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junio, 2023:

Lecturas de Patrimonio: el templo de Albalate de Zorita

albalate de zorita

La comarca de en torno a Zorita puede presumir de tener un patrimonio denso, variado, bien conservado y adecuadamente manifiesto. En siglos pasados, toda ella fue patrimonio de un señorío institucional, la Orden militar de Calatrava. Hoy me fijo en uno de sus pueblos, Albalate, y en su símbolo religioso más destacado, la iglesia parroquial de San Andrés.

Debo a mi buen amigo José María Camarero García, cronista oficial de Albalate de Zorita, un denso acopio informativo acerca del proceso de construcción de la iglesia de Albalate, y de los artistas y artesanos que labraron sus límites y formas. Lo concretó en un folleto que apareció gracias al mecenazgo del Ayuntamiento local y de Diputación. En esa información, recogida por Camarero en sus frecuentes visitas al archivo de la fábrica del templo, aparecen años de construcción y reformas, nombres de arquitectos y escultores, de pintores y organeros, de tal modo que se da un completo vistazo a la esencia formal de un templo que, además, alberga mensajes todavía ocultos y lenguajes iconográficos que deberían aclararse.

Un monstruo medieval en la portada de la iglesia de Albalate de Zorita, en la Alcarria de Guadalajara

Para describir lo que el visitante ve hoy, me remito a la descripción del templo que yo hice en 1983, y que figura en mi “Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara”. Allí oriento al espectador con estos datos: La iglesia de Albalate, tal como hoy la vemos, está hecha de fuerte fábrica de sillar, y muestra su arquitectura renaciente con contrafuertes en los costados, y un par de interesantes puertas. La principal está orientada al norte, y es partícipe de dos estilos artísticos que comulgan de lo que se llevaba en los siglos XV y XVI. Flanqueada de dos gruesos contrafuertes, el ingreso muestra un triple arco escarzano apoyado en sendas columnillas rematadas en capiteles de tema vegetal. El intradós de estos arcos está decorado con motivos vegetales y animales muy movidos y de nítido carácter gótico, mostrando entre ellos algunos temas zoomórficos de tipo fantástico que doy en imagen junto a estas líneas. Un gran arco trilobulado, ornado por cardinas y florones, circuye al vano del ingreso, e incluye dentro otro picudo remate con grandes ornamentos vegetales, exhibiendo una infrecuente combinación de formas geométricas que viene a caracterizar a esta puerta dentro del aspecto más barroco del gótico isabelino, aunque su factura fuera posterior. Dentro del trilobulado arco hay una ménsula o repisa, hoy vacía, escoltada de los escudos simbólicos de San Pedro y San Andrés. Toda esta estructura gotizante va enmarcada, a su vez, por dos altas pilastras adosadas y rematadas en capiteles, que se cubren por un sencillo friso, sobre el que apoya venera que culmina el conjunto. Es en esas jambas y friso donde aparecen los elementos ornamentales más característicos del estilo plateresco: grutescos, plantas irreales, animales fantásticos mezclados con ellas, etc., en un abigarrado conjunto de renacentista espíritu. Sobre las hojas de madera de la puerta, luce hoy todavía una buena guarnición de clavos, y un par de aldabones, de los buenos que en forja popular se ven hoy en la provincia.
La puerta que se abre en el muro del sur, ante un patiecillo sin comunicación con la calle, es de simple trazado renacentista, de la mitad del siglo XVI, y presenta un par de pilastras laterales rematadas en capiteles, friso que los une y florones. Guarda buenos clavos de cazoleta tallados en cruz y una buena cerraja de forja.

Además de las puertas, el interior del templo de Albalate muestra su gran arquitectura espacial dividida en tres naves que se separan por cilíndricos pilares rematados en anillos de decoración de bolas, y de los que arrancan las bóvedas de crucería, con complicados y bellos dibujos. Al fondo del templo, en su cabecera presbiterial, se levanta dorado y magnífico el retablo mayor, que es obra barroca con columnas, basamentos, frisos y paneles de dorada y prolija decoración. En lo alto muestra un buen cuadro con el martirio de San Andrés.

Nos revela Camarero la secuencia constructiva de este templo, que él ha encontrado en documentos. Desde la Baja Edad Media, y quizás aprovechando el lugar de una primitiva mezquita muy simple, se alzó en los siglos de la repoblación un templo que tendría formas románicas. Pero en el reinado de Isabel y Fernando se necesitó aumentar el espacio del edificio, y se acometí una nueva construcción, en tres fases. La primera, entre 1488 y 1501, se derribó el ábside románico colocando en su lugar la actual capilla mayor de planta cuadrangular sobre la que se alza el cuerpo de campanas. Los maestros de obras fueron los hermanos Pedro y Gonzalo Arvejo. Estas obras fueron inauguradas por el obispo de Sidonia el 25 de septiembre de 1501. Puede considerarse esta capilla mayor como de estilo gótico tardío, con decoración floral de cardinas.

La segunda, entre 1527 y 1542, consistió en derribar el resto del templo románico y levantando sobre su espacio el actual templo de tres naves, los pilares que las separan, las bóvedas de crucería que las cubren, y las dos portadas que permiten su acceso. La traza del conjunto fue dada por un joven Alonso de Covarrubias, trabajando ya para el arzobispado de Toledo, aunque la dirección de la obra se encargó a los arquitectos hermanos Miguel y Martin Sánchez de Yrola. En 1528 la tasación y vigilancia de las obras la siguió haciendo Covarrubias, al que se vió siempre muy ligado al templo albalateño.

En una tercera etapa, entre 1545 y 1549, se remató el conjunto construyendo el bloque de los pies del templo, en los que se incluía el coro alto, y bajo el mismo un baptisterio, todo ello también diseñado y dirigido por Alonso de Covarrubias. En ese espacio se colocó la estupenda pila bautismal, labrada en alabastro en 1545 por Juan de la Sierra, quien también talló sendas pilas para el agua bendita, hoy desaparecidas. Esta pila, obra del maestro montañés enmarcado en el círculo covarrubiesco, destaca por la decoración que presenta, con seis querubines y una calavera alada sin maxilar inferior, apoyada sobre un pedestal con esculturas de bichas aladas sobre una peana cuadrada con rica decoración en sus cuatro lados. 

El interior del templo de Albalate sufrió en el verano de 1936 el ataque destructivo de grupos de milicianos venidos desde Madrid, dejando el espacio prácticamente vacío de elementos muebles. Se salvó “la cruz del perro” patrona del pueblo, porque alguien la guardó secretamente, y solo en el último momento, cuando ya lo habían amarrado con sogas para su derribo, se salvó el retablo mayor dedicado a San Andrés. 

Es esta una destacada obra barroca en estilo churrigueresco, realizado en madera recubierta con pan de oro por el maestro retablista Juan Alonso Pedroso, entre 1704 y 1707. Su traza la dio Felipe Sánchez, arquitecto zaragozano autor de los iniciales proyectos para la basílica del Pilar de Zaragoza, así como la capilla con panteón del subsuelo del convento de San Francisco de Guadalajara y que fue nombrado en 1709 maestro mayor de los Reales Sitios.

Y así nos lo describe Camarero García, que lo ha valorado y estudiado con tanto detalle: “El retablo se ajusta perfectamente a la composición interior de la capilla… Consta de un predela o banco, dos cuerpos y tres calles. El banco fue realizado por los maestros alarifes vecinos de Almonacid de Zorita, Pedro y Gerónimo Jordán. La calle principal está flanqueada por columnas salomónicas de las que cuelgan racimos de uvas. En el cuerpo principal de esta calle hay una hornacina trilobulada con una pintura del Monte Calvario que alberga un cristo de nueva factura. Y encima aparece en cuerpo que corona el retablo, donde se ubica un gran lienzo que representa el martirio de San Andrés, obra del pintor Alonso de Higuera.

Las calles laterales enmarcadas también con grandes columnas salomónicas, y de abajo arriba, presentan unos marcos con fondo azul que albergaron las desaparecidas pinturas de San Cosme y San Damián, obras también de Alonso de Higuera. En el segundo cuerpo unas hornacinas enmarcadas por pequeñas columnas salomónicas donde se sitúan modernas imágenes del Corazón de la Virgen y del Corazón de Jesús y que en origen estuvieron ocupadas por las de San Pedro y San Andrés. La coronación del retablo que se adapta a la bóveda apuntada está decorada por querubines. Delante del altar destaca un magnífico tabernáculo con forma de baldaquino, una buena talla rematada con una cúpula que descansa sobre columnas salomónicas”.

Además de todo esto referido, el templo de Albalate aún nos muestra la capilla de la Santa Cruz, en la que amparada por un retablo moderno se venera la Santa Cruz Aparecida, pieza destacadísima de la orfebrería románica. También son de considerar los órganos, de los que el más moderno y espectacular es el que hizo en 1812 el maestro organero Bernardo Berdalonga. O la sillería del coro, de mediados del siglo XVIII, incluso las campanas, que hoy son tres y rememoran las muy antiguas que hubo, desde principios del siglo XVI.

Podría seguir describiendo y declarando más detalles de este templo inigualable, pero se me acaba el espacio para hacerlo. Recomiendo a mis lectores la visita detenida de este templo alcarreño.

Las cuevas bodega de la provincia de Guadalajara

Bodega de Villaflores

Tierra de vinos, como toda la península, y especialmente esta zona de Alcarria, soleada y tibia, nuestra provincia ha visto crecer a lo largo de los siglos unos espacios mínimos, profundos (porque están bajo tierra) y olorosos. Las cuevas para guardar el vino y los espacios en que con unos mínimos trebejos y astucias procedimentales se elaboran, han sido (y en algunos casos siguen siendo) templos de alegría y espacios de amistad.

Hoy dedico mi espacio a comentar, a dar a conocer, a aplaudir sin reservas, un nuevo libro que viene a completar el conocimiento de nuestra tierra. Y lo hace como se debe: con escueta sabiduría, con muchas imágenes, con planos detallados, con referencias claras a lo leído, a lo aprendido y a lo observado.

El libro se titula “Las cuevas-bodega de Guadalajara” y lo firma Tomás Nieto Taberné, arquitecto y estudioso de la arquitectura popular española.

El libro es hermoso y contundente. Con muchísimas fotografías y denso repertorio de dibujos, planos y alzados. Con ello nos viene a entregar, con visos de absoluta y original novedad, un tipo de arquitectura para la que hasta ahora no se había hecho estudio alguno. Se trata del examen de las cuevas dedicadas a bodega de elaboración y almacenaje de vino en la comarca de la Alcarria. Un tipo de arquitectura antigua, esencialmente de raíces populares, que actualmente se va perdiendo (hundiendo por abandono y deterioro) debido a que al menos en esta tierra cada vez se cultiva menos la vid y apenas se preparan vinos en el ambiente familiar y rural.

Aunque son de variada procedencia los análisis que a este respecto hace al autor, predominan los situados en la comarca de la Alcarria, tradicionalmente dedicada entre otras cosas al cultivo de la vid. Y más concretamente se extiende en el análisis de las cuevas-bodega de Horche, Pastrana, Gárgoles, Trillo y muy en especial las de Ruguilla, de cuyo conjunto hace un estudio completo, exhaustivo, y con visos de catálogo definitivo. Además añade algunos ejemplos espectaculares de cuevas, en ámbitos diferentes del meramente rural, como el conjunto palaciego de Valdeavero-Valdeaveruelo, el poblado de Villaflores en las cercanías de Guadalajara, y el antiguo Balneario Real de Trillo.

Un libro con poco texto, pero muy claro y rotundo, y muchas ilustraciones, tanto en fotos, generales y de detalle, como planos, secciones y conjuntos de edificios. El mejor calificativo para esta obra es el de “imprescindible” para quienes se van haciendo con una biblioteca alcarreñista: además todo lo relativo al patrimonio cultural, y muy en especial el relativo a la arquitectura rural, está aquí contemplado en esencia.

Una voz de alarma

Además de lo arriba expuesto, en cada página se añade alguna sorpresa: belleza imágenes, información detallada, y minuciosos croquis, o planos, de esas cuevas en las que, me consta, el autor ha entrado a oscuras, entre escombros, con peligro real de hundimientos, y se ha dedicado allí a medir y trazar, obteniendo estos planos que son merecedores de un aplauso.

En el repaso del libro, que cuenta con casi 400 páginas, me encuentro una perla que no me esperaba. Lo reconozco: no conocía este dato, a pesar de saber de Villaflores desde mi primera infancia, porque ese poblado agrario que fundó la Condesa de la Vega del Pozo, y que mandó construir al arquitecto de primera fila Ricardo Velázquez Bosco, hace poco más de 100 años, fue siempre un referente de la felicidad: aspecto, ubicación, destino, paisaje… todo ello, por mor de los cambios de propiedad, y en última instancia por el imperdonable abandono al que su actual propietario, –el Ayuntamiento de Guadalajara–, le ha sometido, está por los suelos, hundido, vandalizado, perdido ya para siempre.

Pero de todo lo que allí ví durante años, de lo que luego he ido sabiendo, y lamentando sus pérdidas, aún me quedaba por aprender que una de las humildes edificaciones acompañantes era la Bodega del conjunto, un lugar doble, con un edificio de única planta, accesible desde el exterior, con dos espacios, en uno de los cuales estaba todo el conjunto de instrumentaciones para la elaboración del vino (vertedero, pilo y prensas) y en el otro un amplio cocedero donde había 26 grandes tinajas (de 2,50 mts. de altura cada una, y 1,40 de diámetro), accesible desde una plataforma de madera elevada que permitía su tratamiento individual. Tras unas escalerillas en descenso, y bajo tierra, el largo túnel dividido en forma de Y, ancho, con tinajas a los lados en sus respectivos senos, cubierto de bóvedas de arista sobre pilastras, y otras bóvedas de cuarto de naranja, todo ello (como dice Nieto) “de una excepcional ejecución”. Tan excepcional, que la obra fue firmada por Ricardo Velázquez Bosco, el arquitecto que también firmó el Ministerio de Fomento (hoy Agricultura, frente a Atocha), el Pabellón de Cristal del Retiro, o el Panteón de la duquesa de Sevillano. Algo único, maravilloso, que podríamos hoy disfrutar y mostrar con orgullo. Pero no: el abandono y el consentimiento del vandalismo ha hecho que hoy todo eso esté arrasado. Hasta los cimientos. Una verdadera vergüenza, para cuantos somos de Guadalajara, y especialmente para quienes han asumido la responsabilidad de cuidar, y siempre mejorar, la ciudad.

Datos del libro

La esencia de esta breve información la he tomado pasando páginas y leyendo entero el libro que comento. Su autor es Tomás Nieto Taberné, un estudioso incansable, un sabio de los espacios y las edificaciones. Su título es “Las cuevas-bodega en Guadalajara” y la edición ha corrido a cargo de la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, habiendo salido de imprenta en la primavera de 2023. Su tamaño es de 17 x 24 cms. Las páginas que lo conforman 352 páginas y las ilustraciones incontables, en color y blanco y negro. Por si a alguien interesa, añade estos datos: ISBN: 978-84-19505-00-2 y precio en librerías (físicas y online), 15 €.

Es esta la obra ganadora del Premio “José Ramón López de los Mozos” de Investigación Etnográfica 2021, convocada por Diputación de Guadalajara para premiar de entre las presentadas la mejor obra referente a temas etnográficos de esta provincia. El autor, un prestigioso arquitecto, estudioso del patrimonio arquitectónico, y urbanístico, con una acreditada tarea de proyectos, y un bagaje académico en el que figura el de ser académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes. Su trayectoria en torno al estudio y protección del patrimonio arquitectónico culto y popular es muy larga, y con este premio viene a demostrar su continuidad en el trabajo y en el buen hacer respecto al estudio y protección de estas materias.

Valverde de los Arroyos, latiendo de nuevo

valverde de los arroyos

Este domingo próximo va a sonar y tomar vida la Fiesta de la Octava del Corpus en Valverde de los Arroyos. Un año más, desde ya muchos siglos, la aldea serrana cambiará su oscuro tono pizarroso por el multitonal arrullo de los trajes de sus danzantes. Y con este motivo, nace un libro que es toda una revelación, y un regalo.

Con el apoyo imprescindible de la Diputación Provincial, y el trabajo de varias personas en su torno, acaba de aparecer un libro que muestra la secuencia fotográfica de Valverde de los Arroyos a lo largo de los últimos cincuenta años, que son los que empleó Santiago Bernal Gutiérrez para retratar a este pueblo serrano desde todos los ángulos posibles.

De hecho, el índice del mismo es ya la explicación de su contenido, de sus intenciones. Mañana se presentará, ante el pueblo entero, este “Libro Fotográfico de Valverde de los Arroyos”, que viene a mostrar, de forma clara y diáfana, sus intenciones. Se inicia con unas breves palabras de José Luis Vega, presidente de la Diputación Provincial de Guadalajara, y de otras de José Luis Bermejo Mata, alcalde de Valverde de los Arroyos. Sigue (en realidad se inicia) con un Prólogo de Jesús Orea Sánchez, y luego van sucediéndose los capítulos que tienen a Valverde por protagonista, visto con diferentes cristales de aproximación. Así, el capítulo uno se dedicada al lugar, el segundo a la Fiesta de la Octava (el más nutrido de fotos, como cabía esperar), el siguiente a sus gentes, el cuarto a la Naturaleza, variada e impactante, y el último a la tradición y costumbres. Un epílogo que firma Mario Bernal, el hijo de Santiago, con documentos varios tomados de la revista “La Voz del Pueblo”, manuscritos del autor, homenaje que le rindió la villa en 2017, etc. De esta manera, Valverde queda retratado en su integridad.

Del prólogo (magistral) que Jesús Orea Sánchez escribe para abrir y ofrecer el libro, entresaco estas frases que tan bien lo definen: De ese eterno y gran amor ha surgido este excelente libro fotográfico sobre el país del Ocejón, la montaña más señera de la provincia… enhiesto faro-guía de las guadalajaras desde cuya cumbre se divisa un auténtico laberinto de luces en ocaso y en sus canchales de pizarra se forman anfiteatros del agua. ¿Quién ha dicho que las piedras no tienen alma? En Valverde tiene alma hasta el reino mineral y las fotografías de Bernal la han captado.

Este domingo será la gran fiesta anual de Valverde: los cofrades de la Cofradía Sacramental de los Hermanos del Señor, ataviados a la antigua usanza de sayas y camisas blancas, mantones bordados y copetes de multicolores flores, acompañarán la representación divina por las cuestas de pueblo, y danzarán con sus viejos pasos ante la mole del Ocejón. Todos quedaremos en silencio, mientras ellos evolucionan. Y la tarde anterior, o sea, la de mañana sábado, en El Portalejo, se presentará este libro que es como el resumen de tanta vida. A mí personalmente, el capítulo que más me gusta es el de sus gentes. Por el carácter que sus páginas asoma, y por la perfección con que Bernal captó a esas personas que gracias al fotógrafo se han convertido en personajes.

Creo que vale la pena reproducir las palabras que el Dr. Alonso Gordo, cronista oficial de la villa, escribe en el inicio de su documentado trabajo, complemento imprescindible de las fotos, alma del libro: Valverde de los Arroyos, uno de los pueblos más bonitos de España, ya había sido declarado como tal por Santiago Bernal, que siempre fue un enamorado suyo. De ello dan fe las innumerables veces que visitó el lugar y sus alrededores, con su familia, con el Club Alcarreño de Montaña, con los amigos de la Agrupación Fotográfica… Y de ello dan fe también las incontables imágenes fotográficas que realizó con sus cámaras y que han quedado para la posteridad.

Por dejar que sean otros los que hablen del libro, y le meriten, dejo caer aquí las palabras que el Grupo de Danzantes dedicaron a Bernal, y que ahora en la contraportada del libro lucen como resumen cabal de la obra. Fueron escritas cuando le hicieron el homenaje a Santiago Bernal: 

Con tu cámara has levantado acta de la naturaleza privilegiada de Valverde, de sus fiestas, de sus costumbres, sus tradiciones y quehaceres… del modo de vida en el medio natural donde habitan sus gentes, unas gentes hospitalarias y acogedoras, amantes de las costumbres y tradiciones heredadas de sus mayores, poco dadas a la ostentación… según palabras de Layna Serrano con las que trató de caracterizar a los habitantes de la serranía. Naturaleza y gentes que te han cautivado y te has llevado en tu cámara y en tu mente, pero sobre todo en el corazón.

Es finalmente su hijo Mario Bernal, promotor de la obra, y quien junto con su madre (recientemente fallecida) y sus hermanos, propusieron esta actividad de memoria, que es al mismo tiempo un escaparate de lo mejor de nuestra Tierra/Sierra, quien en breves palabras resume la intención de la obra: 

Él sentía que era necesario publicar el libro en gratitud a las gentes de este precioso pueblo de las serranías de Guadalajara. Este, por tanto, no es solo un libro de Valverde, es un libro para Valverde.

En más de una ocasión me recordó que le tenía que ayudar con esta  tarea: ”no quiero morir sin ver publicado el libro de Valverde”, me decía de forma recurrente.

El 25 de junio de 2017 fue la última vez que acudió a Valverde de los Arroyos. El motivo no podía ser más emocionante: el sentido homenaje que le dedicaron el pueblo y sus danzantes el día de La Octava del Corpus de ese año.

Fue un momento conmovedor para él. Las circunstancias hicieron que fuera la última vez que visitó Valverde. Como todos los años que asistió a la Octava, realizó algunas fotografías que se han convertido, finalmente,en las últimas imágenes por él tomadas de un lugar muy especial y querido, al tiempo que lleno de amigos.

Todo ello conforma un singular monumento. Porque si Valverde de los Arroyos es ya, sin duda, un galeón de imágenes que representan con poder y méritos a la provincia toda, este “libro fotográfico” con la firma de Santiago Bernal es el mejor cuadro de la exposición. Mañana, por la tarde, junto a la iglesia, entre la fuente, el juego de bolos y la torre de las campanas, nos juntaremos un montón de amigos de Santiago, de sus hijos, de su obra. Y le evocaremos en las imágenes que él supo captar y que, milagrosamente, volverán a recibir reflejos, luz solar y la admiración de todos.

Cañizar y su toponimia

cañizar y su toponimia

El pasado sábado 27 de mayo, en la iglesia de Cañizar, se presentó un libro que ha escrito su párroco, que es además licenciado en Historia, y analista en detalle de la geografía y el paisaje de ese lugar de la Alcarria. Un libro hondo de saberes, muy especial por cuanto defiende la Naturaleza con todas sus fuerzas.

Tuve la suerte de asistir a la presentación de la obra “Cañizar y su toponimia” en la iglesia de Cañizar, apoyando al autor y párroco (también licenciado en Historia por la Universidad de Alcalá) don Jesús Sánchez López, quien a sus saberes históricos y patrimoniales, añade un hondo sentimiento de admiración y protección hacia la Naturaleza. Este libro que ha presentado, y que me ha honrado dejándome que lo prologue, viene a tratar de un pueblo de la Alcarria, haciéndolo desde sus raíces más primigenias y sencillas. Desde la propia tierra. Sacándole lustre a los nombres de sus caminos, de sus fuentes, de sus navas y cerros.

Es un libro que trata de Toponimia. Y así de inicio, y para aquellos lectores que aún no se lo hayan planteado, debo preguntarme al inicio de todo ¿“Qué es la Toponimia”? Pues la Toponimia es, según el Diccionario de la Real Academia Española, “el conjunto de los nombres propios de lugar de un país o de una región”. Pero también es “la Rama de la Onomástica que estudia el origen de los nombres propios de lugar, así como el significado de sus étimos”. En definitiva, y para entendernos, la toponimia estudia los nombres propios de un lugar. La palabra proviene del griego –topos (lugar) -nimia (nombre). Se ocupa de investigar el origen, significado y tratamiento de los nombres geográficos.

Y ahora cabe preguntarse –¿Cuántos topónimos habrá en Cañizar?– No los he contado, aunque sí me he paseado sobre sus nombres. Hay cientos, muchos… Todo en el municipio tiene un nombre, todo está señalado, y antiguamente todos sabían de qué se hablaba, cuando se decía “el camino de la Galleguilla, el pago de Espantazorras, o la Cueva Caballera”.

En esta obra que tiene raíces muy hondas en la tierra, el autor don Jesús hace una clasificación general, con el objeto de organizarse, de dar claridad a este lío de los nombres. Y así crea capítulos relativos a los topónimos según expresen formas, accidentes geográficos o topónimos que tengan que ver con los vegetales, los animales, los seres humanos, o las figuras de la religión como Dios, la Virgen y los santos. En todo caso, a mí me parece sorprendente como cualquier recoveco del término municipal tiene su apelativo, y sirve para identificarlo. En el libro añade varios planos, y muchas fotografías, que aportan veracidad a lo descrito.

Por ejemplo, al inicio se entretiene en buscar todos los topónimos que tienen que ver con los caminos. Y así describe los tres principales de la zona, entre los que Cañizar quedaba: el Camino Real a Zaragoza por el valle del Henares, el que iba por el valle de Torija y luego seguía por la meseta de Trijueque y Algora (el Camino Real de Aragón mas clásico), y el Camino del Badiel. Pero otros caminos pequeños, a los que llama sendas, y que son anóminos (los sendajos, las senducas) o llevan su apelativo brillante como “la Brioca” (el que iba a Brihuega), “Las Olivillas”, “Los Carboneros” “el Carrascalejo” y “la Sendilla Empedrada”. Sigue luego con ese inicio de topónimo que tanto se usa en la Alcarria como es el “Carra…” que inicia la denominación de cientos de caminos. Aquí en Cañizar tenemos el clásico “Carralafuente” (el camino que lleva a la fuente) y el “Carralavieja”, el camino que lleva a algún despoblado, a algunas ruinas herederas de un lugar antiguamente poblado. Esta es la esencia de la toponimia: el nombre de los caminos. Que se atribuyen también a los animales que por ellos andan, como la zona de “Las Cabrillas” que,–nos aclara don Jesús– no eran cabras pequeñas, sino una especie de caracoles de secano, más “la lebrera” por donde se veían muchas liebres, “la culebra” donde alguien se vió sorprendido por el serpenteante animal, “la pesquera” donde se iba a coger peces (más bien pececillos de poco fiste) o “los aguilares” donde posaban estas aves. Y todavía los androtopónimos con nombres y apellidos de personas, a los que se les perdió la pista, pero que dejaron su nombre en los caminos, como “la cuesta de Juan Gil”, o “la Galveña”, poniendo a otros pagos el apodo de los populares, como el “correcapas” o la alusión a las cosas menudas y sin valor, que acabaron siendo aquí “La Zurrundaja”, una especie de limbo donde va lo que ya no existe.

Otro aporte importante de este libro es el análisis de los topónimos de los Despoblados que hubo en torno de Cañizar. Eran estos los llamados San Pedro, San Vicente ó Sovargas, Barrecas, Malvecino y Zambranos. De ninguna de ellos queda en pie una pared siquiera. Se sabe el lugar donde estuvo, se puede ver su horizonte paisajístico reducido a campos de labranza y sotos escuetos. Pero lo curioso es que de todos ellos ha quedado no solo el nombre y la localización, sino también un conjunto de topónimos que hoy los habitantes (los pocos que van quedando ya) de Cañizar identifican fácilmente.

Finalmente, acaba todo ello con el análisis del topónimo mayor, del nombre del pueblo: CAÑIZAR, para el que don Jesús hace un análisis detallado, con muchos detalles y reflexiones. Entre ellos se pregunta sobre de la palabra, y finalmente elige el significado de 

“una derivación de “cañas” o de un “lugar de cañizos”, como conjunto de “cañas”: esa es la imagen que lo define en su escudo municipal, y todavía queda un lugar emblemático de cañizos en una de las antiguas tejerías, junto al camino que lleva al cemen­terio”.

El tema que me propicia comentar la aparición de este libro, concretamente la toponimia de nuestros pueblos, da para varias reflexiones añadidas. Pero quizás la más importante sea la utilidad que esta ciencia onomástica tiene hoy para nosotros.

Siempre me ha interesado el tema. Por eso va ya para muchos años que me ocupé de ella, a propósito de un lugar del Señorío de Molina en el que particularmente me centré, como fue Tartanedo. Y escribí un largo trabajo que por ahí andará semiescondido en alguno de los libros que he firmado. Se titulaba “Los Cien Nombres de Tartanedo”. Incluso desde una perspectiva divulgativa, trabajé para que un libro capital en este tema, cual es el Diccionario de Toponimia de Guadalajara que escribió Ranz Yubero, pudiera salir adelante, y ser consultado por muchos lectores. Y el libro de los topónimos del lugar de Tordelrábano, de Chicharro Ranz tuvo las mismas oportunidades. 

En definitiva, la pregunta sería –“¿Para qué sirve la toponimia” Y la contestación ha de ser: –“Para sobrevivir, para orientarnos, para mantenernos vivos sobre el mundo”.  Porque cuando a los lugares les damos un nombre, y se lo damos con sentido, les sumamos dos valores: el primero, recordar algo, un hecho, una característica, una figura, un personaje. En esencia: conmemorar. Y el segundo señalar con precisión un lugar que es por todos conocido. Y eso es orientar.

Por eso este libro de la Toponimia de Cañizar me ha gustado tanto, y no puedo pasar sin recomendarlo a mis lectores. Porque van a disfrutar con él, van a prender mucho, y van a ver el mundo de otra manera. Sobre todo, van a conseguir mejorar su punto de vista sobre la Naturaleza, y ponerle un nuevo objetivo a sus caminares y sus rutas: saber el nombre de los lugares por donde se pisa.

Fray Alberto de la Madre de Dios

fray alberto de la madre de dios

De los arquitectos españoles que en el Siglo de Oro levantan edificios y hoy quedan para su admiración, nos habíamos olvidado de uno, importantísimo, que paseó sus saberes por la tierra de Guadalajara: el cántabro Alberto de la Puebla y Cos, luego conocido como Fray Alberto de la Madre de Dios al entrar en religión y levantar multitud de conventos carmelitas.

En la pasada Feria del Libro de Guadalajara 2023, en la carpa central hubo una mañana en que se celebró la presentación de un libro que por varios conceptos debería ser calificado de memorable. Es uno de ellos, la maquetación y el aspecto, algo tan importante en un libro para que despierte las ganas de su lectura. Y otro su contenido, preñado de nuevos datos investigativos sobre un personaje que, a partir de esta obra, deberá ser puesto en las primeras líneas calificativas de los artistas españoles de la arquitectura. El libro lo firman los profesores José Luis García Martínez y José Miguel Muñoz Jiménez (este último fue quien se encargó de presentárnoslo a la docena de alcarreños que acudimos al acto), lo edita la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, y se titula “Fray Alberto, arquitecto (1575-1635)”. De las 382 páginas de que consta, también nutridas de fotografías y planos, debería tratar de resumir algo para centrar a este personaje, al que algunos ya conocíamos, pero al que ahora puede dársele una dimensión mucho más amplia.

Para empezar, reflejar aquí el texto que figura en el folio 423 del “Libro Becerro del convento de San Pedro de Pastrana” que se conserva hoy en el Archivo de los Carmelitas Descalzos de Toledo: … por su gran capacidad y virtudes hicieron mucho caso de su persona no solo nuestros padres superiores sino también los muy católicos i santos Reyes Felipe tercero i doña Margarita de Austria su mujer que en gloria sean i a su imitación todo lo mas ilustre i noble de España. Fue tenido por uno de los mas acertados i eminentes arquitectos della i como de tal estimado su voto i elección en qualquiera obra grande que se ofreció en su tiempo.

Esta nueva biografía pone al personaje a la altura que se merece, como el primer arquitecto del barroco español, el que introduce las primeras formas barrocas en Castilla, como diría el profesor Chueca Goitia. Según los autores de esta obra, los datos descubiertos permiten establecer tres etapas artísticas en fray Alberto, aparte de sus años de formación. La primera etapa sería la de juventud (1598-1609), que se correspondería con sus inicios constructivos en Portugal, sus aportaciones en San Hermenegildo y San Cirilo, y los conventos de Barcelona, Uclés, Évora, Soria, etc. La segunda sería su etapa de plenitud o etapa cortesana (1610-1618), en la que el artista trabaja para el duque de Lerma, los reyes y una buena parte de la nobleza; y la tercera etapa, la de madurez (1618-1635), estaría marcada por su salida de la Corte, y su “exilio” en Cuenca primero, bajo el mecenazgo del obispo don Andrés Pacheco, y después en Pastrana, donde falleció y quedó enterrado.

Nació en Santander, en 1575, en una casa-palacio que (curiosamente) estaba pegada a la de Juan de Herrera, otro gran arquitecto hispano que le ayudó en sus inicios. Perteneció a una familia de ricos burgueses, constructores de barcos, comerciantes y marinos, que le dieron excelente educación y formación, y por su cuenta echó a volar por el mundo, ayudado por una sociedad que vió su valía y le fue aupando a empresas de responsabilidad cada vez más alta.

De su educación, conviene resaltar el conocimiento que tuvo de los grandes tratados de arquitectura, desde los más clásicos a los contemporáneos. Muchacho fraguado en la lectura y las bibliotecas, se alzó conocedor de todos los misterios de la profesión de una forma autodidacta. Luego llegaría a ser, tras su incansable actividad de 40 años de profesión, uno de los faros de la arquitectura, sirviendo a fray Lorenzo de San Nicolás como referente absoluto de su famoso “Tratado”. Los autores afirman que fray Alberto fue “el máximo impulsor de las novedades del primer barroco, el iniciador de un nuevo estilo en el entorno cortesano y su área de influencia, las dos Castillas y Portugal”. Desde la Corte española, desde la casa de Lerma como detentadora unos años del poder político, y desde las órdenes religiosas, universidades e instituciones promotoras, fray Alberto de la Madre de Dios fue señalado como «persona de mucho crédito, fama y opinión». El primer tercio del siglo XVII le tuvo, en España y Portugal, como el referente de los espacios, las medidas y los ornamentos de un país que estaba en la punta de la consideración mundial. Si él construye el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, el colegio de Málaga en la Universidad de Alcalá, o el palacio ducal de Lerma, es por algo. Sería el propio don Francisco de Sandoval, en 1618, quien afirmaría que los edificios que ha construido y construye… se dieron por traças y condiciones del padre fray Alberto de la Madre de Dios, carmelita descalço, el qual asistió al dar las dichas obras, concertándolas con los maestros que las açen…. Fue él quien decidió contratar, para que continuara dirigiendo las obras por él trazadas, a Gómez de Mora.

De la obra de fray Alberto han quedado muchas huellas en Guadalajara y su provincia. En otras ocasiones lo he destacado, pero aquí conviene, a la que hablo de este “redescubrimiento” del arquitecto carmelita, decir cómo se ha constatado por suyas las siguientes piezas de nuestro patrimonio, en orden de menor a mayor importancia:

La cabecera de la iglesia parroquial de Yunquera de Henares, que comenzó Alonso de Covarrubias y su equipo en el siglo XVI, fue acabada por fray Alberto.

También la cabecera del gran templo-colegiata de Pastrana, mandado levantar por el poderoso obispo franciscano Pedro González de Mendoza, fue rematada en 1625 por nuestro personaje.

Lo mismo puede decirse de la iglesia del convento carmelita de Cogolludo, que él dirigiría hacia 1622.

Con gran probabilidad, por estilo y época, los autores del libro asignan a fray Alberto la autoría de la iglesia de San Juan del Mercado, de Atienza, y el colegio de San Buenaventura para Niños Cantores de Pastrana.

En Guadalajara levanta, ya en los últimos años de su vida, el convento de las Carmelitas de San José (las “carmelitas de abajo”) cuya iglesia se alzó en 1625 gracias al mecenazgo de la duquesa del Infantado, doña Ana de Mendoza, y que hoy pasa por ser un ejemplo sumo, sencillo pero elocuente, del mejor barroco español.

Le siguió el convento de los Santos Reyes, también para carmelitas, de Guadalajara, que se trazó por fray Alberto en 1632, y que dio lugar a una intervención urbana de consistencia, creando ante él una plazuela escoltada por los edificios conventuales.

Finalmente, mencionar la construcción, de su autoría, de la iglesia y convento de los carmelitas de San Pedro, en Pastrana, de hacia 1630, con una fachada que es obra neta, con su escalinata delantera, su combinación de piedra y ladrillo, su hornacina central y escudos laterales, obra de hacia 1630, y que le permitió definir un estilo que hoy es reconocible por cualquiera que tenga el gusto de ponerse a admirar las obras arquitectónicas de siglos pasados. Fray Alberto de la Madre de Dios, que por entonces residía en ese convento, finalmente en él murió, en 1635, y quedó enterrado humildemente en su cementerio, siendo hoy su tumba inencontrable.