Don Perote de la Campiña, un caballero andante
La historia de la literatura española se ha nutrido, en siglos pasados, de libros con hazañas protagonizadas por caballeros andantes. Ahora revitaliza la estirpe de esos personajes, gracias a la inagotable imaginación de Juan Pablo Mañueco Martínez, de quien bebo para ilustrar este homenaje a la literatura de nuestra tierra.
En los pasados días de la Feria del Libro de Guadalajara, uno de los títulos que más ha llamado la atención ha sido el que firmado por Mañueco Martínez ofrece una mezcla de “libro de caballerías” y “crítica política” en una suma compleja pero efectiva, que hace pensar, reír y aprender a un mismo tiempo. El título de la obra era “Don Perote de la Campiña y el segundo Villalar de los cielos”, y aún se vende en librerías, como novedad aportada en estos tiempos de seriedad y caras agrias.
La aventura de Mañueco tiene dos vertientes muy definidas, que maridan a la perfección en el libro que comento. La primera es la de aportar nuevas figuras a la Mitología Castellana, de la que el autor afirma que es la más densa e interesante de todas las europeas, detrás de la griega y romana, por supuesto. Y de que esa mitología se nutra especialmente de composiciones literarias, leyendas populares y personajes adoptados por el pueblo castellano a lo largo de siglos. Dice el autor que para probar este aserto tiene ya otros dos libros publicados, cuyos títulos son “Mitos esenciales de Castilla. De la Prehistoria a nuestros días”, y “Urganda de Castilla. Viaje de la Mítica castellana por el Tajo para la celebración de la Fiesta de la Primavera”.
He querido navegar por ese libro de más de 300 páginas, con muchas ilustraciones a color, y me ha sorprendido la cantidad y variedad de cosas que en él se cuenta. En el inicio de todo, la figura de un “caballero andante” creado por Mañueco, llamado concretamente “Don Perote de la Campiña” y por sobrenombre legendario “Faenarius de Henares”. Pero en su compaña aparece nada menos que doña Urganda, que viaja sobre la Fusta de la Gran Serpiente, una embarcación voladora que planea continuamente sobre el Tajo, y que pelea de continuo contra las fuerzas imperiales que ahora son, cada vez más numerosas, contrarias a Castilla, y a sus gentes. Ella capitanea una tropa en la que figuran Padilla, Bravo y Zapata, dirigidos por el general Castaños, el héroe de Bailén, que fue el último presidente del Consejo de la Castilla unida (1832-1834) y propone una gran batalla en el “Villalar de los Cielos” en la que estas fuerzas antiguas se enfrentan a las modernas, que capitanean políticos como Isabel Díaz Ayuso, Emiliano García-Page, Alfonso Fernández Mañueco y Pedro Sánchez Pérez-Castejón, al mando de un ejército de políticos locales y periodistas mercenarios que tratan de deshacer cualquier recuerdo de la Castilla clásica e histórica, a la que quieren deshacer y borrar del mapa.
De los once capítulos en que se arma “Don Perote de la Campiña”, hay algunos que no tienen desperdicio. Se fragua la batalla sobre la llanura que entorna a Talavera, y al mando de los antiguos aparece don Claudio Sánchez-Albornoz, a la sazón presidente del Consejo General de la Cultura y la Mítica castellana, en el exilio, dando aliento a las fuerzas de la Castilla eterna, que aún así son desbaratadas por los discursos y relatos que en mil despachos esos políticos enemigos de la Castilla unida van elaborando, aplaudidos por otras regiones de España en las que se sigue temiendo la capacidad castellana y por ello se busca su desaparición, su fragmentación y el olvido de su historia, de sus símbolos y sus mitos.
Para Mañueco la fuerza de Castilla nace –todo ello relatado como una figuración literaria de altos vuelos– en el Olimpo castellano, que no es otro que el Olmo Límpido, que está por el Pico Tres Mares, entre Palencia y la Montaña cántabra, donde habita Lug, el dios supremo de la mitología castellana, y otros variados dioses y diosas que en el Olmo Límpido de Castilla se encuentran al inicio de la batalla.
Damos a Mañueco el aplauso que merece este esfuerzo de reunir historia y alimentar mitología en una plausible secuencia de crear entusiasmos por algo que sería eminentemente sentimental. De esas figuras mitológicas y sus batallas surge este libro, el que da vida a la figura de Don Perote de la Campiña, que se nos hace simpático, de tan puramente idealista, y entretiene en una misión claramente literaria y de entretenimiento.
Pero Mañueco aporta otra parte muy amplia de su obra a la crítica razonada, y sustanciada en pruebas de hemeroteca, de cómo los actuales presidentes de las comunidades autónomas que formaron en su día Castilla, y hoy la fragmentan con el aplauso “de propios y extraños”, están laborando por deshacer cualquier atisbo de intento resurreccional. O sea, aplicando las mismas técnicas que algunas comunidades llevan ya más de una generación aplicando: laminar la inteligencia naciente de las jóvenes generaciones con ideas de autogeneración de “naciones” que nunca existieron: la catalana, la vasca, o incluso la cántabra, a la que –en la figura del expresidente Revilla y sus acólitos fervorosos– acusa de haber colaborado más que nadie en la disolución de una Castilla real, histórica, unida y fuerte, que fue capaz de generar una cultura universal y un periodo de dominio político del que aún quedan, en muchas partes del planeta, nociones de su jerarquía y su autenticidad.

La obra de Mañueco pasa, entonces, de ser un ejercicio de entretenimiento literario para lectores ociosos, a un valiente alegato frente a las mil formas (desde planes de estudio y libros de texto, a festivales lúdicos y fiestas folclóricas) en que Castilla-León, Castilla-La Mancha, Madrid, Cantabria, y aún el propio Estado español, trata de borrar las razones que posibilitarían la existencia de combustible para que Castilla, una nación entera y verdadera, siguiera dando su luz a través de su historia, sus personajes, sus textos y sus mitologías. Es una batalla difícil, que en estos momentos se ofrece perdida, pero que no ceja en expresar sus razones y argumentos.
A través de un personaje irreal y anecdótico, un Don Perote de la Campiña que podría pasar por otro nuevo Quijote de nuestros tiempos, el autor de esta obra nos dice sus razones (y las de otros muchos que con él comulgan) a favor de esta tierra que solo pide reconocimiento, verdad y algo tan barato y siempre útil como el cariño sincero.
