Lecturas de Patrimonio: los ángeles de Tartanedo

Lecturas de Patrimonio: los ángeles de Tartanedo

sábado, 11 diciembre 2021 2 Por Herrera Casado

Tras siglos de progresivo deterioro, se consiguió salvar –restaurándolo adecuadamente– el conjunto de doce cuadros representando ángeles en la iglesia parroquial de Tartanedo: Junta de Comunidades, Obispado de Sigüenza y Asociación de Amigos de Tartanedo, lo consiguieron. Hoy es una meta a visitar, como lo he hecho muy recientemente.

La constante petición que desde España (monarquía, instituciones, eclesiásticos y fieles) se hizo durante largos decenios para que el Vaticano declarara a la Virgen María libre de pecado original tuvo su final respuesta con la declaración, en 1854, de dicho dogma, que no hay que confundir con el que proclama la virginidad de María tras la concepción y parto de Cristo, declarado mucho antes, en 431, durante el Concilio de Éfeso. Los españoles fueron especialmente insistentes en la defensa del inmaculismo de María, y una de las formas artísticas de expresarlo ha sido la representación de cohortes, de pequeños ejércitos de ángeles, que en la tradición se dice que escoltaron siempre a la Virgen, la anunciaron, la protegieron y la elevaron en el aire en su definitiva Asunción a los Cielos.

El vigor inmaculista del arte español, desarrollado en toda la península, y en Hispanoamérica, ha dado por fruto algunos bloques de pinturas con ángeles que siguen asombrándonos cuando los vemos. En la provincia de Guadalajara han quedado dos series completas, que están actualmente recuperadas y admirables, en sus lugares de Tartanedo y Chera, ambos en el Señorío de Molina. Los he visitado recientemente y quiero dejar aquí constancia de ellos, y animar a su visita por parte de mis lectores.

Una docena de ángeles

Hace unos días pude contemplarlos de nuevo. Lo había hecho en 1976, cuando aún estaban marchitos, oscuros y deplorables en los muros de la parroquia. Y lo hice luego en 2010, cuando se restauraron por la Junta de Comunidades a instancias de la Asociación de Amigos de Tartanedo. Fue una tarde de agosto en la que, además, se presentó solemnemente el libro que con versos de José Antonio Suárez de Puga ponían palabra y serena dimensión poética a sus formas y colores.

Los “ángeles de Tartanedo” en número de doce, cubren dos muros (este y sur) de la capilla del Rosario de este templo barroco, y nos sorprenden como miembros que son de la corona de la Virgen María. El número doce, sagrado en el Antiguo y Nuevo Testamento (las doce tribus de Israel, los doce apóstoles de Cristo) incrementa su sentido trascendente. Revestidos con esplendor festivo, cada uno porta una cartela con símbolos marianos, con objetos que surgen de los salmos anunciadores, y que viven en la Letanía Laurentiana. Tienen todos la fuerza del arte barroco hispano, y aunque no se sabe con certeza donde fueron hechos, y por quien pintados, sin duda son españoles, de la mitad del siglo XVIII.

Estos doce ángeles, surgiendo sobre fondo neutro de grises y ocres, se nos ofrecen en actitudes amables, cariñosas, dulces, como de paso de danza, en andadura sosegada. Sus vestiduras son amplias, rimbombantes, de capas y faldellines, con algunas corazas, cueras, botas y rodilleras especialmente hermosas, broches ricos en el pecho, y largos pelos sobre suaves facciones que, a nada que se observen, nos dejan en la duda, en la confusión de sexo e intención que muestran. Cada uno de ellos lleva en su mano un escudo o cartela en el que se pinta una figura tomada de la Letanía de la Virgen, por lo tanto son ángeles que quieren honorar a María Madre de Dios, llevando sus poéticos iconos tomados de los Salmos: “Electa ut Sol”, “Fons signatus”, “Scala Salutis”, “Lilia inter spinas”, etc. Tres de ellos añaden un símbolo, pudiendo ser caracterizados como arcángeles: el principal, el jefe de todos ellos, es Miguel, con vara de mando y gran sombrero de plumas coloreadas. Otro es Rafael, caracterizado por su bordón y su esclavina como arcángel caminero. Y el tercero, que levanta en su mano izquierda un puñado de rosas, se trata de Gabriel. Los demás son ángeles, del montón, ninguno armado, pero elegantes, soberbios, bellos e inolvidables. Sin nombre propio, pero nacidos de la corona de estrellas (doce estrellas) que la virgen María Inmaculada lleva.

Datos para su admiración

Ocupan los huecos de dos altares que tapizan los muros de la capilla del Rosario, que fundaron en el siglo XVIII los Montesoro y Rivas, un linaje de procedencia italiana, que había afincado en la planicie molinesa durante los años de la pujanza económica generada en torno a la ganadería lanera. El propietario de la capilla fue don Andrés Carlos de  Montesoro y Rivas, casado con doña Sebastiana Malo de Molina. En el retablo se lee esta cartela: «Estas pinturas y retablos mando hacer a su costa el Sr. D. Andrés Carlos Montesoro y Ribas, patrono que es de esta capilla. Año de 1756». De todos ellos, es especialmente relevante el que figura como capitán de las fuerzas celestes, San Miguel, que viste de capitán general, con coraza en cuerpo y piernas, morrión adornado con cimera de plumas, túnica corta y un ostentoso manto que se asemeja a una capa pluvial y a un paludamentum. En su escudo aparece una pintura con la imagen completa de la Inmaculada Concepción. El segundo de los arcángeles, San Rafael, lleva en su escudo una palmera, y el tercero, San Gabriel, cambia su habitual ramo de azucenas por un bloque de rosas y ampara un escudo en que se representa un sol, alusión a la esposa del “Cantar de los Cantares” que es “Resplandeciente como un sol”.

El resto de los ángeles de Tartanedo, que han de verse en detalle uno a uno, llevan espectaculares vestimentas, y cada uno el escudo en que se representan símbolos de la letanía, alusivos a frases bíblicas que preludian la vida de la Virgen. Son estos sus nueve restantes atributos: fuente, pozo, luna, escalera, puerta del cielo, torre, ramo de lirios, ciprés y ramo de olivo. Quien más sabe de ellos, y en el libro de Suárez de Puga escribe con detalle su estudio y significado, es Teodoro Alonso Concha, profesor emérito del IES Buero, quien movió el proceso de restauración hasta completarlo en la luminoso realidad que hoy constituye esta serie de cuadros.

Lástima que solo podamos pararnos un rato a mirarlos. Y que estén –por ser un altar su habitación postrera– tan altos. Se vieron muy bien cuando, tras la restauración, en 2010, pararon una temporada en el palacio del Infantado de Guadalajara. De entonces son las fotos que hay hechas y que nos los muestran en detalle. Porque si pudiéramos disfrutar más tiempo de su inquietante armonía, nos vendrían otras cuestiones a ma mente. Decía José Luis Sampedro en su novela Octubre que “Los ángeles son andróginos castos”. Todos los seres andróginos son, por esencia, castos, puesto que se trata de especies biológicas básicas que poseen los dos sexos, pero no pueden fecundarse a sí mismos. Aunque los ángeles han sido considerados siempre masculinos, al menos en el cristianismo moderno, y sus nombres, especialmente los de los arcángeles, que son los más usados, han sido dados a los varones (Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel), no dejan de ofrecer, hoy todavía, una inquietante imagen hermafrodita. Y dado que hay tanta gente, al menos en nuestro país, que no tiene nada qué hacer, no sería extraño que ante la contemplación de estas pinturas se levante de nuevo la bizantina cuestión, clásica en el anaquel de las frases hechas, de tratar en hondura, con amplitud y hasta en Congreso, sobre “el sexo de los ángeles”.

Viene esta disquisición a propósito de lo que, siempre que me paro a contemplar estas pinturas, se levanta entre algunos espectadores que me acompañan: “aunque son ángeles, parecen mujeres”, “es que son ángeles y no tienen sexo”, “es que los ángeles realmente son femeninos”… etc.

El libro en su homenaje

Al libro que surgió con motivo de la restauración, no me canso de ponderar, pues lo merece. El título de la obra es escueto: “Angeles de Tartanedo”, y sus autores son muy conocidos entre nuestros lectores: José Antonio Suárez de Puga, que escribe los versos de arte menor en homenaje a estos alados seres, y Teodoro Alonso Concha, quien se encarga de hacer un estudio de sus símbolos (esos elementos que portan y muestran en sus escudos) y aún de la búsqueda del sentido de los ángeles en el arte.