Las vidrieras artísticas de la iglesia de Santa María Micaela
Una visita admirada, una vez más, a la iglesia de Santa María Micaela en el barrio de Defensores. La iglesia que trazó y dirigió el arquitecto Velázquez Bosco, como esencia y suma de su fantástica creatividad. En la que hay mucho más que admirar que espacios y decoraciones. Las vidrieras, por ejemplo, son un prodigioso ejemplo de arte suntuario, que hoy analizo con asombro.
Detalles que siempre vemos, pero sobre los que parece discurrir la mirada sin aprehender su íntimo valor, su canción de color, su valor de pieza artística única. Eso es lo que ocurre con las vidrieras que luce la iglesia de Santa María Micaela, la que fue diseñada como capilla del conjunto de los “Asilos” de la Condesa de la Vega del Pozo. Sabido ya que fue a finales del siglo XIX cuando María Diega Desmaissières y Sevillano encargó al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco la construcción de un gran complejo arquitectónico en Guadalajara, para albergar ancianos, enfermos y gentes con problemas sociales y de inclusión social. Y sabido es que este profesional puso lo mejor de sí mismo, lo más exquisito de sus saberes y técnicas en conseguir un conjunto que hoy admiramos, constituido por el edificio central de los Asilos (que incluye el gran claustro central, la capilla, y espacios diversos) más el Panteón de la familia Desmaissières y López de Dicastillo, y la actual iglesia (hoy parroquial) dedicada a Santa María Micaela, en la calle/bulevar de su mismo nombre en Guadalajara.
El edificio sigue concitando la admiración de cuantos lo ven por vez primera, y el encomio del conjunto y sus partes se hace siempre fácil. Son los detalles, quizás, lo que aumentan todavía su valor, el interés por descubrirlos. Lástima que no hayan quedado los documentos del proyecto con sus detalles, porque todo estaba guardado en el Palacio de la duquesa en nuestra ciudad (el palacio hoy ocupado por el Colegio de Maristas) y en el verano de 1936 fuera asaltado, incendiado y destruido su interior por grupos revolucionarios destructivos.
Allí constarían los nombres, los encargos, los costes y los procesos de colocación de esas piezas que adornan hoy el Panteón, los Asilos y la iglesia que protagoniza este trabajo. Allí estarían los nombres de los artesanos musivarios (la tradición dice que venidos de Italia) que elaboraron los impresionantes mosaicos del interior del Panteón y sus muros y bóvedas. Allí estarían los nombres de los artesanos tallistas de los mármoles que componen los muros, las columnas, las pilas, las escaleras, etc, de todo el conjunto. Allí estarían los nombres de los pintores que aportaron obra, como el de Alejandro Ferrant, con su Calvario que preside el altar mayor del Panteón. Y los artistas que pusieron talladas efigies de San Diego y la Virgen de las Nieves, así como el mausoleo que sirve de enterramiento a la fundadora, este sí firmado por Angel García Díaz. Allí estarían los nombres de los ceramistas que fueron dando color y forma a tantos y tantos azulejos que pueblan el interior del conjunto, y que dan un toque amable de color al exterior de los edificios: aunque se sabe que Velázquez Bosco, con la orden de la dueña de no escatimar gastos, contrató con el afamado taller de Daniel Zuloaga, en 1912, la elaboración del conjunto de esas cerámicas. Y allí estarían, por fin, los documentos acreditativos de los contratos y proyectos de la colocación de las vidrieras multicolores que servirían para dar color a la luz que penetra en los edificios. Por las firmas que en ellos aún se ven, sabemos que ese conjunto precioso de vidrieras corrió a cargo de los talleres Maumejean, en concreto el regentado por los hermanos Juan y Enrique, en Madrid y San Sebastián.
Los Maumejean fueron una saga de maestros vidrieros, que heredaban técnicas de la más remota antigüedad medieval europea, y las actualizaban con nuevas tecnologías. El fundador, y gran artista de las formas y el color, fue Jules Pierre Maumejean, quien creó su empresa en la ciudad francesa de Pau, en 1860. De los cinco hijos que tuvo, todos dedicados al mismo quehacer, dos de ellos decidieron instalarse en España, y más concretamente en las ciudades de San Sebastián, y en Madrid, a las que en los inicios del siglo XX la Restauración borbónica había hecho crecer a un ritmo trepidante. Estos fueron Juan y Enrique Maumejean, que trabajando en común firmaban sus obras como “J. H. Maumejean Hnos”. La cantidad, y calidad, de vidrieras que de sus talleres salieron en los inicios del siglo XX fueron enormes. Hay libros que hablan de ello, como el “Las vidrieras de Madrid. Del modernismo al art deco” dirigido por Víctor Nieto Alcaide. Distribuidas por toda España, no hace mucho que visité un conjunto extraordinario que ellos dejaron por encargo de sus propietarios los Ciga y Fernández en el palacio y capilla del Señorío de Bertiz, en el Baztán navarro. Pero lo que pusieron en el vestíbulo del Hotel Palace, en la sede central del Banco de España, o en el Centro Comercial ABC Serrano, hablan por sí solos.
De esta factoría de vidrieros surgieron los cristales que cierran los ventanales de la iglesia de Santa María Micaela de Guadalajara. Son en total 15 ventanales al exterior y dos al interior, con vanos rematados en arco semicircular, y su luz partida por estrecho ajimez, lo que permite que cada ventanal tenga dos estrechas calles de ilustraciones. Salen así 34 vidrieras que se distribuyen, cada una, en 8 elementos gráficos puestos en vertical y rodeados de adornos geométricos y vegetales. En total, 272 ilustraciones, de las cuales la mitad son idénticas, representando un ramo de hojas de vid de plata sobre lecho rojo, que sirven para alternar con las otras 136 en que se representan las más variadas imágenes de la iconografía católica.
Hay tres vidrieras en la capilla del evangelio de la cabecera, tres en el ábside central del templo, y tres en la capilla de la epístola. Y se suman tres más en el muro del norte y otras tres en el muro del sur de la nave.
Sería largo de enumerar, explicar y dar razón del programa iconográfico de ese conjunto de vidrieras. Pero sí cabe decir ahora que en esos ventanales, coloridos y brillantes, podemos admirar imágenes de limpia ejecución plástica, en los que se representan las advocaciones marianas propias de la Letanía Laurentina, los Triunfos de Cristo o “Arma Christie” que simbolizan su Pasión, y algunos símbolos católicos como los animales del Tetramorfos y metáforas cristológicas. Todas ellas se repiten al menos 3 veces, hasta sumar esas 136 representaciones vidriadas y brillantes de color y limpias formas.
De esos elementos cabe mencionar los símbolos de Pulchra ut lilium, Regina rosarii, Vas honorabile, Turris ebúrnea, Pulchra ut luna, Rosa mystica, Oliva especiosa, Domus aurea, Foederis arca, Stella matutina, Regina Coeli, Electa ut Sol, Sedes Sapientiae, Civitas Dei, Janua Coeli, Speculum Iustitae, Fons hortorum, Agnus dei, Stella Matutina, y Regina Rosarii. Además, en las Arma Christi figuran la Cruz, el Gallo, la columna de los azotes, el martillo y la tenaza, la corona de espinas, la lanza y la esponja, el junco y las espigas, la copa en que beben palomas, la serpiente que envuelve a la cruz, el pelicano que alimenta a sus crías en su pecho, el Águila de San Juan y el león de San Marcos, un ostensorio, un candelabro de siete velas, y alguna otra ilustración más, que repetidas tres veces suman el total de 136 ilustraciones, magistralmente resueltas en dibujo y colores, que adornan esta colección insuperable de vidrieras. Otra joya patrimonial de nuestra ciudad que habrá que pararse a admirar cuando de nuevo se visite la iglesia (hoy parroquial) de Santa María Magdalena, en el barrio de Defensores. Su fecha de realización, y cotejando con otras obras del cristal de los Maumejean, debió estar entre 1915 y 1918. Dada la fecha de su muerte (marzo de 1916) la fundadora de esta institución no pudo llegar a verlas.