y escritor, que dejó un famoso libro de fábulas titulado «Masal ha Qadmoní» También de dicha centuria es Mosé de León, quien durante más de cincuenta años habitó en Guadalajara, autor del «Séfer ha‑Zohan» o Libro del esplendor, de especulaciones esotéricas y cabalísticas. Posteriores, ya del siglo XV, son los también arriacenses R. Yshaq Abohab, «sabio completo, agudo e ingenioso», y Selomonh Alqabés, cabalista. Aún es preciso anotar qué el primer libro editado en Guadalajara, en los fines del siglo XV (1482) fue realizado por la comunidad hebrea de nuestra ciudad, en talleres propios que llegaron a imprimir, en poco tiempo tres valiosas obras, el «Comentario de David Kimhi a los profetas posteriores» el «Tur Eben ha‑Ezer» de Jacob ben Aser, y el «Tractatus Hagiga de Josué», incunables valiosísimos que han salido de España. Se reproducen sus portadas, en caracteres hebraicos, en el Catálogo de Incunables de Castilla, en el tomo correspondiente a Burgos y Guadalajara.

Se extienden todavía los autores de esta obra en revisar y anotar topónimos relacionados con los judíos en nuestra tierra, y, a lo largo de sus páginas 145 a 202, catalogan un total de 336 judeoconversos arriacenses cuyos nombres o causas aparecen en los fondos del Tribunal de la Inquisición de Toledo. Se completa el volumen con la trascripción de catorce interesantes documentos sobre el tema, y un índice onomástico de judíos, conversos y .topónimos. Es, en suma, una obra capital para el conocimiento completo de la provincia de Guadalajara, y que no debe faltar en ninguna biblioteca alcarreñista. Nuestra felicitación y agradecimiento a estos ilustres profesores, que han puesto su ciencia y su entusiasmo en la tarea de reconstruir esta importantísima parcela de nuestra historia.

Eterno Fermín Santos

 

Eterno, porque lo que no tiene principio ni fin se asemeja a una rueda imparable, a un caminar perpetuo en ‑suma, es el calificativo que hoy le cuadra al pintor más genial, más imaginativo, y sincero que entre nosotros ha nacido. Fermín Santos Alcalde, que ahora muestra su obra última en la Sala de Exposiciones del Tele Club de Sigüenza, situada en la parte alta, a la plazuela de la Cárcel, de la ciudad que estalla en fiestas, se nos ofrece nuevamente tal como es: sencillo, y afable, como las gentes de la Alcarria que han hecho, a lo largo de los siglos, un imperio del que otros han disfrutado luego. El ha trabajado, ha soñado y sufrido su imperio, y ahora va mostrándolo, con olor a esfuerzo perenne, con sabor a bien madurado fruto, por todos los caminos del orbe. Pintor que se llevó en las retinas, y aún en ese más allá de los ojos y el alma que tienen los pintores, toda la luz y las anchuras de la tierra natal. Pintor, artista en fin, de redoblado contacto con el mundo, no, sólo con eL paisaje, sino con el clamor hondo de las gentes de su trabajo, de sus fiestas; incluso de sus quereres y sus remordimientos. Allí hasta donde llega el alma humana pensando y sufriendo, saltando y adivinando nuevos caminos, ha llegado Fermín Santos con sus pinceles. Y en ese camino, que es perpetuo e irrenunciable, ha ido tomando> elaborando y ofreciendo, todos los colores.

Son ahora más de veinticinco óleos y una acuarela lo que nos ofrece Fermín Santos. Hay en todas las muestras que un artista ofrece cosas que gustan más, cosas que gustan menos. Quizás las otras por estar muy repetidas, incluso pasadas de moda. Hay en esta muestra actual una obra, un gran óleo, que destaca sobre los demás sin ningún género de dudas.

Una obra suprema que arriba, ya, a la esfera de lo merecedor de entrar en una antología del siglo. Es el «Corpus Chisti en Sigüenza», escena de época, religiosa, en la que un borbotón de luz cae sobre el grupo de sacerdotes ricamente vestidos, mientras, orlados de la penumbra catedralicia, a ambos lados una masa informe de gentes, en el silencio y la furia de lo más genuinamente goyesco, se apiñan en torno. Desde Fortuny a Solana, el siglo XX de la pintura española ha encontrado su fiel continuador del impresionismo más inteligente.

Hay luego diversos grupos de obras que muestran a un Fermín Santos clásico frente a otro preocupado de nuevas inquietudes. No son distintos estilos, sino diferentes temas los que le ocupan. Tras de sus paisajes gozosos de luz, de mies y, de parameras, salpican las paredes de la exposición las manchas oscuras de sus preguntas al infinito, de sus mujeres en abandono, de ese genio en su buhardilla y hasta un motivo del Rastro madrileño que salta, en su figura descoyuntada, sobre todas las normas y encasillamientos.

Es asombroso lo que despierta esta nueva exposición de Fermín Santos, de nuestro gran artista alcarreño. Es asombroso, repito, de comprobar la ilusión que mantiene en sus manos, el poderío indiscutido e indiscutible de su creatividad sincera y renovada. Del color de la oscuridad brotan líneas, sugerencias, y siempre una palabra larga y honda. No es casual que las más preclaras plumas de nuestra crítica actual del arte español, desde A.M. Compoy a José Aznar, hayan saludado a la pintura de Fermín Santos como una de las más geniales, fructíferas y perdurables del arte hispano del siglo XX. Nos otros, en nuestro humilde puesto provincial, también lo entendemos y gustamos así. Por ese reto así mismo, por esa exigencia con su tiempo, por ese íntimo y genial análisis pictórico que de nuestra tierra hace, volcamos aquí nuestro agradecimiento a este hombre que es Fermín Santos

Viaje a Olmeda del Extremo

 

Hace ya algunos meses, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Zaragoza, Aragón y Rioja, tan preocupada y atenta hacia las médulas esenciales de nuestra tierra de Guadalajara, dentro de su serie de monografías dedicadas a pueblos y regiones de su ámbito de acción, tuvo la gentileza de publicarme un trabajo acerca de Brihuega, que consistió en un folleto de 28 páginas, con cinco fotografías a todo color, y otras diecinueve en blanco y negro. Después de estudiar la peripecia histórica de la villa, sus obras de arte y su costumbrismo, daba un breve repaso a los pueblos que hoy forman parte del municipio briocense. Y al hacer referencia de la Olmeda del Extremo, escondida en su vallecico alcarreño, olvidada de todos y fuera de las rutas más conocidas, llegué a decir que no encierra nada de particular.

Nobleza obliga, y aunque nadie me ha pedido que rectifique, por la sencilla razón de que prácticamente nadie se ha ocupado de este trabajo mío, considerando que Olmeda del Extremo sí encierra cosas de particular, aquí públicamente «desfago el entuerto» que a la encantadora villa alcarreña le he podido hacer, y digo de su interés y de su curiosa fisonomía

Se encuentra Olmeda a 13 kilómetros de Brihuega, siguiendo el camino que, pasando por Malacuera, en ella acaba. Hoy está asfaltado por los servicios técnicos de la Diputación Provincial, como la mayoría de los antiguos caminos vecinales de nuestra tierra, por lo que llegarse hasta este simpático pueblecito es cosa de unos minutos.

No se ve el caserío hasta que doblamos la esquina de una primera casa de labor. Rodando sobre la llanura de la Alcarria, después de detenernos un momento a contemplar las ruinas de antigua ermita que en medio del campo daba su tono de piedad rural, se avista una hondonada del terreno en cuya ladera, orientado a Levante, nos aparece el pueblo. Tierra de pan llevar, cerealista y seca, a buena altura situada, -rondará, los, 900 metros sobre el, nivel del mar‑, el golpe ocre de la distancia se confunde en un oleaje de pasión con el caserío agrisado. Tejados en oleaje dulce y sonoro a piedra vieja; olivares que huelen, en la distancia, a tela vieja de sacristía, y un tomillar entre las nubes, dando aliento a las abejas y a los vencejos. Sobre el pueblo, en palpitar sereno, dos espadañas se alzan en prueba de una religión que permanece. La historia de la Olmeda es bien simple. Hace ya muchos siglos los habitantes del poblado de Herreñuela, en el alto también pero cercano al Tajuña, y que también durante muchos años había sido propiedad de los monjes jerónimos de Villaviciosa, terminaron por cambiarse de sitio y asentarse en la solana donde hoy se encuentra. Ya en el siglo XIII se constituyó, de todos modos, núcleo de población donde hoy lo vemos, pues de aquella época es la iglesia parroquial. Después, en el siglo XVI, vemos como el conde de Cifuentes da en mayorazgo a su hijo don Alfonso, junto con las villas de Sotoca, Ruguilla y Huetos, ésta de la Olmeda del Extremo.

Que sí tiene algunas cosas de particular. Esas dos espadañas que os digo se divisan sobre los tejados nada más avistar el caserío, son prueba de ello. Una de ellas, la más grande, triangular y campanera, es la del templo parroquial. Su forma nos declara ser del siglo XIII, y esto lo corroboramos al situarnos ante su puerta principal, que, tal como vemos en la fotografía adjunta, es obra típica del románico rural de dicha centuria, en el que todos los templos de nuestra provincia fueron construidos. Este ha llegado a nosotros, afortunadamente, intacto, con sus arquivoltas semicirculares, jambas y un par de columnas adosadas sosteniendo sus correspondientes capiteles de muy sencillo y ya desgastado tema floral. Toda la portada se empotra en un cuerpo saliente del muro, con remate a dos aguas. Aparte de esta interesantísima puerta, la iglesia de la, Olmeda nos muestra un ábside semicircular coronado de modillones y canecillos románicos, algunos con carátulas antropomorfas muy curiosas. Modillones que también aparecen en el resto de los muros y dan al templo un aire total Y completo de estilo románico como ya quedan pocos. El interior, arreglado y adulterado, a través de los siglos, no conserva nada interesante.

Es curioso que el historiador de nuestro arte románico provincial, el doctor Layna. Serrano, no estudiara este templo, ni siguiera indicara su existencia. El mal camino que hasta hace poco ha­bía para llegar a él le impidió seguramente percatarse de ello. Menos disculpa tiene la actitud del también cronista provincial señor Pareja Serrada, quién en su estudio acerca de «Brihuega y su partido», publicado en 1916, dice al hablar de la Olmeda: «la iglesia parroquial, dedicada a nuestra Señora de la Asunción, es pobrísima y raquítica a más no poder. Indudablemente no habrá otra tan pobre en todo el partido» Comprendo que haya quien no guste, del estilo románico, pero ello no es motivo para despachar tan categórica y humillantemente a un templo que, por lo menos en nuestro criterio, y creo que, hoy en día, en el de muchos otros, es una joya del Medievo que merece nuestra atención y nuestro cariño. Tal vez sea porque hoy soplan nuevos vientos, de comprensión, amor, y entusiasmo hacia nuestro pasado, tanto en su, aspecto histórico como artístico, que antes no soplaban, y hundían en su calma chicha, lo que tocaban.

Canfrán Lucea y la dinámica del arte

 

El joven artista seguntino Mariano Canfrán Lucea, acaba de realizar su tercera salida pública, con motivo de las fiestas de su ciudad, ofreciendo a todos cuantos le admiramos una exposición de sus obras cinceladas en metal, en el marco magnífico que el recién restaurado Ayuntamiento de Sigüenza brinda, a lo largo y ancho de las cuatro paredes de su patio central. Patrocina la muestra dicho Ayuntamiento, junto con el Centro de Iniciativas de Turismo de la Ciudad Mitrada.

El modo de hacer de este joven artista ya nos es conocido, y quisiéramos que lo fuera de cuantos aman a su tierra alcarreña, y gustan de verla interpretada, en cualquier materia, por diferentes sensibilidades. La ciudad de Sigüenza como tema, sería, y de hecho lo está siendo sin nadie proponérselo, un modo de hacer arte. Que puede llevarse por el camino de la poesía, por el inacabable de la literatura, por el de la pintura, y, aún, por éste del cincelado en metal, inédito entre nosotros. A Canfrán Lucea, con esta tercera exposición individual de Su quehacer, estamos seguros le abrirá sus puertas ese libro grande, ojaIá infinito, que lleva entre sus páginas la constante pasión de lo s alcarreños por levantar en materia artística lo que el suelo ha puesto como paisaje. La piedra de Covarrubias, la plata de Valdeolivas, el mármol de Vandoma y los óleos de Rincón son muestras de esa pasión y esa victoria. Canfrán Lucea inicia, y con buen pronóstico, su propio camino. Que la larga vida, el trabajo incansable, la serena pasión por la belleza, le conduzcan al puerto último de su salvación y su compromiso cumplido.

Y vamos ahora con las obras que, en número de treinta y cuatro, se ofrecen en esta ocasión. Temas florales, otros costumbristas; varios, los más grandes y trabajados, de adaptaciones d e obras clásicas de la pintura; y, finalmente, en el mejor camino de la interpretación y del’ arte, rincones y lugares de Sigüenza, una vista de Pelegrina, y otra del castillo de Atienza. Vemos cómo algunas obras de esta tercera exposición, fueron ya expuestas en la segunda y aún en la primera de este artista. No podemos por menos de mostrarnos francamente opuestos a este proceder, que puede convertir una exposición del arte de un  infatigable trabajador e inspirado artista, en un simple mercado o tenderete de sus obras. Si de verdad queremos dar calidad, no ya a la obra en si, que por supuesto la tiene, y muy grande, sino a la visión que de ella han de tener todas las gentes, es imprescindible aparecer siempre con obra nueva, inédita, recién trabajada. La calidad y el esfuerzo deben ir siempre notoriamente por delante de la cantidad y él ángulo comercial.

Pero dejemos esta apreciación, que puede ser meramente personal, y vayamos con esa dinámica del arte que práctica Canfrán. Nuevamente insistimos en que este joven autor ha entrado en el camino formal de la estética artística. Toma una materia inexpresiva, y modelada la realidad que encuentra, incluso a veces tamiza en su sensibilidad propia, a base de acentuar unos u otros aspectos del mundo. En sus paisajes urbanos de Sigüenza es la profundidad lo que realza el cuadro, Una lejanía de horizontes, de aleros y de campanas viaja por el cobre, que cae domeñado bajo el impulso de la mano y las herramientas del autor. Sigüenza es así, indudablemente, pero tienen en estas obras una angulación, una postura, un olor o temperatura, diríamos, que nunca hasta ahora había manifestado. Y es lógico. Una cosa es aparentemente distinta según el espejo en que se refleje. Las manos de Canfrán Lucea, al transportar los callejones, las torres y las almenas de Sigüenza, al metal que ama y pacientemente trabaja, dan nueva apariencia a las cosas de la ciudad, eternizándola por nuevo camino. Por el que animamos a seguir, con su entusiasmo y su dedicación constante, a este joven que está, en estos sus comienzos, ya consagrado.

Los Judíos de Mondéjar

 

La localidad de Mondéjar, una de las más crecidas y prósperas de nuestra provincia, situada ya en los aledaños de la Mancha, se presenta ante el viajero que la, recorre bien trazada de limpias calles y abundan tosa en muestras del arte pasado que dejaron en prenda, de su grandeza los marqueses mondejanos, rama de las más ilustres dentro de la casa de Mendoza. Es de sobra conocida su gran iglesia parroquial, su convento de San Antonio, el palacio de los, marqueses, con restos de fachada al estilo de Machuca, y otros muchos edificios y casonas. Pero tenemos que salirnos del pueblo, tomar un bien asfaltado, camino, y subir hasta el otero que domina al pueblo por el norte, para llegar a la ermita de San Sebastián en la que nos espera una sorpresa de inédita dimensión y fuerte personalidad.

Sabemos fue mandada construir esta ermita por el primer, marqués de Mondéjar, don Iñigo López de Mendoza, a  principios del siglo XVI, y si en ella se hizo gala del arte renacentista que en Otros Jugares de la villa mandó poner, es cosa que, ignoramos, pues por lo menos hoy en día nada queda de ello. La construcción les muy sencilla, tanto al interior como al exterior, viéndose en esta una portada simple orientada al sur, y cobijada por un tejaroz metálico relativamente moderno. Es en su penumbra en la «cueva» o ábside que se coloca a la espalda del altar mayor de la ermita, entrando por un par de pequeñas puertas a ambos lados del mismo donde se encuentra todo el color el misterio y la riqueza místico-foIklórica de un pueblo. El conjunto, de «los judíos», como los mondejanos denominan a una larga serie de pasos y escenas de la Pasión de Cristo que allí tienen su cabida y su ventura, merece que se haga detenida visita de su aspecto actual y recordanza breve de su historia.

¿Desde cuándo están allí estas escenas? Por supuesto que las actuales, en su estado colorista y con olor a nuevo, aparecen desde hace dos años en que fueron restauradas, gracias al celo de la Cofradía del Santo Cristo de Mondéjar, y al donativo unánime y masivo de todos los mondejanos. Pero nos consta con toda seguridad que ya en el siglo XVI, cuando al final de dicha centuria el pueblo envió a Felipe II sus contestaciones a la Relación topográfica correspondiente, existían es tos pasos, diciendo de la ermita de San Sebastián que «ay en ella unas cuebas con passos, de la pasión mui contemplativos» Mas tarde, en 1719, fue rehecho todo el conjunto por un monje jerónimo de Lupiana, fray Francisco de San Pedro, a costa de don Alonso López Soldado, rico hacendado mondejano, y de su familia. Después, en la pasada guerra de Liberación, fueron casi totalmente destruidas, y por fin, afortunadamente, restauradas.

La serie de «cuevas» o compartimentos ­en que se hallan estos pasos, se disponen a lo largo de un recorrido circular, por los cuatro muros del ábside de la ermita. Revestidas sus paredes y techos con piedras de la zona, más de un centenar de figuras las conforman y dan vida. Estas figuras son del tamaño algo mayor que el real declaradamente mal proporcionadas, de gestos y actitudes grotescas en muchos casos, de rostros poco afortunados… pero sin embargo, cargadas de patetismo y una fuerza sentimental que les confiere muchos quilates en la apreciación popular. No podemos situamos ante ellas con el propósito crítico del arte. Ni siquiera con el del aspecto del testimonio de una época remota. Ha ido cuajando una tradición en lo que hoy, es moderno, y a la vez popular enfoque de una, antigua, cuestión Los «judíos» de Mondéjar atraen, a toda clase de gentes de la legión, y aún de más lejos, y, por supuesto, a los propios mondejanos que se sienten orgullosos de este conjunto. Las figuras, las escenas, en su hondo patetismo, iluminadas tenuemente, cumplen su misión de incitar al asombro y en más de un caso, levantar sentimiento de piedad. Desde la «oración en el huerto» o la « Santa Cena», de limpido aire pastor» o doméstico, hasta ese «enterramiento de Cristo», en el que tres oscuras y tenebrosas mujeres, que parecen reales, al fondo de una «cueva» hacen erizarse los cabellos de quien contempla la escena, van los demás pasos del conjunto.

Bien merece una visita este singular conjunto, para el que no cabe buscar etiqueta alguna de estilo o escuela. Es un hábito popular, un grito de la tierra y el corazón del hombre alcarreño que sin par en el múrido, día a día se desgrana.