El valle del río Gallo

viernes, 3 abril 2020 0 Por Herrera Casado

Recluidos en la cuarentena que, a la antigua usanza, parece ser la única forma de librarnos de una (una más…) de las epidemias que de vez en cuando azotan a la Humanidad, saco a colación viejas andanzas por mi tierra.

Siempre es de acomodo evocar los caminos, la brisa que sopla entre las ramas altas de los chopos, el sonar levísimo de las aguas, el trote de nuestras botas sobre las viejas hojas resecas. Hoy me voy a Molina, vuelvo al Gallo.

Aunque no incluido plenamente en el Parque Natural del Alto Tajo, el recorrido del río Gallo por el señorío de Molina conforma una serie de espectaculares paisajes y entornos característicos que le hacen extensión natural de ese Parque. 

Para cuantos esta primavera se animen a viajar, a descubrir una de esas facetas que la provincia encierra y está deseando enseñar, la “Ruta del Gallo” es un destino a estudiar, porque va a proporcionar todo tipo de sorpresas: páramos silenciosos entre pueblos medievales, y abruptos cortados rocosos con ermita subterránea incluida. Preparar las botas, los mapas y los ánimos. Y poneros a andar por sus caminos.

Aunque el recorrido por el Gallo es muy amplio, pues nace en los altos montes de en torno a Motos y Alustante, en el extremo más oriental del Señorío, como un regalo de la sierra de Albarracín, y va a dar en el Tajo justamente en el espacio conocido como Puente de San Pedro, todas las miradas, y todas las pisadas se dirigen al estrecho barranco que forma el río Gallo entre las localidades molinesas de Ventosa, Corduente y Torete, aunque más abajo sigue, por Cuevas Labradas, hasta la junta con el Tajo en el sitio dicho.

Ahí están los espectaculares paisajes que cifran su belleza en la verticalidad y proximidad de los muros rocosos que dan límite al hondo cañón por el que corre el río. En su mitad se esconde (o se muestra, según se mire) la Ermita de la Virgen de la Hoz, que es patrona del Señorío molinés, y cuya leyenda, historia y realidad hoy es algo que se mete en los corazones de todos los molineses esparcidos por el mundo.

Merece la pena acercarse de nuevo hasta la Hoz del Gallo, y recorrerla desde un punto de visto más naturalista que piadoso, más ecologista que histórico. En ese sentido, quienes todavía no hayan viajado hasta ese lugar privilegiado deben hacerlo en cuanto puedan. En esta primavera que ya apunta tímida. O en el próximo verano en el que las sombras de los altos árboles y las inacabables rocas darán frescor a quien hasta allí se llegue.

Imágenes del río y del entorno

En los libros e historias que hablan de Molina, aparece siempre la imagen del Santuario de la Virgen de la Hoz, que antaño fue monasterio de monjes cistercienses (hay quien dice que quizás antes fuera acojo de templarios) y hoy es corazón del Señorío, dentro de la roca tallada, retablo barroco e imagen románica en conjunto.

Como un catedral de piedra arenisca que emerge entre las choperas, al murmullo de las aguas, rodeada de frágiles pinos, las cúpulas de piedra rodena parecen hablar de un tiempo mitológico. Está la ermita cargada de recuerdos, de glamour y versos. Sobre la roca, junto a la entrada, además de un escudo del clérigo Burgos (un águila de extendidas alas) aparece un panel de cerámica con las catorce líneas de Suárez de Puga que dan vida a uno de los más hermosos sonetos escritos en lengua castellana, aquel que se inicia con la invocación a María en la Hoz: «Con qué dulce volar la rama espesa / de tu parral ¡oh, Virgen en clausura!», y acaba en esos versos que a la hoja de parra dedica porque sabe que es sagrada y es eterna: «Promete, ¡oh tierno tallo de esperanza!, / un día darte la cosecha entera / de su primer racimo transparente / enseñándotela, pues no te alcanza, dentro de la sagrada vinajera / de algún misacantano adolescente».

Prometidas excursiones

Y no vale que andemos más en detalle contando vestidos dorados de vírgenes, o fundaciones pías de familiares de Santo Oficio y Liga Santa, porque a la Hoz del Gallo se va fundamentalmente de excursión, de coche cargado hasta los topes con sillas plegables, mesas ídem, abuelos que se valen y niños por desfogar. Y tortillas, muchas tortillas. Incluso carne empanada, y coca-cola, y (que no falte nunca) vino de la Mancha en bota. Con todo eso, el día por delante, y ganas de pasarlo bien, no hay mejor lugar en el mundo que el barranco de la Hoz.

En Molina de Aragón, primeramente, se ha podido mirar el castillo, o el ábside románico de Santa Clara, o el portalón barroco del Palacio del Virrey. Luego, en Corduente, su bien conjuntado caserío, de nobles casonas recias y francas. Y al fin la hospedería, clavada en el interior de la roca, un verdadero lujo del turismo rural que aquí en la Hoz alcanza el máximo de las posibilidades que el turismo de interior puede ofrecer.

La perspectiva de quedarse a comer en su inmenso salón, a dormir en sus pequeñas y bien acondicionadas habitaciones, y a despertarse arrullado por el sonoro discurrir del Gallo, es algo que verdaderamente carga de sugerencias cualquier plan de «Fin de Semana».

Pero además la Hoz nos ofrece muchas otras cosas. Una: subir por el escalonado vía crucis que parte de detrás de la ermita, hasta lo alto de los roquedales, disfrutando a cada tramo de las vistas suculentas del barranco, de los pinares de Molina, de los cielos transparentes de su altura. Recientemente el Ayuntamiento de Molina ha acondicionado pulcramente aquel entorno, haciendo fácil el discurrir por sus recovecos.

Dos: quedarse a disfrutar las mesas y asientos de madera que se han distribuido a lo largo de las riberas del río.

Tres: adentrarse en el bosque y buscar los restos de una antigua ciudad celtibérica que cercana a Ventosa existe.

Cuatro: cruzar el bosque a buscar ardillas, comadrejas, petirrojos, y algún ciervo.

Cinco: dormir plácidamente al arrullo fresco de la sombra de un cerezo.

Y muchas más cosas. Llegar, entre otras, finalmente a Torete, donde parte una carretera hacia Lebrancón, que junto al arroyo Calderón, también profundo y hermoso, nos da posibilidades de admirar paisajes sin cuento. O seguir carretera abajo hacia Cuevas Labradas, puestas en un alto bien oreado y fresco; seguir en dirección a Cuevas Minadas, para saber lo que es bosque salvaje y denso; o seguir ya sin pausa hasta el lugar en el que la carretera se une a la que viene desde Corduente y Molina en dirección al Puente de San Pedro. Todo son bocas abiertas, y ganas de volver, aunque se esté pasando por vez primera.

Ese es el mejor folleto de propaganda turística que puede proporcionar Guadalajara: recorrer entero el barranco de la Hoz del río Gallo en su tramo final, entre Corduente y el encuentro con el Tajo. Con el telón de fondo de ese Parque Natural del Alto Tajo, que ya cuenta con su Centro de Interpretación en Corduente, y que significa un aula vertiginosa y espléndida para saber más del mundo, de la geología, de los animales del aire y el agua, de nosotros mismos.

La ruta de Monje

Luis Monje Arenas, suficientemente conocido como biólogo director del Servicio de Fotografía Científica de la Universidad de Alcalá, y reciente autor, entre otros, de un libro titulado “El Señorío de Molina, paso a paso”, nos propone en las páginas de este una ruta en automóvil por el río Gallo. Por su trayecto más fácil y espléndido.

Y así nos sugiere que salgamos de Molina y entre campos de cultivo, barbechos y restos de matorrales acompañando al río escueto nos lleguemos a Corduente, tras haber parado un momento a visitar desde fuera la fortaleza de Santiuste, que otea el valle.

Ya junto al río, tras visitar el pueblo [Corduente] y su Centro de Interpretación, nos vamos a encontrar sobre la carretera estrecha y acompañados de unos enormes paredones rojizos, formados por conglomerados de cárdenas areniscas que parecen amenazar con bloquear el paso, y que así anuncian el comienzo del barranco de la Hoz propiamente dicho.

Nos dice Monje que “la erosión diferencial provocada por el caudaloso Gallo en épocas pasadas ha cincelado un zigzagueante y estrecho desfiladero de paredes verticales que alcanzan los 150 metros de altura en algunos puntos, y que hoy aparecen rematadas por cárdenos roquedos sobre los que mantienen un inestable equilibrio los pinos rodenos, centinelas arbóreos de las alturas del cañón”. 

El viajero ha de parar en la ermita, en el santuario: allí está la Hospedería, hoy abierta al público, y el templo siempre abierto y con la curiosidad de estar tallado íntegramente en el interior de la montaña, con una imagen románica de la Virgen María en su barroco altar. Poco más allá de los edificios, empieza a ascender una escalinata de cientos de peldaños que, en pocos minutos, y sin demasiado esfuerzo, nos permite subir hasta un mirador natural habilitado sobre una enorme losa de arenisca que sobrevuela el santuario y desde la que se aprecia una panorámica del barranco que se quedará indeleble en la memoria.

La ruta sigue río abajo, carretera abajo: es la GU-958 y va en lo profundo del desfiladero, entre el río y la muralla rojiza. Se llega pronto, tras 5 Kms., a Torete, población  donde el río Gallo nutre con sus aguas una fértil vega. Poco después el paisaje cambia de nuevo, las paredes se alzan y el camino se estrecha, pudiendo ver cómo los rojos conglomerados son sustituidos por grisáceas calizas, en cuyos estratos, fuertemente plegados, se adivinan las primigenias convulsiones orogénicas que sufrieron estas tierras, ricas en fallas, cuevas y plegamientos. 

En los altos del estrecho de Despeñaburros, situado a 3 kilómetros aguas abajo de Torete, están la sima de la Muela y la cueva del Horniciego, señaladas por sus correspondientes carteles orientativos. Poco después, 500 metros más allá, poco antes de llegar al pueblo de Cuevas Labradas, se toma la pista de tierra en buen estado que surge a nuestra derecha y que continúa acompañada del río Gallo, el cual se atraviesa poco después, gracias a una pasarela de cemento de la que surge hacia la derecha un caz que alimenta el viejo Molino del Manco. 

Si continuamos andando desde allí, hacia Poniente, a 200 metros vemos cómo aparece un impresionante anticlinal que ha sido mil veces fotografiado, y que da la esencia geológica de esta Ruta. La pista que llevamos, nos conduce 4 Kms. más adelante hasta la carretera CM-2015, que baja desde Molina/Corduente por el interior del pinar, y que desde aquí vuelve a hacerse compañera fiel del Gallo hasta que, 5 Kms. más adelante, le vemos entregar sus aguas al Tajo, en el paraje del Puente de San Pedro. Este último tramo es el que mayores perspectivas de grandiosidad nos entrega, pues los murallones calcáreos que escoltan al profundísimo río son de una esbeltez y belleza extraordinaria, destacando de todos ellos el cantil al que se conoce como “Castillo de Alpetea” cargado de leyendas y vigilante eterno de la junta de los ríos.

Añadido el bagaje viajero de algún plano que en la Oficina de Turismo de Molina tienen, y sobre todo con las ganas de ver espacios nuevos y rústicos, fuertes en color y siluetas, el viajero debe lanzarse a dar sus pasos largos junto al río Gallo. Los ríos son siempre libros que cuentan cosas, que cuentan penas y alborotan la memoria, pero que dan siempre, -eso no falla- agua a la sed del caminante, sombra fresca para su descanso, conciencia tranquila de que se está todavía en un mundo amigo y sabio.Este recuerdo se me viene ahora, en el obligado encierro de la cuarentena, porque hace ya diez años que Luis Monje Arenas y yo presentamos nuestro libro “El Señorío de Molina, paso a paso”, en la hospedería del Barranco de la Hoz. Fue una buena tarde, rodeados de amigos, de sombras, de yantares y beberes, de firmas, de abrazos…. No se me olvidará como, por sorpresa y sin haber avisado antes, se presentó en la reunión Luis Monje Ciruelo, padre del coautor del libro, conduciendo él solo su coche, desde Guadalajara, y cómo al acabar el acto, ya de noche, volvióse a casa, tan terne. Eran (estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora….) otros tiempos mejores, mucho mejores!