Una historia en un escudo: el de Guadalajara

Una historia en un escudo: el de Guadalajara

viernes, 9 septiembre 2022 0 Por Herrera Casado

Para celebrar la Fiesta de la Ciudad de Guadalajara, nada mejor que viajar hasta el interior de su escudo heráldico, de ese emblema que representa a todos cuantos en ella vivimos, hemos nacido y seguiremos disfrutando de sus esencias.

Cabe decir, de entrada, que existen actualmente en nuestra provincia más de 150 escudos que representan a los municipios de nuestra tierra oficialmente. Algunos, como los de Sigüenza, Cifuentes, Guadalajara o Mondéjar, tienen muchos siglos de antigüedad, avalada por imágenes pretéritas o descripciones documentales. Y la mayoría han ido naciendo, y aún creciendo, considerados por todos, en nuestros días.

Esa heráldica municipal, que se debe y se quiere hacer conforme a los cánones tradicionales, es una fuente de explicaciones y simbolismos, que en la mayoría de los pueblos que ya la tienen, son conocidas de todos sus habitantes. Desde los clásicos como Jadraque o Cogolludo, donde se lucen las armas de sus antiguos señores (Mendozas y Medinacelis) hasta los más modernos como el de Azuqueca, donde se alzan la torre de su fábrica con las espigas de trigo de sus campos, hay una variedad enorme que conviene conocer, porque es motivo de curiosidad y entretenimiento.

Una cuarta parte, larga, de los municipios de Guadalajara, tiene emblemas que tallados en piedra o dibujados sobre las cerámicas esquineras de sus calles pregonan los colores y símbolos de su historia en forma de escudos heráldicos. Más de 150 localidades de nuestra provincia cuenta hoy ya con su escudo aprobado y en uso. Otras muchas están esperando hacerlo, inventarlo y reconocerlo, pero en cualquier caso el empuje de la historia, en forma de emblemas y armas blasonadas, viene con fuerza. Se aposenta en la plaza mayor de cada uno de nuestros pueblos.

El escudo de Guadalajara

El de Guadalajara es uno de los más señalados. Es, además, complejo y elegante. Falso, porque se ha inventado modernamente, y falto aún de declaración y aprobación oficial. El escudo de la ciudad se forma de un campo verde sobre el que aparece un caballero medieval seguido de una numerosa tropa, y al fondo una ciudad amurallada de la que destacan edificios contundentes, torre y banderolas. Todo ello sumado de un cielo azul sembrado de estrellas de plata. Siempre se ha dicho que representa el momento de la conquista de la ciudad por Alvar Fáñez, hecho legendario ubicable en el mes de junio de 1085. 

Pero la realidad es bien distinta. El escudo original de la ciudad, el que puede verse en sellos de cera pendientes de los documentos concejiles del siglo XIII, y luego en escudos tallados procedentes de iglesias, concejos y palacios, es más sencillo. Trátase de un caballero armado, cubierto de arneses metálicos, con espada en una mano y un pendón o banderola en la otra, sobre caballo, con un fondo de estrellas. Esta enseña es más lógica y genuina, pues procede del símbolo de la representatividad democrática del pueblo arriacense por antonomasia. El caballero de la imagen es el juez o primera autoridad elegida por los caballeros, hidalgos y pecheros. 

Este símbolo heráldico, que ha sido estudiado con mucho detenimiento en la variada bibliografía existente sobre el tema, debería ser adoptado como auténtico escudo de la ciudad. Siempre es buen momento para articular el correspondiente estudio y la propuesta al pleno del Ayuntamiento, para que si existe consenso suficiente, sea enviado a la aprobación de la Junta de Comunidades previo informe favorable de la Real Academia de la Historia.    

Minaya Alvar Fáñez

Todas las ciudades tienen su mitológico nacimiento a través de las manos de un dios pagano, de un héroe griego, de un ejército romano, o de un guerrero medieval que la sacó de ajenas manos. León fue fundada por una legión romana, y Tarazona nada menos que por Hércules. Así hasta el infinito. Guadalajara, para no ser menos, tiene en el héroe Alvar Fáñez (minaya era un apelativo amistoso y familiar) su iniciador más contundente. Primo y alférez del Cid Campeador, participó junto al rey Alfonso VI de Castilla en la campaña de acoso y conquista final del reino andalusí de Toledo. Luego tuvo mando en diversos alcázares de la tierra (leáse Zorita, Alcocer y algunos otros) y quedó en las leyendas de diversos pueblos, como Armuña, Horche e Hita como su mítico conquistador. 

Del guerrero y estratega (que entonces, en el siglo XI, era sinónimo de político, porque la política se hacía con  lanzas y catapultas) han quedado entre nosotros algunos recuerdos someros: el torreón de la primitiva muralla medieval, por donde se dice que entró a tomar posesión de la ciudad en la estrellada noche de San Juan de 1085; la calle de su nombre, que parte del referido torreón y llega al Mercado de Abastos, y el busto en bronce que modeló Sanguino y hoy vemos en el paseo de las Cruces. 

Es muy acertado el tratamiento, basado en imágenes, frases, recuerdos, del héroe castellano, en el espacio museificado de ese Torreón de Alvarfáñez, que durante siglos se llamó del Cristo de la Feria, por haber dedicado su espacio al culto de una talla de Jesús crucificado. Es una forma de entregar a las nuevas generaciones la memoria de un personaje, de su época, y de sus hechos. 

Por eso se entiende que el original escudo o emblema de la ciudad, con un caballero representativo de sus fuerzas populares, haya sido interpretado en años de romanticismo como el personaje conquistador, el héroe motivador, minaya Alvar Fáñez.

Historia y tradiciones en imágenes

Sea de una manera u otra, la historia y las tradiciones, que son esa base cultural y popular sobre la que debe edificarse el caminar futuro, están bien representadas, y con sabia mano, en los escudos heráldicos municipales. El de Guadalajara es un ejemplo muy llamativo de ello.

Porque tenemos el elemento original y sustanciador del mismo, un caballero armado y abanderado, símbolo y autoridad del burgo. El juez, o el más destacado representante del rey y del pueblo al unísono: armado, montado, abanderado. En su origen, el mejor símbolo que pudiera tomarse.

Pero luego modificado por las leyendas traídas, por las ensoñaciones de poetas, por los escritos seudoeruditos de viejos cronistas. Ese emblema que hoy parece multicolor escena de una ópera de basamentos históricos, es sin embargo el que da pie a cabalgatas y logotipos, a la sustentación de pregones y aparataje festivo. El juez transformado en guerrero con nombre y apellido. La solemnidad de un cortejo ampliada a la escena, casi cinematográfica, de un instante cuajado en el tiempo.

Así es que la fecha festiva en que nos encontramos es un momento ideal para volver a plantear esta vieja disquisición de lo singular y ancestral inserto en nuestros días. A través de algo tan sencillo, brillante y entretenido como la heráldica municipal, puede uno entrar en el camino del análisis, del conocimiento y de la defensa del Patrimonio Cultural de Guadalajara. Claro que para que ese camino sea expedito, con buen firme y destino seguro, hace falta todavía que todos entiendan lo que los escudos significan, y que la heráldica no es algo propio del pasado, periclitado en sus objetivos, sino una expresión más, perenne, del deseo y la necesidad de las gentes de sentirse identificados con la tierra en la que viven. Un sentimiento, un impulso, que nunca podrá tacharse de antiguo, de reaccionario, sino de –simplemente– fisiológico.