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octubre, 2020:

La Cueva Madre de Alcocer

cueva madre de alcocer

Un aspecto muy poco estudiado hasta ahora, es el de las cuevas y asentamientos eremíticos en la provincia de Guadalajara. Aunque es este un aspecto del patrimonio que abarca toda España, en Guadalajara existen muchos lugares que dan prueba de una forma de vida antigua y palpitante. Hoy hablo de un lugar que visité y estudié la semana pasada, la Cueva Madre de Alcocer.

Me habían hablado de su existencia, y como tengo en marcha el proyecto de hacer un catálogo detallado de todas las cuevas eremíticas de la provincia de Guadalajara y sus entronques cercanos, la semana pasada me lancé en su búsqueda, que resultó fácil porque casi desde el pueblo de Alcocer se puede ver (sabiendo su existencia) el enclave, ya que está en un cerrete rocoso empinado y aislado de los campos que le rodean. También desde el interior de la cueva se puede ver el pueblo, y en concreto el pináculo de la torre de su iglesia.

Entrada a la Cueva Madre de Alcocer

Saliendo de la carretera N-320, a la altura de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, dejando a la derecha unas naves y almacenes, y tomando un camino en cuesta que ahora está cuajado de matorrales de zumaque al rojo vivo, se baja hasta el valle del Arroyo de la Fuente Gris y se avanza cruzándolo hasta llegar al referente inconfundible de la roca caliza en la que asienta este elemento patrimonial. Su localización en grados decimales es Norte 40,471093 y Oeste 2,583293. Desde el camino hay que trepar, pero de forma sencilla, por una terrera suave, viéndose adheridas a la roca las basamentas de antigua construcción ganadera.

La llegada a la Cueva es impresionante, porque en orientación a Noroeste se abre una especie de resguardo del roquedo, con un muro de unos 6 metros de altura, en el que se ven muy amplias y bien talladas tres entradas al interior de la roca. La primera de la izquierda, según nos situamos ante ella, es la más grande y se ve que la principal, donde debió haber vida plural. La segunda es solo un tallaje de la roca, con apenas una profundidad de 4-5 metros, aunque su aspecto exterior, con un acceso en forma trapezoidal, es el más característico. Y en tercer lugar, un poco más elevada, y más resguardada, está la entrada a otro seno rocoso tallado en redondo, que se quedó sin acabar, de unos 10 metros de longitud por 3-4 de anchura.

La cueva principal tiene varias peculiaridades. La entrada es estrecha, de apenas metro y medio, y nada más acceder encontramos una gran excavación en el suelo, redonda de perímetro, con unos 2 metros de hondura, que probablemente servía de defensa para quien intentara abordar el lugar sin permiso. Estaría protegida por una plataforma de madera que permitía la entrada, pero al quitarla, el hoyo disuasorio hacía muy difícil el acceso. Yo pasé como pude, agarrándome a las paredes laterales, extendiendo las piernas, etc…. En cualquier caso, el lugar no tiene un acceso fácil, hoy en día.

El interior muestra, a la izquierda, un primer seno que podría servir de alojamiento a un guardián, y ya en el espacio común y principal de la cueva, que viene a tener unos 6 metros de diámetro, el movimiento es fácil, con una altura de más de dos metros, lo que permite deambular sin problema. Al fondo se abren, sucesivamente, otras dos cavidades, que podrían estar relacionadas con el culto, especialmente la última, donde se aprecian varias hornacinas talladas en el muro, asientos, y una especie de altar en el fondo. Incluso un último agujero, de no más de 50 cms. de altura, anuncia que la cueva se extiende en profundidad, y en una dimensión desconocida. Yo, al menos, no me encontré capaz de adentrarme por ese pequeño agujero, por el que parece ser que otros han entrado, con elementos propios de la exploración espeleológica. En las paredes de todos los huecos, aparecen talladas y grabadas letras, signos y aún palabras y fechas enteras. Aparte de alguna “cruz de calvario” que vi tallada en la principal, las demás son recientes, y fruto de las ganas de algunos excursionistas de dejar fe de su presencia en aquel remoto espacio.

El lugar, en todo caso, no carece de magia y espectacularidad. Un gran complejo de cuevas talladas por el hombre, desde muy lejanos tiempos, que hace elucubrar sobre su origen, sentido y funcionalidad. Porque tras visitar este lugar, nadie deja de hacerse esta pregunta ¿quién talló este complejo habitacional? ¿cuándo lo hizo? Y ¿para qué? Cuevas de pastores, para resguardarse de las tormentas, es lo que algunos comentan. En absoluto. Esto tenía un porqué vital, un objetivo mucho más ambicioso. Mi propuesta, basada en la existencia (cuando no abundancia) de otros espacios similares, en la comarca de la Hoya del Infantado, y aún de la provincia, y de Castilla entera, es de que se trata de unas cuevas eremíticas, que fueron talladas en el siglo VI al objeto de servir de residencia y lugar de culto a monjes solitarios, aunque encuadrados en organizaciones religiosas primitivas.

En la comarca, que abarca las provincias actuales de Cuenca y Guadalajara, existen muchas otras, que poco a poco iré visitando, y algunas mucho más amplias, complicadas y asombrosas. El origen de ese movimiento eremítico parece ser que surgió desde la roca de Ercávica, una ciudad romana situada en alto, a la orilla izquierda del río Guadiela, justo enfrente (y al sur) de Alcocer. Conocida desde siempre, excavada, estudiada y hoy abierta al público como uno de los “parques arqueológicos” de la Región, se sabe que en ella, ya en decadencia en el siglo VI, se refugió el anacoreta Donato, al que las crónicas llaman “Donato el Africano” instalando en unas cuevas al pie del cerro romano el por algunos llamado “Monasterio Servitano”, que vendría a ser el germen de un amplio movimiento de eremitas que fue distribuyéndose por la zona. Ningún resto documental ha quedado de aquella iniciativa, y todos los movimientos analíticos en su torno se han hecho sobre noticias indirectas. Lo que sí está claro es que desde el siglo VI al IX d. de C., y por muy amplios sectores de Hispania, el movimiento eremítico tuvo miles de seguidores, que fueron dejando, en estas cuevas sencillas pero de estructura permanente, el rastro de su existencia.

A la “Cueva Madre” de Alcocer (que recomiendo visitar, aunque ruego que quien lo haga no deje huellas de su paso) se le han dado significados varios, como por ejemplo, ser lugar de habitación de una “mora encantada”. No es novedad esta adscripción, porque de otras muchas se ha dicho lo mismo (desde la “Peña Escrita” de Canales de Molina, espacio petroglífico de origen celtibérico, a la “Cueva de la Mora” de Illana, que inspiró una novela, o a la misma Peña Bermeja de Brihuega donde dicen que la princesa Elima vió aparecerse a la virgen María…) pero todas tienen el mismo origen, ser lugares de habitación de eremitas.

No merece la pena extenderse en la leyenda de esta “Cueva Madre” de Alcocer, que viene malamente reflejada en una crónica de Internet, donde un visitante de hace siete años cuenta que un amigo entró en la profundidad con elementos de exploración espeleológica, y se le acabó el oxígeno de tal modo que le tuvieron que rescatar, y al volver en sí contó que había visto a una mora de resplandeciente presencia que le saludó en árabe y le pidió que se pusiera la mano derecha sobre el corazón: todo se achacó a la falta de oxígeno, porque la posibilidad de que una joven musulmana habite en esos recovecos de la profundidad de la tierra desde hace 13 siglos se me hace bastante improbable.

Acompaño a este artículo el plano rudimentario que tracé sobre la marcha, y algunas fotografías de las cavidades visitadas, junto al aspecto exterior de esta “Cueva Madre” de Alcocer que, solo desde el exterior, ya impone, y merece ser visitada. Porque forma parte de ese patrimonio histórico de nuestra provincia, al que hay que seguir buscando, describiendo y respetando.

El primer Día [Virtual] de la Sierra de Guadalajara

miedes de atienza

En estos días se hubiera celebrado el “Día de la Sierra de Guadalajara” que en este año 2020 se ha quedado en la intención, aunque los animosos miembros del comité organizador han tirado de imaginación y han construido un “Día Virtual” que estoy seguro servirá para dar de nuevo visibilidad a esta zona de nuestra provincia.

Una celebración virtual

Durante doce años se ha venido celebrando, sin interrupción, el “Día de la Sierra de Guadalajara”, hecho entre muchos, y con un interés muy concreto, el de dar voz, imagen, y vida a una comarca que está en recesión clara. Solo un día al año, pero se ha conseguido que se hablara y se tomara conciencia de la situación de esta comarca, despoblada y empobrecida, en un mundo que brega por salir adelante por cualquier medio.

La renovada directiva de la “Asociación Serranía de Guadalajara”, que ahora encabeza Octavio Mínguez, secundado por su vicepresidente José María Alonso Gordo, no ha querido que este año quedara en silencio este final de Octubre, y vuelven a sacar, aunque sea por los medios solamente, el sonido del pito castellano y el revolutum colorista de sus botargas.

Recordando los doce años anteriores, en este se ha optado por su Celebración Virtual mañana sábado 24 de octubre, con presencia en las redes sociales (web y Facebook) exponiendo películas que recogen la memoria de los “12 Días de la Sierra” anteriores, y con una previa rueda de Prensa, el jueves 22, en la Diputación Provincial de Guadalajara, en la que se ha hecho entrega de los Premios Serranos de este año, que se ha decidido conceder a Cantalojas, como pueblo, y a los equipos de los Centros de Salud de la Sierra (médicos y enfermeras) y a los farmacéuticos, que serán considerados “Serranos del Año”. Con todo merecimiento. Al mismo tiempo, se hará la convocatoria del XIV “Día de la Sierra 2021” y se nominará a Atienza como sede de la misma. Siguen vivos, y con muchas ganas, en www.serraniadeguadalajara.com, donde reciben nuestro aplauso.

La mina Santa Teresa, de Hiendelaencina

Yo lo he celebrado este año a mi manera, con un viaje, a descubrir detalles de la Sierra que no suelen ser muy visitados, y faltaban en mi curriculum. El primero ha sido la mina “Santa Teresa” (lo que queda de ella) en Hiendelaencina. Impresiona ver, en el silencio del paisaje, tantos edificios en ruinas, tantos asomos a lo profundo, tanto rumor congelado.
Esta fue una de las primeras y más importantes minas del conjunto de Hiendelaencina. Situada en el Paraje “El Mojonazo” a poco más de un kilómetro de la villa, es hoy de muy fácil acceso. Se hizo su demarcación en 1845, y en 1875 pasó a formar parte del Coto “El doctorado”. La Sociedad explotadora “La Reconquista” creada en 1889 se hizo cargo de ella y cinco años después fue englobada en “La Plata Roja” que finalmente, en 1897, pasaría a formar en la Sociedad “La Plata” de capital francés. En 1899 se alcanzó la profundidad de 250 metros, y los 300 en 1903, cuando se encontró el filón “El Iluminado”, del que se extrajo enorme cantidad de plata, que se beneficiaba directamente en la fábrica aneja. Tuvo sus años de esplendor entre 1903 y 1915. En el 18 pasó a ser de capital español, más concretamente del Banco Urquijo. Al llegar 1931 se detuvo totalmente su producción.

¿Qué ver en la “Santa Teresa” de Hiendelaencina? Pues siempre con cuidado, para no caer en alguno de sus pozos, se ven los enormes muros de su planta de beneficio, y las entradas a las bajadas al subsuelo. Una amalgama que, en el fondo, causa escalofrío, y que expresa como en ningún otro lugar lo que fue la Sierra de Guadalajara hace un siglo, y lo que queda de ello ahora.

La ermita de Santa María de la Puente, de Miedes

El otro destino ha estado un poco más al norte, en término de Miedes de Atienza, aunque he podido llegar desde Cañamares, porque hay mejor camino para alcanzar (los último tramos se hacen a pie, por el monte) la ermita de Santa María de la Puente.

Donde se puede admirar, no solamente el edificio religioso, popular y sencillo como todos, de aspecto grandioso, del siglo XVIII, vivo a través de sus romerías y querencias, pero acompañado en el entorno por unos restos sumamente interesantes, los del poblado medieval (con orígenes indudables en lo celtíbero) de su mismo nombre.

Cueva Ritual junto a la ermita de Santa María de la Puente, en Miedes (Guadalajara)

En el costado de levante de la ermita, en la falda que escurre desde su altura, aparece un gran macizo rocoso que ha sido tratado por el hombre de múltiples maneras. Por ejemplo, en su superficie, irregular, se aprecian tallas de la roca como para dar límites a espacios que estarían construidos. Y de la roca que sobresale, tallada de diversos modos, se vislumbran mechinales en lo alto, como si de ella hubieran dependido en su día construcciones de madera adheridas.

La cueva en sí tiene un gran acceso tallado por el costado sur, que da paso a un espacio que podríamos decir “redondo”, y en cuyo término se talla una especie de altar o escalón que permite ascender a una especie de patio que es a su vez atrio de otra roca tallada con bancos en la base, hornacinas a media altura, y, en todos los lugares, cruces talladas, como “de calvario” con bases triangulares sustentándolas.

El espacio es claramente ritual. Si hubo en su torno, en aquel cerro de la ermita, como todos los indicios hacen creer, un poblado medieval, con seguridad que se hizo sobre un asentamiento previo celtibérico, y también romano porque se han encontrado restos arqueológicos en el valle. Frente a este cerrete, discurre hoy arbolado y denso el arroyo de Pajares.

Junto al acceso a la ermita, existe otra cueva de boca muy estrecha, aunque se debe a su colmatación, y un paisano que andaba por allí paseando me aseguró que cruzaba toda la roca y comunicaba con una cripta de la ermita…

Es muy difícil datar con exactitud el lugar, puesto que solo quedan peñascos tallados, pero no cuesta trabajo creer que tuvieran su auge poblacional entre los siglos VI al IX de nuestra Era, pues en esos siglos de dominio visigodo, fueron muy abundantes los espacios poblados, con cuevas rituales y eremíticas en su entorno, por los altos valles de la Serranía de Atienza. Así hay cuevas de este tipo en Albendiego, Ujados, Hijes, Alcolea de las Peñas, Tordelrábano, Miedes por supuesto y un largo etcétera.

El viaje por aquellas latitudes serranas se completó con el descubrimiento de un camino (actualmente asfaltado) que lleva desde Cañamares a Prádena de Atienza, cruzando el hondo cauce del río Bornova, entre altas praderas, densos bosques de roble y distancias casi infinitas, teniendo siempre al Santo Alto Rey por referente y compañero de viaje. Sentí que mi amor por nuestra sierra se expandía de nuevo, como en latidos, al recorrer las dos leguas de ese camino prístino en el que ningún ser humano encontré, pero sí muchos animales de altos vuelos. La llegada a Prádena, tan en cuesta siempre, con tantos cambios constructivos desde la última vez que la pisé hace cuarenta años, hizo que me costara reconocer el pueblo. Después, un bocadillo sentado en unas piedras, en la cuesta que mira a Gascueña, que sestea al fondo, fue el complemento perfecto que todo viajero apetece.

Por todo ello, y sin repetir más obviedades, creo que este “Día Virtual de la Sierra” que mañana nos tocará vivir será un poco penoso, al no poder saludar a tantos amigos que en este lugar del mundo solemos encontrarnos, pero será también un buen momento para la meditación y la consideración de qué cortos nos hemos quedado cuando creíamos estar llegando a Marte: ¿qué ciencia, pues, es la que nos están ofreciendo, que un virus es capaz de matar millones de personas, y no hay forma de encontrar -y en tiempo rápido- una solución efectiva, una vacuna, un medicamento que lo disuelva?

Leyendo mensajes: palabras del Cardenal Mendoza

pulpito de la epistola de la catedral de Siguenza

El valor que tienen, hoy, para nosotros, los “monumentos artísticos” del pasado, estriba en dos cosas fundamentales: una es la belleza intrínseca que poseen, su disposición, detalles, proporciones, y esos mil recovecos del arte que nos hacen suponer que una cosa es bella. Otra es el mensaje que nos transmiten, desde su época, fraguado por su autor, por su patrocinador, por el grupo de “comunicadores” que en todo momento se proponen transmitir una idea, un valor… siempre he creído que (tanto hace siglos como hoy mismo) el Arte es Comunicación.

pulpito de la epistola de la catedral de Siguenza
Santa Elena, Santa María, San Jorge
en el púlpito de la Epístola de la Catedral de Sigüenza

El Cardenal Mendoza es un personaje capital en la historia de Guadalajara, y por eso acude muchas veces a estas páginas, a estos recuerdos. Era el hijo preferido del Marqués de Santillana, el que heredó su más cualificado sentido de la política y de su gusto más exquisito por la cultura. Aunque Pedro González de Mendoza y de la Vega (así se llamaba en realidad) fue dedicado por su padre al servicio de la Iglesia, realmente fue el peón que el gran Mendoza colocó al servicio de la Familia. 

Este personaje fue un auténtico Príncipe del Renacimiento: no se ocupó de asuntos espirituales, no fue un reformista, y hasta se le puede poner el baldón de haber sido el creador de la Inquisición en Castilla. Sin embargo, destacó por sus fundaciones, de templos, de colegios, de universidades (la de Sigüenza nació por su iniciativa) de palacios, de fiestas… su mano dejó el Reino cuajado de maravillas arquitectónicas, pictóricas y literarias. Ese es, quizás, el mayor valor del Cardenal Mendoza.

Y ese interés por la creación de espacios y la viveza de instituciones, emana de un interés personal (y familiar, que en los Mendoza van siempre unidos) por destacar su nombre, su apellido, el prestigio de su linaje, la memoria de sus hazañas. Para ello, según se ve en todo cuanto creó y apadrinó, ha de aparecer su nombre al frente. Más que un interés espiritual, le guía el deseo de supervivencia, de salvación, conducido por el miedo a la muerte y la desaparición. Se sabe finito, pero quiere que su memoria, su obra, y su poder, queden siempre vivos. Desea sobrevivir en sus obras, y aún más en los elementos que él ha promovido.

Sería muy largo exponer los símbolos que de este poder temporal deja el Cardenal Mendoza, porque van desde el Coro de la Catedral de Sigüenza, a la iglesia de la Santa Cruz en Jerusalen; desde el Colegio de la Santa Cruz en Valladolid, a una capilla en la abadía de Fècamp, en Normandía. En todos ellos, la firma resalta y queda (y esa era su intención manifiesta) tallada en la madera, o en la piedra, o reflejada en la pintura, su rostro, su escudo, su mensaje expresivo. La “nota de prensa” es escueta y clara: “Aquí estuvo don Pedro González de Mendoza, gran Cardenal de España, príncipe de la Iglesia y cabeza de la familia Mendoza. Y eso se hizo por su deseo”.

El púlpito de Sigüenza

Es una de las últimas obras que patrocina el Cardenal Mendoza, y se sitúa en el crucero de la SICB de Sigüenza. Se trata del púlpito o predicatorio de la Epístola. En la confluencia del transepto con la capilla mayor se encuentra esta magnífica obra del último gótico: el púlpito tallado en alabastro que fue regalado a la catedral por su obispo y cardenal don Pedro González de Mendoza. Fue el encargado de realizarlo el conocido tallista Ro­drigo el Alemán, a quien se propuso hacerlo en madera. Pero en última instancia no fue él quien lo realizó, sino un desconocido artista, de elevada técnica, e inscrito claramente en la ya reconocida escuela de escultura gótica que en los finales del siglo XV produjo Sigüenza. Quedó terminado en 1495 y, por desgracia, el Cardenal comitente no llegó nunca a verlo.

Sin embargo, el mensaje que hoy nos transmite, la noticia, es que fue construido para recordar al príncipe generoso: es sin duda una bellísima obra de arte que ha despertado siempre admiración y diversas interpretaciones a su significado. Rizados en cardinas y hojarasca sus capiteles sustentadores, los cinco tableros que constituyen sus límites rebosan gracia gótica en todos sus detalles. Los de los lados pre­sentan sendos escudos cardenalicios de Mendoza, y en los centrales aparecen tres figuras. El central muestra una dulce Virgen María que sustenta en sus brazos, y algo apoyado en su cadera izquierda, un Niño Jesús que juguetea con el manto de su madre. La Virgen apoya sus pies sobre un objeto que es sin duda, una barca o nao medieval. A su derecha, una mujer con corona muestra un libro abierto, y en su mano derecha aprieta el resto de un palo, sin duda más largo, hoy quebrado y desaparecido. A la izquierda de la Virgen, un joven con gran capote sobre la armadura de guerrero, se toca con sencillo bonete de la época. A sus pies, por él pisoteado, un dragón se retuerce.

No hay duda que la pretensión del artista, cumpliendo el encargo del comitente, es resaltar el nombre, la personalidad, del Cardenal. Por ello, no es difícil, en esta “lectura de mensajes”, acercarnos al significado de estas tres figuras, que vienen a ser las personificaciones de los tres títulos cardenalicios que don Pedro recibió del Papado. Fue el primero el de Santa María in Dominica, recibido el 7 de marzo de 1473, y a poco, el Rey Enrique IV de Castilla, que le había nombrado reciente­mente su Canciller Mayor, ordenó que le fuera dado el nombre de Cardenal de España. Más tarde, Mendoza recibió otro título cardenalicio: el de Santa Cruz, advocación a la que era devotísimo, por haber nacido un 3 de mayo (1428), celebración de la Santa Cruz. Gozó además del título de Cardenal de San Jorge.

Son estos títulos, que por cardenalicios y por su multiplicidad le confieren un prestigio inusual, los que don Pedro González de Mendoza manda representar en el púlpito que regala a su catedral de Sigüenza. La figura del panel central es Santa María. El hecho de apoyarse en una nao, o pequeña navecilla, deriva de que la iglesia romana sede de este título, la de Santa María in Dominica, presidía la llamada plaza de la navicella o navecilla, de ahí esta curiosa identificación. La figura de la derecha no es otra que Santa Elena, reina por madre del emperador Constantino, llevando en su mano derecha una cruz, hoy rota y desaparecida en esta imagen del púlpito seguntino. Ella fue la que encontró en el monte Calvario de Jerusalen los restos de la Cruz de Cristo. Final­mente, la figura de la izquierda en el púlpito seguntino es la de San Jorge, caballero armado que mata a un dragón. 

La interpretación, por otra parte, no es difícil, teniendo en cuenta que estos mismos temas se ven, idénticamente distribuidos, aunque mejor tratados escultóricamente, en el púlpito gótico de la catedral de Burgo de Osma (Soria) de cuya diócesis fue el Mendoza administrador, entre los años 1478 y 1483, y donde quiso también dejar su recuerdo en esta forma.

Otro de los modos de mantener su memoria, es tallando el escudo de sus armas en los lugares que patrocina. En este púlpito seguntino lo hace por dos veces, y con el emblema heráldico de su linaje primero: el cuartelado en sotuer que arriba y abajo muestra la banda perfilada mendocina, por Mendoza, con los laterales lisos en que aparece la frase “Ave Maria Gratia Plena” de su madre, por la Vega. Al timbre, y ahí está su voz propia, el gran sombrero del que cuelgan cinco borlas a cada lado, el símbolo más claro del cardenalato.

Otros mensajes puestos a la lectura

Pero a veces el mensaje que deja el cardenal es menos claro, más sutil, aunque también histórico y con el objetivo claro de subrayar su potencia. En los respaldares de la línea baja de sitiales del coro catedralicio seguntino, construido por su obsequio, figuran emblemas de otros títulos suyos. Por ejemplo, en la imagen vemos tallada sobre la madera de roble la cruz de Jerusalen, expresión de su título, –tan amado por él–, de Patriarca de Jerusalen. Esa cruz otras veces aparece con los brazos curvados, en una propuesta que ya expliqué en su día (“Nueva Alcarria”, 10 Febrero 2012, “Signos del más allá en Sigüenza”).

La Cruz de Jerusalen en el coro de la catedral de Sigüenza

Finalmente, y tomando nota de lo que su padre impone, como actitud la más claramente humanista de sus ejercicios vitales, nos deja su retrato. Del que solo se conoce, mandado pintar por él, un solo ejemplo. Después al cardenal Mendoza se le ha retratado y reproducido gráficamente de muchas maneras, pero siempre tras su muerte. La más reciente, en forma de escultura firmada por Sanguino, en el plazal que precede al palacio del Infantado en la plaza de España de Guadalajara.

El retrato que vemos junto a estas líneas lo trazó Antonio del Rincón, y por encargo cardenalicio, para ilustrar una de las muchas tablas que tenía el retablo mayor del Convento de San Francisco de Guadalajara. Hoy ese cuadro está en el Ayuntamiento de la capital, en la sala de comisiones. Y en él aparece don Pedro joven aún, aunque ya calvo, orante y acompañado de cuatro clérigos a los que podríamos denominar sus “familiares” en el sentido de que le ayudaban en todos sus proyectos, viajes y ritos. Igual que había hecho su padre, cometiendo su retrato y el de su mujer al artista Jorge Inglés, quien aporta en el retablo de Nuestra Señora de los Ángeles para el Hospital de Buitrago (hoy en el Museo del Prado) el primer ejemplo de un retrato civil en un altar eclesial. Esa es la fuerza del humanismo que nos llega desde Italia, y ese es también el gran mensaje que debemos leer: el emparejamiento de un ser humano con los santos y ángeles, que hasta entonces habían sido los únicos protagonistas de las representaciones humanizadas de la gloria y sus habitantes.

La leyenda de Tarquinio y Lucrecia en Lupiana

Seguimos leyendo los monumentales detalles de nuestro patrimonio histórico-artístico. En esta ocasión viajamos a Lupiana, parando primero en la iglesia del pueblo, y siguiendo luego la visita por las dependencias de su monasterio jerónimo. 

Lucrecia se suicida
Monasterio de Lupiana

La villa de Lupiana 

Ya en ocasión anterior hice un repaso de algunas portadas de palacios e iglesias de nuestra provincia, en las que los ángulos superiores o enjutas muestran sendos medallones con personajes de la historia, el santoral o la leyenda. Ver, en este sentido, “Diálogos de piedra: santos cristianos y héroes paganos en la Alcarria” (Nueva Alcarria, 12 Julio 2013). Se me pasó entonces mencionar la iglesia de Lupiana, a la que tenía ya vista y catalogada como una obra preciosa del taller de Alonso de Covarrubias. No de su mano, pero sí de las de aprendices entusiastas, nació la portada de la iglesia parroquial de Lupiana, con la estructura clásica de tradición toledana, el friso de grutescos, y los dos grandes medallones de las enjutas, que aquí describo.

De inicio me parecieron los clásicos personajes que sirven de pilares a la Iglesia católica, por su condición de primer apóstol y de apóstol de los gentiles, respectivamente: Pedro y Pablo. Con más detenimiento examinados, vemos que en esta ocasión los diseñadores del programa decidieron no poner a Pedro, sustituyéndole por Santiago. Y dejaron al refundador del cristianismo, a San Pablo, que se identifica por su espada y su luenga barba. El otro, a la derecha del hueco aportalado, es Santiago, porque lleva una bolsa en su mano izquierda, y un bordón en la derecha, más la venera de peregrino en el frontal de su sombrero. No es baladí entretenerse en estas cosas, porque a veces se encuentran relaciones de espacios con situaciones, y en este caso, podríamos pensar que a Lupiana le corresponde cierto lugar en las rutas jacobeas por este interés de sus gentes de colocar al patrón de España, su “santo nacional” en la portada del templo mayor.

El claustro mayor del monasterio de San Bartolomé

Una de las joyas del Renacimiento arquitectónico español es, sin duda, el claustro mayor del monasterio jerónimo de San Bartolomé, en Lupiana. En ese espacio que emociona, por sus dimensiones, sus acordes y su decoración elegante, hay muchas notas de aprecio. Hoy, que estoy hablando de medallones, me paro a considerar solamente un detalle que a muchos que lo visitan les pasa desapercibido, y son los cinco grandes medallones o tondos tallados con figuras que decoran las enjutas de los arcos de la panda norte del claustro, en su parte interior. 

En la exterior, Alonso de Covarrubias, que fue su directo diseñador y arquitecto director, puso tondos con las armas de la Orden, un león cobijado por un gorro ancho con cinco borlas a cada lado. Pero en la interior, posiblemente a requerimiento de quien por entonces (hacia 1535) fuera prior del monasterio, puso cinco imágenes muy bien talladas, espléndidas en factura y detalle, que simplemente enumero, y que con claridad se identifican como figuras claves de la Iglesia y de la Orden: Allí aparecen San Jerónimo, como padre de la Iglesia y protector de la Orden; San Bartolomé, como Apóstol cuyo título ostenta el cenobio; San Pedro, primero de los apóstoles, y San Pablo, aleccionador de los gentiles. En el centro, María Virgen, con su hijo infante entre los brazos. Fácil de entender por todos, el simbolismo y la jerarquía. 

La iglesia monasterial

De la iglesia monasterial de Lupiana, que fue erigida en un dignísimo estilo manierista en 1613 por el arquitecto vallisoletano Francisco de Praves, solamente quedan hoy sus altos muros perimetrales. Por el abandono de la propiedad, en su día, la iglesia se derrumbó hacia 1920, desapareciendo sus techos (que estaban pintados por los pintores italianos traídos por el rey Felipe II para decorar el templo de El Escorial) y todo ornato o estructura fuera de sus muros.

Por todo ello, de su decoración, posiblemente muy rica en iconografía y simbólica, muy pocas muestras quedaron. Dos de ellas están hoy en los machones que escoltan las escaleras que permitían subir al elevado presbiterio, en el extremo oriental del templo. Son, precisamente, dos medallones enormes, don tondos tallados con precisión y elegancia. No sabemos por quién, pero en todo caso allí se pusieron para servir de ejemplo (como siempre en la decoración religiosa) a los fieles.

En este caso, no se recurrió a imágenes santas ni figuras testamentarias. Aquí se fue directamente a la Historia de Roma, o, mejor dicho, a su más cara y antigua leyenda, la de Lucrecia y Tarquinio y la fundación de la República Romana.

Según la tradición, que recoge Tito Livio en su obra magna, el último “rey de Roma” fue Tarquinio “el Soberbio”, sacudido de su trono por una serie de individuos que tomaron como pretexto la violación que días antes había sufrido la patricia Lucrecia por parte del príncipe Sexto Tarquinio. Entre los líderes de la revuelta estaban el sobrino del rey, Lucio Junio Bruto, el esposo de Lucrecia, Lucio Tarquinio Colatino, y el padre de la joven, Espurio Lucrecio, junto con su poderoso amigo Publio Valerio Publícola. Ellos consiguieron que el Rey se exiliara en Cumas, donde acabó sus días, mientras que Bruto y Tarquinio Colatino eran elegidos cónsules (en este caso pretores) dando inicio al sistema republicano que duraría siglos en Roma.

Según la tradición, que recoge Tito Livio en su obra magna, el último “rey de Roma” fue Tarquinio “el Soberbio”, sacudido de su trono por una serie de individuos que tomaron como pretexto la violación que días antes había sufrido la patricia Lucrecia por parte del príncipe Sexto Tarquinio. Entre los líderes de la revuelta estaban el sobrino del rey, Lucio Junio Bruto, el esposo de Lucrecia, Lucio Tarquinio Colatino, y el padre de la joven, Espurio Lucrecio, junto con su poderoso amigo Publio Valerio Publícola. Ellos consiguieron que el Rey se exiliara en Cumas, donde acabó sus días, mientras que Bruto y Tarquinio Colatino eran elegidos cónsules (en este caso pretores) dando inicio al sistema republicano que duraría siglos en Roma.

Las figuras de la iglesia monasterial de Lupiana son dos:

  1. Un varón barbado cubierto por una clámide, y que en su mano derecha empuña un arma, un cuchillo de grandes dimensiones. Es Tarquinio.
  2. Una hembra joven y hermosa, a la que le falta un brazo, precisamente el que empuña un puñal y se lo clava en el pecho, viéndose en él una herida de la que brotan borbotones de sangre.

La leyenda dice que Lucrecia fue violada por el hijo del rey, y que los familiares de ella fueron a pedir cuentas al monarca, exigiendo el juicio y muerte de su hijo el príncipe Sexto Tarquinio. Pero ella, entre tanto, decidió quitarse la vida y en ese momento la retrata el escultor.

La historia, tan truculenta, ha sido muchas veces reproducida y utilizada por artistas de varias épocas para plasmarla en lienzos y estatuas. Quizás la más famosa de las interpretaciones es la que hace Tiziano (¡¡a sus 80 años !!) por encargo del rey Felipe II de España. La obra, pintada en 1571, actualmente se encuentra en el Museo Fitzwilliam de Cambridge (Reino Unido). Pero existen muchísimas otras interpretaciones, en pintura y escultura, debidas a buen número de artistas europeos, desde el siglo XVI al XIX. Ver en esta página muchas de esas imágenes: https://jesusangelortega.wordpress.com/2009/08/22/lucrecia-sangre-y-honor/

Se me hace difícil interpretar el sentido didáctico o catequético que esta historia representada tan escuetamente en Lupiana pueda tener en su época, que son los inicios del siglo XVII. A partir del Concilio de Trento, el suicidio (sea del tipo que sea) es considerado pecado y los suicidas apartados radicalmente de la posibilidad de acceder a la Gloria. Quizás aquí se quiso exponer más el sentido de la valentía que una mujer adopta frente a la agresión sexual y personal que sufre, quitándose la vida en un suicidio “ejemplar”, pero no nos han quedado ni remotamente alusiones escritas o comentarios coetáneos al hecho en sí. El valor que nos entrega esta pareja de tondos lupianeros, es la belleza de sus figuras, y la sorpresa de encontrar un tema, entre histórico y mitológico, relativo al mundo clásico, en la iglesia mayor de la Orden Jerónima en España

Las gárgolas de Mirabueno: un programa iconográfico humanista

El interés por la lectura nos depara muchas veces sorpresas y alegrías, no sólo al captar mensajes perdidos que se nos hacen sonoros y evidentes, sino porque descubren fragmentos del patrimonio artístico de nuestra tierra hasta ahora desapercibidos. La lectura a la que me refiero es la del patrimonio cultural alcarreño, esa que hacemos cuando nos fijamos en el conjunto y en los detalles de las obras de arte heredadas de nuestros antepasados: templos, castillos, cuadros y espacios. Hoy traigo como absoluta novedad un conjunto de gárgolas renacentistas que se articulan en un estupendo conjunto con mensaje cultural. Están en Mirabueno, cerca de Sigüenza.

La villa de Mirabueno

En el borde septentrional de la meseta alcarreña que va a desprenderse en fuertes cuestarrones hacia el valle ancho del Henares, asienta Mirabueno, pequeño pueblo que debe su nombre a las magníficas vistas que desde él se gozan, en dirección a los valles del Dulce y el Henares, que a sus pies se juntan, por Mandayona, y aún más lejos se extiende el panorama por las serranías atencinas, del Ocejón y Somosie­rra.

Aquí traigo como absoluta novedad un conjunto de gárgolas renacentistas que se articulan en un estupendo conjunto con mensaje cultural, y que están en Mirabueno, cerca de Sigüenza.

Perteneció a la Tierra de Atienza. Fue donado por el rey Juan II a su cortesano Gómez Carrillo en ocasión de su boda con María de Castilla, en 1434, y luego su hijo Alfonso Carri­llo de Acuña, en 1478, formando con Mandayona a la cabeza un pequeño señorío en el que incluyó a Mirabueno, se lo vendió a doña Brianda de Castro, cuyo marido don Iñigo de la Cerda y Mendoza era ya señor de Miedes. En esta familia de la Cerda‑Mendoza, permanecieron ambos señoríos durante el siglo XVI, y a finales del mismo se integraron en el ducado de Pastrana y más tarde en la Casa del Infantado.

La iglesia parroquial

Aunque por iniciativa eclesial, con las directrices emanadas siempre desde el arzobispado de Sigüenza al que pertenecía Mirabueno, pero con la ayuda económica de sus señores los De la Cerda y Mendoza, el pueblo construyó a mediados del siglo XVI su iglesia parroquial tal como hoy la vemos, echando al suelo la antigua, posiblemente de dimensiones reducidas y estilo románico rural. Se trata de un magnífico elemento de estilo renacentista, influido por la escuela seguntina de cante­ros de mediado el siglo XVI. Muestra fuerte fábrica de sille­ría, en estilo “de cajón”, esto es, con planta de nave única, sin crucero marcado, y con cabecera poligonal, más contrafuertes laterales sujetando la gran bóveda nervada del interior, y una magnífica torre de planta cuadrada sobre el muro de poniente. La puerta de entrada se abre al sur, y se forma de severas líneas renacentistas, bajo amplio pórtico cubierto sujeto por tres columnas que se alzan sobre altos y elegantes pedestales. En la barbacana de piedra que rodea al edificio, aparecen grandes bolones, así como el jarrón de azu­cenas del Cabildo seguntino, y la fecha de 1701 grabada.

Otra lectura de patrimonio: en este caso la colección de gárgolas que adornan lo más alto de la torre de Mirabueno, y que constituyen un enigmático programa iconográfico de fondo humanista.
La torre de Mirabueno, con sus gárgolas

Lo que más nos interesa en esta ocasión es la torre, de planta cuadrada, adosada sobre el muro de poniente del templo, muy elevada, con muros firmes de sillería, y un cuerpo final para las campanas, de espléndida factura, que se constituye con pilastras, entablamentos, y un final antepecho rematado a trechos por florones. Espectacular es el friso que supera los muros de la torre y sustenta al antepecho, porque tiene una fina labra de jaqueles y ovas acompañados de hojas, con un sentido clásico muy elaborado. Surgiendo de ese friso, marcando simétricamente las esquinas y comedios de la torre, ocho grandes gárgolas finamente talladas sobre piedra caliza.

Es este el motivo principal de mi comunicación de hoy: la singularidad, casi única en la provincia de Guadalajara, de un conjunto de gárgolas renacentistas, que se conserva completo, y que ofrece -a mi entender- un mensaje iconológico a través de una iconografía clara y afortunadamente bien marcada.

Para el análisis de estas piezas escultóricas, en las que hasta ahora nadie se había fijado, se puede establecer una distribución que es geométrica y que manifiesta claramente una intención locutoria.

Las ocho gárgolas de la torre de Mirabueno

Están las figuras colocadas de tal manera que en las esquinas de la torre aparecen seres humanos cuya identificación hago a continuación. Y en los comedios del muro aparecen animales que a su vez forman un conjunto propio. Un sencillo esquema que acompaño da idea de su distribución, y a partir de los números que los identifican, hago la descripción y análisis del conjunto.

1 – Profeta

2 – Sibila

3 – Rey guerrero Salomón (dominio)

4 – esclavo hebreo (sumisión)

5 – carnero (sumisión)

6 – león (resurrección)

7 – perro (fidelidad)

8 – águila (dominio)

De los seres humanos que pueblan esta altura, he podido identificar los siguientes (de E. a S.):

Un hombre adulto expresivo, con luengas barbas y tocado de una especie de bonete, que parece gritar mensajes. Una mujer, porque aparece con su torso desnudo, sus grandes pechos al aire, el pelo ensortijado sobre la frente. Un guerrero poderoso tocado de un casco apuntado y cubiertos sus hombros de coraza bien tallada. Y un esclavo, hombre joven con sus brazos sujetos por una tela arrugada, el pelo abundante y revuelto y haciendo una llamada de socorro.

De los animales que en ella se muestran, en el mismo orden (de E. a S.):

Un carnero, con su cornamenta bien marcada. Un león, con sus melenas que le cubren cabeza y torso. Un perro, con los hocicos prominentes. Y un águila, con su pico enorme y el cuerpo cubierto de plumas.

Con todas las precauciones, este podría ser el enunciado iconográfico, y pasar al iconológico es siempre un paso atrevido, pero que debe hacerse. Creo que las cuatro figuras humanas se contraponen claramente (o se complementan, según se mire) con las figuras animales. Los personajes no identifican a nadie en concreto, no llevan cartelas ni nombres tallados, por lo que se debe suponer son representaciones ideales. No son santos del Cristianismo, porque irían identificados, y solo cabe pensar que son figuras de la Antigüedad, tanto del Antiguo Testamento, como del Paganismo. En la generosa concesión que el neoplatonismo humanista hace de estos remotos seres, debe suponerse que incitan a la memoria de los tiempos prístinos del pueblo judío. Y así, podríamos suponer que en ese orden expuesto, el “1” Profeta sería uno de los más señalados de la Biblia, quizás Isaías; el “2” Sibila, podría ser cualquiera de ella, la Helespóntica por ejemplo. Ambos en sus escritos hacen profecía del Nacimiento de Cristo. El “3” Rey guerrero armado, es sin duda Salomón, expresión del dominio del pueblo hebreo, mientras que el “4” esclavo es un judío sometido a la opresión en el sometimiento de Babilonia. Estos dos últimos expresan también, en lectura proféticas, los momentos del alma cristianizada, poder y sumisión.

De las cuatro figuras de animales, podríamos leer sus respectivos y habituales sentidos simbólicos. El “5” carnero, que es logotipo de la sumisión; el “6” león, que lo es del poder, y de la resurrección también; el “7” perro, que lo es de la fidelidad, y el ”8” águila, que es del dominio, con su vista y su alto vuelo.

Podrían, incluso, emparejarse los animales con los personajes, y así hacer parejas de Salomón con el águila (1-8), del esclavo con el carnero (4-5), del profeta con el león (1-6) y de la sibila con el perro (2-7). 

Una mujer que podría ser una sibila

La interpretación de un monumento con un sentido seguro, pero no evidente, es uno más de los pasos que deben darse en el proceso de las “lecturas del patrimonio”. En este caso de Mirabueno, además de la forma (la torre manierista con su cuerpo de campanas y los alardes escultóricos de sus gárgolas) se ofrece la curiosa iconografía, con seres humanos y animales en alternancia buscada, y una arcana iconología en la que seguro que puso imaginación, y teológico saber, algún canónigo del Cabildo de la catedral seguntina. Este último paso, que siempre requiere documentos, firmas y anclajes escritos, es el que nos falta. Pero en todo caso queda la especulación y la evidencia callada de una intención.

La autoría

Es muy difícil, sin documentos parroquiales, pronunciarse sobre la autoría de la iglesia, torre y gárgolas. La iglesia de Algora, situada a media legua de Mirabueno, con un espléndido edificio parroquial algo posterior, de la segunda mitad del siglo XVI, debe su autoría a José Sanz de Alvarado (según se pregona tallado con grandes letras en la torre) y Juan de la Carrera “el Viejo”, ambos canteros y maestros montañeses. Trabajando a las órdenes del Obispado seguntino, es muy posible que fueran ellos, o gente de su grupo (en todo caso maestros de cantería cántabros) quienes se responsabilizaran del aparato de la iglesia de Mirabueno. Y que el programa humanista manifestado en sus gárgolas fuera fruto de las cavilaciones de algún canónigo seguntino (de ahí la repetida aparición del escudo capitular en la cara oeste de la torre, puerta, muros y barbacana de esta iglesia) dado a la especulación teológica tan propia del neoplatonismo de la primera mitad del siglo XVI en Castilla. Téngase en cuenta que esta galería de figuras de la iglesia de Mirabueno surge al mismo tiempo en que Sigüenza ve construirse (y decorarse) el gran Sagrario Nuevo o “Sacristía de las Cabezas” catedralicia.