La Guadalajara vaciada, en estampas

La Guadalajara vaciada, en estampas

sábado, 20 abril 2024 0 Por Herrera Casado

En la línea del estudio y la preocupación por esas tierras (+pueblos, + monumentos, +huellas) que se están quedando vacías de gente y de atención, y a las que no cabe otra que ponerlas el complemento adjetivado de su pasado, aparece ahora un libro que va a dar qué hablar, especialmente por lo que dibuja. Una obra que estará viva plenamente en la Feria del Libro que ya se acerca.

Muy conocido en nuestra tierra, el dibujante catalán Isidre Monés i Pons, uno de los más relevantes autores del cómic y el arte del dibujo en Cataluña, ha vuelto a ser protagonista de un libro que nos atañe. Probado su amor a Sigüenza y toda la comarca en su torno que está propuesta para ser nombrada “Patrimonio de la Humanidad”, ha querido ahora ampliar su visión sobre la provincia entera, sobre sus cuatro comarcas, y ha puesto su mira y objetivo en 60 lugares que pueden ser calificados, de un modo u otro, como “vaciados”: porque se han quedado sin pobladores, la mayoría; o porque rumian su inminente derrumbe y ruina por el abandono de los más.

Las comarcas vaciadas

En esta obra comprobamos que no solo es la Sierra Negra la que se nos va quedando vacía. Porque a ella pertenecen la mayoría de pueblos arruinados, tragados por los embalses, sacrificados por la repoblación pinariega. También en la Sierra del Ducado (la que históricamente perteneció a los duques de Medinaceli y hoy se reparte entre Soria y Guadalajara) hay muchos ejemplos de pueblecillos en trance de desaparición: abandonados unos tras la Guerra Civil, y otros más recientemente, son aún más numerosos que los del entorno del Ocejón. Pero la Alcarria tiene también ejemplos monumentales al vacío (comandados por ese Villaescusa de Palositos que sigue siendo un ejemplo de las desquiciadas decisiones que tiene el Poder a veces) y el Señorío de Molina aporta otro buen número de ejemplos que dan escalofrío.

Es imposible ocultar los escenarios que en siglos pasados ocuparon con su latido los grandes monasterios medievales: Óvila fue uno (acabó siendo comprado por el magnate americano W. R. Hearst y llevado en gran parte a California despiezado) y Sopetrán fue otro (ahora vacío, en progresiva ruina, olvidado de lo que significó en la secular parsimonia de la elocuencia benedictina). Pero también cabe el recuerdo dibujado de San Salvador de Pinilla, junto al río Cañamares, donde aún las ovejas encuentran su alimento en las hierbas que crecen sobre el claustro, o en la severa ruina del ábside del monasterio de San Francisco en Atienza, para que el que nunca llega la opción de sujetar la inminente ruina que le amenaza.

Aunque la mayoría de los protagonistas son lugares de la Sierra Norte de Guadalajara, otra veintena de espacios emergen de lo que aún llamamos La Sierra del Ducado, y que formando parte del norte de la provincia pertenecen a un conglomerado de tierras que se unen por un pasado histórico más que por una uniformidad geográfica. Pero todos sabemos donde están: en los alrededores de Sigüenza, en el entorno de Maranchón, entre los sabinares de Ablanque, de Buenafuente, o Mazarete. Y ahí vemos cosas singulares, que son conocidas, pero que deben ser permanentemente memorizadas, para poner el foco en ellas: por ejemplo, esa solemne iglesia fortificada y adornada de una galería románica en Tortonda; la antigua fábrica de resinas que con el nombre de “Cándida” fundó Calixto Rodríguez en homenaje a su madre, y que hoy parece un barco varado en la playa pinariega de las alturas de Mazarete; también los ecos de aquella “batalla olvidada” de Abanades o (con un punto de alegría esperanzada por su reciente reconstrucción) el viejo chozón [museo] que han recuperado en Ablanque y hoy sirve de motor para visitas y excursiones por aquellas vacías parameras.

En el libro de Monés no faltan imágenes dibujadas de la iglesia parroquial de Pozancos que ha sufrido recientemente el hundimiento de su cubierta. O una vista parcial de la que podría der “joya del Ducado” como es Palazuelos, un pueblo fortificado al que nadie se atreve aún a ponerle en el alto pedestal que le corresponde, restaurando por entero su murallas y portaladas. Es expresivo al máximo el lugar de Torrecilla del Ducado, que a pesar de su vacío en habitantes, y de la ruina que empieza a roerle, muestra su valiente perfil en lo alto de un otero sobre el páramo soriano.

Algunos protagonistasEn el libro de Monés aparecen no solo paisajes y callejuelas o fuentes en abandono. También surgen en algunos de los dibujos personajes que han estado en algún momento dando vida a esos lugares, mirándolos, estudiándolos o fotografiándolos. Como una curiosidad, puedo añadir aquí como aparece el retrato de Santiago Bernal, equipado con sus máquinas fotográficas colgando del cuello, ante el ábside de San Francisco en Atienza. O don Tomás Camarillo manejando su gran maquinaria fotográfica, en los años cuarenta, en el pueblo de Poyos. Es curioso de ver en El Atance redivivo, con su iglesia entera y su fuente de arriba, al doctor José María Alonso Gordo, acompañado de su bicicleta danzarina y cidiana, o al profesor don Teodoro Alonso Concha ante el pairón de su natal Tartanedo. Como amigo del autor surge en el atrio de la ermita de Santa Catalina de Hinojosa Bienvenido Morales, que ha subido andando por el sabinar desde el cercano Milmarcos, o delante de la Casa del Mayorazgo, en el ya vacío lugar de Concha, con su más elegante vestimenta de fiesta a don Gregorio López de la Torre y Malo, abogado de los reales Consejos, y cronista en el siglo XVIII del Camino Real de Aragón a su paso por el Señorío de Molina. Finalmente son los dos autores del libro, Antonio Herrera Casado e Isidro Monés Pons, quienes aparecen también retratados en solitarios lugares de esta provincia yerma: el primero ante la soledad de Chilluentes, y el segundo entre los escombros de las Cuevas del Marqués, en el viejo despoblado de Vállaga por Illana. Una forma de mostrar la vida de hoy entre los vestigios ruino