Lecturas de Patrimonio: los ángeles de Chera
Otra gran serie de ángeles inmaculistas, casi desconocida hasta ahora, es la que forma en los muros de la ermita de la Purísima Concepción en la pequeña aldea de Chera, en el Señorío de Molina de Aragón, en las orillas del río Gallo seminaciente. Estos son ángeles arcabuceros, en lo mejor de la tradición cuzqueña, y están solamente a medias restaurados. Merece la pena conocerlos.
En uno de esos rincones del Señorío de Molina, apenas sin gente, pero con dos barrios separados por el Gallo que allí es arroyejo, se encuentra un conjunto de obras de arte que sorprenden por varias razones, fundamentalmente por el lugar en que se encuentra y por el tema que ofrecen. El lugar es la ermita de la Purísima Concepción, junto al cementerio de la localidad, en las afueras de Chera. Y el tema, un conjunto de catorce cuadros representando en gran tamaño ángeles arcabuceros de época barroca.
La ermita de Chera, medio perdida en el páramo molinés, tiene una planta cuadrangular y está precedida de un atrio que soportan cuatro columnas. Sobre la piedra clave del arco de entrada está tallada la fecha de construcción, “Año 1694”. Sin embargo, los cuadros de su interior son algo posteriores, de 1720 en adelante, la mayoría de ellos están fechados, por lo que al respecto de la datación no existe ninguna duda.
El interior está completamente decorado con pinturas murales que enmarcan los lienzos en que se representan los ángeles. Todo ello anda bastante dañado por el paso de los años, pues el conjunto está cumpliendo actualmente los tres siglos exactos de vida. Las pinturas, representando molduras, medallones y cortinajes, encuadran frases que identifican los símbolos que portan los personajes angélicos con elementos de la letanía laurentiana. Aunque en algún momento, quizás para su limpieza, se desmontaron y luego recolocaron inadecuadamente. Por ejemplo, vemos que bajo la inscripción de Fons Aqua, figura el Ángel con una torre; y bajo la Scala Coeli, el Ángel con un lirio. Así mismo, el espacio reservado a la Stella matutina, donde se aloja el Ángel con estrella, fue enmarcado con un cortinaje escenográfico.
La calidad de las pinturas no es demasiado buena, pero en cualquier caso se identifican bien los ángeles, se aprecian con detalle sus ropajes, se admiran en diversas formas sus armamentos, y se ven los símbolos que campan sobre los escudetes que portan. Diversas cartelas sobre el fondo liso de los cuadros dan idea veraz de las personas que los encargaron, los sufragaron, y las fechas en que se hicieron. Así vemos que en el cuadro de San Rafael, figura la
inscripción “A devoción de Thomas Sanz y su muger. Manuel Sanz. Año
1720”. En el Ángel con luna se lee “Dio de limosna este cuadro Juan Martínez de Monguía. Año de 1723”. En el Ángel con lirio leemos “A deboción de Diego Malo, de Ignacio López y sus mugeres. Año 1724”. En el Ángel abanderado pone “A devoción de Ramiro y su muger Isabel Lopez. Año…”. Todavía en el Ángel con el arcabuz señalando al cielo vemos la inscripción “A devoción de Antonio de Segovia y Ángela M…. su muger. Año 1720”. Luis de Segovia y Ana Mr, su mujer”. Y en el Ángel con arcabuz en los brazos que mira de frente pone “A devoción de Andrés Go… y Ana Sanz Merino. Re… Año 1720”. Por estas inscripciones que se han salvado podemos saber las fechas de producción de la serie, concretamente de 1720 a 1723, y la costumbre existente en Chera de pagar un cuadro con ángel a devoción de las almas de vivos y muertos de las familias allí residentes en la época.
El profesor Mario Avila Vivar ha estudiado con detalle esta serie de ángeles molineses, a raíz de su descubrimiento por Teodoro Alonso Concha, y su preparación e inicio de restauración, que corrió a cargo, en cuatro de ellos, de Elena García Esteban y Marta Urmeneta Oscoz, en 2008. Destaca la intervención de dos manos, de pintores muy diferentes. Atenidos al rigor de unas dimensiones fijas, y con patrones tomados de aquí y de allá, son varios los elementos estilísticos a considerar en este conjunto. Primero sus atavíos, que se ven españoles, usando corazas de la época de Carlos II, vestimentas de origen romano, cascos y rodilleras defensivas muy barrocas, mantos y túnicas de inspiración clásica pero con detalles del inicio del siglo XVIII, utilizados de forma real en procesiones y manifestaciones rituales en la época. Después las armas que portan, que en numerosos de ellos son arcabuces, y que recuerdan las series de ángeles arcabuceros andinos, del virreinato del Perú. En este sentido, nos dice el profesor Ávila que “los ángeles arcabuceros surgieron en el Alto Perú, en la segunda mitad del siglo XVII, y representan la última gran aportación del arte occidental a la iconografía angélica. Estos ángeles visten como la aristocracia cortesana de tiempos de Carlos II y van armados como los tercios. Su estilo artístico es el denominado “barroco mestizo”, y constituyen una de las expresiones más significativas del barroco hispanoamericano. La mayoría de los historiadores del arte virreinal los consideran creaciones indígenas, y piensan que surgieron para cristianizar ancestrales cultos andinos asociados a los astros y a la naturaleza, o como imágenes cristianizadas de los Huaminca, los soldados alados de Viracocha, y como ángeles custodios del Imperio «austroandino» en el Nuevo Mundo”. Hay que destacar que las vestimentas de estos ángeles son muy similares a las que se usaron en el desfile de la Hermandad del Santo Entierro de Sevilla el Viernes Santo de 1729, capitaneados por los siete arcángeles de Palermo, uniformados con petos, espaldares, túnicas, guirnaldas, morriones, botines, y armados con picas. La procesión fue presidida por Felipe V e Isabel de Farnesio, los príncipes, infantes, deán y cabildo catedralicio; procesión que Mira Ceballos consideraba como “la más genuina y ampulosa manifestación callejera de Fe de la Sevilla Moderna”.
También hay que destacar que algunas posturas y, sobre todo, las cartelas con símbolos marianos que se ven a los pies de los ángeles, recuerdan mucho a los ángeles de la serie de la iglesia de San Bartolomé de Tartanedo, los cuales, a su vez, recuerdan a los cuatro grandes arcángeles de las pechinas de la iglesia de Nuestra Señora de la Luz de Almonacid de Zorita, en la Alcarria, y que fue mandada construir y decorar por los jesuitas. Estas ultimas son posteriores a lo de Chera, pero en todo caso nos demuestran que los patrones para representar ángeles, arcángeles y seres celestiales en época barroca fueron ampliamente utilizados por los pintores que recibieron encargos de este tipo, y que recogieron formas, aptitudes y elementos de muy diversas procedencias, tanto peninsulares como coloniales.
La ermita de la Purísima Concepción de Chera es un llamativo ejemplo y paradigma del patrimonio artístico de la provincia de Guadalajara: un innumerable catálogo de piezas, sueltas o por series, que duermen en el silencio y el olvido de todos en remotos edificios aislados por los páramos. Esta es la evidencia de un país que lleva gafas bifocales, y solo mira por la parte alta de sus cristales. Por la parte de abajo, que es con la que se examinan los detalles, casi nadie mira nunca.
Esta obra urge su restauración.