Lecturas de patrimonio: la arquitectura negra serrana
De muchos modos se puede valorar la arquitectura popular existente en la provincia de Guadalajara. Cada vez más escasa, porque se ha ido perdiendo mucha. Pero la mejor forma es, sin duda, su conocimiento, su valoración y su respeto.
La arquitectura popular de Guadalajara
Tras haber concluido una obra, que considero antológica (de temas y perspectivas, quiero decir) en la que se suceden las visiones de los grupos patrimoniales de edificios monasteriales, castillos y palacios, templos y fuentes, ermitas y puentes, y otras muy variadas manifestaciones del acervo patrimonial guadalajareño, quiero acudir ahora al estudio, también breve pero indispensable, de la arquitectura popular, esa que nace de las necesidades diarias, de los más simples objetivos como es el vivir, el trabajar, el guardar los frutos, y el disfrutar de los años buenos.
La arquitectura popular por sí misma daría para un libro denso, porque en Guadalajara se recogen muchos modismos, diversas formas de tratar las casas, las plazas y calles, y los almacenes de las cosas. Esa arquitectura popular, como en el resto de España, ha sufrido mucha destrucción, y sobre todo, ha recogido el desprecio de la modernidad, tirando miles de edificios para construir sobre sus solares otros más adecuados al tiempo nuevo.
En el libro que he acabado y presentado estos días, que titulo “Lecturas de Patrimonio” por las muchas que en él hago, recojo algunos detalles de cuatro de los aspectos más singulares de la arquitectura popular, por los que debería pasar la protección estatal y pública, y, sobre todo, el reconocimiento y aprecio de la ciudadanía. Son estos elementos la arquitectura negra de la Sierra Norte de Guadalajara, las casas grandes y las casas fuertes de Molina, las construcciones “a la piedra seca” como son los chozones del Alto Tajo, o los abrigos de pastores en la Alcarria, y finalmente esas habitaciones del subsuelo, tan curiosas y que en tiempos fueron elementos capitales de la vida de muchos lugares, las cuevas: de las que trato brevemente en su doble vertiente de bodegos y bodegas, en la localidad de Hita.
La arquitectura negra serrana
Se denomina «arquitectura negra de la sierra de Guadalajara» al conjunto de edificaciones que forman poblados o inmuebles aislados distribuidos por la zona noroccidental de esta provincia, en un ámbito geográfico que se extiende al sur de la Cordillera Central, especialmente de las serranías del Ocejón y Alto Rey, en torno a la parte inicial de los estrechos valles de los ríos Bornoba, Sorbe y Jarama.
Pueden considerarse dos subgrupos en esta «arquitectura negra serrana«: el primero de ellos a occidente del Pico Ocejón, que incluye los lugares de Campillo de Ranas y Majaelrayo como más importantes, y los pequeños núcleos de El Espinar, Campillo, Robleluengo, Roblelacasa, La Vereda y Matallana, todos ellos en torno al Jarama. El segundo grupo es el que se encuentra al este del Ocejón, en la cuenca del Sorbe y Bornoba, y sus núcleos más importantes son Valverde de los Arroyos, Palancares, Almiruete, Umbralejo, La Huerce, Valdepinillos, Aldeanueva de Atienza, Prádena de Atienza, Gascueña de Bornova, Robledo de Corpes y La Miñosa.
Ese nombre de «arquitectura negra» le viene por el tono oscuro general tanto de sus conjuntos como de sus edificaciones aisladas, y ello debido a los materiales de construcción empleados, originarios de la zona, donde se encuentran en gran abundancia, y que son maderas de roble, piedras de gneiss y planchas de pizarra.
Aunque existen diferencias apreciables entre los dos grupos reseñados, la construcción general es similar en todos ellos. Los pueblos son agrupaciones de escasos edificios, en general muy amplios, constando de vivienda y corrales o almacenes anejos, pues al ser la economía de la zona fundamentalmente ganadera, se constituyen en conjunto como lugar de residencia de los hombres y sus animales. Estos pueblos no tienen una estructura o trama urbana definida, careciendo a menudo incluso de plaza. Las construcciones se agrupan en pequeños barrios de cuatro o seis edificios, quedando entre ellos a veces incluso amplias praderas.
Considerando las viviendas de esta «arquitectura negra serrana», observamos que sus muros están construidos con mampostería de gran espesor, cerrada, con muy escasos huecos debido al duro clima de la zona: pequeñas puertas y reducidos ventanales que se enmarcan por dinteles de madera. Estos muros son de caliza y gneiss en el segundo grupo y predominantemente de pizarra en el primero. A veces resaltan en ellos, habitualmente de color muy oscuro, algunas piedras blancas que se encuentran como excepción, y que los constructores apilaron en forma de cruces, o como iniciales de nombres.
Las cubiertas son siempre de lajas de pizarra. Las cubiertas son siempre a dos aguas, bastante pendientes, para que pueda escurrir la nieve que cae abundante en el invierno. Suelen estar achaflanadas en los hastiales, transformándose en vertientes a cuatro aguas. En la primera zona considerada, el vértice de la cubierta, o caballete, muestra imbricadas las lajas pizarrosas, cosa que no suele ocurrir en el segundo grupo.
El interior ofrece unos muros de tapial encalados, para que la vivienda disponga de mejor luminosidad, dado lo escueto de los vanos. El pavimento es, en su planta baja, de grandes losas de piedra o lajas pizarrosas unidas por aglomerado de barro. Las estancias, pequeñas y funcionales, se limitan al portalón, la cocina y los dormitorios. En la cocina destaca la chimenea, que suele ocupar en su tiro todo el techo de la estancia. Esa es siempre la habitación fundamental, donde se hace la comida, se come, se charla y se hace vida familiar al amor del fuego y la luz de los candiles.
Son también muy interesantes en ambas zonas los límites o lindes de las propiedades, la separación de los prados y pastos para evitar que se mezclen los animales. Con esta función, se fabrican valladares en que combinan las grandes piezas de pizarra puestas de canto, con los mampuestos de gneiss en gruesos acúmulos. En ocasiones se ven por las partes bajas de los valles estas repetidas lindes que forman todo un poema de líneas y sombras, de gran belleza plástica.
El conjunto de estos pueblos serranos de Guadalajara, en los que la construcción de los edificios se realiza con los materiales propios del terreno, es magnífico y realmente único en todo el ámbito de la Región. Recordar, finalmente, que los propios aldeanos de la zona llaman a sus localidades los «pueblos del Dios de noche» porque según se refiere de padres a hijos, los hizo Dios a todos en una noche, salpicándolos por las vertientes de la dura sierra atencina, y así resultaron ser tan negros y tan desperdigados en sus elementos.
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