Leyendo mensajes: palabras del Cardenal Mendoza
El valor que tienen, hoy, para nosotros, los “monumentos artísticos” del pasado, estriba en dos cosas fundamentales: una es la belleza intrínseca que poseen, su disposición, detalles, proporciones, y esos mil recovecos del arte que nos hacen suponer que una cosa es bella. Otra es el mensaje que nos transmiten, desde su época, fraguado por su autor, por su patrocinador, por el grupo de “comunicadores” que en todo momento se proponen transmitir una idea, un valor… siempre he creído que (tanto hace siglos como hoy mismo) el Arte es Comunicación.
El Cardenal Mendoza es un personaje capital en la historia de Guadalajara, y por eso acude muchas veces a estas páginas, a estos recuerdos. Era el hijo preferido del Marqués de Santillana, el que heredó su más cualificado sentido de la política y de su gusto más exquisito por la cultura. Aunque Pedro González de Mendoza y de la Vega (así se llamaba en realidad) fue dedicado por su padre al servicio de la Iglesia, realmente fue el peón que el gran Mendoza colocó al servicio de la Familia.
Este personaje fue un auténtico Príncipe del Renacimiento: no se ocupó de asuntos espirituales, no fue un reformista, y hasta se le puede poner el baldón de haber sido el creador de la Inquisición en Castilla. Sin embargo, destacó por sus fundaciones, de templos, de colegios, de universidades (la de Sigüenza nació por su iniciativa) de palacios, de fiestas… su mano dejó el Reino cuajado de maravillas arquitectónicas, pictóricas y literarias. Ese es, quizás, el mayor valor del Cardenal Mendoza.
Y ese interés por la creación de espacios y la viveza de instituciones, emana de un interés personal (y familiar, que en los Mendoza van siempre unidos) por destacar su nombre, su apellido, el prestigio de su linaje, la memoria de sus hazañas. Para ello, según se ve en todo cuanto creó y apadrinó, ha de aparecer su nombre al frente. Más que un interés espiritual, le guía el deseo de supervivencia, de salvación, conducido por el miedo a la muerte y la desaparición. Se sabe finito, pero quiere que su memoria, su obra, y su poder, queden siempre vivos. Desea sobrevivir en sus obras, y aún más en los elementos que él ha promovido.
Sería muy largo exponer los símbolos que de este poder temporal deja el Cardenal Mendoza, porque van desde el Coro de la Catedral de Sigüenza, a la iglesia de la Santa Cruz en Jerusalen; desde el Colegio de la Santa Cruz en Valladolid, a una capilla en la abadía de Fècamp, en Normandía. En todos ellos, la firma resalta y queda (y esa era su intención manifiesta) tallada en la madera, o en la piedra, o reflejada en la pintura, su rostro, su escudo, su mensaje expresivo. La “nota de prensa” es escueta y clara: “Aquí estuvo don Pedro González de Mendoza, gran Cardenal de España, príncipe de la Iglesia y cabeza de la familia Mendoza. Y eso se hizo por su deseo”.
El púlpito de Sigüenza
Es una de las últimas obras que patrocina el Cardenal Mendoza, y se sitúa en el crucero de la SICB de Sigüenza. Se trata del púlpito o predicatorio de la Epístola. En la confluencia del transepto con la capilla mayor se encuentra esta magnífica obra del último gótico: el púlpito tallado en alabastro que fue regalado a la catedral por su obispo y cardenal don Pedro González de Mendoza. Fue el encargado de realizarlo el conocido tallista Rodrigo el Alemán, a quien se propuso hacerlo en madera. Pero en última instancia no fue él quien lo realizó, sino un desconocido artista, de elevada técnica, e inscrito claramente en la ya reconocida escuela de escultura gótica que en los finales del siglo XV produjo Sigüenza. Quedó terminado en 1495 y, por desgracia, el Cardenal comitente no llegó nunca a verlo.
Sin embargo, el mensaje que hoy nos transmite, la noticia, es que fue construido para recordar al príncipe generoso: es sin duda una bellísima obra de arte que ha despertado siempre admiración y diversas interpretaciones a su significado. Rizados en cardinas y hojarasca sus capiteles sustentadores, los cinco tableros que constituyen sus límites rebosan gracia gótica en todos sus detalles. Los de los lados presentan sendos escudos cardenalicios de Mendoza, y en los centrales aparecen tres figuras. El central muestra una dulce Virgen María que sustenta en sus brazos, y algo apoyado en su cadera izquierda, un Niño Jesús que juguetea con el manto de su madre. La Virgen apoya sus pies sobre un objeto que es sin duda, una barca o nao medieval. A su derecha, una mujer con corona muestra un libro abierto, y en su mano derecha aprieta el resto de un palo, sin duda más largo, hoy quebrado y desaparecido. A la izquierda de la Virgen, un joven con gran capote sobre la armadura de guerrero, se toca con sencillo bonete de la época. A sus pies, por él pisoteado, un dragón se retuerce.
No hay duda que la pretensión del artista, cumpliendo el encargo del comitente, es resaltar el nombre, la personalidad, del Cardenal. Por ello, no es difícil, en esta “lectura de mensajes”, acercarnos al significado de estas tres figuras, que vienen a ser las personificaciones de los tres títulos cardenalicios que don Pedro recibió del Papado. Fue el primero el de Santa María in Dominica, recibido el 7 de marzo de 1473, y a poco, el Rey Enrique IV de Castilla, que le había nombrado recientemente su Canciller Mayor, ordenó que le fuera dado el nombre de Cardenal de España. Más tarde, Mendoza recibió otro título cardenalicio: el de Santa Cruz, advocación a la que era devotísimo, por haber nacido un 3 de mayo (1428), celebración de la Santa Cruz. Gozó además del título de Cardenal de San Jorge.
Son estos títulos, que por cardenalicios y por su multiplicidad le confieren un prestigio inusual, los que don Pedro González de Mendoza manda representar en el púlpito que regala a su catedral de Sigüenza. La figura del panel central es Santa María. El hecho de apoyarse en una nao, o pequeña navecilla, deriva de que la iglesia romana sede de este título, la de Santa María in Dominica, presidía la llamada plaza de la navicella o navecilla, de ahí esta curiosa identificación. La figura de la derecha no es otra que Santa Elena, reina por madre del emperador Constantino, llevando en su mano derecha una cruz, hoy rota y desaparecida en esta imagen del púlpito seguntino. Ella fue la que encontró en el monte Calvario de Jerusalen los restos de la Cruz de Cristo. Finalmente, la figura de la izquierda en el púlpito seguntino es la de San Jorge, caballero armado que mata a un dragón.
La interpretación, por otra parte, no es difícil, teniendo en cuenta que estos mismos temas se ven, idénticamente distribuidos, aunque mejor tratados escultóricamente, en el púlpito gótico de la catedral de Burgo de Osma (Soria) de cuya diócesis fue el Mendoza administrador, entre los años 1478 y 1483, y donde quiso también dejar su recuerdo en esta forma.
Otro de los modos de mantener su memoria, es tallando el escudo de sus armas en los lugares que patrocina. En este púlpito seguntino lo hace por dos veces, y con el emblema heráldico de su linaje primero: el cuartelado en sotuer que arriba y abajo muestra la banda perfilada mendocina, por Mendoza, con los laterales lisos en que aparece la frase “Ave Maria Gratia Plena” de su madre, por la Vega. Al timbre, y ahí está su voz propia, el gran sombrero del que cuelgan cinco borlas a cada lado, el símbolo más claro del cardenalato.
Otros mensajes puestos a la lectura
Pero a veces el mensaje que deja el cardenal es menos claro, más sutil, aunque también histórico y con el objetivo claro de subrayar su potencia. En los respaldares de la línea baja de sitiales del coro catedralicio seguntino, construido por su obsequio, figuran emblemas de otros títulos suyos. Por ejemplo, en la imagen vemos tallada sobre la madera de roble la cruz de Jerusalen, expresión de su título, –tan amado por él–, de Patriarca de Jerusalen. Esa cruz otras veces aparece con los brazos curvados, en una propuesta que ya expliqué en su día (“Nueva Alcarria”, 10 Febrero 2012, “Signos del más allá en Sigüenza”).
Finalmente, y tomando nota de lo que su padre impone, como actitud la más claramente humanista de sus ejercicios vitales, nos deja su retrato. Del que solo se conoce, mandado pintar por él, un solo ejemplo. Después al cardenal Mendoza se le ha retratado y reproducido gráficamente de muchas maneras, pero siempre tras su muerte. La más reciente, en forma de escultura firmada por Sanguino, en el plazal que precede al palacio del Infantado en la plaza de España de Guadalajara.
El retrato que vemos junto a estas líneas lo trazó Antonio del Rincón, y por encargo cardenalicio, para ilustrar una de las muchas tablas que tenía el retablo mayor del Convento de San Francisco de Guadalajara. Hoy ese cuadro está en el Ayuntamiento de la capital, en la sala de comisiones. Y en él aparece don Pedro joven aún, aunque ya calvo, orante y acompañado de cuatro clérigos a los que podríamos denominar sus “familiares” en el sentido de que le ayudaban en todos sus proyectos, viajes y ritos. Igual que había hecho su padre, cometiendo su retrato y el de su mujer al artista Jorge Inglés, quien aporta en el retablo de Nuestra Señora de los Ángeles para el Hospital de Buitrago (hoy en el Museo del Prado) el primer ejemplo de un retrato civil en un altar eclesial. Esa es la fuerza del humanismo que nos llega desde Italia, y ese es también el gran mensaje que debemos leer: el emparejamiento de un ser humano con los santos y ángeles, que hasta entonces habían sido los únicos protagonistas de las representaciones humanizadas de la gloria y sus habitantes.