Eterno Fermín Santos

sábado, 30 agosto 1975 0 Por Herrera Casado

 

Eterno, porque lo que no tiene principio ni fin se asemeja a una rueda imparable, a un caminar perpetuo en ‑suma, es el calificativo que hoy le cuadra al pintor más genial, más imaginativo, y sincero que entre nosotros ha nacido. Fermín Santos Alcalde, que ahora muestra su obra última en la Sala de Exposiciones del Tele Club de Sigüenza, situada en la parte alta, a la plazuela de la Cárcel, de la ciudad que estalla en fiestas, se nos ofrece nuevamente tal como es: sencillo, y afable, como las gentes de la Alcarria que han hecho, a lo largo de los siglos, un imperio del que otros han disfrutado luego. El ha trabajado, ha soñado y sufrido su imperio, y ahora va mostrándolo, con olor a esfuerzo perenne, con sabor a bien madurado fruto, por todos los caminos del orbe. Pintor que se llevó en las retinas, y aún en ese más allá de los ojos y el alma que tienen los pintores, toda la luz y las anchuras de la tierra natal. Pintor, artista en fin, de redoblado contacto con el mundo, no, sólo con eL paisaje, sino con el clamor hondo de las gentes de su trabajo, de sus fiestas; incluso de sus quereres y sus remordimientos. Allí hasta donde llega el alma humana pensando y sufriendo, saltando y adivinando nuevos caminos, ha llegado Fermín Santos con sus pinceles. Y en ese camino, que es perpetuo e irrenunciable, ha ido tomando> elaborando y ofreciendo, todos los colores.

Son ahora más de veinticinco óleos y una acuarela lo que nos ofrece Fermín Santos. Hay en todas las muestras que un artista ofrece cosas que gustan más, cosas que gustan menos. Quizás las otras por estar muy repetidas, incluso pasadas de moda. Hay en esta muestra actual una obra, un gran óleo, que destaca sobre los demás sin ningún género de dudas.

Una obra suprema que arriba, ya, a la esfera de lo merecedor de entrar en una antología del siglo. Es el «Corpus Chisti en Sigüenza», escena de época, religiosa, en la que un borbotón de luz cae sobre el grupo de sacerdotes ricamente vestidos, mientras, orlados de la penumbra catedralicia, a ambos lados una masa informe de gentes, en el silencio y la furia de lo más genuinamente goyesco, se apiñan en torno. Desde Fortuny a Solana, el siglo XX de la pintura española ha encontrado su fiel continuador del impresionismo más inteligente.

Hay luego diversos grupos de obras que muestran a un Fermín Santos clásico frente a otro preocupado de nuevas inquietudes. No son distintos estilos, sino diferentes temas los que le ocupan. Tras de sus paisajes gozosos de luz, de mies y, de parameras, salpican las paredes de la exposición las manchas oscuras de sus preguntas al infinito, de sus mujeres en abandono, de ese genio en su buhardilla y hasta un motivo del Rastro madrileño que salta, en su figura descoyuntada, sobre todas las normas y encasillamientos.

Es asombroso lo que despierta esta nueva exposición de Fermín Santos, de nuestro gran artista alcarreño. Es asombroso, repito, de comprobar la ilusión que mantiene en sus manos, el poderío indiscutido e indiscutible de su creatividad sincera y renovada. Del color de la oscuridad brotan líneas, sugerencias, y siempre una palabra larga y honda. No es casual que las más preclaras plumas de nuestra crítica actual del arte español, desde A.M. Compoy a José Aznar, hayan saludado a la pintura de Fermín Santos como una de las más geniales, fructíferas y perdurables del arte hispano del siglo XX. Nos otros, en nuestro humilde puesto provincial, también lo entendemos y gustamos así. Por ese reto así mismo, por esa exigencia con su tiempo, por ese íntimo y genial análisis pictórico que de nuestra tierra hace, volcamos aquí nuestro agradecimiento a este hombre que es Fermín Santos