La Covatilla, en el Peujar de Brihuega

La Covatilla, en el Peujar de Brihuega

viernes, 7 junio 2024 0 Por Herrera Casado

Después de darme un paseo por la Alcarria del Valle del Tajuña, entre quejigares y tomillares sin cuento, llego a uno de esos lugares mágicos que mantienen el nombre que le dieron los siglos, la Covatilla de junto al Peujar, sobre Palazuelos del Agua, en el otero sobre el Tajuña, muy cerca de Brihuega. Lo describo y saco algunas conclusiones entresacando otros recuerdos.

Hace dos años la editorial Aache me publicó un libro que llevaba por título “Cuevas eremíticas de Guadalajara”, que consiguió sacar a la luz un denso patrimonio escondido entre bosques y roquedales desde hacía muchos siglos, más de un milenio. Narré diversas historias de monjes eremitas, conventos visigodos, asentamientos romanos transformados en eremitorios, y un largo etcétera de temas que a unos cuantos lectores (los pocos que tuvo el libro) sorprendieron y entusiasmaron.

En el capítulo de lo relativo al eremitismo en Brihuega, analicé la propia cueva de la Roca Bermeja donde se apareció la Reina de los Cielos a la Princesa Elima, y toqué el asentamiento de Cívica, nombrando de pasada el núcleo rupestre del Peujal. Y es a este lugar donde me he dirigido hace pocos días.

En un ensanchamiento que hace el valle del Tajuña, subiendo por su orilla derecha desde Brihuega a Masegoso, aparecen dos núcleos que tuvieron vida hasta hace escasos años, y que tienen una larga historia a sus espaldas. El primero de ellos es Palazuelos del Agua, entre cuyas casas pasa la carretera CM-2011: todo ha quedado vacío, abandonado y vandalizado, excepto uno de sus edificios que ha sido remozado y convertido en bonita Casa Rural “Caserío de Palazuelos”. Este es el lugar al que en documentos medievales, que encontré al estudiar el monasterio jerónimo de San Blas de Villaviciosa, denominaban “la heredad de Palacio” cuyo nombre fue cambiando a “Los Palacios” y finalmente ha quedado como “Palazuelos”.

El segundo de ellos son las “Casas del Peujar”, puestas sobre un otero rodeado de un denso quejigar, y adornado recientemente con todo tipo de plantas arobóreas, muchas juníperas y hasta algún cedro solemne. Este fue poblado mínimo en la Edad Media, conocido en los documentos que también consulté como “La Covatilla” o “Covatillas” y tuvo una iglesia de estructura románica, con ábside semicircular, que tras la Guerra Civil fue restaurada y ocupada como vivienda por el Sr. Berlanga, quien me la enseñó en su día, pudiendo admirar el elegante conjunto residencial que montó, en el que se incluía un comedor donde había sido el presbiterio del pequeño templo. Ese conjunto ha quedado también abandonado y vandalizado.

Finalmente, entre ambos núcleos, surge en un enorme roquedo calizo el conjunto de cuevas que reconocen su origen eremítico, con una antigüedad superior al milenio, y que con ese nombre de “cueva” o “covatilla” dio apelativo al lugar que hoy recorremos.

Hace unos años, en su libro sobre el arte románico de Guadalajara en descampados, Arturo Salgado nos ilustró brevemente sobre Covatillas. Yo ya lo había hecho antes, en 1974, en mi libro inicial sobre los Monasterios y Conventos de la Provincia. El caso es que a mediados del siglo XIV el arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz creó un monasterio de eremitas y canónigos regulares de San Agustín en la localidad de Villaviciosa (de Tajuña) que era un aledaño de la gran villa castillera de Brihuega. Se trataba de un proceso muy similar al que en muchos otros lugares de España se había vivido en esa época. Entre otros, Lupiana, donde también un grupo de eremitas (de gentes de la aristocracia y burguesía de la ciudad de Guadalajara) tras vivir una temporada en cuevas y cabañas individuales, se juntaron para constituir no ya monasterio de vida común, sino toda una Orden religiosa, como fue la de San Jerónimo, el “maestro del yermo”. En Villaviciosa ocurrió el mismo proceso. Tras muchos años de existencia de núcleos eremíticos en cuevas de la margen derecha del río Tajuña, en 1347 Gil de Albornoz creó un monasterio de canónigos regulares, que por su mala gestión hubo de ser reformado enseguida, y en 1396 pasó a ser regentado por jerónimos, que pusieron de prior a fray Pedro Román, uno de los fundadores de San Bartolomé de Lupiana. Esta heredad de Covatillas, que hoy se conoce como “Las Casas del Peujar”, fue comprada por los jerónimos de Villaviciosa a Yñigo Nuño y Pedro de Horozco en 1434.

A lo largo de la orilla derecha del Tajuña, aún se ven algunas cuevas talladas artificialmente en los altos cantiles que la rematan. Así, por ejemplo, sobre la roca de Valdetinajos se ven los orificios de un par de covachas, y en llegando a Brihuega villa hay alguna otra, por la zona de Fuencaliente. Todas son expresión de un denso poblamiento eremítico entre los siglos de la Alta y la Plena Edad Media, que concluyeron en la creación de un centro organizado, a iniciativa del señor de esas tierras, el arzobispo don Gil de Albornoz, que lo fue de Toledo, en la primera mitad del siglo XIV.

La cueva de “La Covatilla” lleva este nombre desde ha más de mil años. Algunos le llaman también “la peña de la covatilla”, porque realmente se trata de un surgimiento rocoso calizo sobre la margen derecha del valle del Tajuña, que siempre fue muy visible y llamativa, aunque hoy (al menos esta primavera) se oculta entre densas masas arbóreas. En esa roca, destaca la caverna central, de embocadura elíptica, y un interior aplanado con paredes y bóveda cóncavas, muy evidentemente talladas por la mano del hombre. Hay que trepar sobre los salientes para acceder al hueco. La altura de subida es más o menos de metro y medio, lo que confirma (como en otras cuevas se ha visto) que cuando se talló y utilizó, hace más o menos 1.500 años, el acceso era a nivel de campo. La pérdida de terreno en torno a los roquedos se calcula en un milímetro por año, lo que equivale a 10 cms. por siglo. 

Además se ven otros huecos en el peñote: algunos habitables también, aunque más ventilados que el principal. Y otros simplemente esbozados en la roca, que bien pudieran haber servido como columbarios o almacén de reliquias para devoción de las gentes, como se ve en otros lugares rupestres que hubieron habitación. En el interior, como es obvio, no quedan restos manifiestos fechables. Tan solo señales de construcción de ladrillo, pero ni siquiera talla de cruces de calvario, como en otros lugares, o inscripciones. La belleza del entorno atrapa y deja poso. Y por ello recomiendo la visita de este curioso enclave eremítico, que ya queda bien referenciado con los datos documentales, y el entorno histórico y ambiental que he expuesto.