Bernardo de Brihuega, cronista real
Hace muchos siglos, en el remoto XIII de nuestra era, existió un clérigo al que llamaban (sencillo apelativo, señal de que era muy conocido) Bernardo de Brihuega. Este hombre llegó (desde no se sabe dónde, pero muy probablemente desde el burgo alcarreño del que tomó nombre) a la Corte de los monarcas castellanos, que como todo el mundo sabe era itinerante: hoy acá en Ciudad Rodrigo, mañana en Salamanca, después en Arévalo, y así.
De lo que hizo, de cómo fue, de lo que escribió y de lo que pensaba este señor, ha quedado poca huella. Pero aún puede darse por contento de que ha quedado algo más de lo que dejó la media de los castellanos en aquel siglo. Que es como decir nada de nada. De Bernardo de Brihuega ha quedado memoria de que escribió una Crónica del Reino. Algo importante, sin duda. Algo que supone su relevancia, cuando vivió, y su proyección en los siglos futuros. Aunque, como ha solido ocurrir en nuestro país, de su obra solo haya quedado el recuerdo (nebuloso, encima) pero ni una letra coherente. Aparte del título.
El hallazgo
En 1887, un austriaco que andaba indagando bibliotecas por España (Rodolfo Beer), encontró un manuscrito firmado por nuestro paisano, Bernardo de Brihuega, al cual por no encontrar el título dijo tratarse de un compendio titulado “Los cinco libros que compiló Bernardo de Brihuega por orden del Rey don Alfonso el Sabio”, pero que en realidad contenía un acopio de revueltas memorias dedicadas a glosar vidas de santos y mártires. Resultó que ese manuscrito ya estaba recogido por un bibliófilo español, don Nicolás Antonio, quien en su “Bibliotheca vetus” nos dice que en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial andaba depositado el “Flores (id est Vitae) Sanctorum Christi Martyrum & Confessorum Hispanice, in Bibliotheca Escuarelensi Lit. F. Plut. I n. 1 atque ítem in Regia Matritensi”, y también en la Biblioteca Real de Madrid.
Esta obra, que no era sino una aportación a la gran Crónica de España en la que estaban trabajando varios miembros del gabinete real, aportaba relación de los personajes que en el mundo de la religión, el martirio y la santidad habían existido en España en siglos pasados. Beer hace relación breve del contenido de la obra de Bernardo de Brihuega, y encuentra que la esencia de su Tratado está en la referencia de múltiples santos y mártires. Así trata de San Jerónimo, Paulino obispo, Santa Polagia, San Ambrosio, San Hilario, San Martín, Santa Eulalia, incluso de San Cosme y San Damián. Aporta luego un listado de emperadores romanos y de santos martirizados en sus mandatos. Siguen las vidas de santos más recientes, llegando a San Alcuino. En este documento, completamente escrito en latín, él mismo se llama “Bernardus Briocanus” y se dice ser “eius clericus et alumpnus et ecclesie canonicus dignum duxi ecclesiastica incidencia temporum Imperatorum”. Queda claro que estaba anejo, en todo y con intimidad, a la escuela de estudiosos, redactores e intelectuales de la corte Alfonsina.
La Crónica Real
Pero en realidad lo que Bernardo de Brihuega escribió, y por lo que estuvo muy considerado en su tiempo, en la Corte castellana, fue una “Crónica de España” de la que hoy no se conoce ejemplar, pero se sabe con certeza que hubo una versión manuscrita en la biblioteca que el Conde de Gondomar, don Diego Sarmiento de Acuña, tenía en Valladolid, en los comienzos del siglo XVII. En el Índice de esa biblioteca, aparece la obra “Bernaldo de Brihuega. Chronica de España. Folio; sin fin”. Es escrito de 1623 y se conserva en la sección Manuscritos de la Biblioteca Nacional, en Madrid.
¿Cómo era, y qué decía, esa “Crónica de España” escrita por Bernardo de Brihuega? Estaba escrita, sin duda, en castellano, pues el autor de ese Índice más arriba señalado lo incluye en la sección “Libros de mano en castellano. Historias de los Reinos de España”, habiendo otra sección de libros en latín. No era, tampoco, la Crónica del rey Sabio, ni parte de ella, porque también estas obras se catalogan en ese tiempo, pero claramente diferenciadas de la del briocense.
Para el autor de este descubrimiento, precisamente el sabio cronista alcarreño don Manuel Serrano y Sanz, se suscita un último problema, y es la posibilidad de que el autor de Brihuega contribuyera con sus vastos saberes a la redacción de la “Crónica General” que por orden del Rey Alfonso décimo fue haciéndose en varios talleres y estudios eruditos. Se sabe que Bernardo de Brihuega formaba parte del grupo de estudiosos e historiadores que vivían en torno al monarca, quien le denomina “clericus et alumpnus”. Habrá que suponer de sus saberes enormes, de sus cavilaciones diarias y de su plática continua con los colegas que hacían de la Corte Alfonsina un núcleo de cultura y saberes sin parangón en la Europa medieval.
Una propuesta
Cuando una tierra, como la alcarreña, no anda muy sobrada de personajes históricos, encontrar el recuerdo de un famoso en ella nacido, puede dar pie a que siglos después se le memore. De tal manera, que no sería exagerado pedir que el Ayuntamiento de Brihuega le dedicase algún tipo de recuerdo, en forma de nombre de calle, lápida de cerámica o bronce, rotonda donde dar la vuelta o camino por el que seguir… una mención, de tipo general, a ese “Don Bernardo de Brihuega, historiador de España, aquí nacido en el siglo XIII”. Cualquier detalle será bien recibido, y potenciará la imagen de villa dedicada con delicadeza a la conservación de sus fastos pretéritos y sus señalados hijos.