Memoria de Covarrubias en Sigüenza

viernes, 19 octubre 2012 0 Por Herrera Casado

Retrato de Alonso de Covarrubias

Uno de los artistas a quien más admiro, de los que en tiempos pasados dejaron su genial huella por las tierras en que vivimos, es el toledano Alonso de Covarrubias. Muy activo en Guadalajara, en Sigüenza, en la Alcarria, durante la primera mitad del siglo XVI, en aquella época en que todo era construcción de templos y palacios, hoy todavía se pueden ver sus obras, sus filigranas talladas y sus ámbitos majestuosos en espacios como la catedral seguntina, la iglesia de Santiago en nuestra ciudad, o el templo parroquial de Albalate de Zorita. Aquí van unas pinceladas sobre su vida y su obra, para animar a que su memoria protagonice el viaje de alguno de mis lectores.

Alonso de Covarrubias aportó su genio arquitectónico al monumento más señalado de toda la provincia de Guadalajara: a nuestra iglesia catedral seguntina. En las breves líneas que siguen, quiero hacer un repaso somero de la figura del arquitecto toledano, y muy especialmente de su intervención en la Catedral de Sigüenza. Reavivar su memoria y sus trazas es de una parte homenaje cumplido a su agudeza y de otra aportar una idea para que a través de un viaje por la provincia, con meta en la Ciudad Mitrada, se reviva el legado de este genial artista.

Vida y obra de un artista genial

Nació Alonso de Covarrubias en la localidad toledana de Torrijos, en 1488, hijo de Sebastián de Covarrubias y Leiva y de María Rodríguez (El mejor estudio biográfico lo ha realizado hasta ahora F. Marías, en su obra “La arquitectura renacentista en Toledo”. En su día, doña Juana Quiles en la Revista “Investigación” apuntó la posibilidad de que Covarrubias fuera natural de nuestra provincia, de Valbueno concretamente, pero su tesis no se ha sostenido).

Covarrubias tuvo un hermano, Marcos, que fue famoso bordador asentado en Alcalá. Casó con María Gutierrez de Egas, sobrina de los afamados maestros arquitectos Egas. Y de élla tuvo 5 hijos, todos éllos de alto rango, muy especialmente don Diego de Covarrubias y Leiva, nacido en 1512, que alcanzó a ser obispo de Sevilla y de Ciudad Real, y finalmente presidente del Consejo de Castilla. Nuestro autor murió en 1570, ya de avanzada edad, siendo enterrado en su capilla personal de la iglesia de San Andrés, en Toledo.

La actividad de Covarrubias abarca un amplio espacio del Renacimiento castellano. Sus primeras obras están documentadas, aun como simple tallista o aprendiz, en 1510, y las últimas llegan hasta prácticamente el momento mismo de su muerte: a 1569. Toda una vida cuajada de actividad, de ideas, de realizaciones en las que su ingenio y su técnica se pusieron al servicio de la belleza plástica, quedando, por perdurables, las construcciones que levantó, una buena cantidad de obras diseñadas por él.

El estilo de Covarrubias, siempre dentro del Renacimiento castellano, del que es el mejor intérprete, fue evolucionando a lo largo de los años. Y así, siguiendo a Muñoz Jimenez en su estudio sobre el Manierismo en Guadalajara (publicado por Diputación de Guadalajara en 1987), podemos reconocer varias etapas, que en resumen serían: 1ª) de formación y aprendizaje (1510‑1526) en la que aparece colaborando con figuras de importancia en ese momento, como los Egas, Almonacid, etc., y trabajando ya por entonces en la catedral seguntina.  2ª) de obras platerescas (1526‑1541) en la que surge con fuerza su inspiración clásica con decoraciones profusas y muy personales, como el templo de la Piedad en Guadalajara, la sacristía de las Cabezas de la catedral seguntina, y otras.  3ª) del manierismo serliano (1541‑570) en la que rompe con las normas anteriores, progresa en su concepto estructural y decorativo, y deja obras de la talla del Alcázar toledano, la parroquia de Getafe, el palacio de Pastrana, o el monasterio de San Miguel de los Reyes en Valencia. En cualquier caso, su obra se distribuye casi con exclusividad a lo largo y ancho del territorio del antiguo arzobispado toledano, que viene a quedar incluido casi en su totalidad en la actual región de Castilla‑La Mancha. Numerosos seguidores e imitadores llenarían luego estos territorios de obras que, sin estar bien documentadas, recuerdan en todo los modos covarrubiescos.

Covarrubias en Sigüenza

La actividad de Alonso de Covarrubias en Sigüenza fue muy amplia a lo largo del tiempo, y sumamente interesante en el aspecto cualitativo. Desde el inicio de su carrera, hasta poco antes de su muerte, aparece su nombre en los documentos del archivo catedralicio, lo que prueba el prestigio que siempre gozó como profesional de primera línea entre los poderosos miembros de la curia seguntina.

Las primera referencias son del año 1515: en esa fecha cobra una pequeña cantidad por la talla de una piedra para el enterramiento de Dª Aldonza de Zayas, una familiar de los Mendoza que poseía el patronato de la capilla de Santiago («…siete ducados…a Covarrubias… por la piedra que hizo para la sepultura de la señora doña Aldonza de Zayas, por mandado de los señores provisor y dean, diputados para avenir y mandar pagar las obras de la fabrica»). Poco después, en 1517, cobró doce reales por tallar un balaustre para una pila de agua bendita. Poco más debió hacer en esa época. Acompañaba como un tallista o picapedrero más, al grupo de arquitectos y escultores toledanos formado por Sebastián de Almonacid, Talavera, Guillén, Egas, Vergara el Viejo, etc., y junto a ellos se formaba y colaboraba con su trabajo manual.

Pero el aprendizaje de esa primera etapa fue crucial, y pronto afamado y con obras reconocidas de gran importancia, en 1532 el Cabildo de la Catedral seguntina mandó llamar a Covarrubias y le pidió que ejecutara las obras de una nueva Sacristía o Sagrario mayor. Fue a principios de ese año, el 12 de enero, que el Cabildo le solicitó en forma la realización de dicha obra, y el 4 de marzo se ordenó la realización y firma de las condiciones y el contrato. En un momento no determinado de ese año 1532, Alonso de Covarrubias estuvo en Sigüenza, viendo el lugar donde habría de hacerse la obra, y durante 9 días estudió el terreno y trazó el proyecto del recinto. Cobró entonces 12.500 maravedises. Durante 2 años, hasta marzo de 1534, Covarrubias dirigió las obras de esta sacristía, que se iniciaron de inmediato. Aunque no residía en Sigüenza, él estaba en contacto con los oficiales encargados de ejecutarlas. En esa última fecha, Covarrubias solicitó del Cabildo seguntino la rescisión de su contrato, recomendando para que siguiera de director Nicolás Durango.

Las obras de la Sacristía de las Cabezas fueron, pues, dirigidas por este Durango (de 1534 a 1545) después por su hijo o hermano Juan Durango (hasta 1554) y finalmente por el maestro seguntino Martín de Vandoma, quien las dio por concluidas en 1563. Las trazas dadas por Covarrubias, no obstante, fueron siempre respetadas, y tanto en el aspecto estructural como en el decorativo, esta importante pieza arquitectónica de nuestro templo mayor lleva bien granado el sello inconfundible y magistral del arquitecto toledano.

La Sacristía de las Cabezas, todos la conocen, es una obra única, espléndida, que por sí sola daría fama a nuestra catedral. Tradicionalmente se la ha incluido en el concepto estilístico del plateresco renacentista, y, aunque sumamente cuestionado el término plateresco, y siendo evidente su existencia, la obra de Covarrubias para la Sacristía Mayor de Sigüenza rebasa ampliamente ese subestilo, y entra totalmente dentro de lo que debe considerarse el Manierismo.

Su estructura podría calificarse de Renacimiento puro: es una nave, abovedada, de planta rectangular, de 22.65 mts. de longitud por 7.5 mts. de anchura, en una perfecta relación 1:3, muy propia de los salones clásicos. En cada lado aparecen cuatro arcosolios rebajados, de 1 metro de profundidad, que albergan la cajonería de la sacristía, con el intradós decorado de rosetas, y entre dichos arcos adosadas unas medias columnas que sostienen un entallamiento profusamente decorado, a partir del cual se alza la bóveda, que es de medio cañón perfecto, y está dividida a su vez en otros cuatro tramos iguales, separados por arcos fajones (Una descripción muy minuciosa de este ámbito arquitectónico puede leerse en mi trabajo Sigüenza: la sacristía de las cabezas, en «Glosario Alcarreño», Tomo II (Sigüenza y su tierra), Guadalajara, 1976, pp. 81‑90).

Es, sin embargo, en la decoración, donde la Sacristía de las Cabezas entra de lleno en el Manierismo. Una serie de elementos, fundamentalmente el conglomerado de sus 304 cabezas diferentes puestas en sendos medallones sobre las bóvedas, sorprenden de tal manera, y la hacen tan distinta a todo lo conocido, que la obra puede y debe calificarse de genial. Por una parte, podemos encontrar el factor «lúdico» de la lectura y descubrimiento de las cabezas. El espectador que se coloca bajo las bóvedas de la Sacristía Mayor de la Catedral de Sigüenza, se «entretiene» en ver, en interpretar, en reconocer personajes. Es una función nueva, inhabitual de la arquitectura. Es un signo eminentemente manierista. La bóveda tiene, pues, un aspecto «heterodoxo», no normal, fuera de lo establecido hasta entonces. Su función va más allá de lo que era de esperar. No sólo sirve para cerrar un espacio en su altura: se han puesto en ella retratos y personajes que piden ser mirados. Todavía otro carácter del Manierismo más preciso se da aquí: el compromiso de los temas arquitectónicos con estructuras decorativas de diferente naturaleza: las impostas y entablamentos tienen funciones exclusivamente decorativas; las bóvedas dan sensación de no pesar, etc. Indudablemente, y a pesar de las interpretaciones dadas por Pérez Villamil acerca de que el diseño final de este ámbito fuera hecho por alguno de los Durango, solo un genio como Covarrubias pudo ser su autor: las trazas originarias del toledano, hechas en 1532, fueron las que se mantuvieron hasta el fin.

Todavía en enero de 1569, los señores del Cabildo seguntino pensaron en el arquitecto Alonso de Covarrubias para llevar adelante la obra que planteaban del trascoro o girola, y como sabían que andaba ya achacoso y viejo, se la encargaron finalmente a Juan Vélez, aunque pidieron que se consultase a los mejores arquitectos, «…y sobre todo a Covarrubias, tan conocedor de esta Iglesia» (Archivo Capitular de Sigüenza, Libro de Actas del Cabildo catedralicio, nº 14, años 1564‑1571. Cfr. MUÑOZ JIMENEZ, J.M.: op. cit., nota 54 del capítulo 5.). No pudo ser así, pues el maestro andaba ya enfermo y pocos meses después moriría. Lo que sí es evidente conclusión sacada de tan escueta frase documental, es el cariño que el Cabildo seguntino tuvo siempre hacia Covarrubias, la admiración que su obra produjo en todos cuantos entendían de arte, y lo que, en definitiva, la ciudad de Sigüenza debe a este gigantesco artista castellano.