La Tierra de Cobeta
En el corazón de la España despoblada, Cobeta tenía en 2015 un total de 150 habitantes. En las últimas elecciones de abril, votaron 82 personas. Y niños, hay pocos. Esto quiere decir que el despoblamiento se acelera, y lo que fue un éxodo masivo a las ciudades en la segunda mitad del siglo XX, ahora al iniciar el XXI es ya un agotamiento poblacional por simple evolución biológica: los viejos se mueren, y nadie los reemplaza.
He viajado de nuevo a Cobeta, donde miro y anoto. Que yo sepa, no tengo amigo alguno de allí, y es cosa rara, porque en casi todos los pueblos de la provincia tengo algún conocido. Espero que al menos me queden lectores.
El pueblo se asoma a un hondo valle que baja hacia el pintoresco de Arandilla, y escoltada de pinares y prados, la villa de Cobeta, en la sesma del Sabinar, ya en el límite occidental del Señorío de Molina, tiene todavía un aire riente en los buenos días del otoño. Le viene su nombre de la torre o cubo que siempre vigiló su caserío.
Como una comarca del viejo Reino de Castilla, la “Tierra de Cobeta” tuvo existencia real del siglo XII al siglo XIX. A inicios de este, con el nombre de “partido de Cobeta” formaba parte de la Intendencia de Soria, en lo que entonces se denominaba “Castilla la Vieja”. Tras la reordenación de las provincias españolas por el liberal Javier de Burgos, en 1833 (división provincial que se ha mantenido intocable desde entonces) Cobeta pasó a pertenecer a la provincia de Guadalajara.
La más remota historia pone su origen en le repoblación cristiana de la zona, perteneciendo desde un principio al territorio del señorío de los Lara, gozando de su Fuero. En algún sitio he leído que en 1153 don Manrique y su esposa doña Ermesenda donaron Cobeta al Cabildo de la Catedral de Sigüenza, pero no lo veo muy lógico, porque la realidades que durante el siglo XII y casi todo el XIII, este lugar estuvo incluido en el Común de Molina, siendo en 1292 cuando, por testamento de la señora del territorio, doña Blanca Alfonso, pasó por donación a pertenecer al monasterio de monjas cistercienses de Buenafuente del Sistal, junto a sus anejos del Villar y la Olmeda.
En el siglo posterior, concretamente en los mediados del XIV, un caballero denominado Francisco de Tovar se adueñó de Cobeta y su comarca, pero las monjas lograron que les fuera devuelto. Finalmente, en el segundo cuarto del siglo XV, otro caballero de la misma familia que el primero, don Iñigo de Tovar, se apoderó de este pueblo, logrando que oficialmente reconociera el rey Juan II esta usurpación, y dando a las monjas, en cambio, el lugar de Ciruelos. En la familia de los Tovar, emparentada luego con los Zúñigas, más tarde marqueses de Baides, quedó durante siglos este pueblo y sus anejos, el Villar y la Olmeda, más el caserío de Torrecilla del Pinar.
Uno de los escritores molineses más conocidos, don Gregorio López de la Torre y Malo, autor de la “Chorográfica Descripción del Muy Noble, Leal, Fidelísimo y Valerosísimo Señorío de Molina” a mediados del siglo XVIII escribió así (copio textualmente) de Cobeta: “Cobeta es Villa muy antigua, por Instrumentos del año de 1187. Tiene un Castillo muy fuerte, y en su término otro llamado Gazafatem. Esta Villa, con la Olmeda, y el Villar, mandó la Infanta Doña Blanca en su Testamento año de 1293 a las Religiosas de Buena-Fuente. Confirmó esta donación la Reyna Doña María en Astudillo año de 1304, los quales tres Lugares usurpó, después de mucho tiempo, un N. Tobar, apoderándose del Castillo de Cobeta; y por Sentencia dada en Molina en 1372, fueron amparadas las Monjas, y echado Tobar del Castillo; pero poco después volvió Iñigo Tobar à apoderarse del Castillo; y aunque se querellaron ante el Rey, y viendo que no podian echarlo del Castillo, ni gozar el vasallaje, y que el año de 1444 le fueron confirmados a Iñigo Tobar los tres Lugares por Don Juan el II. Y el año de 1479, por el Rey Católico, les fue forzoso a las Religiosas tomar por trueque, y cambio la Villa de Ciruelos, que era del referido Iñigo de Tobar, de lo que se hizo Concordia el año de 1500. Ahora el Señor de Cobeta es Marqués de Vaydes, y Conde de Salvatierra, y otros muchos Estados. En su término está el Santuario de nuestra Señora del Montesino, y otra Ermita del Glorioso San Antonio de Padua.
Cerca del término de Cobeta, en los Pinares de Mazarete, y Anquela, en el Cerro del Gijo, Iñigo de Tobar, y los del Ducado de Medina-Caeli, en el Sitio de la Matanza, y la Naba de los Ahorcados, el año de 1448, en un combate “desbarataron a los Aragoneses, que passaban à los Presidios de Atienza, y Sigüenza, que estaban entonces por los Infantes de Aragon”.
Pocas cosas pasaron después, en Cobeta, porque siguió como tantos pueblos de la Castilla silenciosa viviendo la paz de las normas, todo controlado desde la Corte. Tuvo fama Cobeta por sus minas de hierro, pero se dejaron de explotar debido a que el material que se obtenía era demasiado denso y no llegaba a fundir bien con el material que se extraía de otros lugares del entorno. En el pueblo hubo dos herrerías, (la una propiedad del Conde de Salvatierra, y la otra de los Pelegrín) que fueron incendiadas por las tropas carlistas del general Balmaseda el día 6 de abril de 1840. Siguieron produciendo durante el siglo XIX, hasta alcanzar las 20.000 arrobas de hierro anuales. Sabemos también, en punto a recuerdos marciales, que en el transcurso de la guerra de la Independencia, la resistencia castellana instaló en el pueblo una fábrica de fusiles, (“armas reputadas como de la mejor calidad”), en la que trabajaban armeros vizcaínos, que se cerró en 1814, y de la que hoy no queda ni rastro.
En el diccionario de Madoz se nos dice que, a mediados del siglo XIX, la población tenía 70 edificios, en los que moraban 81 vecinos (o familias), que venía a corresponderse con unas 300 “almas” (o bocas que comen, para entendernos).
El castillo de Cobeta
La antiquísima torre, puesta sobre elevado cerro, y con toda seguridad sede primitiva de algún castro celtibérico, fue rehecha por don Iñigo López Tovar, en el siglo XV, poniendo sobre el breve cerro un castillo al estilo de la época, que sirviera no sólo de circunstancial defensa contra las incursiones de los aragoneses y navarros por la región, sino de morada para él y su familia. Allí murió, en 1491, este señor, que dispuso ser enterrado en la parroquia de la villa. Sobre la puerta del castillo tenía colocadas sus armas talladas en piedra.
El castillo que probablemente construirían como tal lo Lara molineses, se componía de un recinto cuadrado con cubos en las esquinas, y la torre del homenaje, cilíndrica, con almenas sobre el grueso moldurón de su remate, y que es lo único que hoy queda, hueca y desalmenada, ha sido rehecha hace poco y aunque se nota demasiado, al menos ha salvado su integridad y buena planta. Desde su altura, a la que recomendamos subir, se admiran espléndidos panoramas boscosos.
En el caserío, de cuidadas calles y grandes casonas de recia sillería rojiza, destaca la iglesia parroquial, inexpresivo edificio del siglo XVII, en cuyo interior puede admirarse un retablo mayor barroco, obra firmada por Juan de Sancho, en 1699, y un enorme órgano en el coro alto. Existe en la calle principal una casona con portalada de barrocas tallas en sus jambas, y dintel, característico ejemplar del modo de decorar su vivienda la burguesía rural molinesa en el siglo XVIII. También debe admirarse una impresionante reja en el edificio del Ayuntamiento, que posee bello campanario de complicada tracería férrea.
La ermita de Montesinos
En el término de Cobeta, sobre el valle del río Arandilla, y en un lugar de extraordinaria belleza, en que las altas rocas de arenisca rojiza se mezclan con la exuberante vegetación, está la ermita de Nuestra Señora de Montesinos, un gran edificio de portón adovelado, con buena guarnición de hierros, y su interior cuajado de recuerdos marianos de esta venerada advocación, de la que se cuenta un origen legendario: se apareció María a una pastorcilla manca, y le ordenó que avisara al capitán moro Montesinos, que guardaba el fuerte castillo de Alpetea para el rey de Valencia, y le anunciara que ante él haría un gran milagro. La Virgen restituyó a la pastorcilla el brazo que le faltaba, y el capitán, impresionado, se convirtió al cristianismo y erigió en aquel lugar una ermita. En ella se reúnen las gentes de todos los lugares del entorno (Cobeta, el Villar, la Olmeda, Torremocha, Torrecilla, Selas, Anquela y Aragoncillo) en alegre romería la víspera de la Asunción.
La ermita fue guardada por Francisco, durante muchos años, quien se esmeró en tenerla limpia, en homenajear a la Virgen a diario, y en contar su historia (la real, y la inventada) a cuantos se acercaban a verla. Ahora se puede llegar en coche cómodamente por camino asfaltado desde Cobeta. Es lugar que no debe dejar de conocer quien quiera llevar la mejor imagen de la Guadalajara inédita. Pero ha de hacerlo en excursión a pie, desde Arandilla, o desde Cobeta. Sabrá mejor el recuerdo.