Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

septiembre, 2020:

Lecturas de patrimonio: vicios y virtudes en San Ginés

Jerjes como vicio

Jerjes o el vicio endemoniado

Seguro que muchos pasáis a diario ante la fachada de San Ginés, en la capital. Gente que entra y sale. Pero muy pocos se han parado a mirar la galería de esculturas que puebla su gran arco central. Y menos aún, a sacarle un sentido a esas figuras. Precisamente eso es lo que ahora intento.

La iglesia parroquial de San Ginés en Guadalajara es el templo que utilizó la Orden de Santo Domingo, para su convento de la Santa Cruz, en la que era en el siglo XVI plaza del Mercado, extramuros de la ciudad. El convento fue fundado en Benalaque (un paraje del término de Cabanillas del Campo) por Pedro Hurtado de Mendoza y Juana de Valencia, que allí fueron enterrados. Era el año 1502.

Un lectura atenta de los monumentos que nos rodean, nos da nuevas visiones de sus contenidos, de sus mensajes.

Mediado el siglo XVI la Orden, a través de su prior fray Bartolomé de Carranza, solicitó el traslado del convento y la erección del correspondiente habitáculo e iglesia en la ciudad, aunque las obras fueron muy lentas por falta de dineros. En 1586 se hace traslado al presbiterio de los enterramientos de los fundadores. Y finalmente la fachada se alza entre 1586 y 1597, habiendo intervenido en las obras del templo el arquitecto municipal Felipe de Aguilar.

El convento de padres dominicos, encargados de la defensa de la Fe a través del Santo Oficio de la Inquisición, fue en Guadalajara también sede de estudios generales, destacando varios profesores como fray Domingo de San Ildefonso, lectoral que había sido en el colegio de San Gregorio en Valladolid; fray Gregorio Maldonado, predicador general y prior de San Pablo en Palencia, y fray Juan de Foronda, colegial también de Valladolid y hombre muy docto. Todos ellos, sin duda, peritos teólogos y bastiones, como tantos otros dominicos, de la Contrarreforma católica.

Como ya es sabido, este convento dominico fue vaciado por la Desamortización de Mendizábal, en 1835, y años después cedido al arciprestazgo de la ciudad para en su templo poner la parroquia de San Ginés, dedicando el resto del edificio a Hospital Militar (posteriormente reutilizado como Escuela de Maestría y hoy Instituto de Formación Profesional).

Descripción de la fachada

El gran volumen de la fachada nos hace pensar que iba a ser generosamente adornada con tallas y elementos que marcaran los espacios. Sin embargo, tanto por problemas financieros como de atención de la Orden a este convento alcarreño, la Santa Cruz de Guadalajara quedó un tanto desprovista de adornos y significantes.
Probablemente fray Bartolomé de Carranza pensó en una fachada similar a la de San Esteban, en Salamanca, uno de los centros dominicos de más prestigio en Castilla. Ese convento fue diseñado por Juan de Álava y los trabajos de escultura de su fachada, densamente poblada de figuras y alegorías, estuvo a cargo de Antonio Ceroni, milanés, quien se ocupó de ella de 1609 a 1623. El gran arco de la fachada de San Esteban, sin embargo, no tiene imágenes en su trasdós, como ocurre en Guadalajara, sino una decoración que imita un artesonado de estilo milanés.

El templo que se yergue, espléndido en sus luves al atardecer sobre la plaza de Santo Domingo, es de muy recia contextura, con muros de sólida mampostería reforzados por contrafuertes y horadados en su altura por ventanales sencillos de medio punto. La gran fachada orientada al norte, sobre la plaza, es de tallada piedra caliza, blanca, de los altos alcarreños de Horche. Se forma de dos gruesos machones laterales rematados en pequeñas espadañas de un solo arco que tuvieron campanas. Sobre los machones se ven tallados sendos hércules provistos de mazas. En la parte alta del frontal, aparece un óculo central rodeado por moldura sencilla, rematado de escudo de la orden de Santo Domingo sobre flamero y escoltado de desgastadas tallas de sendos apóstoles, que por sus atributos se pueden identificar con San Pedro y San Pablo.

En el centro del hastial, a la parte inferior, hay un gran arco de medio punto, casetonado en su intradós, con su fondo modernamente recubierto de piedra artificial e inventada puerta de imitación renacentista, sobre lo que fue proyectada fachada cubierta de ornamentación plateresca posiblemente al estilo de San Esteban de Salamanca, con la que guarda un ligero parecido, pero que quedó simplemente tapizada de ladrillo y triple arco durante varios siglos. 

Del casetonado del intradós es de lo que quiero aquí hablar con detalle. Porque bajo él hemos pasado durante años, todos los días miles de personas, y nadie se ha fijado apenas que allí hay un total de 36 casetones, de los cuales hay 10 que presentan tallas figurativas, y concretamente rostros de personajes, tallados y ya muy deteriorados. Los casetones centrales están dotados de sendos pinjantes de tipo milanés. Y otros 24 llevan tallados angelotes, rosáceas y ruedas sobre florones. No le busco significado a estos, porque son acompañantes de los elementos figurativos.

Vicios y Virtudes enfrentados

Conviene decir que son muy variados esos diez tondos en los que aparecen otros tantos personajes. En un principio pensé que eran figuras llamativas, sin identidad, pero la idea cambió al ver enseguida que sobre uno de los rostros aparecían talladas unas letras que conformaban claramente el nombre de ESTER. Un personaje identificado fuerza la idea de que todos han de tener una identidad. Incluso sorprende ver que prácticamente todos representan parejas, de varón y fémina, lo que aun añade significado al conjunto.

Los describo a continuación, numerándolos tal como los ve el espectador ante la puerta, de izquierda a derecha.

1 – Una mujer elegante que se identifica como la reina Ester, porque sobre ella aparece tallado su nombre. La reina Ester es una reina de Persia y de los Medas, porque casó con Jerjes. Pero siempre creyó y respetó a Yahvé, su Dios. Protegió a su pueblo, el judío, durante su exilio en Babilonia. Por eso la Religión Católica la tiene, entre las figuras del Antiguo Testamento, como precursora de Cristo: es profeta, cree firmemente en Dios, y se dedica en cuerpo y alma a salvar a su pueblo. Es, sin duda, y así aparece en San Ginés, una figura virtuosa.

2 – Un varón muy barbudo, de ancha frente y mirada agresiva. Sin identificar, podría tratarse de Jerjes, el esposo de Ester, hombre violento. Virtud contra vicio, sin duda.

3 – Una mujer

4 – Un fraile dominico.

5 – Una mujer de elegante indumentaria

6 – Un hombre barbudo, melenudo, con aspecto irascible

7 – Una mujer elegante cubierta de una cofia amplia.

8 – Un varón joven, imberbe, quizás un pensador, quizás un envidioso.

9 – Un varón barbudo, viejo, de pelo abundante, y aspecto violento

10 – Una mujer elegante.

Tras este intento de identificación de las doce figuras del intradós de San Ginés, no queda más que arriesgar un significado iconológico sobre la forma de los tondos y la iconografía que les asignamos.

Como suele ocurrir en todos los espacios con función de bóveda (desde la grandiosa de la Sacristía de las Cabezas en la catedral seguntina, a este estrecho intradós del San Ginés arriacense) los habitantes de la superficie son seres que han alcanzado la Gloria, que disfrutan en su ultravida de los beneficios de la santidad, aunque unos hayan llegado desde el cristianismo, y otros desde el judaísmo, el paganismo o la mitología en general.

Pudiera ser, además, que en lugar de representar personajes concretos, fueran imágenes de Virtudes y Vicios, como suele ocurrir en fachadas eclesiales desde la más remota Antigüedad. En ese caso, sería lógica su colocación, enfrentando por parejas a los vicios (representados por figuras varoniles, con aspecto desagradable y violento) y a las virtudes (representadas por figuras femeninas, de elegante vestimenta y serena presencia).

En las imágenes que adjunto, además de la visión frontal y cenital del arco de San Ginés, aparece una de las caras del conjunto, y ordenados los personajes, tanto en foto como en dibujo esquemático, poniéndolos en significado para que mis lectores juzguen por su cuenta, a partir de estas suposiciones que he adelantado.

Lecturas de patrimonio: el retablo de Alustante

Análisis de un monumento clave para entender los modos artísticos de siglos pasados en el territorio del Señorío de Molina. Visita, repaso, descripciçon y valoración del retablo mayor de la iglesia de Alustante.

Fue una suerte que la revolución de 1936 no alcanzara a Alustante, por lo que todo su patrimonio artístico y monumental quedó intacto, como ocurrió en la práctica totalidad de los pueblos del Señorío de Molina. Ello ha servido para que hoy puedan mostrar, aquellas poblaciones que están lejos de todo, sumidas en el silencio de la valentía y la resistencia, sus mejores galas de lo antiguo, y puedan tener esa voz de reclamo que el turismo exige.

En la iglesia de Alustante, dedicada a la Asunción de María, donde muchas otras cosas merecen ser admiradas, hoy nos vamos a fijar exclusivamente en su retablo mayor, que es uno de los más espectaculares, redondos y brillantes de nuestra provincia. Ya a principios del siglo XX lo examinó Layna Serrano, quien estudió más sus documentos que su iconografía. Pero que nos sirvió -en su visita histórica- para hoy conocer a fondo la trayectoria del arte y los artistas que por aquella tierra, entonces tan poblada, dejaron lo mejor de sus capacidades.

De nave única, la iglesia de Alustante presenta al fondo de su presbiterio el muro completamente ocupado por un retablo de madera, que se articula en tres cuerpos y cinco calles verticales. Se forma por diversas hornacinas y paneles que se rematan en arquitrabes, frisos y tímpanos con exuberante decoración, estando escoltado cada hue­co por sendas columnas de orden diverso. Llegamos a contar un total de 30 columnas, todas ellas en estilo corintio, muchas emparejadas, con frontones en todas las casillas de las calles intermedias, curvos en las inferiores, así como en el remate, incluyendo hornacinas aveneradas que evocan el plateresco. 

Las hornacinas de las calles más laterales están ocupadas por exquisitas tallas de los cuatro autores de las Epístolas: San Pablo, San Pedro, Santiago y San Juan. La representación tallada del panel central es un magnífico grupo de la Asun­ción de la Virgen, y sobre él aparece otro, muy alto, representando a San Miguel Arcángel aplastando al diablo. Todavía encima, la talla de Dios Padre, siempre en lo más alto.

A los lados de esta calle, dos paneles muestran los martirios de San Pedro y de San Pablo, y otros dos los de San Bernardo de Alcira (de infiel Ibn Ahmet Al-Mansur) y San Felipe. Aún más a los extremos, y como parte del cerchón que para cubrir todo el muro se añadió más tarde, aparecen las tallas de Santiago y San Jorge, a caballo, expresivos de la calidad caballeresca de Castilla y de Aragón (Alustante fue siempre frontera de ambos reinos). 

A ambos lados de la escena central de la Asunción se muestran talladas dos escenas de la Pasión de Cristo: la Coronación de Espinas y la Crucifixión, y aún más abajo, en otros dos paneles de brillante composición se ven talladas la de Pentecostés y la Coronación de María rodeada de sus atributos. En la predela se ven relieves con las escenas de la Anunciación, la Natividad, la Epifanía y la Circuncisión, alternando con efigies de santos adosados a los basamentos de las columnas. Aún se debe destacar su aislado y central tabernáculo, complicada arquitectura en dorada madera que se corona con bellísimo grupo en talla de la Transfiguración, presentando en el interior del Sagrario un extraordinario conjunto en relieve con la Ultima Cena.

Autores y fechas

Aunque este retablo se comienza a preparar y componer en 1612, no será hasta cuarenta años más tarde, en 1652, que se vea terminado. Muy costoso (al parecer se llegaron a sumar 54.000 reales entre todos los procesos de diseño, preparación, tallas, dorados…)

Fueron sus artífices geniales una serie de hom­bres salidos de los talleres de escultura de Sigüenza, formados por Giraldo de Merlo, que allí trabajó, en el retablo mayor de la catedral, a comienzos del siglo XVII. Como ensambladores trabajaron en lo de Alustante el maes­tro Juan de Pinilla, y Sebastián de Quarte, quizás valenciano. También dieron vida a los paneles y relieves de este altar los tallistas seguntinos Teodosio Pérez y Rafael Castillejo, incluyendo finalmente al pintor Justo Usarte y al dorador Bernardino Tollet para remate de la obra, que hoy luce, como el primer día, y entusiasma a quien lo contempla, que tiene la seguridad de hallarse ante una auténtica y preciadísima obra de arte. Jacinto Velilla talló y compuso el cerchón –ya en la segunda mitad del XVII– que con los dos santos caballeros remata el conjunto y cierra el muro del presbiterio, dándole mayor solemnidad. La culminación de la obra llegó en 1701, cuando el dorador José de Palacios, vecino de Molina, le dió color y brillo al conjunto.

Fue restaurado en julio del año 2000, y se le llegaron a quitar de encima (lo digo como curiosidad) más de 400 Kgs. de polvo que había acumulado a lo largo de su vida. La restauración le ha devuelto su brillantez, le ha acentuado su belleza, y ha permitido a muchos vecinos y viajeros descubrir en él cosas y detalles en los que antes no se habían fijado.

Valoración del retablo

Quien primero se fijó en esta obra fue don Francisco Layna Serrano, que giró visita a este lejano pueblo (desde su Madrid residencial) en 1935. De su viaje, análisis monumental, y estudio documental, resultó la publicación de un artículo titulado “La parroquia de Alustante (Guadalajara)” en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones de 1940 y que ahora puede leerse más cómodamente en la obra “Arte y Artistas de Guadalajara”, (Colección “Obras Completas de Layna Serrano” nº 9, Aache Ediciones, 2014.

Yo mismo hablé de él en mi “Viaje a los rayanos” (Premio Camilo José Cela de Literatura de Viajes en 1973), y luego publicado por Aache Ediciones en la Colección “Viajero a pie” nº 8, 2007, así como en el libro “Molina de Aragón, veinte siglos de historia” en la colección “Tierra de Guadalajara” nº 33 de Aache Ediciones, 2ª edición de 2020.

Finalmente, se ha ocupado de este retablo el escritor e historiador de Alustante Diego Sanz Martínez, quien publicó un breve estudio del mismo en la sección “El Patrimonio Cultural de Alustante” de la obra “Alustante, paso a paso” de Alejandro López, Juan Carlos Esteban y Diego Sanz (Colección “Tierra de Guadalajara” nº 84, Aache Ediciones, 2012).

Acabo con la frase que Diego Sanz Martínez dedica al retablo de Alustante en el libro “100 Propuestas Esenciales para conocer Guadalajara”, Aache Ediciones, 2016: “El Señorío de Molina debe ser consciente de su patrimonio como parte de su futuro y buscar fórmulas para que pueda ser (re)conocido, primero por sus propios habitantes y, partiendo de ellos, por unos visitantes que hallarán en él la huella de un pasado modesto, laborioso, pero no ajeno a la alta cultura que instintivamente se ha conservado a través del tiempo en cada uno de nuestros pueblos”.
Sé también que recientemente Miguel Angel Molina Calvo ha desarrollado y escrito un estudio amplio sobre este retablo, en su aspecto exclusivamente iconográfico, todavía parcial, pero que tiene en estudio firme. Ojalá que pueda ser conocido por todos en un plazo breve. Porque el monumento, grandioso y espectacular, sigue siendo una verdadera joya del patrimonio de nuestra tierra.

Científicos de Guadalajara

diccionario de autoridades cientificas de guadalajara

Estamos acostumbrados a hablar (y en loor casi siempre) de Guadalajara como sede patrimonial de edificios, de conjuntos urbanos, de obras muebles del arte y de estupendas muestras de la Naturaleza.

De sus pintores, de sus poetas, de Cela y los conquistadores de América, de guerreros medievales y monjes profetas… pero de lo que muy pocas veces se habla en Guadalajara es de sus científicos. Y debería hablarse, más aún en este tiempo en que ha quedado demostrado (o hubiera sido deseable que hubiera quedado demostrado) que la Humanidad solo tiene porvenir y anclaje a través de la Ciencia. Lo demás es literatura huera, entretenimiento para las tardes vacías, aplausos inaugurativos de promesas aéreas. La Ciencia nos salvará de la hecatombe… o no nos salva nadie de ella.

El dentista de Alovera Félix Arroyo

Todo este severo preámbulo viene a costa de que por fin disponemos de un museo (en forma de libro) que recoge figuras de la Ciencia en Guadalajara. Que aquí han nacido, o que por aquí han pasado, ejerciendo tareas de investigación, pensamiento y docencia. La verdad es que no son muchos, quizás porque Guadalajara ha sido siempre tierra de paso, camino de piedras (Alcarria en su primera definición) y trampolín para mejores metas. Pero en el trayecto ha habido muchos que han dejado su huella de saberes, de hallazgos y sorpresas.

No tiene, ni ha tenido Guadalajara, muchos espacios para el ensayo científico. La Universidad de Sigüenza fue una de las “menores” en el ranking hispano de universidades. El Ateneo de los Mendoza en su palacio ducal era más un teatro de vanidades y elogios que un lugar de análisis. Y en los modernos tiempos, solo dos instituciones han sido capaces de centrar el sosegado pensar de los científicos en nuestra tierra, a saber: el Instituto de Enseñanza Media, y la Academia de Ingenieros Militares. De sus aulas han salido alumnos y profesores que han rendido con nota muy alta, y lo han hecho en ellas, en las habitaciones que rodean el “patio de la palmera”, o en las salas de profusa sabiduría que tuvo la hoy ya inexistente Academia Militar.

En ese libro, que firmamos el profesor Francisco Javier Sanz Serrulla y yo mismo, y que ha sido resultado de una labor de muchos años, de investigación y búsquedas (de recorrer caminos, que entrega siempre la mejor satisfacción) recogemos un centenar de figuras que colocan a nuestra tierra en el mapa de la ciencia. ¿A qué se dedicaron esas gentes? Fundamentalmente a la Medicina, al resto de ciencias biológicas (farmacia, botánica, veterinaria) y a las experimentales materias de la química y física, de la geología y astronomía, y aún de la lingüística, quedando un ancho departamento, el de la ingeniería y los preludios de la aerostación, la aviación y la conquista del espacio, en manos de un amplio y selecto grupo de personas que en nuestra ciudad nacieron o desarrollaron sus conocimientos en estas materias, en el ámbito de la Academia de Ingenieros Militares.

El doctor Benito Hernando, catedrático de Medicina

Porque conviene dar nombres, y así centrar el ámbito de actuaciones y materias que en este libro/museo se tratan, debería recordar, aunque sea someramente, las figuras de Pedro Camarín, un paisano de Auñón que se dedicó de por vida a recopilar, nada menos, que toda la ciencia hasta entonces producida por el Hombre a través de su fabulosa “Poligrafía”. Era el siglo XVI, el mismo en que Pedro S. Ciruelo dio clases en la universidad seguntina, Huarte de San Juan anduvo por Sigüenza también, ejerciendo de médico, y Bernardino de Mendoza se movió por Centroeuropa y los Países Bajos ideando y perfeccionando sus armas de guerra con aires de modernidad.

El tiempo barroco supo entre nosotros de las figuras de Félix Pérez Arroyo, dentista avanzado; Gaspar Casal, que también brilló en Sigüenza desde su Asturias natal; Rostriaga, el gran creador de relojes y máquinas de lo más diverso para medir, que es la esencia de cualquier avance científico; y don José Torrubia, el paleontólogo que llegó a escribir el “Tratado de Gigantología española”.

El positivismo del siglo XX dio la más numerosa cosecha de sabios entre los nacidos en la Alcarria. Sería interminable citar solamente sus nombres. Hay que repasar el medio millar de páginas de que consta el Diccionario que ahora saludo, para espigar nombres como los de los médicos briocenses Serrada y del Río Lara, que hacen avanzar la histología y la gastrología en España; José García Fraguas, el higienista honra de Marchamalo; o Marcelino Martín y Modesto Bargalló, que desde sus cátedras en el Instituto de Enseñanzas Medias de la capital dieron impulso a un saber científico de popular nivel. Hay que recordar también a médicos muy activos como Francisco Layna Serrano, quien además de su tarea como historiador y defensor del patrimonio cultural alcarreño, formó en la avanzadilla de los estudios sobre las enfermedades de garganta, nariz y oídos; más los médicos Alonso-Muñoyerro, pediatra, Vicente Borobia, urólogo, Luis Pescador, cardiólogo, y Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, puericultor.
Inútil considero sacar aquí el listado de tanto sabio. Lo importante es que su labor está recogida, analizada y expuesta para general admiración. Ya tienen los pueblos de nuestra provincia motivos suficientes para dar nombres a sus calles o levantar estatuas a personajes que laboraron por la construcción del camino que realmente salvará a la Humanidad del desastre: la ciencia. En esta obra, que ha patrocinado editorialmente la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, y que servirá de reclamo hacia una consideración más seria y trascendente de nuestra tierra, se suman profesiones, entusiasmos, y experimentos. Los cien científicos que en ella aparecen (con sus correspondientes índices por nombres, y por materias tratadas) muestran sus retratos también, sus firmas, las portadas de sus obras más representativas, la bibliografía de sus tareas y la basamenta crítica de sus consecuciones. Solamente aparecen personajes ya fallecidos (porque si hubiera que añadir los que aún permanecen vivos, y en activo, el libro se hubiera ampliado considerablemente) y en todo caso la obra se ofrece como un homenaje a cuantos han dedicado su vida a la ciencia. Desde esta pequeña parcela del mundo que es Guadalajara.

El diccionario de autoridades científicas

Libros que andan

libros de guadalajara

En estos días se hubiera celebrado, y en el Paseo de la Concordia, la nueva Feria del Libro que traía por objetivo el fundamental de que nuestros paisanos se den cuenta de lo útil (y divertido) que es leer. Libros. Pero no ha podido ser, porque finalmente la reciedumbre de la epidemia viral se ha vuelto tan espesa, que las autoridades municipales han decidido (y creo que con buen criterio) suspenderla. Al año que viene nos veremos en ella!!!

El libro es una música que se nos queda viva en las venas, que marca -muchas veces, si es buena- parte de la biografía personal. Sé que este año la Feria nos traía algunas novedades relacionadas con Guadalajara que debo mencionar aquí, con brevedad dispuesta a dejar ideas a quienes hubieran sido visitantes de las casetas. De una historia novelada (“Cabeza de Vaca”) y ambientada en la América de los albores; de una sociabilidad que andaba como muy escondida entre nosotros, pero que antaño tuvo pálpito (“La masonería en Guadalajara”), de un pueblo con encanto y catalogado ya entre los más bonitos de España (“Valverde de los Arroyos”) y de un catálogo, un libro-museo, un estudio arropado de rigor y archivos, que nos trae (“Diccionario histórico de autoridades científicas de la provincia de Guadalajara”) la voz y el testimonio de noventa personajes que dieron voz y tinta científica a nuestra tierra, laborando en institutos y universidades, corriendo entre quirófanos y boticas.

Cabeza de Vaca

El último libro firmado por nuestro paisano Antonio Pérez Henares tiene muchas virtudes. Una de ellas, haber iniciado el camino del tratamiento novelado de un tema histórico que siempre resulta apasionante, y admirable: el de los pioneros hispanos sobre los caminos de América. De otra, la gracia y la amenidad con que aborda diversas historias que confluyen en la de un solo individuo, en Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el sevillano que tras hacer de soldado en Italia, y antes de su definitivo paseo por las cataratas de Iguazú, acomete el señalado reto de atravesar la América septentrional de parte a parte, bajo la dirección primero de Pánfilo de Narváez, quien por su mala cabeza acaba descabezado, mientras su teniente describe un periplo que, a pesar de su inutilidad práctica, nos da hoy la dimensión cabal de lo que entonces eran los españoles con la inquietud de saber más, de descubrir tierras, de pasar páginas en el descubrimiento de tan fabuloso continente.

En la obra de Pérez Henares, que no pierde un minuto de intensidad y emoción desde que empieza, aparecen además varios personajes alcarreños, reales unos (el virrey don Antonio de Mendoza, el adelantado don Nuño Beltrán de Guzmán) inventados otros (el despensero Trifón el Viejo, el piloto Antón de Alaminos), que vienen a pintar un retablo de saberes y pasiones tan real como la vida misma. Con un Cabeza de Vaca enorme, fuerte, pleno de fe en su aventura, y que no puedo evitar que se me aparezca como un trasunto del propio autor, de mi amigo y tocayo Antonio Pérez Henares.

Los masones en Guadalajara

Del periodista e historiador Julio Martínez García es el siguiente libro que me ha gustado, porque aporta datos y perfiles de una Guadalajara casi desconocida hasta ahora. Hoy viernes por la tarde se hubiera presentado en la carpa central de la Feria, siendo el propio Julio (que ha colaborado en temporadas anteriores en estas páginas de “Nueva Alcarria”) quien nos dijera de su periplo investigador.

Lo que sí puedo revelar aquí es que la obra tiene una perspectiva didáctica muy acentuada, repasando los orígenes y creación de la Masonería en el siglo XVIII, su llegada a España con los ejércitos napoleónicos, su aceptación y práctica en ambientes liberales, militares, de clases pudientes, profesores, profesionales, y de las infinitos triángulos y logias que se fueron creando por España, Castilla-La Mancha, y Guadalajara más en concreto.

Nada falta en este recuento de personajes, nombres e instituciones, pueblos y detalles personales, que pintan el dinamismo (nunca fue excesivo) de esta sociabilidad. Hay institutos, academias, y palacios donde la masonería alcarreña se expresa. Hay también nombres conocidos, aunque el calado de esos datos en la sociedad de su tiempo no llega a quedar demasiado firme.

Acaba este libro con un repaso a una institución curiosa, perdida ya en el recuerdo, pero que tuvo su impronta clara en el devenir de la Guadalajara del siglo XX, en sus comienzos: la “Escuela Laica” o Fundación “Felipe Nieto Montes”, hoy reflejada en la ruina anodina de donde se alzaron sus aulas.

Valverde de los Arroyos

Sobre Valverde se ha escrito mucho, y ya se cuentan por miles los viajeros que han pateado sus calles en cuesta, admirando la estampa del pueblo oscuro mimetizado con los castañares del pie del Ocejón. Pero este año sumamos otro aporte al mejor conocimiento de este lugar, de la Sierra Norte, de las esencias guadalajareñas más profundas. Es este libro que acaba de aparecer y lo firma José María Alonso Gordo, cronista de cuerpo entero, y analista riguroso de la historia, el folclore y los paisajes de Valverde. Una obra imprescindible para saberlo todo sobre ese pedazo entrañable de nuestra tierra.

Los científicos alcarreños

El cuarto de estos libros que en estos días de Feria interrupta hubieran sido presentados, es el que sus autores hemos titulado “Diccionario histórico de autoridades científicas de la provincia de Guadalajara” y que la próxima semana analizaré con más detalle.

Debe resaltarse, de esta obra, la intención que trae de poner en público conocimiento las figuras (biografía a la par que bibliografía) de quienes forjaron pilares de la Ciencia y escribieron páginas del desarrollo científico de la Humanidad entre nosotros. Bien por haber aquí nacido, en tierras alcarreñas, seguntinas, campiñeras o molinesas. Bien por haber llegado aquí y entre nosotros dictado sus saberes y sus investigaciones. El libro llega con el patrocinio de la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, que en esta ocasión ha querido participar en el estudio y divulgación de esta parcela poco tocada hasta ahora, pero crucial, en la consideración de nuestra tierra como un lugar de aplicación y entusiasmos, en el camino de la Ciencia en este caso. Con un buen puñado (lo verá el lector que se entretenga por sus páginas) de nombres que ya brillan en las lápidas del callejero de Guadalajara. Y de otros muchos que merecerían estar en su nómina.