Andanzas por Flandes de Bernardino de Mendoza
En estos días, que he estado recorriendo los Países Bajos y en especial su capital, Amsterdam, me han venido a la memoria los hechos de un alcarreño que por allí anduvo, batalló, y caviló para hacer un gran tratado de técnicas de guerra, muy alabado en su tiempo. Bernardino de Mendoza, alcarreño de Torija, participó además en los intentos de invasión de Inglaterra por parte de la Gran Armada.
Su vida
Nació don Bernardino de Mendoza en la ciudad de Guadalajara, en torno al año 1541. La certeza de esta asignación se debe por una parte a los datos que constan en el expediente de pruebas de nobleza para la consecución del hábito de Santiago, y por otra a un poema incluido en una carta manuscrita suya dirigida al capitán Francisco de Aldana, en el que habla de «mi Guadalajara» como su patria natal.
Existieron a lo largo del siglo XVI y siguiente numerosos individuos de la familia Mendoza llamados Bernardino, que en ocasiones han llevado a la confusión entre los cronistas. Lo cierto es que el relieve alcanzado, ya en vida y por supuesto en los siglos siguientes, por este de que aquí tratamos, le ha hecho destacar y distinguirse entre los demás.
Fueron sus padres los condes de Coruña y vizcondes de Torija, don Alonso Suarez de Mendoza y doña Juana Jimenez de Cisneros. El padre era también natural de Guadalajara, heredero por línea directa del marqués de Santillana, de su hijo tercero don Lorenzo Suarez de Figueroa, y por lo tanto un segundón de la casa. Ella era natural de Madrid, descendiente del fundador de la Universidad Complutense, el Cardenal Cisneros. Tuvieron 19 hijos, haciendo Bernardino el número 10 de la serie.
Estudió desde muy joven en la Universidad de Alcalá. Como muchos de los ilustres Mendoza arriacenses, Bernardino partió por el río Henares abajo, llegando a cursar sus estudios en la institución que había nacido, en cierto modo, de la voluntad de sus mayores. Junto con un familiar suyo llamado Juan de Mendoza, se graduó de bachiller en Artes y Filosofía el 11 de junio de 1556, recibiendo el grado de licenciado en la misma facultad el 28 de octubre del mismo año. En esa época fue elegido porcionista y por lo tanto Colegial a todos los efectos del Mayor de San Ildefonso de Alcalá.
Es útil conocer, además, algunos datos referidos a familiares muy cercanos suyos, que en una sociedad estamental y de influencias personales, pudieron en buena medida intervenir en el desarrollo vital de nuestro personaje. Uno de sus hermanos, don Lorenzo Suarez de Mendoza, fue muy directo colaborador del Emperador Carlos y de su hijo el Rey Felipe II, llegando a ser Virrey de Nueva España. Otro hermano llamado Antonio de Mendoza fue gentilhombre de cámara de Felipe II y embajador de su gobierno en Génes. Finalmente, una de sus hermanas, Ana, casada con García Ramirez de Cárdenas, al quedar viuda fué institutriz de los infantes D. Diego y D. Felipe, hijos de Felipe II. Sabemos que intervino muy directamente en favor de su hermano Bernardino.
Tenemos ya, pues, dos datos fundamentales en el análisis de la carrera meteórica de Bernardino de Mendoza. Por una parte, formar en las filas de la familia Mendoza, de gran poder e influencia en la España del siglo XVI, muy especialmente en el reinado de Carlos I y de su hijo Felipe II. Por otra, ser colegial de una institución tan determinante como el Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares, que «colocaba» a todos sus miembros, siguiendo tácticas que se han visto similares a las de una «mafia» de intelectuales, en puestos claves de la administración, de la política o de las armas.
Debió entrar al servicio del Rey en 1560, tras haberse formado como caballero cortesano desde que terminó sus estudios. Se inició militarmente sirviendo a las órdenes del duque de Alba, en los Países Bajos. Previamente había combatido contra los bereberes en el norte de Africa, tomando parte en las expediciones de Oran y del Peñón de Vélez, en 1563‑1564, estando junto a don Juan de Austria en la jornada de Malta, en 1565, cuando esta isla sufrió el ataque de los turcos.
Cuando en 1567 el duque de Alba reunió sus fuerzas para marchar sobre los Paises Bajos, Bernardino de Mendoza se unió a él, recibiendo su primera misión diplomática, siendo enviado por el general a Roma, a la corte del Pontífice Pío V, para obtener la bendición papal en esa expedición y guerra. Volvió luego al norte a juntarse a los ejércitos del de Alba.
Entre los años 1567 y 1577, la vida de Mendoza estuvo totalmente inmersa en las operaciones militares de Flandes. Entre las diversas acciones de envergadura en que participó, le fue reconocida su actividad capital en la estratégica victoria de Mook, el 14 de abril de 1574. Poco antes, en 1573, realizó un viaje a Madrid con el difícil cometido de pedir al Rey más dinero, tropas, recursos y apoyo, y a pesar de lo difícil de la misión, volvió a Flandes seis semanas después con todo conseguido. Desde el comienzo de la campaña figuró en el estado mayor del duque de Alba, actuando muy señaladamente en la batalla que consiguió la rendición de la ciudad de Mons, y luego en Nimega y en el ataque a Haarlem. Participó también en operaciones sobre Leyden.
Tras una misión rápida en Iglaterra, en julio de 1574, por orden de Luis de Requesens y de Felipe II, con objeto de conseguir de Isabel I el permiso para que los barcos españoles pudieran acogerse en los puertos ingleses en casos de mal tiempo, Mendoza volvió a Flandes, entre 1575 y 1578, para proseguir actuando en la guerra junto a Requesens y a don Juan de Austria.
En 1576 obtuvo el galardón de entrar a formar parte de la Orden militar de Santiago, en premio a sus méritos. Ya desde 1568 el duque de Alba había solicitado para Mendoza la gracia de entrar en la Orden de Santiago. En 1575 accedió el Rey a que se instruyera el correspondiente expediente que, dada la nobleza de sangre del pretendiente, fue muy rápido, y en poco menos de un año se obtuvo el beneplácito para que formara parte de la prestigiosa Orden militar. En 1582 obtuvo una encomienda, la de Pañausende (en Zamora) bien dotada económicamente, y cerca ya del final de sus días, en 1595, el Rey le nombró trece de la Orden y le concedió la encomienda de Alange, en Badajoz, mucho mejor remuenarada que la que ya gozaba, pues ésta última le supuso una renta anual de cinco mil ducados, lo que le permitió finalmente vivir desahogadamente en el aspecto económico.
La carrera diplomática de Bernardino de Mendoza tuvo su inicio en marzo de 1578, cuando tras retirarse de los campos de batalla de los Paises Bajos, fue designado por Felipe II como embajador de España ante la Corte de Inglaterra. El objetivo del monarca hispano era, en principio, ganarse a su favor a la reina inglesa Isabel I. Los acontecimientos hicieron que pronto se violentaran las relaciones entre ambos estados (mejor dicho, entre sus respectivos monarcas), y así fue que Bernardino de Mendoza actuó no solamente como embajador, sino también como espía y jefe de los servicios de inteligencia españoles en Inglaterra. Participó activamente en las acciones preparadas para dar un golpe de Estado contra Isabel y poner en el trono, ayudado de los católicos escoceses, a María Estuardo. Ello se supo, y le creó situaciones muy tensas que resultaron en discusiones ásperas, injuriosas y violentas con la reina y sus ministros, hasta el extremo de que en enero de 1584 Mendoza fue declarado «persona non grata» ante la corte británica, siendo expulsado del país en un plazo de 24 horas. Ello le hizo padecer, además, penalidades económicas y de salud, que luego se reflejarían en su vivir futuro.
De vuelta de Gran Bretaña, fue nombrado embajador de Felipe II ante Francia. En ese cargo actuó don Bernardino desde 1584 a 1590. En abril del año de su nombramiento viajó Mendoza de París a Madrid para recibir las órdenes de Felipe II. En septiembre regresó a Francia, en principio con una misión de condolencia por la muerte del duque de Alençón. Enseguida se vivieron los agitados sucesos del desastre de la Armada [Invencible], de la muerte de Enrique III de Francia y todas las vicisitudes de la Liga Católica. Ese periodo de la vida y misión de Mendoza está perfectamente documentado en las cartas que el diplomático enviaba a la corte madrileña, especialmente a don Juan de Idiaquez y a su primo don Martín de Idiaquez, ambos secretarios de Estado, y leales avalistas del aristócrata alcarreño.
En su correspondencia diplomática con el Rey Felipe y sus secretarios de Estado los Idiaquez, Bernardino de Mendoza hubo de utilizar numerosos sistemas de cifrado de cartas y mensajes. Sus correos debían atravesar, especialmente por el sur de Francia, líneas y territorios enemigos que podían interceptar el correo o adquirir información muy reservada. Para éllo, Mendoza utilizó un amplio repertorio de técnicas de cifrado que De Lamar Jensen estudia con minuciosidad en su obra.
Su obra
Uno de los aspectos por los que ha cobrado fama merecida Bernardino de Mendoza, ha sido por su calidad de escritor, y muy especialmente por lo infrecuente del tema que él trata, y lo bien que lo hace. Efectivamente, es su Theorica y Practica de Guerra la obra que le ha ganado un puesto en los tratados de historia de la literatura, y, aunque muy pocos lo han leído, todos le han alabado. Escrita esta obra, fruto de su gran experiencia militar y política, emanada sin duda alguna de una mente lúcida y muy bien estructurada, durante los años de su prematuro retiro, fué publicada primeramente en Madrid, por la imprenta de la viuda de Madrigal, en 1595, conociendo una segunda edición al año siguiente en la imprenta de Plantino en Amberes, y siendo traducida al italiano, en 1596, editada en Venecia, y luego en 1602 y en 1616; al francés, en 1597; al inglés, en ese mismo año, y al alemán, en 1667.
Gotas de actualidad
Me viene a las manos este personaje tras haber pasado unos días entre Leyden y Amsterdam, en los Países Bajos, donde he podido constatar el poco aprecio que siguen teniendo los holandeses por cualquier persona que diga ser oriunda de España. Mejor es no decirlo, y hacer como que uno llega de cualquier perdido rincón del mundo. En Leyden no queda el más mínimo recuerdo de don Bernardino de Mendoza, como es lógico. Ni en Haarlem, ni en Amsterdam. Allí no queda ningún recuerdo de España, porque se han limado, poco a poco, en los últimos tres siglos, todo lo que oliera a hispano.
Pero sí que viene a la cabeza de quien algo de historia sepa, la lectura que estos días he terminado del último de los libros de Ken Follett, el escritor galés que ha puesto en las manos de millones de personas la tercera parte de su trilogía “Los pilares de la tierra”. Esta vez, bajo el título de “Una columna de fuego”, narra las aventuras de sus personajes, los Willard, y su inventada ciudad de Kingsbridge, en el reinado de Isabel I de Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XVI, y especialmente en los momentos del intento de invasión de Gran Bretaña por parte de la Gran Armada de Felipe II de España.
En la novela aparece (prueba de lo bien informado que está Follett) el alcarreño don Bernardino en su puesto de embajador español en Londres, en medio del ir y venir de cartas cifradas entre la Península y White Hall. Aunque no lo cuenta el novelista británico, don Bernardino tuvo que salir huyendo en el momento en que descubrieron los ingleses que no era solamente un embajador real, sino un espía en toda regla. En fin, todo un personaje…. Al que aquí hemos casi por completo olvidado.