La Cueva Madre de Alcocer

La Cueva Madre de Alcocer

sábado, 31 octubre 2020 0 Por Herrera Casado

Un aspecto muy poco estudiado hasta ahora, es el de las cuevas y asentamientos eremíticos en la provincia de Guadalajara. Aunque es este un aspecto del patrimonio que abarca toda España, en Guadalajara existen muchos lugares que dan prueba de una forma de vida antigua y palpitante. Hoy hablo de un lugar que visité y estudié la semana pasada, la Cueva Madre de Alcocer.

Me habían hablado de su existencia, y como tengo en marcha el proyecto de hacer un catálogo detallado de todas las cuevas eremíticas de la provincia de Guadalajara y sus entronques cercanos, la semana pasada me lancé en su búsqueda, que resultó fácil porque casi desde el pueblo de Alcocer se puede ver (sabiendo su existencia) el enclave, ya que está en un cerrete rocoso empinado y aislado de los campos que le rodean. También desde el interior de la cueva se puede ver el pueblo, y en concreto el pináculo de la torre de su iglesia.

Entrada a la Cueva Madre de Alcocer

Saliendo de la carretera N-320, a la altura de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, dejando a la derecha unas naves y almacenes, y tomando un camino en cuesta que ahora está cuajado de matorrales de zumaque al rojo vivo, se baja hasta el valle del Arroyo de la Fuente Gris y se avanza cruzándolo hasta llegar al referente inconfundible de la roca caliza en la que asienta este elemento patrimonial. Su localización en grados decimales es Norte 40,471093 y Oeste 2,583293. Desde el camino hay que trepar, pero de forma sencilla, por una terrera suave, viéndose adheridas a la roca las basamentas de antigua construcción ganadera.

La llegada a la Cueva es impresionante, porque en orientación a Noroeste se abre una especie de resguardo del roquedo, con un muro de unos 6 metros de altura, en el que se ven muy amplias y bien talladas tres entradas al interior de la roca. La primera de la izquierda, según nos situamos ante ella, es la más grande y se ve que la principal, donde debió haber vida plural. La segunda es solo un tallaje de la roca, con apenas una profundidad de 4-5 metros, aunque su aspecto exterior, con un acceso en forma trapezoidal, es el más característico. Y en tercer lugar, un poco más elevada, y más resguardada, está la entrada a otro seno rocoso tallado en redondo, que se quedó sin acabar, de unos 10 metros de longitud por 3-4 de anchura.

La cueva principal tiene varias peculiaridades. La entrada es estrecha, de apenas metro y medio, y nada más acceder encontramos una gran excavación en el suelo, redonda de perímetro, con unos 2 metros de hondura, que probablemente servía de defensa para quien intentara abordar el lugar sin permiso. Estaría protegida por una plataforma de madera que permitía la entrada, pero al quitarla, el hoyo disuasorio hacía muy difícil el acceso. Yo pasé como pude, agarrándome a las paredes laterales, extendiendo las piernas, etc…. En cualquier caso, el lugar no tiene un acceso fácil, hoy en día.

El interior muestra, a la izquierda, un primer seno que podría servir de alojamiento a un guardián, y ya en el espacio común y principal de la cueva, que viene a tener unos 6 metros de diámetro, el movimiento es fácil, con una altura de más de dos metros, lo que permite deambular sin problema. Al fondo se abren, sucesivamente, otras dos cavidades, que podrían estar relacionadas con el culto, especialmente la última, donde se aprecian varias hornacinas talladas en el muro, asientos, y una especie de altar en el fondo. Incluso un último agujero, de no más de 50 cms. de altura, anuncia que la cueva se extiende en profundidad, y en una dimensión desconocida. Yo, al menos, no me encontré capaz de adentrarme por ese pequeño agujero, por el que parece ser que otros han entrado, con elementos propios de la exploración espeleológica. En las paredes de todos los huecos, aparecen talladas y grabadas letras, signos y aún palabras y fechas enteras. Aparte de alguna “cruz de calvario” que vi tallada en la principal, las demás son recientes, y fruto de las ganas de algunos excursionistas de dejar fe de su presencia en aquel remoto espacio.

El lugar, en todo caso, no carece de magia y espectacularidad. Un gran complejo de cuevas talladas por el hombre, desde muy lejanos tiempos, que hace elucubrar sobre su origen, sentido y funcionalidad. Porque tras visitar este lugar, nadie deja de hacerse esta pregunta ¿quién talló este complejo habitacional? ¿cuándo lo hizo? Y ¿para qué? Cuevas de pastores, para resguardarse de las tormentas, es lo que algunos comentan. En absoluto. Esto tenía un porqué vital, un objetivo mucho más ambicioso. Mi propuesta, basada en la existencia (cuando no abundancia) de otros espacios similares, en la comarca de la Hoya del Infantado, y aún de la provincia, y de Castilla entera, es de que se trata de unas cuevas eremíticas, que fueron talladas en el siglo VI al objeto de servir de residencia y lugar de culto a monjes solitarios, aunque encuadrados en organizaciones religiosas primitivas.

En la comarca, que abarca las provincias actuales de Cuenca y Guadalajara, existen muchas otras, que poco a poco iré visitando, y algunas mucho más amplias, complicadas y asombrosas. El origen de ese movimiento eremítico parece ser que surgió desde la roca de Ercávica, una ciudad romana situada en alto, a la orilla izquierda del río Guadiela, justo enfrente (y al sur) de Alcocer. Conocida desde siempre, excavada, estudiada y hoy abierta al público como uno de los “parques arqueológicos” de la Región, se sabe que en ella, ya en decadencia en el siglo VI, se refugió el anacoreta Donato, al que las crónicas llaman “Donato el Africano” instalando en unas cuevas al pie del cerro romano el por algunos llamado “Monasterio Servitano”, que vendría a ser el germen de un amplio movimiento de eremitas que fue distribuyéndose por la zona. Ningún resto documental ha quedado de aquella iniciativa, y todos los movimientos analíticos en su torno se han hecho sobre noticias indirectas. Lo que sí está claro es que desde el siglo VI al IX d. de C., y por muy amplios sectores de Hispania, el movimiento eremítico tuvo miles de seguidores, que fueron dejando, en estas cuevas sencillas pero de estructura permanente, el rastro de su existencia.

A la “Cueva Madre” de Alcocer (que recomiendo visitar, aunque ruego que quien lo haga no deje huellas de su paso) se le han dado significados varios, como por ejemplo, ser lugar de habitación de una “mora encantada”. No es novedad esta adscripción, porque de otras muchas se ha dicho lo mismo (desde la “Peña Escrita” de Canales de Molina, espacio petroglífico de origen celtibérico, a la “Cueva de la Mora” de Illana, que inspiró una novela, o a la misma Peña Bermeja de Brihuega donde dicen que la princesa Elima vió aparecerse a la virgen María…) pero todas tienen el mismo origen, ser lugares de habitación de eremitas.

No merece la pena extenderse en la leyenda de esta “Cueva Madre” de Alcocer, que viene malamente reflejada en una crónica de Internet, donde un visitante de hace siete años cuenta que un amigo entró en la profundidad con elementos de exploración espeleológica, y se le acabó el oxígeno de tal modo que le tuvieron que rescatar, y al volver en sí contó que había visto a una mora de resplandeciente presencia que le saludó en árabe y le pidió que se pusiera la mano derecha sobre el corazón: todo se achacó a la falta de oxígeno, porque la posibilidad de que una joven musulmana habite en esos recovecos de la profundidad de la tierra desde hace 13 siglos se me hace bastante improbable.

Acompaño a este artículo el plano rudimentario que tracé sobre la marcha, y algunas fotografías de las cavidades visitadas, junto al aspecto exterior de esta “Cueva Madre” de Alcocer que, solo desde el exterior, ya impone, y merece ser visitada. Porque forma parte de ese patrimonio histórico de nuestra provincia, al que hay que seguir buscando, describiendo y respetando.