Navidad en la catedral de Sigüenza
La catedral de Sigüenza es, sin duda, el edificio religioso y artístico más representativo de la diócesis y de la provincia. Por su veteranía (se comenzó a construir en el siglo XII) y por el acopio de obras de arte, en arquitectura, escultura y pintura, que a lo largo de los siglos ha acumulado. Ahora en la Navidad, cobran vida y actualidad alguna de sus más relevantes obras de arte. Por ejemplo, el retablo mayor.
En uno de los ámbitos más representativos de la catedral de Sigüenza, como puede ser la capilla mayor, es donde aparecen algunas escenas de la Natividad e Infancia de Cristo, que deben ser admiradas por cuantos se ocupan de conocer a fondo las representaciones artísticas de tales hechos bíblicos. Esa capilla mayor de la catedral ocupa el fondo de la nave principal, y se rodea del deambulatorio o girola. Se escolta en su entrada de dos anchos pilares cubiertos de columnas adosadas, al estilo tradicional del gótico languedociano. En ella destacan, como cierre magnífico en hierro, la gran reja que labró en 1628-33 el artista Domingo de Zialceta, por encargo del obispo fray Pedro González de Mendoza, religioso franciscano, hijo de los duques de Pastrana.
El fondo de la capilla es ocupado por un impresionante altar mayor, encargado por el prelado fray Mateo de Burgos, y ejecutado entre 1609-11, por el escultor Giraldo de Merlo y su equipo de colaboradores. Consiguió el artista en esta pieza su obra maestra, muy representativa del manierismo castellano de los inicios del siglo XVII. Consta este retablo en madera policromada, cuajado de tallas y relieves, de un zócalo y tres cuerpos de distinto orden: jónico, corintio y compuesto. En el zócalo se ven escenas de la Pasión y en su calle central se abre un gran espacio rematado por frontón triangular, donde se instala el Sagrario o tabernáculo, que es de corte herreriano, rico en tallas y estatuillas. En el primero y segundo cuerpos hay esculturas en hornacinas, con relieves encima, en ambas calles laterales: representan a San Andrés, Santa Lucía, San Francisco de Asís y Santa Catalina en el cuerpo inferior, y a Santa Irene, Santa Ana, Santa Bárbara y otras vírgenes en el superior; las calles adyacentes a la central muestran amplios paneles de talla con imágenes de la Virgen y de la vida de Cristo. Y en el centro, dos grandes relieves con la Asunción de María, (advocación original y permanente del templo) y más en alto un sobrio Calvario, escoltándose de escenas en relieve como son la Ascensión del Señor y la Venida del Espíritu Santo. Otras muchas estatuas de santos, relieves, frisos y paneles enriquecen el conjunto de este hermosísimo retablo renacentista, que se remata con el escudo heráldico del obispo comitente tenido por ángeles.
En el cuerpo central del retablo, a los lados de la escena patronal de la Asunción de María, aparecen las escenas de la Natividad (a la izquierda del espectador) y de la Epifanía (a su izquierda) que para los belenistas y cuantos en estas fechas admiran los espacios y obras que reflejan el íntimo instante de la Revelación de Dios en la Tierra, son cruciales.
La primera escena, la Natividad, se muestra en un marco de relativa austeridad, con un arco y un muro, lisos, al fondo. En medio relieve, aparece centrando la escena la santa pareja de José y María, respaldados por la otra pareja de la naturaleza, el buey y la mula. Delante de ellos, en un pesebre cubierto de telas, desnudo, el Niño, el Dios que nace. La otra mitad del mundo humano se ocupa por tres pastores, que vestidos ricamente uno de ellos, y con pobreza el otro, señalan al infante. La policromía es vibrante y la escultura muy manierista, con músculo pero muy contenida.
La segunda escena, la Epifanía, se ofrece en un marco más vibrante, aunque de talla plana. En él aparece un vestíbulo con altos pilares dejando abierto el paisaje a la izquierda, donde aparecen tenues unas montañas y en lo alto el cielo donde brilla una estática estrella, sin cola, pero potente. En cuanto a los personajes que pueblan la escena, están por supuesto la santa pareja, con María sentada y José arrodillado y apoyado en su cayado, que quizás muestra la vejez de su edad. En tanto, María, muy joven, sostiene al Divino Niño en sus rodillas, desnudo, que con su mano alzada quiere jugar con el elemento que el primero de los sabios orientales le ofrece. Las otras figuras de la escena son, por supuesto y como corresponde, los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, más un paje que ricamente revestido le sujeta la cola del manto a Melchor, el sabio blanco. Y que es quien arrodillado se postra ante el Niño. Los otros dos, retrasados, y en pie, cada uno con su pomo de oro en las manos, conversan y se preparan para la misma adoración y ofrecimiento. En definitiva, una escena muy bien compuesta, en la que los volúmenes de las figuras destacan por la vestimenta más que por la anatomía.
Giraldo de Merlo, el autor del retablo, dirigió un taller denso de colaboradores, muy solicitado en la Castilla de la primera mitad del siglo XVII, formando conjuntos retablistas de grandiosidad volumétrica y riqueza iconográfica sin precedentes, dentro de un estilo manierista contenido y sobrio, muy claramente romanista. El autor había nacido en 1574, en los Países Bajos, en un pueblecito (Mierlo) cerca de Amberes, pero llegó a la península ibérica, desarrollando aquí su arte espléndido. Además del retablo de Sigüenza, hizo el grande de la catedral actual de Ciudad Real, y el del monasterio de Guadalupe, más obras menores en Toledo, Avila y otras ciudades castellanas.