Lecturas de patrimonio: bodegos y bodegas de Hita
Estos días pasados he podido visitar algunos de los espacios más interesantes de la Alcarria guadalajareña. En concreto han sido los bodegos y las bodegas del cerro y la villa de Hita. Huecos de la tierra con género propio y diverso. Unos dedicados a guardar los vinos, otros de alojamiento para los seres vivos. Una diversidad de estructuras y funciones en el mismo lugar y de la misma manera. Una genialidad de los tiempos viejos que hoy se guardan y muestran en limpia armonía.
En el conjunto del arsenal patrimonial de nuestra tierra, la villa de Hita se alza (todos los saben) señera y evidente sobre el horizonte. Lugar donde la Historia amasa sus relatos, con páginas escritas en ibero, en latín, en godo y en árabe. Con muchas páginas, las últimas hasta hoy, en castellano. Espacio donde resuenan (y ahora también se ven, pintadas sobre los muros de las viejas casas) las frases del Arcipreste de Hita, las llamadas al goce, la admiración por la hermosura femenina, el fervor limpio por los milagros de la Madre de Jesús. A Hita se llega desde lejos, y se la va viendo crecer. Y a ella se entra por el Arco de Santa María, redondo fortín almenado y vigoroso.
Pero esta vez he querido visitar esos espacios, más íntimos y oscuros, húmedos algunos, y otros secos y templados, de su bodegos, de sus bodegas… que son cosas distintas, y que desde un principio conviene aclarar porque nos permite guardar en la memoria sus características, y las evocaciones que ambas cosas nos donan.
Los bodegos eran las viviendas talladas en la roca que muchas gentes de Hita, desde la remota Edad de su ocupación ibérica, ocuparon de por vida. La Edad Media es cuando más numerosas y señaladas fueron: ocupadas por los judíos principalmente, individuos de la religión hebraica que allí tuvieron sus casas y almacenes. Consisten en recintos tallados en la dura piedra del cerro, sellados al exterior por un muro de sillarejo y revestimiento plano, con su puerta, y compartimentados al interior por tabiquería de adobe, creando pequeñas habitaciones que están muy bien diseñadas y ubicadas: junto a la entrada, a la izquierda la cocina, con salida de humos al exterior, y la despensa; y a la derecha las habitaciones de dormir la familia, una, dos o tres, según necesidades. Solo para dormir. Al fondo de todo, pasillo adelante, el espacio de las cuadras, el almacén de los granos, el resguardo de todas las pertenencias. Mil detalles curiosos se ven en los dos bodegos ahora visitados. En el llamado “Bodego del Tío Diego”, el más grande, está un pequeño recinto para guardar las gallinas, una tallada forma en la roca para albergar el porrón, y al fondo un gran espacio que también servía de bodega para hacer el vino y almacenarlo, con aljibe incluido. Una vivienda muy completa, tallada en la roca.
La estructura y condiciones hacen de estos bodegos de Hita unas viviendas inteligentes, con las dependencias más utilizadas cerca del exterior, recogiendo el calor del sol en los muros, y bien oxigenadas. Se utilizaron hasta bien entrado en el siglo XX, incluso después de la Guerra Civil. En esa ocasión fueron usados también por las tropas militares cono refugios ante los bombardeos. Algunas han seguido manteniendo dueño. Una de ellas (que perteneció a un conocido periodista alemán) ahora se ha acondicionado como “Casa Rural” que se alquila los fines de semana. Y otras muchas están en lento proceso de devastación por el abandono en que se encuentran. Pero siguen manteniendo sus entradas, sus apartados vivenciales, sus características de acogimiento aunque es peligroso visitarlas porque puede haber derrumbamientos. El Ayuntamiento de Hita no ceja en promover ayudas para poder ir recuperando todos estos bodegos. En los dos que se visitan, perfectamente acondicionados y mantenidos, con un camino empedrado que permite el acceso, se resumen una arquitectura rural y antigua que es dimensión auténtica de la historia pasada de Hita. Uno de ellos, fue de inicio adquirido por el profesor Criado de Val, que (como tantas cosas hizo en Hita) pretendió usarlo como vivienda temporal, aunque no llegó a conseguirlo. Unas dos docenas de estos “bodegos” hay en Hita, y su conjunto forma un capítulo de importancia histórica y social en nuestra tierra alcarreña.
Las bodegas son en Hita muy numerosas. Me dice Angel Luis Trillo, que es Cronista Oficial de la Villa y ejerce de acertado guía de sus callejuelas y edificios, que hay un centenar de ellas en la villa. Todas incluidas en viviendas, en sus sótanos, excavadas bajo la principal planta, o en la trasera, dentro de la roca sobre la que apoya la casa. Estas bodegas, que son muy abundantes en otros pueblos de la comarca (quién no conoce las de Horche, por ejemplo, las de Trillo, las de Ruguilla y Gárgoles, etc…) fueron espacio esencial y complementario de las viviendas. En ellas se almacenaba la uva, el mosto y los vinos que en sus grandes tinajas de barro se fabricaban y luego se utilizaban para consumo y venta. La industria vitivinícola de Hita fue en siglos pasados muy potente, creó mucha riqueza. Los campos que rodean al cerro, hoy secos pastizales o amarillentos rodales en barbecho, estuvieron ocupados por los viñedos rastreros con los que acabó la plaga de filoxera de hace ahora más o menos un siglo.
Visitamos una bodega antigua, que es hoy propiedad del Ayuntamiento de Hita por donación de su antigua propietaria, y que es también muestra de cómo eran estos espacios: se accedía desde el amurallamiento de la villa, y tras recorrer breve pasillo, en el que hay exacavados huecos para las tinajas, se pasan recodos y se llega a una amplia estancia subterránea en la que hay espacio para el almacenaje, el pisoteo y numerosas tinajas en las que se posaban los primeros mostos, y otras en las que este se trasegaba para la fermentación final. Alguna de estas tinajas es de origen medieval, con las marcas de los artesanos que las hicieron en sus bocas, según Angel Romera nos explicó en su día, habiendo descrito muchas de estas marcas, datándolas.
La experiencia de visitar Hita es siempre recomendable. Atravesar su muralla a través del arco de Santa María, admirar su amplia plaza mayor, ascender sus empinadas callejas, y llegar hasta la Casa-Museo del Arcipreste, las ruinas de San Pedro o la iglesia parroquial de San Juan, abarrotada de lápidas sepulcrales, telas litúrgicas, escudos y estatuas… pero sin duda esta visita a su bodegos y bodegas, esta toma de contacto con las formas antiguas de vida, contemplando perfectamente conservadas las viviendas (que fueron de judíos, y de castellanos, sin duda) y sus almacenes… nos empujan a aplaudir y a animar al municipio a que siga cuidándolas, mostrándolas y procurando ampliar la protección de las que desperdigadas por la parte alta del cerro aún quedan.
Hita es, y será siempre, un baúl viejo lleno de sorpresas cuando se le abre. Porque la Cuesta (esa es la advocación de la Virgen patrona del pueblo) sigue subiendo, y se allega a otros niveles más altos de murallas, a la plana extensión donde estuvo la iglesia de Santa María (sin duda el lugar donde los árabes alzaron primero su mezquita) y aún más arriba los derrumbes señoriales y el severo perfil del castillo, del que quedan su cuerpo central, su aljibe revocado de almagre, su muralla exterior… es Hita, en fin, un lugar al que acudir con ganas de hacer ejercicio y, sobre todo, con los ojos muy abiertos para ir descubriendo los muchos secretos que aún tiene para desvelarnos, además de las realidades ya puestas a la vista. Como ese plano grabado sobre el muro de la plaza, esas pequeñas esculturas y recuerdos de escritores y artistas, ese calendario de sol forjado y parlante del rincón junto a la celda (que dicen) ocupó el arcipreste…