Lecturas de Patrimonio: el molino de Moyárniz
De ese patrimonio que apenas se ve, porque no tiene ni camino por el que llegar, también hay que ocuparse. De esos viejos molinos que daban vida y perfil a la ruralía del Henares. Un análisis del molino de Moyárniz, en el término de Cabanillas del Campo, a partir de la noticia que lo reconstruye, en los estudios de Mejía Asensio su Cronista municipal.
El molino de Moyárniz fue uno de esos grandes complejos semiindustriales que se levantaron en las orillas del río Henares, cuando este territorio entre Guadalajara y Alcalá tenía una vida boyante e industriosa. Todavía quedan restos del mismo, el contorno de sus edificios, la estructura de su compleja funcionalidad. Recientemente, lo ha estudiado Ángel Mejía Asensio, cronista municipal de Cabanillas, porque ese en ese término municipal, a las orillas mismas del río Henares, donde quedan sus restos.
Su asiento era primitivamente el poblado de Benalaque, un viejo poblado campiñero y henarense que tuvo vida propia, y que reunía muchos habitantes, muchas tierras, y el apoyo de sus señores, los Mendoza ubicuos. Hasta el punto de que fue allí, en Benalaque, donde Pedro Hurtado de Mendoza, uno de los hijos del marqués de Santillana, un gran convento para la Orden de Santo Domingo, y en su templo dotar el sitio donde a su muerte deberían ponerse sus restos, envueltos en un monumental catafalco de piedra tallada en góticos rumores. Ese convento terminaría por ser trasladado, cuando a Benalaque le empezaron a ir mal las cosas, a Guadalajara, elevándolo donde (entonces las afueras) hoy es el centro mismo de la ciudad, la plaza de Santo Domingo, en homenaje al fundador de su Orden.
Pero el molino de Moyárniz tuvo una vida mucho más larga que Benalaque pueblo, y que su dominico convento. Aunque la población, casi vacía, decidió anexionarse a Cabanillas en el siglo XVII, el molino permaneció, en alto y activo. Dice de él Mejía que “este molino fue vital, primero, para la subsistencia deunos habitantes que recurrían a él en época de crisis y carestía y, posteriormente, ya en los siglos XIX y gran parte del XX, llevando a cabo una destacada actividad harinera”. Se calcula que fue construido en la primera mitad del siglo XV, cuando el lugar era uno de los términos y cotos más queridos del marqués de Santillana. Dicen los documentos que pasó en herencia al hijo mayor del marqués, a don Diego Hurtado de Mendoza a quien los Reyes Católicos dieron el título de primer duque del Infantado, tras la crucial batalla de Toro. Y este señor vino a donárselo a sus hijas, Ana y Beatriz de Mendoza, habidas de su segunda esposa, Isabel Enríquez. Entonces se le llamaba “molino de Munárniz” y ellas lo consolidaron con un gran soto y una dehesa, que se añadían a las proximidades del Molino En años sucesivos pasó a ser propiedad de un gran potentado del valle del Henares, don Juan del Hierro, y en esa familia permaneció un par de siglos, aunque siempre con problemas económicos y de conservación, sobre todo porque el río a veces, en los otoños y primaveras, se desbordaba y le dañaba. Mediado el siglo XVII don Diego del Hierro y Lima se vio imposibilitado de mantener el molino, y aun su mayorazgo, vendiéndoselo al municipio de Cabanillas, que se lo fue arrendando sucesivamente a diversos molineros, aunque en el siglo XVIII pasó a ser propiedad de don Antonio Puche, regidor perpetuo de la ciudad de Guadalajara, y señor de las villas de Camarma de Esteruelas y Villaviciosa. Sus sucesores lo volvieron a arrendar a los vecinos de Cabanillas Francisco Cuenca y Teresa del Castillo. Finalmente, en 1749, se vendió al magnate mondejano don Luis López Soldado, tal como lo refieren los documentos del Castrato del marqués de la Ensenada. Y algo más tarde, hacia 1769, aparece como propietario de este molino don Mateo Ugarte de la Cruz y Aedo, vecino de Madrid. El caso es que esta instalación industrial siempre fue un goloso bien productivo, porque por sus maquilas pasaban toneladas de grano para ser convertidas en harina, base de la alimentación de la población española en tiempos pasados.
De muchas maneras se ha nombrado este molino de la orilla del Henares, y de muchos modos se le ha considerado. A su nombre actual de Moyárniz hay que sumar el de Montenis (que alguna vez se pensó que era otro distinto en término de Alovera), el de Munarnes, Munaines y Monaines, todo según los escribanos lo escribían, muchas veces “de oídas”. El caso es que este conjunto arquitectónico, hoy en ruinas y en progresivo deterioro, fue en su tiempo (medieval) eje del pueblo de Benalaque, que es ese barranquillo en el que acaba el actual Polígono Industrial de Cabanillas. Si uno llega hasta sus muros, podrá ver el complejo desarrollo, con muchos edificios anejos añadidos, aunque la construcción primitiva y central era la que albergaba el proceso de la molienda. Todo está ruinoso, y a pesar de ello hemos podido encontrar algunas imágenes de su conjunto, alguna hecha con fotografía aérea desde dron, y también el plano del conjunto que en 1984 publicó la Comunidad de Madrid en un interesante libro firmado por un equipo de arquitectos dirigido por José Luis García Fernández sobre “Patrimonio urbanístico, arquitectónica y arqueológico del Corredor Madrid-Guadalajara”.
La idea final que el cronista cabanillero, Ángel Mejía, lanza en favor de este edificio, es que por parte del Ayuntamiento de la localidad se arregle, se adecúe y ofrezca a la ciudadanía como un Museo o Escuela Taller, donde los jóvenes se informen acerca de esta arquitectura pretérita, y tengan el recuerdo vivo de un pasado que tuvo en la industria del trigo, la harina y los molinos su razón de ser. Precisamente el estar ubicado en una zona de alto desarrollo industrial y comercial ahora, propicia que ese recuerdo del pasado agrícola de la zona se mantenga, se preserve, y se muestra con orgullo.