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octubre, 2022:

Lecturas de Patrimonio: el Castillo de Villel de Mesa

Villel de Mesa, castillo

Un repaso esencial a uno de los más hermosos edificios de la Edad Media castellana. Un castillo de altas y delicadas dimensiones, que forman esencial parte de un territorio con personalidad, el Valle del Río Mesa, molinés y nuestro aunque sea tributario ya de las aguas del Ebro. Aquí trato de dar su descripción resumida, de contar su historia, de afianzar su importancia de elemento patrimonial y defendido.

En el estrecho valle del río Mesa, afluente ya del Jalón, y por lo tanto vertiente del Ebro, aparece sobre uno roquedal empinado y abrupto el castillo de Villel, que tiene una planta fiera y una belleza medieval sin tacha. Señorea el peñón la villa de Villel, que estuvo durante muchos siglos en una frontera natural, entre la España mediterránea y la atlántica, en el hondo de un valle que riega el río Mesa.

Da la definición visual de “castillo roquero”, porque su planta se adapta totalmente al roquedal que le sirve de sede. Consta la fortaleza de una gran Torre del Homenaje, en el extremo norte de la roca, y que servía de entrada al recinto. Su planta es cuadrada, y sus muros, muy anchos, son de fuerte y bien tallado sillar, con altura suficiente para dar cabida a tres pisos y su terraza. Ninguno de ellos ha resistido el paso del tiempo, y hoy solo quedan sus muros lisos, aunque con las evidentes señales de los mechinales que daban cabida a las vigas sustentadoras de los solados de los pisos. Debió rematarse con terraza almenada, de la que no quedan restos.

A esta torre del homenaje se le añadió en tiempos posteriores un cuerpo añadido construido con tapial, más endeble como elemento constructivo, en el que se colocaron ventanales, disponiendo también de tres pisos. En uno de ellos se puso un amplio ventanal doble con aberturas gemelas de arco rebajado y pequeña abertura lanceolada en la clave, que muestro en una de las fotografías que acompañan este trabajo. A continuación de la gran torre y su añadido, aparece un espacio vacío que se supone pequeño patio de armas, hoy sin murete protector. Y en el extremo sur de la peña, se alza otra torre que en su base tiene consistencia adecuada a la fortaleza, con sillarejo y sillar firme, más un recrecimiento que en tiempos posteriores se le hizo, para alzar su talla, a base de tapial. Se remataba con una especie de grandes almenas que en realidad eran los bordes de vanos de la más alta cámara. Una tormenta de las de San Bartolomé en agosto de 1972 lanzó tanta agua y tantos rayos sobre ella, que se derrumbó en parte, y la que amenazaba ruina hubo de ser derribada, por lo que la silueta del castillo de Villel desde aquel año mermó un tanto.

Un breve estudio sobre el castillo de Villel, ahora restaurado y siempre asombroso de ver.
El plano de la fortaleza de Villel, por Layna Serrano.


Desde los siglos medievales en que fue construido este castillo (probablemente ya en época islámica se inició su construcción, con simple tapial reforzado, y en la de dominio cristiano se afianzó y fortificó) ha recibido pocos cuidados. Porque el castillo de Villel no fue nunca un potente bastión militar. Más bien se trató de una atalaya, compleja y amenazante, que protegía al pueblo puesto a sus pies. Tras los siglos de potente vigilante de la frontera castellano-aragonesa, unificados los reinos peninsulares, los señores del lugar perdieron interés en la fortaleza, yéndose a residir en Molina. Y el deterioro fue progresivo, lento, porque en este caso nadie forzó la ruina del inmueble, sino que los elementos atmosféricos se encargaron de roerle progresivamente. El ayuntamiento de Villel, la Organización “Hispania Nostra” y la Asociación de Amigos del Castillo de Villel se han ido ocupando en los últimos años para que, con el permiso y apoyos del gobierno español, propietario del inmueble, se restaurara convenientemente, al menos con elementos y propuestas de consolidación, especialmente internas, que frenaran su progresivo deterioro. Ahora puede decirse que tenemos castillo de Villel para varios siglos más, no hay duda.
Por el pueblo aún pueden verse restos de la muralla que lo cercó desde el siglo xv. Desde su altura se contempla el lugar de los Castelletes, alzado en un alto sobre la orilla derecha del río, que se supone son los restos del antiguo y poderoso castillo de Mesa, mandado derribar por los Reyes Católicos. También en poderosa situación, y puesto que el valle del Mesa es estrecho y de obligado paso entre Aragón y Castilla, se constituyó en un paso fronterizo clásico, debiendo estar el área fronteriza muy vigilada durante siglos. De ahí que no debe extrañarnos que en el mismo valle de Villel hubiera también castillo en Mochales, río arriba, y en Algar, río abajo. Eran todos ellos atalayas o castilletes fortificados de vigía.
De la historia de Villel, y para comprender las razones de tener este singular edificio en su haber patrimonial, cabe decir que ha tenido ocupación humana desde muy remotos tiempos, confirmándolo así algunas excavaciones arqueológicas en el término, que le hacen remontarse a varios siglos antes de Jesucristo. También los árabes, al tener dominio sobre estas tierras en la Alta Edad Media, pudieron tener algún puesto de vigilancia. Pero su origen, tal como hoy lo conocemos, ha de situarse en el siglo xii, cuando poco después de la reconquista del territorio de Molina, su primer señor don Manrique de Lara lo pobló y lo incluyó dentro de los límites jurisdiccionales que marcaba el Fuero, y que por esta zona alcanzaba hasta Sisamón. A fines del siglo xiii, concretamente en 1299, la poderosa familia de los Funes, originaria de Navarra, y dueña a la sazón del castillo de Ariza, alcanzó la parte alta del valle del río Mesa, apoderándose sin problemas de todos los lugares, torreones y fortalezas de esta zona tan estratégica. Entonces quedó por señor de Villel don Rui González de Funes, y de ahí pasó a su descendencia, que durante siglos detentó esta propiedad sin menoscabo, sirviendo unas veces al reino de Aragón, y otras al de Castilla, recibiendo sus sucesores, finalmente, el título de marqueses de Villel, en 1680. Unió este título, a la primitiva casa de los Funes, con los Azagra y Andrade, formando sus blasones el escudo del señorío de Villel. En los últimos siglos perteneció al patrimonio de los marqueses de Almenara. 
Estos “señores de frontera”, que daban su apoyo a un reino u otro, según sus conveniencias, fueron apagados en sus prerrogativas al final del siglo XV, con la llegada al trono de España de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Su política moderna, absolutista y centralista paró en seco las turbulencias de estos clanes, que sin embargo mantuvieron su poder y pertenencias, aun declinando los señoríos. Los marqueses de Villel levantaron en el siglo XVI un hermoso palacio, que se conserva intacto, en la plaza de San Miguel, de la ciudad de Molina de Aragón.

Lecturas de patrimonio: bodegos y bodegas de Hita

bodega de hita

Estos días pasados he podido visitar algunos de los espacios más interesantes de la Alcarria guadalajareña. En concreto han sido los bodegos y las bodegas del cerro y la villa de Hita. Huecos de la tierra con género propio y diverso. Unos dedicados a guardar los vinos, otros de alojamiento para los seres vivos. Una diversidad de estructuras y funciones en el mismo lugar y de la misma manera. Una genialidad de los tiempos viejos que hoy se guardan y muestran en limpia armonía.

En el conjunto del arsenal patrimonial de nuestra tierra, la villa de Hita se alza (todos los saben) señera y evidente sobre el horizonte. Lugar donde la Historia amasa sus relatos, con páginas escritas en ibero, en latín, en godo y en árabe. Con muchas páginas, las últimas hasta hoy, en castellano. Espacio donde resuenan (y ahora también se ven, pintadas sobre los muros de las viejas casas) las frases del Arcipreste de Hita, las llamadas al goce, la admiración por la hermosura femenina, el fervor limpio por los milagros de la Madre de Jesús. A Hita se llega desde lejos, y se la va viendo crecer. Y a ella se entra por el Arco de Santa María, redondo fortín almenado y vigoroso.

Pero esta vez he querido visitar esos espacios, más íntimos y oscuros, húmedos algunos, y otros secos y templados, de su bodegos, de sus bodegas… que son cosas distintas, y que desde un principio conviene aclarar porque nos permite guardar en la memoria sus características, y las evocaciones que ambas cosas nos donan. 

Los bodegos eran las viviendas talladas en la roca que muchas gentes de Hita, desde la remota Edad de su ocupación ibérica, ocuparon de por vida. La Edad Media es cuando más numerosas y señaladas fueron: ocupadas por los judíos principalmente, individuos de la religión hebraica que allí tuvieron sus casas y almacenes. Consisten en recintos tallados en la dura piedra del cerro, sellados al exterior por un muro de sillarejo y revestimiento plano, con su puerta, y compartimentados al interior por tabiquería de adobe, creando pequeñas habitaciones que están muy bien diseñadas y ubicadas: junto a la entrada, a la izquierda la cocina, con salida de humos al exterior, y la despensa; y a la derecha las habitaciones de dormir la familia, una, dos o tres, según necesidades. Solo para dormir. Al fondo de todo, pasillo adelante, el espacio de las cuadras, el almacén de los granos, el resguardo de todas las pertenencias. Mil detalles curiosos se ven en los dos bodegos ahora visitados. En el llamado “Bodego del Tío Diego”, el más grande, está un pequeño recinto para guardar las gallinas, una tallada forma en la roca para albergar el porrón, y al fondo un gran espacio que también servía de bodega para hacer el vino y almacenarlo, con aljibe incluido. Una vivienda muy completa, tallada en la roca. 

El bodego del Tío Diego, en Hita.

La estructura y condiciones hacen de estos bodegos de Hita unas viviendas inteligentes, con las dependencias más utilizadas cerca del exterior, recogiendo el calor del sol en los muros, y bien oxigenadas. Se utilizaron hasta bien entrado en el siglo XX, incluso después de la Guerra Civil. En esa ocasión fueron usados también por las tropas militares cono refugios ante los bombardeos. Algunas han seguido manteniendo dueño. Una de ellas (que perteneció a un conocido periodista alemán) ahora se ha acondicionado como “Casa Rural” que se alquila los fines de semana. Y otras muchas están en lento proceso de devastación por el abandono en que se encuentran. Pero siguen manteniendo sus entradas, sus apartados vivenciales, sus características de acogimiento aunque es peligroso visitarlas porque puede haber derrumbamientos. El Ayuntamiento de Hita no ceja en promover ayudas para poder ir recuperando todos estos bodegos. En los dos que se visitan, perfectamente acondicionados y mantenidos, con un camino empedrado que permite el acceso, se resumen una arquitectura rural y antigua que es dimensión auténtica de la historia pasada de Hita. Uno de ellos, fue de inicio adquirido por el profesor Criado de Val, que (como tantas cosas hizo en Hita) pretendió usarlo como vivienda temporal, aunque no llegó a conseguirlo. Unas dos docenas de estos “bodegos” hay en Hita, y su conjunto forma un capítulo de importancia histórica y social en nuestra tierra alcarreña.

Las bodegas son en Hita muy numerosas. Me dice Angel Luis Trillo, que es Cronista Oficial de la Villa y ejerce de acertado guía de sus callejuelas y edificios, que hay un centenar de ellas en la villa. Todas incluidas en viviendas, en sus sótanos, excavadas bajo la principal planta, o en la trasera, dentro de la roca sobre la que apoya la casa. Estas bodegas, que son muy abundantes en otros pueblos de la comarca (quién no conoce las de Horche, por ejemplo, las de Trillo, las de Ruguilla y Gárgoles, etc…) fueron espacio esencial y complementario de las viviendas. En ellas se almacenaba la uva, el mosto y los vinos que en sus grandes tinajas de barro se fabricaban y luego se utilizaban para consumo y venta. La industria vitivinícola de Hita fue en siglos pasados muy potente, creó mucha riqueza. Los campos que rodean al cerro, hoy secos pastizales o amarillentos rodales en barbecho, estuvieron ocupados por los viñedos rastreros con los que acabó la plaga de filoxera de hace ahora más o menos un siglo.

Visitamos una bodega antigua, que es hoy propiedad del Ayuntamiento de Hita por donación de su antigua propietaria, y que es también muestra de cómo eran estos espacios: se accedía desde el amurallamiento de la villa, y tras recorrer breve pasillo, en el que hay exacavados huecos para las tinajas, se pasan recodos y se llega a una amplia estancia subterránea en la que hay espacio para el almacenaje, el pisoteo y numerosas tinajas en las que se posaban los primeros mostos, y otras en las que este se trasegaba para la fermentación final. Alguna de estas tinajas es de origen medieval, con las marcas de los artesanos que las hicieron en sus bocas, según Angel Romera nos explicó en su día, habiendo descrito muchas de estas marcas, datándolas.

La experiencia de visitar Hita es siempre recomendable. Atravesar su muralla a través del arco de Santa María, admirar su amplia plaza mayor, ascender sus empinadas callejas, y llegar hasta la Casa-Museo del Arcipreste, las ruinas de San Pedro o la iglesia parroquial de San Juan, abarrotada de lápidas sepulcrales, telas litúrgicas, escudos y estatuas… pero sin duda esta visita a su bodegos y bodegas, esta toma de contacto con las formas antiguas de vida, contemplando perfectamente conservadas las viviendas (que fueron de judíos, y de castellanos, sin duda) y sus almacenes… nos empujan a aplaudir y a animar al municipio a que siga cuidándolas, mostrándolas y procurando ampliar la protección de las que desperdigadas por la parte alta del cerro aún quedan.

Hita es, y será siempre, un baúl viejo lleno de sorpresas cuando se le abre. Porque la Cuesta (esa es la advocación de la Virgen patrona del pueblo) sigue subiendo, y se allega a otros niveles más altos de murallas, a la plana extensión donde estuvo la iglesia de Santa María (sin duda el lugar donde los árabes alzaron primero su mezquita) y aún más arriba los derrumbes señoriales y el severo perfil del castillo, del que quedan su cuerpo central, su aljibe revocado de almagre, su muralla exterior… es Hita, en fin, un lugar al que acudir con ganas de hacer ejercicio y, sobre todo, con los ojos muy abiertos para ir descubriendo los muchos secretos que aún tiene para desvelarnos, además de las realidades ya puestas a la vista. Como ese plano grabado sobre el muro de la plaza, esas pequeñas esculturas y recuerdos de escritores y artistas, ese calendario de sol forjado y parlante del rincón junto a la celda (que dicen) ocupó el arcipreste…

Viaje a la Sierra Norte de Guadalajara

castillo de diempures en Cantalojas

Mañana sábado volverá a ser fiesta en la Sierra. Las fiestas serranas no son cualquier cosa. En ellas no hay encierros de toros, ni conciertos de rock, ni se arroja la gente frutas en descomposición o litros de vino malo, como en otras partes. Aquí en la Sierra las fiestas son de madera de roble, olorosas, cantadas, comidas y reídas. Son, sobre todo, fiestas en las que se encuentra la gente, y se animan unos a otros para seguir, simplemente, viviendo en su tierra, en la Sierra. Que ahora es, administrativamente hablando, la Sierra Norte de Guadalajara. Todo un Parque Natural de verdad, y por mérito propio.

Con muchas perspectivas (paisajísticas, claro, y culturales, y humanas sobre todo) se nos abre ante el camino la Sierra de Guadalajara. Mañana va a celebrar de nuevo, en el otoño que empieza, su Fiesta grande en Cantalojas. Espero ver a mis amigos y lectores por aquellas trochas. Por la oscura solidez de sus suelos, bajo el luminoso soplo de las nubes y el cielo que es allí siempre recién inventado.

Por definir de alguna manera aquella zona, y para cuantos aún no han ido a ella, invitarles a que mañana sea ese primer día que les unirá para siempre con ella, y decirles que toda la zona norte de la provincia de Guadalajara es de relieve muy accidentado, con alturas notables, picachos casi inaccesibles, arroyos caudalosos y limpios, y pueblos numerosos y pequeños, en los que parece no haber pasado el tiempo, conservando sus caracteres de peculiar arquitectura y urbanismo, sus tradicionales fiestas, su patrimonio artístico intocado. Estas serranías se alargan desde la Somosierra y sierra de Riaza, y bajan casi hasta el hondo foso del Henares.

Alcanza sus máximas alturas en el cogo­llo de la sierra de Ayllón, Riaza y el Ocejón, sobresaliendo el Pico del Lobo, de 2.262 metros, que sirve de límite a las provincias de Guadalajara y Segovia. En esa zona, de picachos y elevaciones pizarrosas, sin ape­nas vegetación, tienen su origen los ríos Jarama, Sorbe, Bornova y Cañamares, que darán por la derecha en el Henares. Los tramos altos, escarpados y agrestes de estos ríos, son lo que se incluyen plenamente en la comarca y ahora en el Parque Natural. Pueden ser sus capitales Cogo­lludo y Tamajón, desde donde parten carre­teras de acceso a estas zonas de especial interés turístico para montañeros y excur­sionistas. Sigue extendiéndose la comarca por los altos páramos de la sierra de Pela, en las vertientes del Alto Rey, llegando a las tierras de Atienza, que conforman otra subcomarca plenamente identificada, de recursos ganaderos importantes. Los serrijo­nes de Barahona y Horna sirven de límite con Soria, y desde ellos surge el alto Hena­res, que con el nacimiento del Tajuña por tierras de Maranchón van a conformar la llamada Serranía del Ducado, con capital natural en Sigüenza, y que se extiende sobre la meseta que paulatinamente se transfor­mará en Alcarria, en sus límites inconcretos y un tanto arbitrarios, que ponemos lleva­dos de una tradición de siglos entre ambas comarcas. 

Todos los pueblos de la Sierra de Guadalajara están incluidos en ese gran cajón de sastre que para muchos es la sempiterna “eterna desconocida”, la tierra más septentrional de Castilla-La Mancha, una “tierra de nadie” a caballo entre las dos autonomías castellanas actuales, pero en el corazón mismo de la única Castilla, la de siempre.

De muchas formas podemos afrontar su visita y tratar de alcanzar su conocimiento. Para mejor definirla, diremos que hoy la Sierra Norte de Guadalajara es un Parque Natural que engloba precisamente las sierras de Ayllón y Pela, y los espacios denominados Hayedo de Tejera Negra, Macizo del Pico Lobo y Cebollera, el río Pelagallinas y la Reserva Nacional de Caza de Sonsaz. 

Quizás la imagen que cualquiera se lleva en la retina es la anfractuosidad del entorno, sus sierras y picachos, envueltos en el aroma de la jara, la serenidad de los robles, la alegría de los pinos y el rumor del viento. Así conviene destacar, por ir concretando, que sus mayores alturas son esa sierra de Ayllón que compartimos con Segovia, la de Pela, con Soria, más la Sierra del Alto Rey y la sierra Gorda, en nuestros límites. Sobre el horizonte se alzan el Pico del Lobo, con 2.273 metros, el Cerrón con 2.199 m, el Tres Provincias (al que otros llaman Peña Cebollera) con 2.129, y el Pico Ocejón, aislado y más espectacular, con 2.057 metros.

Paisaje de la Sierra Norte

La gran diversidad geológica de nuestra sierra da lugar a espacios y paisajes que son como sus diversas caras, con colores y texturas siempre cambiantes, modificados a lo largo de los siglos por su clima que ahora es mediterráneo frío, pero que en épocas antiguas pasó por las mismas fases que el Continente Europeo, con una última glaciación hace 15.000 años, en la que el hielo perenne labró muy profundamente sus valles y cañones.

Ese paisaje está formado de roquedales, de bosques densos en los que predomina (hoy en solo un 10% de lo que era hace 100 años) el roble con sus rebollos y quejigos, como un gran familia de plantas de dureza extrema frente al frío clima. Vemos también hayedos, muy escasos en superficie e individuos, encinares sueltos y pinares de pino silvestre, repoblados últimamente. Además las hierbas aromáticas y la jara sobre todo, que impregna el ambiente primaveral de su fuerte olor oleoso.

El complemento a todo ello son los hondos barrancos, los cauces de los ríos que se ahondan con rapidez y brusquedad, y crean los pasos de ríos como el Sorbe, el Jaramilla, el Jarama, y el Bornova especialmente, que en sus tramos altos van corriendo entre montes pelados y derrumbes de las altas lajas pizarrosas. 

El patrimonio cultural serrano

En este ámbito de Naturaleza pura, surgen algunos elementos de patrimonio cultural que se materializan en pueblos con edificios, signos de vida, templos, plazas y ornamentaciones que dan la nota de vibración humana a la que se suma el costumbrismo y las fiestas, los modos de vida, de hablar y de contar: en esa riqueza antigua y generosa, que no ha pedido nunca nada, sino que ha sabido ofrecer lo poco que tenía, es en la que el viajero que a la Sierra Norte de Guadalajara acude va a encontrar su mayor goce.

El mejor pueblo de toda la Sierra (aunque es difícil decantarse por uno solo…) hoy me parece Cantalojas. Fundamentalmente porque es el lugar en el que mañana se va a celebrar este anunciado “XV Día de la Sierra”. Es Cantalojas un lugar de los remotos, de los bien aireados, más conocido ahora por su “Hayedo de Tejera Negra”, espacio natural que pregona la pureza de estas alturas, y por la fiesta de los cencerrones, que en el inicio del invierno junta a los pastores que regresan de los picos donde han estado guardando los rebaños durante el tiempo bueno. Sus casonas, recias, de talladas piedras y dinteles señoriales, pintan el paisaje urbano de elegante y bien organizada simetría. La iglesia en el centro, la plaza con su ayuntamiento y su fuente… todo en Cantalojas es tradición, castellanía, empaque y honradez. Todo aquí es esencia serrana, evidencia de una forma de vivir, de antiguas sonoridades, pero que reclama su permanencia en este mundo cambiante.

El programa de mañana

A lo largo de mañana se van a suceder numerosas actividades de interés en Cantalojas. De entrada, a las 10, sus calles serán recorridas por los dulzaineros de Mirasierra y Kalaveras. A continuación, un desayuno con rosquillas y vino dulce será servido a todos los que acudan a esa hora, sobre las 10:30. Javier Colomo, que es quien ahora preside la Asociación Serranía de Guadalajara, organizadora de la jornada, dirá unas palabras junto a las autoridades provinciales que consideren oportuno asistir. Será el inicio del acto en el que oiremos el Pregón de la Sierra, este año a cargo de los representantes de los grupos organizadores del “Cantalojazz”. Y luego la entrega de diversos premios. Uno, al “Serrano del Año” que este año se ha otorgado a Sergio Tejero, un gran corredor de fondo que vive en Campillo de Ranas; otro un homenaje a la “Abuela Serrana” que se personificará este año en Raimunda Gómez, la más veterana empadronada de Cantalojas. Otro más para el mejor pueblo serrano, Valdepeñas de la Sierra, y finalmente una mención a la Empresa Serrana, los “Hermanos Arenas”, ganaderos impenitentes. Se darán los premios correspondientes al Certamen de Relatos Cortos convocado en homenaje y memoria de Paco Martín Macías “Larami” recientemente fallecido, y otro recuerdo será para Narciso Arranz, alcalde fallecido de Cantalojas. Una exposición sobre “Nuevas iniciativas serranas” completará la mañana, que culminará con una comida a las 3 de la tarde en la Plaza Mayor, al aire libre.

La jornada vespertina va a estar protagonizada por grupos, cantantes populares, poetas serranos y gentes que afirman día a día el ímpetu de esta comarca, intentando siempre sobrevivir. Un amplio mercadillo de gastronomía, artesanías y libros de la Serranía estará abierto durante todo el día.

Memoria de Rufino Blanco, maestro de maestros

Rufino Blanco

Una breve memoria de un personaje nacido en la Alcarria, y que no ha sido suficientemente reivindicado todavía, aunque su tarea –hoy superada técnicamente– tuvo en su día características de motor dinámico y avanzado empuje en las áreas de la enseñanza.

A Rufino Blanco, que bien podría incluírsele en el Diccionario de Autoridades Científicas de la provincia de Guadalajara, cabe definirle como filólogo, pedagogo y teórico de la lectura. Nació en Mantiel (Guadalajara) en 1861, muriendo en Madrid, en 1936, fusilado sin juicio previo, en unos momentos de seísmo político y social.

Pueden sacarse muchos más datos de los aquí aportados leyendo su necrológica, escrita por J. Zaragüeta y Bengoechea en 1961 y publicada en el número 37 de los Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de ese año. También el Diccionario (edición digital) Biográfico de la Real Academia de la Historia, recoge en 2018 la semblanza del autor alcarreño, gracias a la información suministrada por A. Blanco Osborne.

Siendo aún niño se trasladó con sus padres a Madrid donde destacó enseguida por su simpatía, inteligencia y laboriosidad en los estudios. Siguió los cursos de Magisterio y se hizo Maestro Nacional, obteniendo por oposición la Regencia de la Escuela Aneja de la Normal Central de Madrid.
Posteriormente se licenció en Filosofía y Letras, en la Universidad Central, siendo uno de los discípulos predilectos de Marcelino Menéndez y Pelayo. Durante muchos años fue profesor de la Escuela de Criminología, pero su cariño y vocación por el Magisterio le hicieron centrar sus actividades en el campo de la Pedagogía y de su Historia, explicándola en la Escuela Normal Central de Madrid.
En 1909 recibió el encargo del ministerio de Instrucción Pública, de organizar una Escuela de Estudios Superiores del Magisterio, que llegara a ser una equiparable Facultad de Magisterio. Seleccionó para ello a los más ilustres profesores españoles en la materia, entre ellos a Ortega y Gasset, Piñerúa, Strong, Vegue y Goldoni, Luis de Hoyos, Magdalena Fuentes y Anselmo González.

Ya en 1914 apareció el primer Plan de estudios de dicha Escuela, siempre dirigida por Rufino Blanco, consiguiendo un nivel de altura europea. Y en esa tarea dejó lo mejor de su memoria docente e intelectual.

De forma casi anecdótica, fue encargado del Gobierno Civil de Segovia, y también dirigió por entonces “El Universo” como diario de gran tirada, colaborando habitualmente en ABC con su nombre o con el seudónimo de «Un Crítico de la Alcarria». Fue copropietario y director de la Revista “El Magisterio Español”. De corte católico en sus actuaciones y ejercicios, respetó siempre cualquier otra tendencia e ideología.

Muy aficionado a los viajes, especialmente profesionales para indagar las formas y modos docentes de otros países, se relacionó con pedagogos extranjeros. En 1927 alcanzó a ser catedrático de la Escuela Superior de Magisterio de Madrid. Entre sus preocupaciones científicas y pedagógicas, destacan el interés por la caligrafía, innovando en los aspectos de la organización escolar, educación femenina, educación sexual, educación física e higiene así como el valor pedagógico de los juegos. En su puesto de profesor de la Escuela Superior de Magisterio tuvo una destacada actuación recopilando bibliografía sobre la Educación.

Singularmente son importantes sus contribuciones al ámbito filológico en un amplio sentido, con su obra “El Arte de la Lectura”, de 1894, pero muy en particular su “Tratado de Análisis de la Lengua Castellana” de 1909, que se ha considerado como modelo de exposición metodológica. De estos estudios se colige la importancia de Rufino Blanco, en esa parcela científica de estudio y cuidado del lenguaje.

De su obra, inmensa, habría que destacar unas 60 obras referidas a la didáctica en sus aspectos científicos. Quizás sea una de las más destacadas a obra “Naturaleza y Arte: ensayo de un programa cíclico y concéntrico de Ciencias Físicas y Naturales con aplicaciones a la Industria” publicada en 1904 pero con varias reediciones posteriores. O el “Arte de la Escritura y Caligrafía” que fue una de las temáticas en que más insistió a lo largo de su carrera.

Con su nombre han sido titulados numerosos colegios públicos en diversas localidades españolas, lo que significa un reconocimiento amplio y objetivo a su obra. Entre otros llevan su nombre el gran Colegio del Paseo de las Cruces, en Guadalajara, el de la Calle Álvarez de Castro, en Chamberí (Madrid) más otros en Huelva y Villarrubia de los Ojos.

Rufino Blanco ha sido incluido en el proceso de beatificación iniciado en la Diócesis de Madrid que incluye a 140 personas víctimas de la persecución religiosa desatada en Madrid en el otoño de 1936, y que puede leerse en detalle en causamartires.archimadrid.es. La importancia del alcarreño Rufino Blanco no viene, sin embargo, derivada del impacto de su muerte violenta, sino de la larga trayectoria científica y profesional que consistió su vida, desde muy pequeño. Su figura honra a nuestra tierra, y por eso considero que también es interesante recordarle aquí, y ahora.

Al rescate de la Tierra Vieja

Este verano ha sido libro de cabecera para muchos, me consta. Una historia densa y prolija, bien narrada y con análisis meticuloso de una vida antigua, de una vida rural que ha llegado –desde la remota Edad Media– casi hasta nuestros días. El libro último de Antonio Pérez Henares, emocionante y exacto, y del que nos hablará personalmente el próximo martes 4 de octubre en la Biblioteca.

Tres características debe tener un libro para que sea considerado entre los buenos: 1º Una historia consistente, creíble y ordenadamente narrada. 2º Un lenguaje comprensible, rico en términos y estos bien dispuestos. 3º Unos personajes a los que se vea, con la imaginación, ante nosotros. Antonio Pérez Henares, mi paisano y tocayo, ha escrito un nuevo libro, ya claramente en la senda de la novela histórica, que viene a retratar lugares y gentes de nuestra provincia. Ese es el motivo por el que hablo aquí de él. También porque el autor es amigo, al que dispenso mi admiración y aplauso: por los temas que elige, por la limpieza con que los expone, por el medido y perfecto lenguaje con que nos los muestra.

La “tierra vieja” de este último libro de Chani, es la nuestra. Esa tierra en que nacimos y a la que nos debemos. En la que tenemos la obligación de dejarla mejor –más limpia, cuidada y cultivada– que como la recibimos. 

Aunque es una novela con protagonistas, con trama, con hechos ciertos narrados al detalle, con biografías inventadas, a mí me parece un canto a la naturaleza en la que esa historia se desarrolla. Un brillante sucederse de paisajes, de pueblos que nacen y prosperan, de ritos agrícolas y ganaderos, de intereses militares, políticos y estratégicos.

En este libro aparece la genuina tierra de Guadalajara, y lo hace en varios puntos concretos: gentes de Sigüenza, de Atienza, y de Jadraque… caballeros de Zorita, sabios de Albalate, villanos de Castejón, se relacionan con el núcleo principal de los protagonistas, que viven en Bujalaro. Es este un libro, como me escribe de su propia mano el autor al dedicármelo “de tierra, frontera y dignidad”. Con un personaje central, que sube y baja los caminos de la Castilla Nueva, don Pedro [Pérez] de Atienza, que ya antes había protagonizado la historia del Rey Pequeño, y ahora es un jerarca social y efectivo en la Transierra. Y con unos puntales señeros, a pesar de su humildad y bonhomía creciente, que con Valentín y Julián, de Bujalaro, que junto a sus respectivas mujeres Filomena y Matilde dan el barrunto de ser los ancestros fieles y obedientes de quien sus memorias escribe.

En el contexto de la Castilla de Alfonso VII el Emperador, y viviendo uno tras otros los avatares que el reino sufre y crea, peleando con los vecinos, adentrándose en el futuro con leyes, con fueros y pequeños inventos, muchos personajes dan su talla con sus actos, la mayoría nobles y pequeños, pero efectivos. Porque las grandes catedrales se levantan piedra a piedra, y los enormes cuadros se pintan pincelada a pincelada. Son muchos los que aparecen rodeando a los dos buenos alcarreños que venidos de lejos aquí asientan: son los reyes enfrentados, Alfonso de Castilla y Ben [el Lobo] Mardanís de Murcia; son el Maula(un mudéjar) y el Manquillo (un noble de baja estopa) que representan a sus clases; son Plácido, el de los Ballesteros, de Albabate (un sabio), Dionisio, de Zorita, un mozárabe conseguidor, y Eusebio, el de Mondéjar, más “los Siete Lanzas” que dan la pinta exacta de los caballeros villanos que construyen un país tras la directiva de un maestre calatravo como don Martín Pérez de Siones y sus indómitos caballeros. A lo lejos se escuchan los pasos de los grandes, de los que sin salir en la foto quieren dominar el país (Laras y Castros) y todo ello en los bordes, en las fronteras de un reino que quiere paz y no la encuentra: los cursos del Henares, del Tajo, del Guadiana, que van marcando con sus puentes las etapas, mientras en lo alto de sus orillas los grandes castillos de Kalat-al-Rabat, de Salvatierra y de Zorita son sede de epopeyas, traiciones y arrebatos.

Aunque uno es consciente (quien esto escribe) que el mundo en que nació ha desaparecido, y ahora vive –como de prestado y por la gentileza y generosidad de quienes mandan– en otro muy diferente, no deja de tener interés por dejar constancia de que cada tiempo vital tiene su latido, y aquí en Castilla, a pesar de fracasos y defecciones, el mundo avanza. Pero que cada tiempo, cada siglo, ha tenido su valor. Y el de las gentes que lo poblaron en el siglo XII, tal como nos lo cuenta Pérez Henares en su novela, que es crónica y cántico a la vez, tuvo tanto valor como el nuestro. Es un homenaje debido, y quien hoy lo lea –si lo hace con atención e inteligencia– se dará cuenta de que con la misma sangre se erigieron las mismas esperanzas.

El libro “Tierra Vieja”, una pieza de biblioteca

Hay que agradecer a la editorial Penguin Random House que haya hecho un libro, si voluminoso, con letra tan clara, tan grande, y tan hermosa. Así consiguen que (al menos para quienes los años van ganando la batalla de la vista) se lea con tranquilidad y las noticias e ideas entren con mejor pie por las avenidas de la cabeza. Pero también hay que agradecer, sobre todo, al autor de la novela, que se haya entretenido en la creación (a veces recreación) de tantos personajes que de vivos se salen, flotan por la habitación donde leo, y dejan un rumor (y un olor, a veces, seco y vegetal) que sobrevivirá otros cuantos siglos. Es este un libro sólido y como hecho de piedra, no de papeles. Hecho de memorias que corren sobre los viejos mapas.

Del autor, Antonio Pérez Henares, poco más cabe decir. El próximo martes 4 de octubre, va a estar en Guadalajara, en la sede de la Biblioteca Pública Provincial, que es el palacio de Dávalos, inaugurando con su charla que titulará “Tierra Viva”, un ciclo de conferencias que durante varios meses, y bajo el título de “Escritores con la Historia” nos dejará conocer autores y temas que hoy fraguan la actualidad literaria de esta parcela creadora, la novela histórica española.

Periodista de profesión, escritor de raza, referente de una generación que ha vivido profundos cambios en la cotidianeidad política y en el manejo de las tecnologías, y que ha pasado de la Edad Media (en la que vivían algunos pueblos de Guadalajara mediado el pasado siglo) al futuro inquietante de las redes progresivas, Antonio Pérez Henares es un referente del que muchos estamos orgullosos, porque le hemos visto salir del cascarón (allá, por Bujalaro) y piar, y aún gallear luego por diversas granjas, hasta llegar a ser hoy uno de los más firmes pilares de la literatura hispana. Y de eso, que nadie duda, no puede uno apearse aunque quiera. Con este libro ha esculpido parte de su estatua. Aún le quedan muchos más, y esperemos que a todos el tiempo suficiente para disfrutar de ellos.